sábado, 31 de diciembre de 2011

Se acabó

El ímpetu y los fuegos artificiales, el olor a pólvora y champaña, el niño que grita porque se quemó los dedos y la abuela que llora porque toda la familia está junta.

Los saludos de los amigos, la indirectas de tus ex, los mensajes de cariño y las putas cadenas en los celulares. El cielo parce un Pollock barato y esquivas las "esquirlas" que producen las camaretas.

Abres una botella de whisky esquivas las preguntas de siempre: ¿cuando presentas a las novia? ¿Por qué te has engordado? Esquivas también las responsabilidades y sugieres usar platos desechables para no lavar más tarde. Se niegan.

Los vecinos imaginan que son ingenieros de la NASA lanzando la última misión a la luna mientras envían cohetes de poca monta al cielo, adornando ese Pollock barato.

Las radios gritan empezando una cuenta regresiva mientras que la familia se alista con todas las cábalas que alistaron durante todo el día mientras sorteaban el tráfico de estas fechas; por un momento recuerdas que debes vestir la sonrisa hipócrita para saludar a los vecinos a los que siempre les negaste el parqueo, a los contactos del celular que mantienes por compromiso o necesidad, todo mientras la cuenta regresiva se aproxima al cero.

Las redes celulares se saturan y los mensajes que guardas estratégicamente para el final del día, eso que envías a los que de verdad te importa pero con quienes jamás tendrás el coraje de pasar la noche de fin de año, no se envían: las compañías celulares colapsaron porque a todos les pico la nalga de desearas el bien a último momento.

Por un instante recuerdas que en alguna parte del mundo hay una familia que no tuvo que comer y otras tantas que pasan en hospitales y sal de velación porque, te das cuenta, los días son solo días, una perpetua cascada de puestas de sol que no respetan la voluntad de 6 billones de personas.

Con los tuyos gritas como si el país hubiese ganado el campeonato mundial de fútbol pero te das cuenta que después de tanto fulgor, pólvora y saludos, la noche sigue siendo noche y que por más que la comida de mamá sepa a gloria, tu sigues acá atorado en la eternidad, gastando los segundos sin saber porque, pero deseando tener alguien al lado con quien gastarlos. Alguien y no un puto vaso de whisky. SALUD

jueves, 29 de diciembre de 2011

Excusas

Odio la navidad o al menos la navidad que pregonan e intentan vivir. La navidad es regalos y punto. Me resulta ingenuo pensar en alguien que no lo crea, pero claro, casi todos lo niegan y es normal, porque nos encanta hacernos los dignos.

La navidad y el año nuevo son las excusas perfectas que tenemos para coger el valor suficiente para cometer los errores que durante todo el año no pudimos. Puede ser el frenesí de la época, el tráfico insoportable o las ofertas que a uno lo aturden y termina endeudándose, comiendo y bebiendo de más.

Sí, los almacenes, comercio y restaurantes se aprovechan de nuestras ansias de error y nos ofrecen todo a módicas cuotas, facilidades de pago y gangas para que vayamos, compremos, comamos, disfrutemos. etc.

Pero más allá de todo es, de nuestra faceta de víctimas del sistema, estas fechas nos encantan porque son la excusa perfecta para llamar a esa persona a la que siempre deseaste hablarle pero no tenías porque hacerlo; es el momento ideal para comprar eso que siempre quisiste pero que el temor al "¿qué pasaría sí?", no te dejó; son las fechas en las que abrir una botella con tu amigos cobra sentido, es la justificación perfecta para amanecerte con esos que no has visto durante tanto tiempo.

Es esa época en la que un regalo insignificante u opulento, puede envolver todo eso que significa alguien para ti; es esa época donde un presente puede significa "perdón" y solucionarlo todo.

De alguna forma esa sensación de que las cosas llegan a su fin -así se el año- nos hacen sacar esos impulsos que tenemos reprimidos y, como debería ser, llevarnos por esa voluntad nuestra.

A nosotros lo que nos falta es excusas para hacer las cosas, porque somos incapaces de hacer las cosas por voluntad propia. Uno encuentra en el alcohol, la premura y el caos de diciembre ese justificativo que durante 360 buscamos para decir: "al carajo, equivoquemos de una vez por todas".

Y no hay acierto más grande que un error: felices fiestas ¡salud!  

jueves, 22 de diciembre de 2011

365 días

De alguna forma estamos fascinados con esto del fin del mundo. De acuerdo con el calendario Maya - ese tan berreado - a partir de ayer sólo nos quedan 365 días de vida, un año, miles de horas que como todos los años, pasaran en un abrir y cerrar de ojos.

Me da tato miedo lo que sucederá este año: los publicistas se aprovecharán de este "hecho" para meternos productos hasta por el orificio rectal y la gente pasará haciendo chistes de sobre lo poco que les queda de vida. Los más vivos inducirán el miedo en jovencitas para así poder conseguir que les abran las piernas y las compañías de tarjetas de crédito no paran de babear con las cantidades de dinero que próximo año recibieran de quienes temerosos comprarán desaforadamente con la esperanza de que el 21 de diciembre del 2012, el mundo llegue a su fin y ellos no tengan que pagar todo lo comprado y consumido. Yo por mi parte, ahorraré.

De todas formas "el fin del mundo" es algo para lo que los ecuatorianos (y latinoamericanos) ya estamos entrenados: de existir un infierno de seguro es un lugar en donde a todos lados hay que hacer fila y cuando llegas a la ventanilla para que te atiendan, el funcionario-demonio se ira a almorzar.

En el infierno la música de fondo es Arjona feat. Aventura y las paredes están llenas de frases motivaciones escritas por Paulo Coello y Carlos Cuatemotch; además hace unos 40 grados con humedad. Será lo mismo a subirse en un taxi guayaquileño, ese en el que el conductor solo conversa de lo motivado que esta después de leer un libro de auto-ayuda y en la radio se alterna música entre baladas y bachata; por supuesto, no tiene acondicionador de aire.

A tan sólo 365 de que el mundo se acabe, si es que en realidad se acabará, uno se da cuenta que ha pedido por esa fecha durante toda su vida: al fin y al cabo el mundo es un lugar horrible, en especial si vives en una parte donde ahorras lo suficiente para comprarte algo que a las dos semanas sube de precio o se agota; es el mismo lugar donde el gobierno da "educación gratuita" para así engañar al pueblo con que está siendo educado.

Pa mi el mundo terminó el 14 de mayo de 1998, el día en el que el último capitulo de Seinfeld fue transmitido, y si no terminó ese día fue el principio del fin: después de eso empezó a llegar toda esa mierda que hoy tenemos en la televisión y "cultura".

A mi lo que me pesa es que aún tendremos 365 días más de radios pasando Justin Bieber y Arjona, 8760 horas de noticias sobre Snooki y 525,600 segundos más de escándalos políticos, corrupción y violencia tan característica del siglo XXI, eso y uno que otro tirano-dictador muerto (que ya no es novedad).

Los más positivos e ingenuos dirán que son 365 días para aprovechar y vivir al máximo; lo cierto es que los intereses de las tarjetas de crédito están tan altos que tenemos que vivir al mínimo (gasto) y al fin de cuentas, con la soga al cuello por tanta "inversión", rogarás que el 21 de diciembre la tierra se cuartee y nos trague a todos. Eso sí, sí el infierno es ese lugar en el que "las pesadillas se hacen realidad", de nada te servirá haberte muerto porque el portero del averno será un cobrador de intereses.

*cuando termines de leer descubrirás que sólo te quedan 364. ¡Viva!, ya desperdiciamos uno más. ¡Salud!

viernes, 9 de diciembre de 2011

Aplausos

El otro día cenaba en un restaurante elegante. Para entretener a los comensales, al dueño del local  no se le ocurrió otra idea de poner un DVD de Andrea Bocceli a todo volumen. Al escuchar los tonos que alcanzaba este señor entendí el porqué de su fama. Muy aparte ser ciego, él es un artista, un tipo que justificó su existencia dándole al mundo una cátedra de como se canta. 

Sólo un par de días antes, uno de esos programas de variedades de la televisión nacional mostraba a un niño mongoloide tocando el piano. El jovencito lo hacia fatal (tocar el piano), tanto que al final de su presentación los mismos productores del programa mandaron a comerciales para después del corte, aplaudir la pobre actuación del adolescente. El joven se regocijaba de alegría mientras ninguno de los presentes era capaz de decir lo mal que había tocado el instrumento. 

Es fácil entender que se nos haga difícil menospreciar el esfuerzo de personas con discapacidades, pero no por sus falencias físicas o mentales uno tiene la obligación de aplaudir todos sus esfuerzos. No tengo nada en contra de ellos, pero tengo un serio problema con las personas que les aplauden todo, hasta lo malo que hacen.

No se trata de ser insensible o inhumano, simplemente se trata de reconocer el talento, la mediocridad y lo malo. Es imposible decir que Andrea Bocceli es un mal cantante, nadie se lo puede negar pese a su ceguera, diferente es del caso del pelado que tocaba el piano, ese al que los aplausos le llueven por el hecho de hacer el esfuerzo; pero en la vida real, de intensiones y esfuerzo no vive nadie. 

Es por eso que me emputa cuando las personas dicen: "lo importante es participar", porque no hay mentira más grande. No tenemos la culpa de reaccionar cómo reaccionamos porque nos criaron desde pequeños así: las mamás nos aplaudían cada vez que llegábamos con un diploma de participación, cada vez que terminábamos una carrera o les llevábamos un dibujo mal hecho; ellas no decían siempre que somos los seres más bonitos del mundo, sus príncipes y sus galanes, lo hacían con la sonrisa más grande y con el abrazo más fuerte que podían dar, y está bien, porque eso es lo que nos hizo quererlas tanto. Pero las mamás olvidan que nosotros crecemos, que cuando te enfrentas en el mundo real no quieren que termines una carrera si no que legues primero; la intensión de dibujar algo bonito no significa que lo harás, y si no lo haces, lo más probable es que no te rechacen la obra, el bosquejo o el plano; cuando creces y vas al colegio te das cuenta en el rechazo de las niñas que no eres ningún príncipe, ningún galán y mucho menos bonito; eso se les olvida. 

Lo peor es cuando ese síntoma traspasa las barreras de lo políticamente corrercto para convertirse en una necesidad: aplaudir a un niño mongolo para que sienta que está haciendo las cosas bien, dar premios a famosillos de televisión porque es lo único que tenemos y hay que galardonarlo, aplaudirnos la mediocridad los unos a los otros, de nuestros mediocres y ya anacrónicos literatos, artistas plásticos y celebridades, todo por el hecho de que son nuestros y por lo tanto, al calor de una madre orgullosa, debemos protegerlo de las críticas por un burdo morbo seudo-nacionalista. 

Los aplausos, en esta parte del mundo, son palmadas huecas que jamás denotaran si lo que hacemos está bien o esta mal; son una mecánicas respuesta al esfuerzo, al las intensiones de hacer las cosas bien pero no hacerlas. Es por eso que cuando aparece algún talento, este se pierde entre la ola de aplausos, pasa desapercibido, incomprendido, sin jamás tener la oportunidad de grabar un DVD para mostrar su talento a las masas que algún momento, cenando, podrían haberse maravillado de su grandeza. 

martes, 6 de diciembre de 2011

Mi barba

Si hay algo que me frustra por sobre todas las cosas es el hecho de que jamás tendré barba. No me crecen vellos en el rostro ni me crecerán: no tengo los folículos que lo permiten.

A mi lo que me salen son un par de vellos, un bigote de heladero, una pelusa asquerosa que no llega a ser más que un intento de bigote. Un hombre sin barba es como una mujer sin tetas, así de serio es el asunto. 

A las mujeres les escucho siempre hablar de lo bien que se ven los hombre con vello en el rostro, con la barba bien o mal rasurada, pero barba al fin. Uno tiene que tragarse las palabras escuchándolas, renegando del hecho de no haber sido favorecido con los genes que le permiten a uno acceder a ese pedazo de masculinidad; uno está condenado a parecer, durante todo su vida, de menor edad de lo que en realidad es, y eso no es nada bueno. 

El no tener barba conlleva a que uno como hombre tenga que sustituir ese pedazo de virilidad con alguna acción lo suficientemente masculina como para llamar la atención ¿o acaso no se ha percatado que la mayoría de los físico culturistas no tienen vello facial? Así es, Arnold Schwarzzernger tuvo que tomar esteroides hasta el punto de reducir sus testículos al tamaño de una pasa, pero tener espalda del tamaño de un ropero. 

Tener barba significa que uno empieza a madurar, es ser un adulto, por lo que un ser humano sin el vello facial siempre tendrá una ligera imagen de niño frente a las mujeres. Saberlo es el primer paso a madurar más lento, es lo que lleva a que algunos adultos jueguen Warcraft o sigan comprando cartas de Yu-gi-oh antes que condones. 

Sí, mis amigos con barba reniegan de lo que poseerla implica, del cuidado que hay que darle y de las molestias que significa rasurarse, problemas que jamás entenderé porque incluso suenan a complicaciones de adulto. La barba es un pasaporte a una maduritud obligatoria, un espectro de la adultez que uno poseerá a regañadientes. 

A veces pienso que la barba es esa concesión que le da la vida a los cachetones, pero se olvidó de mi: acá estoy teniendo que calarme el hecho de no solo tener el rostro de un niño incluso hasta cuando llegue a los 30 sino de ser un candidato a víctima de la alopecia; acá estoy, gastando dos rasuradoras al año, instrumentos que al fin y al cabo sirven sólo para desterrar ese bigote de heladero que llega una vez cada tres semanas, para hacer más estúpido mi rostro. 

No tengo dinero suficiente como para comprar una 4x4 del último año, tampoco tengo el colon lo suficientemente fuerte como para dedicarme a hacer deportes extremos o deportes competitivos, no tengo la dedicación ni hábitos alimenticios para dedicarme al físico culturismo ni mucho menos la voluntad para perder mi tiempo en un gimnasio; yo lo que tengo es un par de cachetes en blanco que jamás recibirán una queja de los ásperos que están, ni tampoco recibirán esa avalancha de besos en las mejillas que las mujeres, hambrientas de barba, desean regalar. 

lunes, 28 de noviembre de 2011

El discurso

*ACLARACIÓN: la tauromaquia la detesto, me repugna, pero solo trato de ver la incongruencia de los discursos. 

Es difícil hablar de forma coherente. El otro día discutía con personas en mi puesto de trabajo sobre la tauromaquia, tema que llegó hasta nuestro lugar de labores por al fiestas de Quito, fiestas en las que se la practica. Colegas renegaban de la crueldad del espectáculo que significa torturar a un animal mientras vitorean a un hombre que perfora la piel del animal hasta matarlo. Cuando terminó la conversación fuimos a almorzar: todo pidieron un pedazo de carne asada de almuerzo. El matadero del que vino la carne es un lugar en el que cientos de vaca escuchan una tras otra como perforan el cráneo de sus similares, la adrenalina corre por sus cuerpos contaminando la carne ingerimos. "Esto es diferente, comemos carne para alimentarnos", me dicen luego que yo mencionara esto con la intensión de reavivar el debate; pero de alguna manera que le perforen el cráneo una vaca (que se muere) no les parece tan cruel como el hecho de matarla a estocadas (donde también se muere), y eso que al menos en la segunda muerte tiene el chance de asesinar a su verdugo. 

La tauromaquia siempre ha sido un tema muy ambiguo para mi porque me parece tan hipócrita de mi parte protestar en contra este acto si igual sigo comiendo carne; en una fiesta taurina no muere ni la quinta parte de vacas que mueren en nombre de la alimentación, una verdadera masacre, pero no veo a nadie quejándose al respecto, eso sí, las parrilladas están llenas de personas que se lavan las manos diciendo que "es diferente", sólo porque se esta alimentando. Sólo a un vegetariano podría aceptarle una puteada al respecto, pero ni tanto, porque si tanto a favor de la vida están (y ojo que esos son sus argumentos) no debería comer pan. El pan está hecho con huevo, que es la vida truncada de un pollo en crecimiento: "pero no matamos al pollo, simplemente impedimos que se desarrolle", me dicen. Hay otra acción similar: el aborto. 

"El aborto es diferente porque estamos hablando de la vida de un ser humano. Estás truncando la vida de un ser humano", me dijeron una vez que mencioné lo del pollo, así como mostrando cierta superioridad de la raza humana sobre los pobre e indefensas aves, ovíparos que en primer lugar se reprodujeron porque teníamos ganas de pan y huevo y los pusimos a parir como locas a las gallinas. ¿De repente el ser humano es mejor que un pollo? Yo no he visto a ningún pollo golpear a sus gallina y a sus polluelos porque llego borracho en la noche a la casa; tampoco he visto a un pollo ordenar el fusilamiento de un grupo de pollitos y mucho menos los he visto apuñalando a gallinas por el hecho de irse a reproducir con otros. No, eso sólo lo hacemos los "decentes humanos", la raza superior.

"Hay que respetar la vida", nos dicen todos en todos lados, nos lo dicen a través de mensajes de televisión que son grabados en casettes de videos (o cd) que son elaborados en china, en fábricas en las que las personas trabajan a 18 centavos de dólar al día, dinero que no le alcanza para comprar un plato de comida y con lo que se fabrica una muerte lenta, pero aún así no se dejará de grabar el mensaje. 

Los defensores de la naturaleza hacen protestas y pancartas para pedir que salvemos los bosques, escriben mensajes en gigantescas cartulinas que adquieren gracias a que se talan arboles para fabricar la cartulina. 

Somos los jueces, redentores y verdugos nuestras acciones, dueños de un discurso incoherente pero incoherencia a la que defendemos con esa ímpetu con la que nos sentimos decentes, gente que se preocupa, que no permanece indiferente ante la destrucción de los bosques, antes el hambre de las personas ni ante la matanza indiscriminada de los animales; pero tampoco paramos de escribir carteles, comprar productos a bajo precio hechos en países sub empleadores ni dejamos de comer carne. Usted y yo somos los culpables de toda esta mierda, no piense lo contrario.  

viernes, 25 de noviembre de 2011

Aprender a reírse

No sería la primera que un chiste le jode la vida a alguien. Yo creo que Javier Genovez Solano jamás imaginó que el presidente del Ecuador iba a leer su broma y tomársela en serio: "Ave Mashi Rafael, los que te vamos a matar, te saludamos", ni siquiera es un: "maldito, vas a morir". Lo cierto es que Genovez, aparte de ganarse el limón de oro, se ganó una detención policial.

El mismo día, el de la detención, recordé y busque en Internet esa noticia que hace algunos mese leí: a Barack Obama le llegan 30 amenazas (como mínimo), al día; eso significaría que sí él siguiense las doctrinas de nuestro país, 30 personas serían detenidas todos los días. Pero no, y ojo que no estoy diciendo que el servicio secreto de Gringolandia no se tome en serio estas amenazas, pero el presidente al menos no manda a investigar a cada uno de ellos.

La diferencia entre el presi gringo y el nuestro es que el uno está consciente de que una figura pública será siempre objeto de burlas, malos deseos y comparaciones, el otro no, peor, se las toma a pecho, a pesar de pregonar el "infinito amor". Pero ojo, no es solo el presi, el ecuatoriano promedio aún no ha aprendido a burlarse de si mismo y de sus problemas.

El otro días no más, Daniel Sais, maestro y músico argentino que reside en la calurosa perla del pacífico, recibió duras críticas por un comentario que escribió en su cuenta en twitter. Sí, su comentario fue cruel pero gracioso, lo que es la base del humor negro. Yo me reí, no fue así con una señora que trabaja en la televisión que se tomó a pecho el comentario del músico y lo tildó de machista insensible.

De repente llegó a mi mente la luz: es por eso que el humor local es tan precario; es por eso que la fórmula que David Reinoso interpreta en Vivos, formula que para serles sincero ya me tiene las gónadas hinchadas, tiene tanto éxito. Su humor no es un humor reflexivo, es una burla del estereotipo del ecuatoriano, estereotipo que a la final y con la dirección incorrecta, es aplaudido por quienes lo ven.

Estoy seguro de que los show de George Carlin hubiesen sido un fracaso aquí, ¿quién hubiese aguantado que este señor se burle de ellos y les diga en la cara lo estúpidos que son? Lo mismo hubiese sucedido con Lenny Bruce (que de paso tuvo problemas en su propio país por su frontalidad), y ni hablar de Bill Hicks, acá en este puerco pedacito de tierra que llamamos país, nunca hubiese llenado una sala porque nadie está listo para que un hombre les diga en la cara que los no-fumadores son tremendo maricas.

El humor ofende, esa es la clave de la fórmula apelativa para que la gente reaccione; la comedia debe ser un instrumento no sólo de entretenimiento, que es muy válido, si no también de reflexión.

En Ecuador jamás será así porque nadie tiene el valor de reírse de las situaciones más crueles. Ojo, no estoy diciendo que hay que quedar indiferentes ante las mismas, sólo ver el lado más absurdo, reír y reflexionar.

No soy ningún cómico, aunque me encantaría serlo. Hace unas semanas le hice esta confesión a un brillante escritor y amigo que conocí por twitter, le dije que encantaría pararme un escenario a burlarme de las personas. Él y yo reímos porque sabíamos que detrás de ese deseo mío había grandes barreras que cruzar.

Es por eso que yo pienso que la ofensa es al menos aquí en este remedo de país, un cumplido. El otro día escribí en este blog sobre Benedicto y su absurdo drama con Benneton. Un tipo comentó (en el anonimato claro está), que yo era un enano mental. Su ofensa fue un cumplido porque sé que eso era lo mejor que yo iba a sacar de una persona incapaz de verle lo absurdo de las situaciones.

Por eso es que Genovez debe ver a su aprensión como una ovación de pie de un pueblo de 14 millones de habitantes, incluido su mandatario, el mismo que seguirá ofendiéndose cada vez que uno le señale, de forma satírica, las cosas que hace mal.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

A cuatro grados


Hoy leí algo interesante: Facebook dejó obsoleta esa teoría que las personas estamos a 6 grados de separación unos de los otros; la red social, esa que es odiada y adorada, nos ha acercado 4.47 grados entre nosotros, es decir, estamos a cuatro seres humanos de quien siempre quisimos conocer (al menos en teoría).

Curiosamente el día anterior había leído la historia de un chico que cumplió su fantasía sexual  -ser parte de una orgía- gracias unas “amigas” que hizo a través de Facebook.  Él contactó a  dos jóvenes que le prometían lo que el tanto deseaba. Poco iba a saber este adolescente que esa experiencia sicomorboarrechoafectiva se iba a convertir en las peores 48 horas de su vida: pasó dos días maniatado y siendo lacerado porque las jóvenes promiscuas que resultaron ser parte de un culto satánico-sexual. 

La gente está bien jodida de la cabeza y en realidad cada vez le veo menos positivismo a esto de estar “más cerca”. En teoría lo estamos, digitalmente al menos, porque una vez que apagamos el ordenador, una vez que esas fotos que vemos se convierten en experiencias, somos inválidos emocionales incapaces de saber cómo reaccionar si alguien de verdad se nos acerca; eso sí, para aquel instante ya habrás pensado unos tres tweets irónicos sobre ese encuentro casual.

Las redes sociales nos han juntado a los sínicos, amargados, fresas, yuppies, hippies, hipster, concainómanos y cómicos, nos han enfrascado en especie de condón digital, una barrera que más vale no romper porque si no seremos maniatados y cortados por un par de locas satánicas, o algo peor.

Cuando pienso en esas experiencias que no me sucedieron a mí, pero que pudieron, recuerdo con cierta nostalgia el tiempo en que éramos pequeños teníamos que luchar para sortear el miedo y aproximarnos a alguien y, aunque parezca prehistórico, entablar una conversación que no requiera un tiempo de espera para la réplica. Al menos antes la gente te dejaba de hablar o simplemente no te daba la palabra y uno entendía “sí, no quieren acercárceme”, pero hoy no es así. Hoy cualquiera te acepta una solicitud de amistad y sin más preámbulos se convierte indirectamente en parte de tu vida; indirectamente también, en teoría, se acerca un grado más a ti, eso muy a sabiendas de que tu jamás tendrás intenciones de conocer al contacto en persona.

Esos dos grados que Facebook se jacta en haber acercado a las personas son para mí a la inversa: Mark Zuckerberg logró aislarnos dos grados más. Las personas (y me incluyo) pasamos más tiempo viendo lo que nuestros contactos en el celular hacen, que viendo lo que sucede a nuestro alrededor; cada vez más la polio verbal se acentúa en nosotros y nos vamos convirtiendo en una especie de inválidos sociales incapaces de hacer contacto visual con alguna persona.

De pequeño recuerdo que la gente se citaba a pelar en alguna calle cuando había lago de que discutir, hoy debaten en Twitter sin siquiera darse la cara; antes había que inventarse una excusa para salir con alguien que te agradaba y ver si tendrías la oportunidad de verla de nuevo, hoy pedimos el pin y acosamos en Facebook (hay incluso personas que mantienen relaciones vía internet).

No sé de qué grados de acercamiento nos estará hablando el señor Zuckerberg porque él mismo es incapaz de relacionarse con el mundo exterior sin antes ponerle a sus experiencias un filtro de instgram. Síi bien ahora dialogamos más con personas afines a nosotros, dialogamos con fantasmas, espectros e ideas que creamos de quien esperamos esté del otro lado del mensaje pixeleado; sorpresa que nos hemos de llevar cuando descubramos que del otro lado del ordenador esos mensaje sexis que hablaban de la promiscuidad de una joven de cintura de 45 cm y busto de 95, vienen en realidad de una gorda que no se pude ni parar de la cama, y eso en el mejor de los casos porque también puede que sea un hombre.

Así de cerca estamos los unos de los otros….

viernes, 18 de noviembre de 2011

Benedicto vs Benetton

Benetton lanzó una campaña que conmocionó al planeta: líderes mundiales dándose un beso en la boca, una interesante y bien lograda (en lo que a montajes de photoshop concierne) analogía del choque de ideas. Pero Benetton logró lo que se proponía, atención. Todos los medios de comunicación cayeron como borregos ante la prefabricada polémica (ver si los publicistas de acá aprenden como si hace su trabajo).

Pero lo que me llamó la atención de las múltiples reacciones ante las publicidades, fue la más radical de todas, la del Vaticano, entidad que no sólo condenó la gráfica en la que aparecía Benedicto XVI dándose un beso con el imán de la Mezquita de Al-Zahat, sino que logró hacer que retiren la imagen de los líderes espirituales luego de que amenazaran con demandar a la casa de modas. De repente me vino la luz: ¿cómo una entidad como el Vaticano, esa que hasta el cansancio “promueve” el perdón y la tolerancia, demandaba a una compañía? ¿Dónde está el perdón y la tolerancia en una demanda?

Entiendo que el Papa Palpatine necesite de mucha publicidad para borrar de las mentes de las personas esa cara de pervertido que tiene, pero al menos hubiese dado un ejemplo de tolerancia con el simple hecho de decir: “no, no me gusta, pero los perdono”. ¿No fue el líder de este culto fanático el que perdonó a los que lo mataron? Y ojo que hay una gigantesca diferencia entre lo uno y lo otro.

Lo cierto es que el Vaticano, como empresa, tiene que cuidar la imagen de su líder, y quizás ahora contraten a los publicistas de la campaña de Benetton para lograr mejorar la imagen de esta entidad financiera que de verdad está a la baja: entre escándalos y declaraciones de Stephen Hawkings sobre la inexistencia de Papito Dios, cada vez menos gente se come el cuento, o la hostia.

Que la iglesia reaccione de tal forma ante una campaña publicitaria es aún peor para ellos: cada vez pierden más ese carácter divino que en un principio los caracterizaba y los humaniza más; los humaniza desde lo errores que es lo más triste (para ellos).

¿Qué tiene de malo un beso? ¿Desde cuándo la demostración más universal de cariño se convirtió en un “pecado”? Pero lo que más me perturba, ¿es acaso el hecho de una conciliación de ideas entre dos cultos religiosos algo tan malo?

Mientras que el Vaticano lucha y paga abogados para salvaguardar la imagen del líder de su compañía, miles de personas alrededor del mundo lidian con problemas reales como el hambre, la falta de trabajo o con la derrota de la selección nacional de fútbol, todos litigios mortales que en mi humilde opinión, merecen mucha más atención que un viejo con complejo de deidad ofendido porque no tolera la idea de besarse con un hombre, incluso cuando el mundo entero sabe que es mentira.

(Y asqueroso yo que le dedico un post a este imbécil.)

lunes, 14 de noviembre de 2011

Es cuestion del tamaño

Las medidas nos atormentan: 90, 60, 90; poseer una estatura de más de un metro ochenta, que mi cintura no pase de los 50 centímetros; que esto sea lo suficientemente grande para impresionarlas.

Hablaba el otro día con una amiga y discutíamos la valía de los tamaños: uno ve a un enano con una Ford F150 en la que tiene que montarse utilizando una escalera, ¿cual es el punto de tener un carro así si no vas a poder manejarlo fácilmente? Pero la respuesta es obvia: esos 55,000 dólares de maquinaria gringa son el substituto de los 20 centímetros de altura que le faltan para ser un ser humano promedio.

Uno habla del ser humano promedio, ese que usted y yo somos, y nos damos cuenta que la vida es una competencia: uno debe de una u otra forma resaltar, llamar la atención para ver si alguien se lo quiere comer. No se engañe, los hombre no fueron hasta la cima del Everest o a la Luna porque deseaban cagarse de frio o ver si había algo allá arriba: lo hicieron solo para probar que eran mejores que los demás y así se atosigados por fanáticas que buscarían entregarse a ellos por sus proezas.

Los hombre no creamos las olimpiadas por el hecho que queríamos ensalzar el espíritu humano a través de la competencia sana y deportiva, lo hicimos porque queríamos, en una disciplina u otra, demostrar que somos machos alfa y dignos sujetos de reproducción.

Si ustedes ven, ese cotejo machista de comentaristas deportivos no hacen sino ensalzar las "proezas" masculinas y ojo que las mujeres hace exactamente lo mismo que los hombre pero no reciben tanta atención ¿Por qué? Es muy obvio ¿no? 


Uno como sujeto en edad reproductiva tiene que resaltar del resto: esos que son atractivos no necesitan más que poner el rostro para encontrar pareja; por eso es que no hay magnates pinta o ¿acaso usted, lectora femenina, hubiese siquiera pensado acercase al desgarbado de Bill Gates sin antes saber los millones que tiene? (Conteste con sinceridad que nadie la va a escuchar).

Inconscientemente, cuando uno ve a Usain Bolt corriendo los 100 metros en 9,56 segundo se asombra, pero en realidad lo que uno está pensado (muy en el fondo de nuestros instintos): a este tipo lo va a recibir tanta atención femenina. Eso es lo que uno admira, nada más.

Uno ve a hombres subiendo montañas, lanzándose de edificios sin paracaídas, prendiéndose en fuego, inventando nuevas empresas, comprando los carros más caros, las cadenas más brillantes y acaparando las mayores fortunas y todo porque le hacían falta un par de centímetros de altura o al interior de los pantalones.  

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La razón

De existir una raza alienígena que monitoree a la tierra a través de sus transmisiones televisivas estaría decepcionados de una especie que transmita un show como Jersey Shore. Es peor, yo creo estaría deseosos por venir a colonizar a una especie que puede pasar media hora viendo a un poco de simios esteroidales cortejar a esos seres llamados "Snooki".

Sí, yo vi un capitulo de esa serie y por eso sé de lo que hablo. No voy a ser tan hipócrita como para decir que no lo he visto. Lo que la gente no sabe es que estos (si se pueden llamar) seres humanos ganan 150,000 dólares por capitulo. Sí, usted y yo, prole que ahorramos para comprarnos un carro y dilatamos los pagos años mil, tendríamos que trabajar dos décadas para reunir el dinero que esta gente gana en un solo episodio (show pasan tomando y asistiendo al gimnasio). 

Lo mismo pasó con la gente de Friends, Jennifer Aniston y compañía, ellos llegaron a ganar un millón de dólares por episodio. Yo no sabría como gastarme un millón de dólares si lo tuviese, es más, mi sueldo no me permite siquiera imaginarme como luce un millón de dólares billete sobre billete. 

Hay un dicho: "el trabajo dignifica a las personas", pero sigo sin entender como es que trabajar 14 horas diarias para que después no te alcance para darle lujos a tu familia, sea algo digno. Con esto no quiero justificar el robo, pero la idea de arrebatar las cosas por la fuerza tiene mucha lógica cuando existe la premisa que sin importar cuanto trabajes nunca vas a conseguir las cosas que quieres, porque siendo sinceros no hay nadie que no quiera un Ferrari. 

Y de repente a mi mente viene la metáfora del tráfico: mi mamá y yo somos los que respetamos la fila del tráfico, somos de los que nos calamos los 20 minutos de columna, esperando que sea nuestro turno para girar en una intersección. Pero existen los que giran en doble columna, esos que llegan sorprendiendo al sujeto que esperó 15 minutos a poder girar, se le atraviesan, obstruyen su salida y salen rápido del trafico sin tener que haberse calado todo el malestar de hacer columna (debería haber alguna ley que permita chocar a esta gente). El hecho es que ellos, los infractores, se salen con la suya mientras que lo demás, los que jugamos por la reglas, seguimos en el tráfico esperando a que la vía nos de una oportunidad de seguir. 

La vida no es muy distinta al tráfico: la prole somos los que estamos en la fila mientras las estrellas de la televisión y el deporte son lo que avanzan en doble columna. ¿Oportunistas? quizás, no lo sé. 

Lo que sí sé es que pagar 180 millones de dólares por el pase de Cristiano Ronaldo del Manchester United al Real Madrid, es una cachetada al hambre mundial. 

De la nada los jóvenes ya no sueñan con buscar la cura para el cáncer, sino en ser la estrella invitada para hacer de frontman de una iniciativa contra la enfermedad: siendo la estrella de la campaña puedes costear el tratamiento, siendo doctor quizás ni trabajo encuentres.

Y es que la gente que está encargada de pagar el sueldo de Cristiano Ronaldo y Jennifer Aniston les conviene que seamos sumisos a su idea de felicidad, por eso nos tiene entretenidos con su juego y con su silicona, añorando formar parte de ese jet set: el entretenimiento es su respuesta, el camino la felicidad, porque si dejásemos de ver el fútbol y las sitcom nos daríamos cuenta que nos están haciendo un examen de próstata: ellos tienen la plata, ellos están en el poder, ellos nos pagan poco y así seguirá porque a ellos les conviene. Mientras tanto, y con el doctor palpánmdonos la próstata, gritamos gol y nos reímos de la insípida broma escrita por guionista y dicha por la boca de una voluptuosa y mal actriz (se escuchan las risas pre-grabadas). 

Uno busca razones para entender porque el mundo está como está y la razón es una sola: somos incapaces de apagar la maquina del entretenimiento para despertar del sueño americano, para entender que la culpa de que las cosas estén como estén es sólo nuestra por aceptar las cosas, por conformarse con soñar en pertenecer al jet set antes que cuestionarnos lo mal que está ganar 150,000 dólares por protagonizar una serie en la que el estado de ebriedad es el denominador común. 

Ojalá exista un raza extraterrestre viendo nuestro planeta a través de la televisión y que ya estén programando la invasión, sólo así creo que contemplaríamos la posibilidad de apagar la televisión para huir de ellos y tratar de sobrevivir a la colonización. Pero ni así, yo creo que las personas verían por televisión la invasión, se desinformarían a través de la noticias pero cuando se aburran de ver lo mismo y lo mismo, el mismo alien disparando a los soldados, cambiarán a Jersey Shore (risas pre-grabadas). 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Cualquier idiota

Kevin Carter tomó en 1993 una perturbadora foto que remeció las conciencias de las personas sobre la problemática del hambre a nivel mundial. Estoy hablando de la gráfica que ganó el premio Pulitzer de fotografía de 1994: era la foto de una pequeña que se arrastra sobre una planicie africana mientras un gallinazo esperaba a que la misma fallezca para poder comérsela. La fotografía tiene poder, tiene responsabilidades que la exceden, y no cualquier idiota que se cuelga una cámara al cuello puede decir que es fotógrafo, no al menos que esté dispuesto a cargar con las responsabilidades que deberá cumplir con la historia.

Pero hoy tenemos Instgram, un programa de filtros fotográficos que satura, desenfoca y embellece las gráficas, un programa que en lo personas me parece una patada a las gónadas. Hoy cualquier idiota con un iphone y este programita, se cree un sensible artista que por tomar fotografías a sus zapatos y a los andróginos y escuálidos de sus amigos, se cree fotógrafo. Déjenme decirles que solo son una tracalada de piltrafas, focas aplaudiendo su ineptitud y enriqueciendo el bolsillo del capital gringo que produce más y más programas para “tunear” fotos. No, se los repito, no son fotógrafos.

Hoy en día cualquier idiota se cree no sólo fotógrafo, sino en la capacidad de hacer cualquier cosa: como tenemos el GPS ahora cualquiera se cree chofer de cooperativas, claro que cuando estrelle el bus porque en realidad no lo supo manejar, se dará a la fuga para no hacerse responsable de los muertos sobre la carretera; cualquier idiota con lentes Wayfarer y camisa de cuadros se cree intelectual; cualquier tarado que ha escuchado toda la discografía de los Beatles se cree en derecho de ser crítico de música; cualquier idiota y drogadicto que sabe tocar la guitarra ya se cree artistas. El mundo está lleno de idiotas que se creen personas: cualquier tarado con un título de cuarto grado universitario (y doctorado honoris causa), no sólo se cree el último gran empresario del país sino que se cree un revolucionario con aspiraciones a presidente de la república. Le digo algo: ni García Márquez ni Steve Jobs tuvieron un puerco cartón universitario.

Con lo último me desvié un poco del tema, pero sigo en la misma línea: hoy los idiotas son más, son mayoría, y como vivimos en un sistema tan caduco y absurdo como la democracia, tienen la razón.

Pero sí, cualquier idiota hoy en día puede ganar protagonismo: ya no hace falta tener talento, solo ser idiota y nosotros celebramos el hecho. Cualquier payaso que haga el ridículo en Youtube, si vive en EE.UU., puede ganar millones y hacerse famoso, cualquier drogodependiente que tuitee estupideces se convierte en tuitstar (y créalo o no, en Colombia y México esta gente gana plata promocionando productos); hoy cualquier boba con ganas de operarse el busto y mostrarlo en TV ya es presentadora de programa de variedades; y en un país como el nuestro, cualquier idiota que se caló 5 años de estudio y un masterado ya es tildado de genio y profesor non-plus-ultra en una universidad de pacotilla, universidades que son incapaces de hacer investigación y aportar con algo de interés al país ni a la humanidad.

Yo no estoy pidiendo profesionalización, la profesionalización con un titulo no solo es burdo sino que inútil, lo que pido es gente comprometida con la realidad y que deje de hacerse fantasías en sus cabeza: no porque andan tomándole fotos a sus amigos con ropa de otros amigos que se creen diseñadores, van a ser fotógrafos profesionales de estudio. Ya quisiera yo que venga Annie Leibovitz a enseñarle a esta gente lo que creatividad es.

Esos seudo fotógrafos son los mismo que el 30 de septiembre del 2010 se escondieron en sus casas, guardaron su cámara bajo llave y rogaron que nada les pase, eso hacian mientras un amigo y compañero, Gerardo Menoscal (responsable también por la foto del policía que lo quemaron durante una protesta de la FEUE en Guayaquil) y yo, respiramos gas pimienta de los policías que se tomaron en el puente de la unidad nacional. A él y a mi se que se nos quisieron arranchar las cámaras por fotografiar uniformados que se llevaban personas que protestaban en su contra. Gerardo es solo el que trabajó a mi lado, pero hubo cientos de verdaderos fotógrafos que recorrieron las calles cuando el 30-S sucedía, eso mientras los demás “fotógrafos” se escondían en sus casa.

Y si, cumpliendo con los cánones de mi generación, la generación de los idiotas, yo también soy un idiota que porque tiene un blog cree poder opinar y más aún, que los demás tiene la obligación de leerlo.

domingo, 30 de octubre de 2011

El amor de mi vida

Ves a una pareja de ancianos cogidos de la mano, él, impotente desde hace más de dos décadas y ella, una víctima más de la gravedad, son el centro de atención de hombres y mujeres que creen que el amor es posible; ellos lo lograron: el amor existe.

Nadie se detuvo a pensar si esa pareja de ancianos es feliz o si simplemente están junto porque ninguno de los dos tiene el valor de decir que ya no se aguantan. Esto es mucho más creíble que lo primero. En sus pervertidas mentes lo único que pueden pensar es que esa pareja son el uno para el otro, que ambos, años atrás, encontraron al amor de sus vidas.
El amor es una reacción química del cuerpo la que permite que la raza se siga procreando. Dicho esto, el amor es la respuesta que encontró la naturaleza para que nosotros las personas sigamos poblando el planeta.

Sí, la afirmación es un poco cruel y deja de lado todo ese misticismo con el que las superproducciones hollywoodenses han cubierto a las relaciones de pareja. En fin, hablar de amor es entrar a debatir un tema en el que todos creemos tener la razón, un tema del que todos hemos sido participes en algún momento de nuestra vida y del que desgraciadamente todos quieren opinar.

Pero el amor es un problema en si; por amor se han tomado las peores decisiones del mundo, y creo que todos concordamos que una persona enamorada tiene la capacidad de discernimiento y raciocinio de un orangután hambriento.

Son cinco millones de años de evolución y los humanos aún seguimos enamorándonos. Es una vergüenza.

Por amor es que la gente se casa, deja todo abandonado y se embarca en la odisea de convivir con una persona a la que empezará a conocer cuando deje sus calzoncillos tirados en la mitad del cuarto; por amor es que la gente confía y “olvida” ponerse condón; por amor es que la raza está como está: mujeres altas y de kilométricas piernas se enamoran de enanos desabridos con los que decidirán procrear hijos que por razones obvias, saldrán más pequeños que ella acabando así con décadas de buenos genes, todos tirados a la basura. El amor es una enfermedad mental que hace que seamos incapaces de tomar las decisiones correctas.

¿Cuantos jóvenes no habrán dejado una beca en el extranjero por quedarse con la pareja que un año después le pondría los cachos y acabaría con su relación y la vida profesional del que alguna vez fuera su amante?

Y a la larga la culpa es de nosotros, somos los únicos responsables de mal interpretar esa idea del amor: las películas tienen mucha responsabilidad también en este asunto, son historias que se saltan de momentos felices en momentos felices y que construyen una realidad paralela que incluso tiene un final feliz (o triste). Porque el amor no son si no más que instantes: una caricia en un momento justo, un beso tierno o violento en el instante preciso; un gesto de cariño que antecede a una velada de perversiones (y es aquí donde interviene la parte química). Instantes, el amor es solo instantes, no una eternidad de felicidad tal y como en las películas.

Es por eso que las relaciones que duran son las que no se basan en instantes sino en complementos: las parejas que abandonan lo irrazonable de los momentos para convertirse en indispensables extensiones de la persona (y como idiota yo también creo tener la razón en el asunto).

Ahora, la próxima vez que estés sentado frente a esa pareja que tanto deseas, recuerda: abre los ojos, mírala bien, por más que sepa hacer bien las cosas en la cama, por más que cumpla tus caprichos y aberraciones, ella es la misma que no tolerará calzoncillos sucios en la cama; lo más probables es que como estás enamorado ni siquiera veas que ella en realidad es una mujer fea, y vamos a ver como le explicas a tu mamá que ella va a tener nietos feos. Sí, esa es a la que tanto llamas "el amor de mi vida".

lunes, 24 de octubre de 2011

Otros muertos

A Muamar Al Gadafi lo mataron de un tiro en la cabeza después de recibir una paliza en público. A mi no me importa en lo más mínimo lo que le pasó a este señor, no por insensible si no que no representa ninguna puerca influencia en mi vida ni en los que me rodean. De hecho, el único motivo por el que lo nombro es porque en el medio para el que trabajo me tocó escribir una página entera de él y recoger reacciones de las personas que criticaron la forma en que este caudillo murió.  Hay quienes se horrorizaron con la forma en que los rebeldes libios acabaron con el ex dictador pero yo de verdad los entiendo, yo hubiese hecho lo mismo.

Pocas cosas me emputan tanto como el puritanismo de la gente. Esos que criticaron la paliza que le metieron al señor con pinta de reguetonero chiro eran los mismos que celebraran la incursion de la OTAN (entiéndase bombardeos) a Libia. Sí, así de incoherentes son: celebran la masacre que ocurrió en ese horrible país pero condenan la "brutalidad" de un grupo de personas contra un hombre que socavó a un país por más de 40 años.

Coincidencia o no, este ha sido el año de las "célebres muertes". En los últimos meses hemos sido testigos de las defunciones de algunos "personajes": ahora fue Gadafi, también lo mataron a Bin Laden, Steve Jobs corrió con la mala suerte de morir en el año que más tiranos fueron ejecutados (aunque hay quienes dicen que Jobs no era ningun santo. Nunca lo sabremos). Ahora, muchas personas toman posturas con estas defunciones incluso sabiendo que no representan en sus vidas lo más mínimo (incluso la de Jobs).

Es como un mecanismo de defensa que usamos: debemos siempre cuestionar la muerte y siempre cuestionar a los muertos ajenos, de alguna forma tener un opinión sobre un drama ajeno nos hace olvidar lo problemas personales.

Recuerdo en el colegio discutíamos sobre eutanasia y sobre lo mal que tratan a los ancianos en los asilos de Alemania, pero nunca nos obligaron a cuestionarnos si era normal que tanto niño pida caridad en nuestras calles, o si era necesario indignarnos por la impunidad del sistema legal ecuatoriano.

No se cual es la fascinación de las personas por los fallecido, no la entiendo en realidad. Yo he fotografiado y escrito sobre muertos porque es lo que la gente lee (o al menos ojea), eso y sobre los videos porno de los famosillos.

Ver fotos de Gadafi desagrandose mientras un par de libios bailan de alegría nos parece inhumano, leemos la noticia el diario de camino al trabajo sin observar que fuera de la ventana hay un niño de 8 años pidiendo caridad y que no tendrá futuro. Indignarse por el enturbado muerto está bien, la indiferencia por el futuro del infante también está bien.

Somos mojigatos que nos tildamos de moralistas siempre que el problema no nos concierna a nosotros. El aborto les produce repulsión: ¿como una madre va a acabar con la vida de un indefenso feto?, dicen todos esos que llevan denarios y crucifijos pero ninguno de ellos va a donar un puerco centavo para la crianza, educación y alimentación de ese niño que en el peor de los casos tendrá una vida miserable. Cuando el problema es ajeno toda decisión es cruel. Así de incoherentes son.

Mientras en los hogares más opulentos siguen retorciendose de las nauseas y el asco que le produce ver a un grupo de personas celebrando la muerte de un genocida, les es indiferente el hecho que la paga que le dan a sus sirvientas no le alcance para costear la correcta alimentación de su hijo (el de la sirvienta me refiero). Ese niño que tuvo que parirlo porque un grupo de puritanos no la apoyó en la decisión más coherente, es el mismo niño que desnutrido por no tener alimentos ingresará a un hospital que su madre (una sirvienta) no puede costear. Ese niño fallecerá (hay muchos casos así), pero nosotros seguimos horrorizandonos por esos otros muertos de los que si vale la pena discutir. 

viernes, 21 de octubre de 2011

Plazos

Todos los meses me llama una mujer a mi teléfono, ella me explica paso a paso lo que quiere que haga y a donde tengo que ir. Ella es la que me cobra el saldo pendiente de la tarjeta de crédito. Sí, todos los meses me llama; quizás ya sea hora de hacerme amigo de ella.

El plazo que tengo para pagar mi tarjeta vence justo unos días antes de mi quincena, casi como una advertencia tácita: “no te gastes la plata que tienes deudas que pagar”. La cancelación de esa deuda también tiene un plazo porque si no la pago los hijos de puta del banco agregarán un valor más (el interés) a los que tan elegantemente llaman “saldo pendiente”.

Vivimos de plazo en plazo, cumpliendo con nuestro deber de responder a quien tengamos que responder en el momento exacto que ellos esperan que respondamos: el banco añora que los 15 pague mis deudas, los profesores esperan que entregue los trabajos en la fecha que estipularon; tu pareja espera que cada mes recuerdes el aniversario de su relación para así recibir un regalo; tu jefe espera que entregues sus encomiendas en la fecha exacta que el estipuló como límite exacto para que la compañía, (medio de comunicación, empresa) siga funcionando a ritmo continuo. Plazos.

Uno debe llegar a tiempo al trabajo, eso sí, no hay hora de salida, pero si no cumples con lo estipulado (8 horas), te descuentan el sueldo. Tu hijo, hermano y/o entenado debe llegar todos los días a tiempo al colegio y deberás recogerlo a una hora específica también. Si no lo haces tal cual está indicado en el horario, eres un mal padre, padrastro y/o hermano.

Y llegamos a mi punto: el problema de no poder cumplir con los plazos es el convertirte en esa tiránica, incumplida e irresponsable persona que nadie quiere tener a su lado. Nadie quiere contratar a un tipo que no entrega sus encomiendas a tiempo ni graduará a alguien que no presenta los deberes; nadie querrá estar junto a un novio que no entrega regalos cada 15 del mes y ninguna tarjeta dará crédito a alguien que no paga sus deudas a tiempo.

Aquí, en este mundo de plazos, nadie tiene tiempo a ver él porque uno no pudo cumplir con la fecha establecida, tampoco es que alguien le importe. Si fueras alguien importante no deberías cumplir los plazos sino que los establecerías a tu gusto.

Plazos: ese invento macabro con el que nos distraen a diario para que no tengamos tiempo de detenernos de pensar lo absurdo que es tener que revisar casa 15 minutos ese aparatito que llevamos en la muñeca, el reloj, para saber si estamos tarde para ir a algún lugar a hacer algo que no queremos hacer. La vida es sencilla, nosotros nos complicamos inventando esa cosa llamada tiempo (les cuento un secreto: no existe).

Ahora, sí hay un plazo que se debe cumplir a raja tabla, que se debe respetar como si fuese (y lo es) sagrado; estoy hablando de ese plazo que se cumple mensualmente cada 28 días y que nos asegura que podemos seguir siendo los cabrones irresponsables que somos ya que no habrá una boca más que alimentar. Recuérdalo.

domingo, 16 de octubre de 2011

21 descubrimientos ecuatorianos

*insprado en la columna de Gustavo Gómez, para Soho Colombia*

1) Que los sábados al medio día no se enciende el televisor (a menos que se tenga televisión por cable).

2) Los taxímetros son un mito.

3) Que el cabello crece más rápido si es cortado cuando hay luna llena.  

3) Que forrar de plástico los muebles hará que se conserven intactos.

4) Nadie esta obligado a entregar factura.

5) Se escribe: Ciber-café y es un lugar donde se hacen llamadas.

6) Si se calienta todos los días el aceite para freir chancho no hay necesidad de cambiarlo en dos meses.

7) Que nadie te negará un poquito de arroz para el caldo.

8) El borojó es el equivalente al viagra.

9) Que uno puede edificar casa donde le de la gana porque previo a las elecciones legalizan los terrenos para ganar más votos.

10) Que batir a los bebés hace que les de sueño.

11) Los descuentos del 50% sólo aplican para mercadería que lleva más de un año sin venderse.

12) El encebollado es el remedio más efectivo contra la resaca.

13) Que las marchas y plantones no solo hacen más seguro al país sino que también curan el cáncer.

14) Toda rubia es gringa.

15) Los cheques son comestibles.

16) No importa que el equipo de fútbol tenga los mismos jugadores desde hace un año, si el equipo pierde es culpa del técnico.

17) Los jueces pueden leer El Quijote y sacar un resumen de más de 150 hojas, en una noche.

18) A la universidad se va a sacar título, no a aprender.

19) Que uno nunca sabrá lo que come si pide chaulafán de 1 dólar.

20) Todo presidente sabe exactamente las deciciones que mejor le hace al país solo después de que terminó su periodo de mando.

21) Sí, un ecuatoriano, Pedro Vicente Maldonado, descubrió la planta con la que después harían caucho...

viernes, 14 de octubre de 2011

Logros insignificantes

En el 2007 me gradué del colegio y como todo púber hambriento de conocimiento, como adolescente maravillado con las historias de un barbudo que recorrió el continente en moto, me contagié de sentido nacionalista que hizo que rechazara la idea de irme a estudiar al extranjero. Yo, el patriota con ganas de convertirse en mártir me quedaría en el país apoyando a la educación nacional, demostrando que no es cuestión de abandonar el país para crecer; para demostrar que el que quiere puede.

Hoy tengo 22 años y abandoné dos carreras antes de enbarcarme en el estudio a distancia el mismo que me parece absurdo e ineficiente. Aún no doy señales de conseguir un título universitario. Eso sí, tengo 375 seguidores en Twitter, un trabajo con remuneración aceptable y un carro que aunque viejo, es mío. Esos son mis logros.

Si a los 17 que abandoné el colegio me hubiesen dicho que esta sería mi condición a las dos décadas dos años, no lo hubiese creído. Para esta edad yo no solo ya habría tenido un titulo universitario si no que ya hubiese recorrido sudamérica y hubiese triunfado en dos revoluciones. Lo cierto es que soy mas prole que el prole promedio: el horario de trabajo que alguna vez juré no respetar dicta mis días y mis horas, mis ratos libres y mis actividades. Aunque me gusta mi profesión sigo siendo el empleado que juré jamás sería.

El otro día revisando mi closet descubrí que ya tengo un termo, dos corbatas y zapatos de suela, ahí descubrí que aquel soñador que alguna vez conocí en el colegio, había desaprecido,;ya no estaba ahí, murió el día que abandonó la primera carrera para dedicarse a ganar dinero para tener un poco de libertad. De todas formas el yugo paternal es algo del que no nos libramos sino hasta recibir la primera quincena. Luego los meses solo contarán de 15 días en 15 días. Me deprime solo pensarlo.

Por eso es que cuando veo que nada en mi vida salió como yo esperaba, intento animarme repasando los minúsculos logros que tengo: tengo trabajo y un sueldo, algo que en este país si cuenta como logro, mi carro, que recién terminé de pagar, ya es mío (tres hurtas para mi), si bien ni tengo un cartón que me acredita como periodista, lo soy.

Alguna vez Jhon Lenon dijo: a working class hereo is something to be; él lo dijo sabiendo que el día que muera la lápida de su tumba sería venerada por décadas por quienes somos sus fans; los demás working class heroes serán los que mantendrán limpio los alrededores de sus aposentos. Lo cierto es que nadie venera a los "héroes de la clase trabajadora" porque ninguno de nosotros es un héroe en realidad. Ninguno de nosotros tiene logros que valga la pena resaltar.

Uno espera siempre cosas grandes para si mismo cuando es un niño, uno nunca dice que quiere llegar a ser la cajera de un banco o la recepcionista de una oficina, uno dice que quiere llegar a ser el mesero de McDonals ni el periodista que pone la radio mientras habla el alcalde, no; uno siempre espera llegar a ser la persona que debía todas las miradas al llegar; pero no lo somos.

Eso pequeños logros por los que sacamos pecho, de los que nos enorgullecemos, no son nada en realidad. A mi nadie me felicita por desvelar conspiraciones del gobierno; los que te felicitan al graduaste y obtener un título son los mismo que te negaran un puesto de trabajo. Los logros grandes son los que cambian las vidas de las personas hasta los cimientos y en verdad yo no veo como el recibir un cheque cada quincena nos haga mejores personas ni mejore el mundo.

Ya tengo 376 seguidores en Twitter. Sí ya estoy un paso más cerca de hacer el mundo un lugar mejor.


Pero al final de todo, yo no quiero hacer del arreglar el mundo, el mundo ya está jodido. A mi lo único que me importa es que al final de todo, mi mamá no se sienta decepcionada de mí. Hasta ahora no he ningún puerco mérito para enorgullecerla.

martes, 11 de octubre de 2011

El reality

Ya no tengo ganas de encender el televisor, lo hago por costumbre más que nada. Es como si el ruido de los programas me arrullara para dormir, pero en realidad no veo el contenido. En la televisión no hay nada que ver porque en el mundo no hay nada que ver: los programas son un termómetro de lo que sucede en la actualidad, un reflejo de la realidad, y la realidad es un puerco concurso de popularidad.

El pasado domingo mi ciudad, Guayaquil, cumplió 191 años de "independencia". El berreado Malecón Simón Bolívar fue una vez más la tarima en la que los seudo políticos del medio dimitieron por ver quien congregaba más personas a sus actos de homenaje a la ciudad. De repente lo que se decía un homenaje a la ciudad se convertía en un concurso de popularidad. *aplausos*

Las masas se han convertido en un sinónimo de calidad: si tiene muchos seguidores, muchos fans, mucha gente que le sigue la corriente, eso es ser bueno. Por eso es que Arjona es "mejor" artista que Luis Alberto Spinetta, o al menos eso dice la Billboard cuando califica de exitoso al incongruente guatemalteco. 

Lo curioso, penoso y preocupante es cuando esta enfermedad, la populitis, abandona el universo del entretenimiento y llega a la política (que siempre a sido así). Las decisiones más importantes que se toman en el país se las ejecuta como un reality show: se exhibe a los políticos mientras intercambian peyorativos, y nosotros maravillados .

Ese es el problema del show de la democracia: se trata de una votación de popularidad, la gente vota por lo que quiere, no por lo que necesita. Los medios no contribuimos mucho en mejorar las cosas puesto que somos simples reproductores de un mensaje y damos un mórbido protagonismo a los personajes que más atención atraen, más no a los que más ideas aportan.

Es por eso que es mejor mostrar a un tipo bailando en una tarima que a un humanista debatiendo, y claro, si es de transmitir un debate debe ser uno en el que participen personas que se sacarán los ojos verbalmente. No importa que debatan sobre los problemas de la educación del país, no, nosotros lo que queremos ver es aun millonario que, tras ser acusado de no pagar impuestos, se descontrole se ponga rojo y esté apunto de darle un infarto mientras sus demás opositores se ríen.

La democracia es un show mediatico que no funciona. Las masas son muy volátiles, se dejan llevar con tanta facilidad que nunca serán capaces de escoger lo que necesitan. Nunca lo harán, nunca.

No estoy diciendo que debamos vivir en una dictadura, porque ¿qué es peor que un solo tipo acaparando todas las malas decisiones y nosotros sin capacidad de impedirlo? Lo que digo es que tener la libertad de escoger es tener la opción de equivocarse.

Es tan fácil elegir mal cuando estamos en un constante debate de popularidad: realities que te exigen salvar a tu personaje favorito que a la larga no se diferencia en mucho la política, porque a la larga los politiqueros nos piden su aprobación y nosotros se la damos, los salvamos de ser eliminados del programa. Al fin del año, los "artistas", esos que más discos venden, lo que más pasan en la radio, lo que la gente más pide que suenen, actúen y demás, son galardonados con estatuillas, palomitas de maíz dorados y cualquiera de esas vainas que les dan, y nosotros nos comemos el cuento que se está premiando a un producto de calidad, y nos enorgullecemos. Votamos, elegimos por algo bueno, por algo que es de calidad.

Lo difícil es que al menos uno puede apagar la radio, uno puede elegir no ver televisión, pero en la vida real no hay botón para apagar el show del mundo en el que uno no es un mero espectador sino un participante anónimo, uno que quiera o no debe participar de es reality show.

Así que envie un mensaje al 2880 con las palabras: ME JODÍ, para que se gané un pase de cortesía para disfrutar del show en primera fila. Quiera o no igual va a tener un puesto en el show y al menos que sea uno en primera fila. 

martes, 4 de octubre de 2011

Apellidos

Nunca he digerido a Jodorowsky. Todo ese cuento de la sicomagia, de la filosofía de borracho amanecido, no la digiero, no la paso, no la trago.

Hay mucha gente que alaba a este hombre, que idolatra y venera las palabras que nacen de sus dedos: "se tu mismo", tal y como si fuera la idea más original del mundo; pues déjeme decirle señor de apellido europeo que la publicidad se le adelantó muchos años: el "se tu mismo" ha sido la estrategia más usada por publicistas para que la gente use sus productos y se sienta original. Quizás Jodorowsky es un publicista con un producto que se vende bien y como casi todo producto popular, es un mal producto.

Quizás la gente toma en cuenta a Jodorowsky por eso, por su apellido raro. Si uno de mis paisanos, un cholito de la calle al que llamaremos Juan Piguave, dijese lo mismo que este seudo chileno, nadie lo tomaría en cuenta. Que sabe un Piguave de la vida, un Jodorovsky sí, su apellido es casi tan impronunciable como la primera vez que leíste el apellido de Dostoievski (ambos suenan similar), de ley sabe de la vida, de ley tiene algo importante que decir.

A la larga uno con un apellido como Delgado no tiene nada que hacer en este mundo. Mi apellido no señala nada, no indica una presencia absoluta, no suena europeo y por ende la gente nunca me tomará en serio sin importar que diga las cosa más profundas del mundo (que no lo hago).

No hay que engañarse, somos un pueblito que se cree país y donde aún creemos en la omnipotencia de un apellido.

No menosprecio la obra de Peter Musfeld, el artista alemán radicado en mi ciudad (que tampoco considero un maestro), pero si se hubiese llamado Pedro Aguirre aún seguiría mendigando para vender sus cuadros.

A la larga mi apellido es una maldición (no es que me avergüence de ser quien soy), pero es una maldición en todo sentido. Mi papá es una leyenda viviente del deporte y yo llevo su mismo nombre. Mi nombre, aunque sin "potencia" aparente, siempre me antecedió. La gente siempre esperó más de mi de lo que yo en verdad era o podía ser (al menos en el mundo deportivo).

Mi apellido me trajo muchas concesiones y consideraciones, muchas más de las que hubiese querido, muchas menos de las que en realidad mi papá se merecía, pero cuando finalmente abandoné el universo deportivo me di cuenta que el nombre de papá solo era una palanca si me dedicaba a ser deportista: acá en el mundo de las letras, del periodismo y demás, son otros los apellidos concesionados; pero apellido en fin. No vale el talento, no vale el esfuerzo, solo que tengas apellido de líder editorial o un patronómico impronunciable.

Por eso es que mi plan en esta vida, si es que en algún momento entro en la demencia de tener un hijo, es irme a Rusia, al campo, allá adentro donde hay espigadas rubias con apellidos de doce letras (once consonantes y solo una vocal, esos que necesitas una clase de un día para aprender a pronunciarlo), hacerle un hijo (que de paso nazca allá para que no tenga problemas de Visa ni nada por el estilo) y luego traérmelo al Ecuador. Acá, con su apellido de doce consonantes y una vocal será todo un galán (hay muchas chicas que querrán su apellido), y sí, cuando desee escribir filosofía de cajón yo no me molestaré cuando me pregunte si puede omitir el apellido Delgado y solo firmar con el patronómico materno. No, no me molestaré, lo entenderé con tal que me convide las regalías de los miles de dólares que ganará vendiendo libritos con frases que nadie entiende ni cree, pero repiten como loros para sentirse inteligentes y profundos. 

jueves, 29 de septiembre de 2011

La culpa

En la calle la luz dice que los peatones no pueden cruzar pero igual lo hacen. El nivel de educación de un país se mide por la capacidad de sus habitantes para obedecer señales. Acá nadie lo hace y eso dice mucho de nosotros. 

Ecuador no es distinto a Suecia, no (bueno quizás ellos tiene más rubias pero eso es otro cuento), tanto allá como acá hay las mismas señales de tránsito, los mismos símbolos y las mismas leyes -eso sí, las multas son más elevadas allá-. Somos prácticamente las mismas personas, los mismos órganos y el mismo cerebro, tanto ellos como nosotros somos personas, entonces ¿por qué carajo ellos si respetan los letreros y nosotros no?

No es que Suecia sea un mejor país (que sí lo es), lo que pasa es que allá funciona lo que acá no: el factor humano. 

Es fácil decir que el país está jodido, que nada funciona y que la culpa es del presidente, eso lo hemos hecho toda la vida pero lo cierto es que nosotros lo pusimos en ese lugar así que ¿la culpa es nuestra?

Tenemos un don, una habilidad única de deslindarnos de las responsabilidades. La culpa es de alguien más: la culpa es del recogedor de desperdicios por no pasar justo en el momento que yo estoy botando la basura -muy a sabiendas que el carro recolector pasará mañana en la noche-. La culpa es del gobierno por no poner agua potable y luz en un lugar que yo invadí. La culpa es del hijo de puta que no vio que me pasé la luz roja. 

Pero todo esto sucede porque el orden natural de las cosas es el desorden (por más ilógico que suene). Los sistemas funcionan en el papel porque son eso, sistemas, teorías que regulan un ente irregulable: la voluntad de las personas. 

Un gordo compra la última Men´s Health para seguir paso por paso la rutina de ejercicios y dieta. Un mes después pese a que la revista dice que iba a bajar 15 libras, el solo ha bajado 3. No es su culpa, no; el comer a deshoras y hacer menos repeticiones de las que le indican no tiene nada que ver con él no haya seguido las instrucciones y no haya bajado de peso. La revista es la que no sirve. Así es siempre. 

Ese mismo gordo es el que va a un bar después de haber leído todos los trucos de conquistar a una mujer que en la Men´s Health aparecen, pero no liga con ninguna. La culpa no es que la mujer no lo encuentre atractivo, la culpa tampoco es su incapacidad de hacer otra cosa que no haya estado escrito en la revista, no, la culpa es de la gaceta que no dice la verdad. 

El mismo gordo pensará después que si el viviera en Suecia, donde las cosas si funcionan y donde la alimentación es mejor; donde las mujeres son más liberales, él tendría una mejor vida. Todo esto lo piensa mientras se apura a cruzar un paso cebra y llegar al otro lado de la calle. La luz dice que no debe pasar, pero el la ignora, como todo lo que ignoró en la vida, así como no se percató del carro que a toda velocidad venía por su izquierda. Y sí, cuando lo atropellen tampoco será su culpa porque aunque el ignoró todo, era obligación del conductor detenerse y no matarlo. La culpa era de quien pese a tener luz verde no frenó a tiempo. 

Puerco país que no funciona. 

viernes, 23 de septiembre de 2011

Idioma

Recuerdo la película “No man`s Land” (2001), un filme que expone criticas mordaces a la incapacidad que sufren los países a la hora entenderse los unos a los otros. Bueno, al fin y al cabo es solo una película, aparte de criticar solo expone lo ya aprendido, que somos una raza de mierda (los humanos), y hacemos hasta lo imposible para no entendernos ni comprendernos.

Hoy, el presidente de la República, Rafael Correa, dio un discurso en la universidad de Columbia, New York, en el que evidenció su nivel de inglés; juro haber pensado que era infinitamente mejor. Me pregunto ¿Cuánto de lo que habrá querido decir se perdió en el intento de traducir ideas del español al inglés? De hecho, no entendí muchas de las -no por su marcado acento- porque se detenía mucho a pensar como decir las cosas (ojo, como decir las cosas).

A veces en que ni en nuestro mismo idioma sabemos las cosas. Es una costumbre que tenemos para escuchar solo lo que queremos, pero jamás detenernos a analizar lo que nos están diciendo. Cuantos problemas y frustraciones nos hubiésemos ahorrado si desde el principio hubiésemos comprendido que “no, no tengo intensiones de irme a la cama contigo” o “no, jamás conseguirás ese trabajo”. Solo por nombrar algunos de los pequeños mal entendidos que se generan cuando dos personas no hablan en la misma frecuencia.

Es que siempre estamos intentando dar un doble discurso, balbucear cosas en español pero en realidad hablar pendejadas, o acaso nunca han dicho el tan berreado: “¿una mujer tan linda como tú por qué está sola?”, que se traduce: “estoy desesperado”. O cuando tu jefe dice: “necesitamos mejorar la producción, ha disminuido la calidad del trabajo”, que se traduce: “¡estamos valiendo, carajo trabajen!”. Pero uno, proletario, hombre y/o mujer, esperanzado en que las intensiones de las personas siempre son las mejores, (o al menos intenta creerlo) solo escucha lo primero y no se da cuenta que lo que en realidad vale, es lo segundo.

Sí, todos hablamos la misma lengua, pero no el mismo idioma. Nos acostumbramos tanto a decir las cosas en un mensaje encriptado que podemos en el camino se pierde el significado de nuestras palabras. Tenemos que hablar así porque si dijésemos las cosas que en realidad pensamos (los hombres), las mujeres se espantarían de las cosas que nuestro cerebro puede generar cuando de ellas se trata; tenemos que hablar así porque se develásemos nuestras verdaderas intensiones, el negocio con la competencia nunca saldría y nos quedaríamos sin el banquete millonario; debemos hablar así porque si mostráramos lo jodido que está el país en realidad, lo más seguro es que hubiese un pandemonio en las calles.

Como en “No man`s land”, las personas necesitamos del doble discurso para sobrevivir, para convivir hasta que llegue la oportunidad de aprovecharnos de la persona que ingenua, no comprendió nuestras intensiones; porque el idioma nos habla de todo menos de las intensiones. De mi boca pueden salir las palabras más nobles, de cómo donar una indemnización millonaria a un filantrópico proyecto ecológico, de cómo mis intensiones son la justicia y mi bandera el honor, un ciudadano cansado del atropello; lo puedo decir en las palabras más bonitas, porque el castellano se presta para adjetivar de las formas más melosas posibles, pero ustedes jamás sabrán lo que yo deseo, ni lo que voy a hacer.

Oh, y sí: “I can tok Wachinton too”.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Nadie nos lee

No creo que sea coincidencia que Superman (A.K.A. Clark Kent) sea un periodista. Hay algo realmente noble en esta profesión, o había algo noble, en comunicar a la comunidad los hechos más trascendentales. Había que ser un súper humano, una persona íntegra de cabo a rabo para no solo reproducir los hechos sino también participar de los mismos (como Superman), quizás no con la mirada calórica ni levantando los trailers chocados, pero si involucrándose en la noticia, comprometiéndose para que esa denuncia que uno realizaba, cambie.

Pero ahora en estos tiempos uno denuncia y no pasa nada. Los diarios se llenan de noticas (hay publicaciones de hasta 32 páginas diarias) con temas, llamados de atención y vicisitudes diarias, pero todo sigue igual. ¿Por qué? Porque nadie nos lee.

A la larga ser periodista de prensa escrita es lo más cercano a ser un esquizofrénico que habla con un personaje imaginario, un John Nash de la información que escribe con la intención de ser leído pero que a la larga, el papel sobre el que va su noticia servirá para madurar aguacates o como material para fabricar monigotes de fin de año. Sí, así es, es mejor no engañarse.

A veces uno va a una cobertura, a una entrevista mejor dicho, y cuando el intercambio de pregunta-respuesta termina, viene esa interrogante que es una patada en las gónadas: "¿Cuándo sale publicado?" La pregunta es una tácita afirmación que el entrevistado no tiene la más mínima intención de sentarse a leer todos los días el diario, no, el solo comprará el pasquín de noticias el día que salga publicado, el día que a él le interesa; los demás diarios son para secar el meado del perro que interrumpió con sus ladridos durante 30 minutos, la entrevista.

En realidad nadie nos lee, la gente no quiere leernos, no desea informarse a menos que verse en las secciones de farándula, sonriendo para la cámara con un vaso de whisky en la mano, sea informarse.

No le hecho la culpa a la televisión, no; yo se que los medios televisivos tienen las primicias y que la prensa escrita tiene que romperse la cabeza viendo como le da la vuelta a los hechos (o encuentra un dato que no reprodujeron en pantalla), para hacer la noticia legible. Pero ahora las redes sociales opacan las exclusividad de la que antes gozaba la televisión y aun así, igual que con los noticieros, en las redes sociales a la gente tampoco le interesa informarse, no les interesa a menos que la información sea un escándalo tipo “el último video porno de X persona”.

El último trabajo que yo escribí fue un análisis sobre la evolución de las temáticas cinematográficas del celuloide nacional en la última década. Si 20 personas lo han leído es mucho. No es que no me enorgullezca de mi texto, estoy más que orgulloso de haber formado parte del proyecto pero si me gustaría saber que más gente estuvo pendiente de lo que yo escribí. Ni una crítica del mismo artículo, ni un comentario.

Por eso es que hay veces que me gustaría pedir una licencia, un permiso para hacer un experimento: me encantaría publicar una “noticia” en los diarios, una diatriba peyorativa a los lectores, una nota corta llena de insultos, reventada de adjetivos hirientes hacia los lectores. Algo me dice que la leería, nadie, y entonces comprobaría lo que para mí es un hecho: no hay profesión más esquizofrénica que ser periodistas (de prensa escrita). ¡Salud!

viernes, 16 de septiembre de 2011

La realidad nacional y el cine: una década de ejercicios

*texto publicado en el diario del cine Ocho y Medio, en la edición especial por su décimo aniversario*

Resulta que hace tan solo unos años, ir a ver una película "made in Ecuador" era algo que sucedía tan esporádicamente que el mero hecho de tener uno de estos filmes en cartelera era un acontecimiento. Desde esta premisa, resulta extraño que los espectadores ecuatorianos no se asombren de la transición que ocurrió durante esta última década con el cine local: hoy la gente hace fila en los salas de proyección para ver filmes nacionales, discute sobre los mismos e incluso los disfruta.

"La transformación se genera no solo en la actitud del espectador ante los filmes, si no desde la forma y las mismas temáticas a los que recurren los cineastas", dice Roberth Mendoza, director de la película Érase una vez en Piñas. Él enciende el debate del cómo los tópicos que abordan las historias escritas por los guionistas y directores han sufrido una transformación, la que aproxima realidades más cercanas y problemas globales al público. ¿Está el cine ecuatoriano listo para hacer películas con temáticas nacionales y que al mismo tiempo puedan ser leídas como algo universal?

Si bien la última década ha significado para nuestro cine un tiempo de cambio y una etapa de madurez, también es un “renacer”. Aún en pañales, la producción ecuatoriana, esa que por décadas permaneció tan identificada con su innegable carácter local, crece para dejar ser "cine ecuatoriano" y convertirse en "cine". Pareciera como si los directores y escritores nacionales superaran conflictos y realidades que, según entendidos en la materia, dieron el puntapié inicial a esta nueva ola de “contadores de historias”.

Pero para llegar hasta este punto en el que podemos darnos el lujo de preguntarnos si estamos listos para dar ese gran salto, el cine ha recorrido un gran tramo. Un tramo larguísimo. Si estuviésemos grabando un filme sobre la historia del cine nacional, este sería el momento de un flashback

Regresamos al año 2000: el Ecuador entraba en una crisis sin precedentes, la moneda nacional se devaluó por completo y, aunque vaticinada por los medio de comunicación y economistas, el descalabro económico del país tomó por sorpresa a todos. Una serie de cambios germinaron en la nación, mientras que una generación de jóvenes, hoy adultos, presenciaba con cierta impotencia cómo el país se desmoronaba a su alrededor. Ellos debían buscar una forma de denunciar ese caótico universo que estaban viviendo.

La pauta había sido planteada en 1999 cuando Sebastián Cordero, cineasta quiteño, escribió y dirigió la que es considerada por muchos como el “nuevo inicio” del cine nacional: Ratas, Ratones, Rateros. La película, una historia que se divide entre Quito y Guayaquil, muestra con cierta crudeza la realidad de los jóvenes ecuatorianos que se desenvuelven entre las marcadas diferencias de ese conflicto que existe entre la costa y la sierra, conflicto que acompaña al país desde la época de la revolución liberal. “Cordero sentó un precedente. Él mostró los problemas de un país dividido, mostró drama, nos mostró el cine social. Lo jóvenes aprendieron”, explica Mendoza.

El Ecuador llega al nuevo milenio con una mezcla de emociones: un filme nacional daba de qué hablar en el extranjero, y al mismo tiempo, la nación caía en una recesión, en una crisis no solo económica sino de identidad, lo que desembocó en que el Ecuador dejara de emitir su propia moneda. En el 2000 llegó al dolarización.

Para el 2001, ya con un país destrozado por las administraciones presidenciales y los feriados bancarios, nace toda una legión de creativos que de alguna manera sentían la necesidad de mostrar al mundo lo que sucedía. “El Ecuador no tenía norte, no tenía líderes, tenía una identidad de la que sentía vergüenza. Es en ese momento donde, a través de sus películas, cineastas, nuevos y de la ‘vieja guardia’, intentaron dotar de una identidad a una novel población que sentía la necesidad de reescribir su historia”, aclara Mendoza.

“De repente el generar películas por el mero hecho de hacer cine, pasó a segundo plano”, dice Jaime Tamariz, dramaturgo guayaquileño. “El Ecuador debía, a través de su arte, de esa manifestación ilustrada, empezar a identificarse como nación”, acota. Es así como en el 2002, Víctor Arregui lanza su filme Fuera de Juego, un largometraje que resulta una mezcla entre la ficción y el documental. Juan Castro, un joven de 18 años, observa cómo su familia se hunde en la miseria y, entonces, asume la utopía de emigrar a España para lo cual emplea cualquier medio, a fin de conseguir dinero.

“En esta muestra de cine evidenciamos ya esa urgencia de señalar lo que estaba pasando”, aclara Tamariz. La migración pasó a ser parte de esa constante cinematográfica. “Ya veíamos historias de familias segmentadas por la migración, todo como resultado del contexto histórico del país”, dice.

En ese mismo 2002 aparece Un Titán en el Ring, película dirigida por Viviana Cordero, y que envuelve, al igual que Fuera de Juego, esa temática social de los pueblos de la sierra que, en medio de la crisis, recurren al espectáculo para desprenderse, por unos instantes, de los problemas que les aquejan. “Una metáfora de lo que sucedía entonces”, expresa Tamariz.

“Ese fue solo el inicio de un cine que mostraba el decadente país en el que crecimos”, dice Mendoza. El Ecuador no era espacio solo para un ‘cine de canguil’. “Los pocos directores que se atrevían a agarrar un cámara y salir a buscar financiamiento para una película sabían que el dinero no podía ser gastado en una producción sin sentido. Ellos querían denunciar”, opina el cineasta orense.

El inicio de la transición

Por tradición, el cine ecuatoriano es un cine independiente; producciones de recursos limitados. El hacer películas en el país es estar consciente de que uno va a tener que vestir las mejores galas para ir a tocar un par de puerta e ir a solicitar “apoyo” (tradúzcase: financiamiento), para poder montar ese filme que el director tanto anhela.

En el país hubo una serie de largometrajes de “autogestión” que intentaron cumplir ese planteamiento de interrogantes que identifiquen al público con su país (producción que existía incluso desde antes que la crisis se instaurara). “En el Ecuador se hacía y se hace cine independiente”, dice Carlos Tutivén, sociólogo de la Universidad Casa Grande. “No solo hablábamos de querer manifestar los procesos de cambio y búsqueda de identidad, también se aprovechó ese carácter impactante en los filmes para tener una fuerte reacción del público”, dice el estudioso.

Así fue como nació un ejercicio fílmico que, diez años después, recién empieza a dar frutos. “Tal y como los mexicanos en su época dorada de cine, los ecuatorianos empezamos, si se puede decir, a presenciar el inicio de la que aun no me atrevo a señalar como la industria del cine ecuatoriano”, puntualiza Tamariz. Para el dramaturgo, el país está recién presenciando esa búsqueda por generar un discurso visual, el que aún no termina de estructurarse ni germinarse.

“Es precisamente esa falta de un discurso nacional propio lo que hace parecer que el cine nacional no sale de un par de temáticas”, acota Tania Hermida, directora de la película Que tan lejos. Para la cineasta, la incipiente producción nacional aborda tópicos siempre distintos, pero que relatados desde una misma perspectiva (el realismo social), pareciera estancarse en dos o tres problemas.

“Es parte del proceso natural de hacer cine”, dice Carlos Andrés Vera, director del documental Taromenani y del corto La verdad sobre el caso del Señor Valdemar. “El cine es una herramienta para retratarse y es inevitable que, si tenemos realidades duras, estas se vean reflejadas en el celuloide”, expresa.

“El cine nacional sí tiene ese tinte de crítica social, que es normal, es algo que debe suceder”, acota Tamariz, para quien antes de poder mostrarnos al extranjero y al mundo, tenemos que hacer una introspección de la realidad. “He ahí la necesidad de abordar temas sociales”, explica.

Pero fue precisamente esa búsqueda de identidad, ese reflejo de un país demacrado lo que “desprestigió” al cine ecuatoriano. “Las personas no querían ver en pantalla los problemas con lo que ellos ya tenían que lidiar a diario”, expresa Tutivén.

La producción nacional enfrentaría una crisis aun mayor: en un país sumido en deudas, los capitales no querían invertir en proyectos poco rentables, en este caso, películas que nadie iría a ver.

Esa crisis de producción se evidencia en 2003, un año complicado para el cine local. Mientras que alrededor del mundo se estrenaron 555 películas (según decine.com), en el Ecuador no se estrenó ni un solo filme nacional. “Ni las personas ni los empresarios estaban en condiciones de regalar dinero para que las personas cumplieran sus caprichos de hacer cine. Aun es difícil recaudar dinero para hacer películas”, expresa Mendoza. Pero contrario a lo que los números enseña, en el 2003 un cineasta nacional estaba impulsando un proyecto.

Un ejercicio que empieza a tomar forma

Sebastián Cordero, el mismo que cuatro años atrás protagonizó ese “boom” del cine ecuatoriano, estaba de vuelta al ruedo. Rrodaba Crónicas, su segundo largometraje, una historia que si bien aborda temas de realidad nacional (incluso basándose en uno de los asesinos en serie más famosos del país), buscaba expandir los dilemas: un periodista de crónica roja que se ve inmerso en la toma de difíciles decisiones. “Es parte del proceso natural de creación que esas temáticas se agoten y den paso a historias más universales o personales”, expreso Vera. “Particularmente, pienso que hoy la cantidad de temáticas del cine nacional se ha ampliado mucho, al punto donde, en este momento, no podríamos hablar de una temática en particular en el cine nacional. Y eso es bueno”, dice.

“Cada director tiene una especialidad y hay mucha variedad de producciones”, puntualiza Hermida, cuya película Que tan lejos (2006) llevó a 220 mil asistentes a las salas de cine. Ella cita el ejemplo de Víctor Arregui y sus adaptaciones literarias; a Sebastián Cordero con sus historias que utilizan siempre ese giro inesperado; Camilo Luzuriaga y su cine de historia, “solo unos cuantos para mostrar la variedad que existe hoy por hoy en la producción nacional”, dice la directora.

A este nuevo “boom” creativo se le suma un nuevo plus que, según todos los entrevistados, es la mejor idea que se ha tenido para la difusión del cine en el país: la creación del Consejo Nacional de Cine, en 2005. Desde entonces han aparecido películas como Bifurcando la mirada (2006); Esas no son penas, Cuando me toque a mí, A la caza del Rey, Invitación al Sepelio, (2007); Este maldito país, Retazos de vida, Black Mama, Despierta, (2008), solo por nombrar algunos de los 137 proyectos audiovisuales que ha impulsado el Consejo Nacional de Cine desde el 2007 al 2010 (según datos de su sitio web cncine.gov.ec).

“Esta entidad apoya proyectos de cine y ha sido pilar fundamental para esta nueva ola de producciones que se han dado en el país en los últimos años”, dice Hemida. La afirmación de la cineasta es compartida por el sociólogo Tutivén, quien asegura que en el último lustro se ha ido producido lo mejor del cine nacional, “ese apoyo fue básico para que los nuevos cineastas se atrevieran a explorar”, acota.

“Pero no solo eso, las temáticas se han ampliado mucho y las nuevas generaciones (de 35 años o menos) vienen con otras propuestas bajo el brazo”, dice Vera. Para él, el reto es que esta nueva generación se consolide desde el punto de vista de la producción y logre hallar un mercado no solo nacional para sus películas. Continúa: “Ahora, siempre que se filme en Ecuador, la ‘realidad nacional´ será el contexto donde transcurran nuestras historias (salvo que experimentemos géneros como la ciencia ficción, por ejemplo) y en muchos casos será un telón de fondo”. Para el realizador, esto no es algo malo en sí; lo malo es caer en viejos clichés y no renovar el lenguaje. “Pero insisto: le tengo mucha fe a la nueva generación, porque viene con nuevas propuestas”, puntualiza Vera.

Fin del flashback

La película retoma su curso y llegamos al presente: el Ecuador, aún con una economía débil, ha aceptado el legado social que la pasada década le dejó. Las historias cargadas de resentimiento, de esa urgencia de denunciar un país en ruina, van mezclándose con esa necesidad de contar algo más. En las pantallas de las salas de proyección se percibe este nuevo panorama, incluso las ganas que tienen los cineastas por innovar.

“Hoy estamos viendo una nueva forma de percibir el cine”, dice Tamariz. Él, como jurado seleccionador de el más reciente de los concursos del Consejo Nacional de Cine, asegura que los jóvenes cineastas están usando distintos recursos narrativos, como resultado de un proceso de búsqueda de identidad, tanto nacional como visual, que surgió en los últimos diez años.“Ya lo vimos en el 2008 con Black Mama, de Miguel Alvear, una película inclasificable y con un contenido fantástico nunca antes visto”, dice Tutiven. “Y vamos a ver aún más formas de romper con esas dicotomías que nos presenta el panorama del cine nacional”, expresa, a su vez, Hermida.

Han sido diez años de experimentos en el cine, una década que ha mostrado la realidad de un país y que poco a poco va buscando nuevas formas de abordar sus realidades, sus dramas y sus ironías cotidianas. Si bien, como dice Vera, es imposible dejar el contexto social de lado, los creativos van encontrando formas de relatar testimonios más íntimos, más personales. “Ya nuestras historias están dejando de tener ese carácter local para lograr obtener interpretaciones más allá de nuestra frontera”, dice Hermida.

Una década que desapareció en un abrir y cerrar de ojos y que dejó un universo de filmes que, como asegura Mendoza, son la firme base de lo que todos los cineastas esperan, se convierta en la industria del cine nacional. “Ojalá y esto no sea como los otros tantos ´puntapiés´ iniciales del séptimo arte nacional. No vaya a ser que con nosotros y nuestras películas pase lo mismo que con El tesoro de Atahualpa, la primera película nacional y de la que no existen más que recortes de periódicos que nos dicen que existió cine en el país... Todo un pedazo de historia nacional, perdida”, dice.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Lo que no entiendo de las farras...

La cerveza, en una tienda de barrio, en una esquina cualquiera, cuesta 0,60 centavos de dólar. Una botella de Wisky (del no tan exquisito pero bueno) está al rededor de los 50 dólares. Se dice que existe una medida especifica de decibeles que no afecta la salud de las personas, pero estoy seguro que es mucho menor al volumen musical que colocan en los centros de diversión; entonces, no entiendo como alguien intenta ir a uno de estos lugares a conocer a alguien, si para conocer lo necesitan conversar y en esos lugares no se puede. Tampoco te puede embriagar, no, es prohibitivo pagar 3,50 dólares por una cerveza o 125 dóalres por una botella de wisky de 40.

Es oficial, detesto, aborrezco las discotecas, aborrezco a la clase de gente que va a las discotecas y puede decir que se divierte.

Cometí ayer el error de ir a uno de estos lugares, acepté la invitación porque quería relajarme un rato, des estresarme, conversar un momento y tomarme un trago después de una mala (pésima) semana. Salí peor de ese lugar.

Empecemos:

1) No entiendo el hecho de ir a un lugar a bailar como idiotas, ¿qué estamos celebrando? El problema es que ni siquiera se baila, se brinca en un mismo sitio al ritmo de un estúpido sintetizador (entiéndase música electrónica). No entiendo.

2) No comprendo eso de que un grupo de niñas y mujeres que gritan al unísono SEXO cada vez que la canción lo amerita, son las mismas que se horrizan si un desconocido las saca a bailar. ¿Para que mierda van a uno de esto lugares si no van abiertas a la posibilidad de conocer gente?... Lo que me lleva a mi siguiente punto.

3) Las niñas se arreglan, se ponen vestidos que poco dejan a la imaginación, se pintan con rubor los cachetes y se alisan el pelo, se perfuman el cuellos y la raja de escote ¿para qué? Al final no van a dejar oler ninguna de las partes perfumadas, no entiendo cual es el punto de arreglarse tanto para bailar entre mujeres solas.

Entiendo que el punto de salir a “joder” sea el cortejo, ese juego de coqueteo entre dos personas que, eventualmente, terminarán copulando, pero no, aquí no pasa eso.

Es que al final de cuentas ese es el punto de la tan conocida “farra”, al menos en el fondo no en la forma: una actividad que la han camuflado en entretenimiento cuando la única razón de su existencia es el cortejo, un cortejo que comienza con un baile y termina en la cama, pero no, acá, en esta puerca ciudad, están convencido de que el punto es divertirse, que salir a bailar por el mero hecho de salir a bailar es algo bueno, algo aceptable, algo indispensable en la vida de todo adolescente que espere a convertirse en adulto.

Si usted está pensando que las discotecas son esas que salen en los videos de reggaetón, esos lugares donde los hombres están reventados de músculos y las mujeres están dispuestas a bailar “pegao”, déjeme decirle que no. Allá va a encontrar un poco de gordos que no pueden bailar debido a que pasan fumando en una esquina mientras un grupo de mujeres grita “Sexo, sexo” pero jamás pensará en practicarlo, al menos hasta el matrimonio.

Así que mi consejo pendejo es: si usted quiere torturase tal y como es en las discotecas, súbale el volumen a la radio al máximo, rente una porno, encienda 10 cigarrillos y deje que se consuman (para crear el ambiente de discoteca), valla y pague 100 dólares por una botella de trago que cuesta 30 y no espere el vuelto. Respire el humo, vea la porno (jamás tendrá ese sexo que está viendo porque ninguna de las mujeres saldrá de la pantalla), siéntese cerca del parlante para quede bien sordo y reniegue del hecho de que la botella de trago se terminará antes que usted se embriague. Le aseguro que esa una experiencia similar a la farra.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Cada vez las cosas son más fáciles y sencillas. El mundo está lleno de imbéciles y de incapaces, ellos triunfaron. Triunfamos.

Ya no es necesario que un experto memorice las constelaciones y trace rutas invisibles sobre el mar para que un barco llegue con su carga al destino indicado. Ahora hay una computadora operada por un tarado que a lo mejor no sabe deletrear su nombre, pero que se puede llamar a si mismo capitán.

Los escritores ya no necesitan conocer cada una de las reglas gramaticales, no necesitan saber de la existencia del pluscuamperfecto ni porque se usa, uno escribe y cuando la palabra está mal, el corrector ortográfico la señala y uno aplica el clic derecho del mouse donde de paso están todas las opciones de palabras correctamente escritas.

Incluso ahora las personas tiene GPS en los vehículos que les avisan por donde ir para llegar a un destino, tal y como si hubiésemos perdido ese gusto por perdernos (valga la redundancia).

Cada vez el mundo se acopla a los nuevos idiotas. Es sencillo, muy sencillo, tan sencillo que resulta delicioso regocijarse en la simpleza de las facilidades, del no esforzarse.

Ya no necesito salir a caminar en busca de una manzana cuando la quiero, puedo ir al supermercado y sacarla de la percha, al igual que los demás alimentos.

Ya no hace falta esforzarse por nada, no vale la pena tampoco, tanto así que cuando buenas oportunidades llegan a la puerta no las aprovechamos, no sabemos cómo, porque si no está ahí en la percha en donde es fácil tomarla, debe estar mal, nada puede ser así de bueno, así de sencillo. Nada es gratis en la vida.

Por eso soy incapaz de pelear por las cosas que quiero, soy incapaz de mostrarme vulnerable, soy incapaz de aceptar que por más que algo me saque de quicio, que sea algo que desee poseer, un tomate por ejemplo, no lo voy a hacer. No por respeto, no por decencia, simplemente porque no puedo.

El mundo está hecho para idiotas como usted y como yo, idiotas incapaces de hacer nada por iniciativa propia ni necesidad, simplemente por la acción motora de seguir viviendo. Pues déjeme decirle, vivir está sobrevalorado.