martes, 28 de diciembre de 2021

Obligaciones

A la niñez no la extraño ni un poco. No comprendo como hay tanto hijueputa por la vida diciendo lo mucho que extraña vivir de la teta de los padres. ¿Acaso no sienten ni un poco de orgullo de haber salido adelante así sea poco? 

No me mal entienda. Aún hay cosas que de niño me producen nostalgia. ¿Eran tiempos más sencillos? Quizás. La verdad es que toda la vida crecí con obligaciones, por lo que llegar a adulto me emocionó de sobremanera, porque pensaba librarme de muchas. 

Lo que uno de niño no entiende es que hay cosas que estamos obligados a hacer porque, por alguna razón, nos toca vivir, y lo único que podemos hacer es tratar de estirar esta experiencia que llamamos vida lo más que podemos. ¿Es una obligación vivir? No lo sé. Tampoco le crea al cura si le dice que sí. Esa gente no sabe donde está parada. 

Quizás por eso es que hubo tanto alboroto ahora que, hace pocos días, la vacunación contra el COVID-19, ese virus cabrón que vino a jodernos la vida, se volvió obligatoria. 

No sé como alguien no se quiere vacunar. En serio. 

Hay quienes me han presentado argumentos que van desde los irrisorio, que la vacuna es un instrumento de control; hasta lo que me dan ganas de decirle "tienes razón con lo que dicen, pero igual, me parece estúpido". Porque crean o no, se puede tener la razón con argumentos estúpidos. 

Pero ahora es una obligación. Y de niño uno también podía no hacer caso. Podías dejar de hacer deberes, podías no ponerte la chompa cuando hacía frio y podías dejar la comida en la mesa, pero tenías que atenerte a las consecuencias. 

Y es horroroso ver al estado en papel de madre de niños malcriados, obligándole a sus crías a vacunarse. Es horrible porque, desde lo más profundo de mi ser libertinario (que no lo soy), la simple idea de la obligación me parece horrorosa. 

No por esto me deja de parecer aún más horrorosa la idea del que prefiere ir por la vida gambeteando con su salud, y no por el hecho de que no tenga el derecho a hacer con su vida lo que quiera (que es una de las cosas más bellas del occidente, la libertad), pero porque esa misma decisión que toma puede joderle la vida alguien más. Y no hay nada más hijueputa que eso. 

Andamos por la vida diciendo "es mi vida, mi elección", pero lo segundo el cierto, lo primero no. La vida nunca es nuestra, y en nuestro egocentrismo pensamos que somos dueños de ese amable y trágico fenómeno que llamamos "existir". La experiencia individual de la misma podrá ser de cada uno, pero el fenómeno no nos pertenece; y por ende, hay que tener cierta responsabilidad con la misma. (Perdón por el momento existencial) 

Porque "vivimos en sociedad", o al menos creemos, pero somos incapaces de cumplir obligaciones. Y acá no hablo de la vacunación, esa el la última de las obligaciones que no se van a cumplir; yo hablo de la necesidad de ser un buen ciudadano. Al menos eso se supone que es lo que nos heredó el judeo-cristianismo del que tanto vociferan algunos de los que más lloran por no ponerse la vacuna. 

Esa misma libertad de consecuencias de no cumplir con sus obligaciones es lo bello y terrible del occidente. Vemos naciones a las que yo más alababa, los gringos, ingleses y hasta alemanes, renegando de que no se quieren poner el único instrumento que tenemos para frenar a este puto virus. Y de ahí ya no se que pensar de la idea de la sociedad. 

En momentos como estos, sí, siento nostalgia de esos tiempos sencillos de niño, donde no había virus, y donde bien podía venir una mamá y en serio obligarle a su hijo a ponerse la vacuna. Y eso porque las mamás, al menos las que son buenas progenitoras, harán lo mejor para sus hijos. Incluso si no les gusta. 

Porque para ser adulto hay que ser responsable, y comer mucha mierda. Ser adulto es abrazar voluntariamente eso que no queremos hacer, porque es lo correcto: no pasarse la luz roja, comer sano hacer ejercicio, y, por supuesto, ponerse la puta vacuna.