martes, 11 de octubre de 2011

El reality

Ya no tengo ganas de encender el televisor, lo hago por costumbre más que nada. Es como si el ruido de los programas me arrullara para dormir, pero en realidad no veo el contenido. En la televisión no hay nada que ver porque en el mundo no hay nada que ver: los programas son un termómetro de lo que sucede en la actualidad, un reflejo de la realidad, y la realidad es un puerco concurso de popularidad.

El pasado domingo mi ciudad, Guayaquil, cumplió 191 años de "independencia". El berreado Malecón Simón Bolívar fue una vez más la tarima en la que los seudo políticos del medio dimitieron por ver quien congregaba más personas a sus actos de homenaje a la ciudad. De repente lo que se decía un homenaje a la ciudad se convertía en un concurso de popularidad. *aplausos*

Las masas se han convertido en un sinónimo de calidad: si tiene muchos seguidores, muchos fans, mucha gente que le sigue la corriente, eso es ser bueno. Por eso es que Arjona es "mejor" artista que Luis Alberto Spinetta, o al menos eso dice la Billboard cuando califica de exitoso al incongruente guatemalteco. 

Lo curioso, penoso y preocupante es cuando esta enfermedad, la populitis, abandona el universo del entretenimiento y llega a la política (que siempre a sido así). Las decisiones más importantes que se toman en el país se las ejecuta como un reality show: se exhibe a los políticos mientras intercambian peyorativos, y nosotros maravillados .

Ese es el problema del show de la democracia: se trata de una votación de popularidad, la gente vota por lo que quiere, no por lo que necesita. Los medios no contribuimos mucho en mejorar las cosas puesto que somos simples reproductores de un mensaje y damos un mórbido protagonismo a los personajes que más atención atraen, más no a los que más ideas aportan.

Es por eso que es mejor mostrar a un tipo bailando en una tarima que a un humanista debatiendo, y claro, si es de transmitir un debate debe ser uno en el que participen personas que se sacarán los ojos verbalmente. No importa que debatan sobre los problemas de la educación del país, no, nosotros lo que queremos ver es aun millonario que, tras ser acusado de no pagar impuestos, se descontrole se ponga rojo y esté apunto de darle un infarto mientras sus demás opositores se ríen.

La democracia es un show mediatico que no funciona. Las masas son muy volátiles, se dejan llevar con tanta facilidad que nunca serán capaces de escoger lo que necesitan. Nunca lo harán, nunca.

No estoy diciendo que debamos vivir en una dictadura, porque ¿qué es peor que un solo tipo acaparando todas las malas decisiones y nosotros sin capacidad de impedirlo? Lo que digo es que tener la libertad de escoger es tener la opción de equivocarse.

Es tan fácil elegir mal cuando estamos en un constante debate de popularidad: realities que te exigen salvar a tu personaje favorito que a la larga no se diferencia en mucho la política, porque a la larga los politiqueros nos piden su aprobación y nosotros se la damos, los salvamos de ser eliminados del programa. Al fin del año, los "artistas", esos que más discos venden, lo que más pasan en la radio, lo que la gente más pide que suenen, actúen y demás, son galardonados con estatuillas, palomitas de maíz dorados y cualquiera de esas vainas que les dan, y nosotros nos comemos el cuento que se está premiando a un producto de calidad, y nos enorgullecemos. Votamos, elegimos por algo bueno, por algo que es de calidad.

Lo difícil es que al menos uno puede apagar la radio, uno puede elegir no ver televisión, pero en la vida real no hay botón para apagar el show del mundo en el que uno no es un mero espectador sino un participante anónimo, uno que quiera o no debe participar de es reality show.

Así que envie un mensaje al 2880 con las palabras: ME JODÍ, para que se gané un pase de cortesía para disfrutar del show en primera fila. Quiera o no igual va a tener un puesto en el show y al menos que sea uno en primera fila. 

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