domingo, 31 de marzo de 2013

La pastilla para lobotomizar después

Mi filósofo favorito es George Carlin. Sí, el comediante. Era un tipo brillante, un genio, un senil lucero de conocimientos que murió en el 2008. Una de sus rutinas más geniales, y de la que derivan la mayoría de mis argumentos sobre el tema, era en el que hacía mofa de la gente que estaba en contra del aborto. Se burlaba de ellas hasta el punto del insulto. Y es ese discurso, pronunciado allá por el 2002, hace más de 10 años, que sigue siendo tan actual, especialmente hoy que, como saben, en el país se 'debate' sobre la repartición de la 'pastilla del día después', a las personas sexualmente activas.

En primer lugar no creo que sea un debate. La discusión se da en entre seres inteligentes, y nadie que cite a un libro escrito (en drogas) hace más de 2000 años como prueba fehaciente de que sus argumentos son válidos, merece ser escuchado. A esta gente lo que hay es que, como a un can, amaestrara, enseñarle, tal cual se le enseña a un perro a que no se debe orinar en la alfombra, que el aborto debería legalizarse y la pastilla repartirse en los colegios, y punto.

Ninguna personas que cree en árboles parlantes puede venir acá a debatir. Es más, si esta persona no está dispuesta a dar dinero para la manutención de los futuros niños, ese que bien podrían sacar de su limosna que da en la iglesia, mejor no abra la boca. Quédese callado y la santidad de la vida puede introducirsela por donde más le incomode. La vida no es nada del otro mundo, no es ningún puerco milagro que tanto dicen, es más, hay 7 billones de personas vivas en el mundo, lo que pone en duda eso maravilloso y 'único' que tanto pregonan estos dementes.

Porque la gente pro-vida esta loca, fuera de quicio hasta el punto de ver 'vida' en un pedazo de gelatina pegado en el útero de una mujer. No, eso no está vivo, y es más, ese pedazo de gelatina puede cagarle la vida a más de una persona. Si uno no es lo suficientemente maduro, o no está dispuesto o simplemente no tiene los recursos para darle una existencia decente a ese intento de persona, mejor no la traiga al mundo. Este lugar está bien jodido como para seguir poblándose de niños.

Quizás los curas velan a favor de estos futuros infantes porque sino no tendrían monaguillos de quienes abusar, o los grupos adinerados andan pregonando la vida de todos los hijos de sus empleadas para así asegurarse en el futuro más sirvientes.

Porque acá, según lo que entiendo, tener una vida miserable es mejor que no existir. Venir a mendigar en las calles o ser golpeados por padres que en primer lugar no querían fecundar a un par de niños, es mejor que no existir. Venir a sufrir de hambre porque su madre no tiene para darles de comer es mejor que jamás haber visto la luz. Y créame, una vida miserable no tiene nada de milagrosa ni santa.

Al fin y al cabo todo esto se reduce a ese argumento tan atroz, miserable y mediocre de 'la santidad de la vida'. Esa frase tan absurda que resuena en la cabeza de todo católico, evangelista y demás demente profesional que le encanta meterse en la vida de los demás para poder controlarla a voluntad. 'La santidad de la vida' no es más que el argumento que las personas se restriegan en el inconsciente para darle una valoración a sus vidas. La 'santidad de la vida' no es más que el instinto de supervivencia de las personas dando manotones de ahogado; no es más que una persona luchando por que su existencia sea respetada.

Pero eso del respeto para mi es tan confuso, en especial cuando es impuesto: debes respetar la vida de los demás porque sino te irás al infierno, o debes tolerar las opiniones ajenas, eso sí siempre y cuando no interfieran con lo que tu pienses al respecto. Porque así parece funcionar la cabeza de estas personas, y esto nos lleva a las más grandes contradicicones al respecto.

Es como esto de 'estar a favor de la vida' pero están en contra de la mayoría de los vivos: entiéndase por homosexuales, pecadores, blasfemos, del sexo, de la poligamia, etc. Yo me pregunto: ¿Un católico estaría a favor del aborto si supiera que el bebé que va a nacer se convertirá en un homosexual que se va a querer casar? Para ellos eso es una paradoja: dejarían que su alma nazca para que después se fuera derechito al infierno. ¿O no?

Es así como esta gente jode con eso del libre albedrio pero no le dejan hacer nada a las personas.

Cuando el gobierno quiere responder con una acción social, frenar la tasa de maternidad juvenil del 17%, la segunda más alta de latinoamérica, esta gente sale a joder con el 'no a la píldora que se respete la vida'. Bueno, primero certifique que la gente que van a traer al mundo va a vivir y no a sobrevivir. Porque lo segundo es un asco.

Porque al final de cuentas lo de la vida y sus derecho se transforma en una cuestión de calidad. Uno no puede ser tan irresponsable como para andar dándole apellido a cuanta eyaculación se producza y traer niños con futuro incierto al mundo. La vida no debe ser un error de cálculo ni capricho de un grupo social. La vida es algo cruel, asqueroso y muy pocas veces reconfortante como para andar tomándoselo a la ligera. A veces no trear un niño al mundo es lo más humano que se puede hacer.

Y eso mis amigos, es una ironía digna de un chiste de Carlin.

¡A repartir píldora se ha dicho!

martes, 19 de marzo de 2013

Gandhi estaba mal

A los diarios de Tamaulipas, en México, los callaron a punta de balazos. Tuvieron que morir decenas de periodistas y quemar un par de diarios para que las editoriales entiendan que lo mejor era callar ante tanto crimen. Los narcos obtuvieron su cometido: el silencio de la prensa y la complicidad de una nación sin información. Y esta es la prueba de que la violencia funciona.

No me crea un hijo de puta, a mi no me parece nada bonito tener que andar leyendo de colegas decapitados, no; lo que yo quiero decir es que el objetivo de los traficantes era que dejen de informar de sus actividades ilícitas y lo lograron con fusil en mano, tal y como se ganó la revolución cubana y como los europeos colonizaron el continente. Cualquiera de los tres hechos trajo peores consecuencias a los habitantes del lugar, pero el cometido de los ejecutores se cumplió. Y se cumplió a punta de ese cocktel de sangre y pólvora.

Porque la ciega sentencia de una bala no tiene discusión. El que tenga la voluntad suficiente de jalar el gatillo es el que tienen la razón. No hay argumento por la paz que detenga un proyectil de 28 milímetros. Gandhi lo tuvo que descubrir a las malas, muriendo de la forma a la que tanto se opuso. Igual, la india sigue igual de jodida, llena de gente inteligente, pero igual de jodida.

El hombre que pasó los últimos años de su vida buscando mejores días para su nación sin tener que recurrir a la violencia, sucumbió ante una pistola. También lo hizo Martin Luther King, e incluso el hippie de Lennon, que tampoco es que haya sido un gran hombre, porque lo único que hacía era cantar por la paz. Todos ellos le pregonaron al mundo por el entendimiento pero se fueron sin ser comprendidos, y eso es porque todos ellos estaban mal.

Uno no puede venir acá y vociferarle al mundo que viva en paz cuando lo más arraigado a la naturaleza del ser humano es la violencia; la violencia es humana, ese sincero sentimiento que se desprende la forma más primitiva de reacción, esa a la que una vez que se la dota de raciocinio, como en nuestro caso, se convierte en la única y veraz ley.

La paz no existe, es un estado al que lo débiles buscan llegar para no ser abusados por los fuertes. Usted que cree en el respeto y en la tolerancia, en que los puños y los garrotes deben ser la última opción, está equivocado.

No por nada es que en más de 2000 años de evolución la violencia sigue siendo la forma más efectiva de conseguir las cosas. Y, como repite el dicho, el fin justifica los medios; y si no vaya a preguntarles a los gringos si es que no defienden su estilo de vida, ese que sostienen a punta de bombazos en medio oriente.

Y no se vaya muy lejos. Usted y yo que disfrutamos de un acomodado estilo de vida, solo podemos hacerlo con la socavación completa del trabajador del campo, ese que se rompe la espalda cargando morrales de yuca y papa por miseros par de dólares. Y no me joda, que eso también es una forma de violencia.

Fue exactamente por esa clase de gente oprimida que Gandhi se levantó, la única cagada es que lo hizo de forma pacífica, esperando que los beneficiarios de la opresión razonen. Y ya sabe usted que eso no se puede conseguir, no de forma pasiva, y no ante alguien dispuesto a ver sucumbir la voluntad ajena.

No se puede. Uno no puede germinar conciencia ante una persona que sabe que empuñar un arma es tener el mundo a sus pies. Esa sensación casi romántica de saber que uno puede tomar lo que le da la gana, hasta la vida ajena, sin que nadie le diga nada. Es algo tentador.

Porque con violencia todo funciona, a las malas, pero funciona:

Un padre domina la voluntad de un hijo a cachetadas; una mujer accede a tener sexo con un hombre que no le gusta para que la dejen de golpear; un ladrón consigue lo que desea metiendo uno que otro tiro. Entienda, los imbéciles somos nosotros que no entendemos que la violencia es necesaria, incluso para detener toda esta clase de conductas.

Por eso es que cuando escucho a las personas hablar de que lo humano y correcto ante la violencia es 'poner al otra mejilla', me da coraje. Esa puerca filosofía no me parece más que un plan para mantener  en tiempos de los judíos esclavos, a la población dominada bajo una promesa de vida después de la muerte. Vergüenza me da saber que hasta ahora la gente crea eso, y se deja golpear ambas mejillas.

A Gandhi le metieron dos golpes en los maxilares y murió de forma violenta. Y es porque, simplemente, Gandhi estaba mal: la violencia funciona. Y con esto no vengo a decir que sea la mejor forma de conseguir las cosas. Solo digo que funciona.

Eso lo descubrió un grupo de mexicanos de la frontera con EEUU que se cansaron de dar la otra mejilla y se armaron para acabar con tanto abuso. Estaban dispuestos a utilizar la violencia contra la violencia, porque en estos casos, y creo que en todos, la resistencia pasiva es una pérdida de tiempo. Eso sirve en el primer mundo, allá en los países en los que se puede, con tranquilidad, dejar la puerta del carro sin seguro. Acá es Latinoamérica.

Y justo por eso, por tener un gobierno de mierda como lo son latinoamericanos, que el gobernante de turno de los mexicanos le prohibió a los civiles actuar. Acá, en Ecuador, a los civiles nos desarmaron. Igual, tanto en el país del norte como acá, la gente que esta dispuesta a usar la violencia como herramienta, es la que manda.

El mundo no puede ser un lugar mejor; este es el mundo, así, violento, está en la naturaleza y los que estamos mal somos Gandhi, usted y yo. Acéptelo. 

martes, 12 de marzo de 2013

Los ocho exorcismos de Magdalena Cangá



Magdalena Cangá juraba por lo más sagrado que estaba poseída. Ella no entendía muy bien lo que “estar poseída” significaba, pero estaba convencida que esa era su condición. De hecho, hasta hace siete semanas, Cangá no tenía idea alguna de demonios, ángeles y dioses: solo conocía del hambre y el frio que la indigencia provocan. Lucifer y los demás espectros le fueron presentados a la indigente a través de Rocío Avilés, una pentecostés benefactora que, tras encontrar a Magdalena revoloteando y convulsionando en una acera del Guasmo Sur de Guayaquil, llegó a la más acertada de todas las conclusiones: no estaba enferma, no tenia epilepsia; estaba poseída.

“Desde entonces todo fue más claro para mí”, dice la indigente mulata mientras se alista para el que iba ser su octavo intento de exorcismo. “Esto no va a ser fácil, yo sé lo que le digo; una liberación demoniaca no es nada bonita”, decía Cangá nerviosa. La mañana en la que Magdalena finalmente se iba a librar de su demonio parecía como cualquier otra en el templo Pentecostés de Salvación del Guasmo Sur. El pastor Manuel Calle recibió a sus ocho y fieles feligreses (cuatro hombre y cuatro mujeres) en la puerta del lugar mientras los mismos se alistaban para lo que sería una jornada poco convencional.

“No todos los días se libera a una mujer del demonio”, decía Calle, un pastor autoproclamado exorcista. “Yo personalmente he liberado a 20 personas de espíritus malignos”, aclaraba el religioso mientras aguardaba la llegada de “la endemoniada”. En su escaso 1,60 de altura, Calle demostraba mucha seguridad en sus palabras; poco más y daba la certeza tener las habilidades sobrehumanas, las mismas que las canalizaba a través de sus instrumentos de trabajo: una biblia forrada de un reluciente cuero negro, un tarro (sellado) de aceite de oliva marca El Arbolito, “para emergencias” aclaró, y una recién adquirida guitarra eléctrica marca Primer, con la que iniciaría el ritual.

En el lugar no había nada de denarios, no había crucifijos ni agua bendita, no había nada de los elementos que durante años las películas de exorcismos nos han acostumbrado ver;  “Jesús no necesitó de artilugios para liberar a los hombre de los demonios. Tampoco yo”, decía el pastor mientras buscaba en su Biblia la prueba de lo que decía. No la encontró.

 “Magdalena llegó”, advirtieron los feligreses del templo mientras veían como la mulata arribaba al templo. Calle cerró su biblia y se recluyó en un rincón de la iglesia mientras, como boxeador calentando antes de un combate, se alistaba de la mejor forma: rezando. Esta iba a ser la octava ocasión que Magdalena y Calle dimitían; probablemente iba a ser la última porque a diferencia de las siete anteriores en esta ocasión, había una cámara de fotos presente.

La historia

Magdalena Cangá, quien pide que la llamen Elena porque su nombre (muy bíblico según ella) no le es digno. Ella es una mulata de 34 años, 16 de los cuales sobrevivió sola en la calle, robando, mintiendo y timando a los demás. Solo un par de meses antes de que su benefactora, Avilés, la encontrara,  había comenzado a prostituirse: solo así podía costear la marihuana, la base y la cocaína que consumía. Según dicen los fieles de la iglesia, antes de conocer en persona a la mulata, ellos habían escuchado de una mujer que deambulaba por las calles, una joven que por huir de los maltratos de quien fue su pareja, se recluyó en los lugares más marginales de Guayaquil a consumir la droga que la hizo olvidar su propia historia. “Tiene dos hijitas que viven ahora conmigo”, dice Rocío Avilés, la mujer que realizó el gran hallazgo y que cuidó de Magdalena antes de iniciar con los rituales.

“Cuando encontré a Magdalena la vi convulsionando en el piso. Supe enseguida que el demonio la había poseído”. Avilés, la pentecostés, es una mujer pequeña que ve al Diablo en todos lados: en las minifaldas que las jóvenes usan, en la música que se escucha en la radio; incluso en todas las figuras de santos, crucifijos y denarios. “Yo sabía tenía problemas y que solo un pastor podía ayudarla. Por eso la obligué a que me acompañara”.

Magdalena sí tenía problemas: tenía unas ojeras color marrón que hacían su mirada oscura y profunda; su débil y espigada figura estaba cubierta por una capa de mugre que semejaba al hollín; aunque la piel de Cangá es negra se podían aun ver hematomas muy marcados en su dermis; y el aroma fétido, casi putrefacto que expedía su cuerpo sin bañarse, eran las pruebas del descuido en el que se encontraba. Hasta antes de conocer Avilés, Magadalena no sabía el dolor que significa llevar el demonio en su interior; lo que si tenía muy claro el suplicio que significaba tener que dormir todas las noche sobre la calzada de una calle y la angustia de no tener la certeza de saber si al siguiente día juntará suficiente dinero para comer, ella y sus hijas.

Aunque la mulata tenía claros signos de desnutrición y enfermedad cuando la encontraron, a ella no la trasladaron a un hospital, la llevaron a un templo a exorcizarla, al Templo Pentecostés de Salvación, en el Guasmo Sur de Guayaquil, para ser más exactos.

“Si bien los signos físicos, la piel lastimada y el descuido, pueden ser un indicio de una posesión, hay muchas cosas que se tiene que tener cuenta antes de decir que alguien efectivamente está poseído”, aclara el padre Celso Montesdeoca, el único exorcista autorizado por el Arzobispado de Guayaquil en la región costa. El padre nunca había escuchando hablar del la Iglesia de Salvación.


Aunque este lugar se hace llamar templo (tienen una inscripción en la entrada que lo sugiere), el lugar parece todo menos un centro religioso; mucho menos un lugar donde puedan sacarle el demonio a alguien: la puerta de la iglesia es un enrejado de metal oxidado lleno de puntas filosas, -me pregunté, ¿Cuántas personas se habrán contagiado de tétano aquí?- Al interior del lugar, las luces están a medio encender. Imaginé una bruma hollywoodense que antecede a una escena tenebrosa, pero ese escenario solo existe en las películas de terror. En esta Iglesia lo que si hay es vapor y calor insoportable: el santuario es una habitación de seis por tres metros, sofocante y con un aroma a sudor impregnado en los muros. Las paredes están siempre húmedas, como si de una discoteca repleta de personas se tratara. La noche en la que llevaron por primera vez Magdalena al templo, había ocho personas arrodilladas en medio del lugar descrito, ocho fieles que gritaban credos en forma de alabanza. “Yo lo recuerdo clarito: la señora me trajo engañada, pero yo no quería venir”, relató Cangá.

“Me asuste porque cuando entré, lo primero que vi fue a los feligreses de siempre, rezando y gritando. Yo pensé que me iban a hacer daño”, dijo la mulata. “Cuando trajeron a la joven, ella se rehusaba a quedarse, gritaba en una lengua inentendible, como si el diablo hiciera que ella nos tuviese miedo”. Calle recuerda vívidamente el día, pero no la fecha. Hace memoria para explicar cada detalle: como la obligaron a quedarse -cuatro hombres fueron necesarios para sostenerla-. “Ella se retorcía en el piso cuando nosotros le cantábamos los versos del Libro de Marcos, capítulo 5 al 9” -una señal del diablo, muy clara para el pastor-.

“La posesión se caracteriza cuando un ser humano manifiesta tres síntomas básicos: – explica  el padre Montesdeoca-
1         1)  Hablar una lengua inentendible
      2) Manifestar una fuerza desproporcionada
      3) Una reacción colérica ante signos religiosos
Pero también hay otros tres que no son muy comunes”, aclara el religioso católico.

Cuando Magdalena llegó al templo, la noche que descubrieron de su posesión – recuerda el pastor pentecostés-, ella se soltó de las cuatros personas que la tenía retenida contra el suelo e intentó arrancar la puerta. “El diablo era fuerte en ella”, dijo el pastor que relató como la morena se colgó del enrejado de hierro y pateó la puerta hasta el cansancio; incluso logró soltar dos de las varas que estaban soldadas a la puerta.

Pero sus delgadas extremidades consumidas por la drogas la habían debilitado y no tuvo la fuerza suficiente para tumbar el portón. Veinte minutos después de forcejear con sus captores y con el enrejado, ella se rindió. Los cánticos cesaron también.

Un silencio invadió el lugar. “Cuando se calmó, hablamos con ella”, recuerda el pastor; “Le dijimos que queríamos ayudarla, que queríamos darle posada a ella y a sus hijas, y un plato de comida todos los días. Eso sí, solo si ella aceptaba venir al templo para seguir intentando sacarle ese demonio que lleva dentro”. Magdalena aceptó quedarse ese mismo día y sin mucho pensarlo. “No por la comida ni por tener un lugar para dormir. Lo hizo por la voluntad del señor”. Para el pastor, esto había sido un milagro: iba a poder liberarla de su demonio. “Yo no conocía a Magdalena hasta antes de este primer encuentro. Pero ya que la hermana Avilés la puso en mi camino a una mujer con un demonio adentro, era mi deber ayudarla”, aclara tajantemente el pentecostés.



“Las posesiones, el hecho de que una entidad demoniaca, o divina, entre y tome control de un cuerpo, son muy pero muy raras”, explica Celso Montesdeoca. El padre aclara que, en la mayoría de los casos, las personas que acuden para realizarse un exorcismo no están poseídas. “Lo más común es que sean personas que sufren alteraciones físicas, como epilepsia; o sufren desordenes sicológicos”.

El religioso explica que, antes de cualquier intervención de un exorcista, la persona que va a ser tratada tiene que haber sido examinado por un médico psicólogo o un psiquiatra. “Si los profesionales han descartado toda explicación lógica, nosotros podemos empezar a ver si se trata o no de un exorcismo”, aclara el católico.

Lo mismo sucede con los testigos de Jehová, rama que al igual que la pentecostés, no tiene que responder en ninguna instancia a la Santa Sede: el Vaticano.

“No no podíamos perder el tiempo, la hermana Elena estaba siendo torturada por el demonio. Ella tenía que ser llevada donde un pastor”, dijo Rocío Avilés dando a entender que nunca consultó a ningún profesional.
“En el caso de la iglesia católica –aclara Montesdeoca-, no podemos recibir así a las personas. Peor si se trata del caso de una mujer que estuvo expuesta a drogas que alteran la percepción de la realidad”, puntualiza el exorcista católico, el mismo que recalca la rareza de los casos confirmado de posesiones en el mundo: durante el pontificado de Juan Pablo II, la Santa Sede Católica solo reconoció tres casos de posesiones demoniacas en todo el mundo.

El exorcismo, la octava es la vencida.

Aquella mañana, la del exorcismo, Magdalena abrió las puertas de su vida al mundo, al lente de una cámara de fotos: era el día en que finalmente se iban a deshacer de ese demonio que ella aseguraba, llevaba dentro.

Instantes antes de entregarse al espectáculo, Cangá había disfrutado de un desayuno como pocos: un bolón de verde y chicharon bañado en jugo de bistec, café negro y un zumo de naranja.  Su estómago estaba a punto de explotar. El abdomen se le había hinchado como a los gatos lánguidos que después de un buen alimento, no pueden ni pararse de lo llenos que están. “No sé si sea mi última comida y por eso la disfruto”. Luego de esas palabras, la protagonista de este relato se aventuró una vez más al templo.

En su mirada había cierta angustia, como si no supiera que esperar del exorcismo. “No es la primera vez. Las últimas siete no han sido nada bonito”. La mulata agarra un par de panes de la mesa del desayuno y los guarda en su pantalón, “las reservas”, dice. Magdalena había pasado las últimas siete semanas de su vida en la casa de Rocío Avilés: una humilde vivienda a tan solo dos cuadras del templo  y a tres cuadras de la fritada del Guasmo; siete semanas fuera de la calle.

 “Magdalena aprendió a vestirse correctamente”, dice Avilés. “Es fácil caer en la tentación y en los vicos. El diablo está en todos lados, carcomiendo la conciencia. Esta en los malos pensamientos de las personas, en la droga que consumen los drogadictos, en la lujuria de los jóvenes mientras bailan y hacen el amor. El diablo está presente en el morbo de usted señor periodista y de sus ganas de fotografiar este evento”, dijo mientras abrazaba a la mulata como abraza una madre a un niño cuando intenta protegerlo del bochorno.

Pero Magdalena no tenía miedo de hablar. “La última vez que intentaron liberarme el diablo se manifestó tanto en mi que nadie en el templo pudo contenerme”. La negra cuenta un poco de sus últimos dos exorcismos: cuando rompió tres sillas al arrojarlas al aire y reventarlas contra las paredes del templo; cuando estrelló el micrófono del pastor contra el suelo y lo rompió todito; de cómo, durante un rito, agarró a uno de los feligreses por la camisa y la destrozo toda, lastimándole el pecho al pobre hombre; ella relata cómo los ocho presentes no podían mantenerla quieta en el piso, no podían sujetarla mientras ella (asegura que lo hacía inconscientemente), intentaba arrancarle la Biblia de las manos del pastor.

Pero por más inconsciencia que aseguraba tener durante sus posesiones, Magdalena recordaba hasta los últimos detalles de cada rito, incluso de la vez que fue rescatada por la pentecostés. “Si no hubiese sido por Doña Rocío y el pastor, yo jamás hubiera podido entender lo que me sucedía”, aseguró.

           -“Ya llegó Magdalena”, se escuchaba mientras la morena se acercaba al templo.
           -“¿Lista hermana para librarte de ese demonio?”, le preguntó el pastor.

Magdalena solo asintió con la cabeza.

Mientras el religioso se preparaba para comenzar el ritual – destapa el aceite de oliva y selecciona el libro de Pedro, capítulo 5, versículo 8;  hace un recuento de sus proezas milagrosas. “Es como si ellos supieran que yo los puedo derrotan y me buscan. Por eso Magdalena llegó a mi”.


De haber sido un encuentro de box, este hubiera sido el momento exacto en el que la campana sonaba para dar inicio al combate (¡ding!), o mejor dicho, el octavo asalto. 

Los ocho presentes y Calle hicieron un círculo alrededor de la poseída mientras, al unísono, coreaban los versos santos. Magdalena, que hasta hace un par de minutos era una mujer cualquiera, con un pasado poco común, pero con un futuro incierto, dejó la compostura para empezar a empujar a los feligreses, maldecir y vociferar, según el pastor, versos satánicos.

“Libérala Changó”, gritaba Calle con biblia en mano, mientras veía a la mulata luchar contra los pentecostés.
Uno de los feligreses logró tomar a la mulata por la cintura y con la ayuda de los otros siete fieles, lograron tumbarla al piso e inmovilizarla. En ese instante recordé una frase que me dijo mientras caminábamos al lugar: “Quizás esta sea mi última comida. Tengo que disfrutarla”. ¿Qué sucedería si en esta ocasión Magdalena finalmente se librara del demonio que llevaba en su interior?

“A Magdalena le tenemos una sorpresa para el final”; la señora Avilés guardaba un secreto que no me quiso decir, “solo puedo prometerle que Magdalena no quedara desamparada”.

Magdalena no sabía de sorpresas y por eso se retorcía en el piso una vez más. En medio del ritual, del “tire y jala” en el que se encontraban todos los feligreses; Cangá se las ingenió para soltar una mano y agarrar a Doña Avilés por el cabello. Con su mano, apretando firme las hebras del grasiento pelo de la pentecostés, zamarreaba el cráneo de la mujer de un extremo al otro. “Suéltala demonio”, le gritaban. Pero la morena no la dejaba libre.

“Libérala demonio”, gritaba Calle con biblia en mano. 

Esos instantes en los que Magdalena maltrató a Doña Avilés parecieron eternos. Aunque disimulando, Magdalena parecía aguantarse las ganas de sonreír mientras arrancaba el cabello de su benefactora. No tenía intensiones de dejarla libre.

En el forcejeo recordé una frase que la morena me dijo: “Doña Avilés es buena. Pero es demasiado estricta”. Toda su vida, Magdalena vivió en las calles, donde “perdón” y “gracias”, solo son expresiones, palabras sin significados aparentes. “Doña Avilés me obliga a decir ‘gracias’ a cada momento. Por todo tengo que pedir disculpas. No es fácil acostumbrarse a eso”.

Endemoniada o no, Magdalena iba a tener que pedirle disculpas a Doña Avilés después de lo que le hizo. “Cuando el diablo me posee yo dejo de ser yo. Es como si perdiera el conocimiento durante todo ese tiempo”, lo recordaba cada vez que podía.

“Libérala demonio”, gritó Calle por última vez, con biblia en mano, esta vez arrojando lo que quedaba de aceite de oliva a en el tarro, sobre el cuerpo de la mulata.

Justo cuando los feligreses lograron soltar a Doña Rocío de las garras de Magdalena, esta empezó a calmarse, “¿se fue?”, preguntó uno de los feligreses que participó el forcejeo.  

Una súbita paz invadió el lugar –en realidad todos dejaron de gritar y hubo silencio-. Magdalena yacía exhausta en el suelo, y los feligreses agotados de tanto forcejear, dejaron a la mulata tendida en el suelo. Finalmente, después de ocho intentos, habían vencido, o al menos eso era lo que Calle y los feligreses aseguraban.  

Entre los presentes tomaron a la mulata por los brazos, la levantaron de suelo para poder sentarla. Calle intentaba refrescar a la mulata ventilándola con un periódico viejo.

“Ya es hora de decirle”, le susurró Avilés al pastor: era hora de darle la sorpresa a la morena.

“Magdalena”, le susurro Avilés al oído. Los ojos negros de la mulata se abrieron muy poco, lo suficiente como para poder ver a su benefactora. “Perdón por el cabello”, le dijo Cangá.

 - “Ahora no vas a vivir en la calle Magdalena”, le susurró la pentecostés.
 - “¿Pero, ya no voy a poder vivir con usted doña Avilés?”, le respondió la mulata.
-   “Eso es cierto”, le aclaró su benefactora.  

Con los ahorros de la iglesia, con el aporte de todos los fieles, Calle había logrado conseguir alquilarle una habitación a Magdalena. “Queda en una casa que está a solo dos cuadras del templo. Así no tendrás excusa para faltar”, le dijo el pastor. El comentario de este arrancó una carcajada de sus feligreses y una pequeña y picara sonrisa de los labios de Magdalena.

 Cuando los fieles hacían un impulso por cargar a la mulata hasta su nuevo domicilio, Magdalena hacia un último esfuerzo por ocultar la sonrisa en su rostro. Fue precisamente en ese delicioso instante, esa sonrisa en medio de sus labios de ébano, la que me dio a entender que ella se había salido con la suya.

Mientras los feligreses colocaban a la mulata su nueva morada, el pastor Calle y Doña Avilés se regocijaban de alegría una vez más de haber triunfado sobre los demonios. Quizás, en alguna forma si lo hicieron; de cierta manera, Magdalena Cangá se había liberado de esos demonios que durante dieciocho años la habían atormentado. Bajo techo y con una refrigeradora llena de comida, la indigencia, el frió y el hambre, eran solo un mal recuerdo.


El fin

Cuatro meses después de exorcismo regresé a la iglesia Pentecostés de Salvación. Tan solo un mes después de haber liberado a Magdalena, ella abandonó el cuarto que le habían alquilado y desapareció de la vida de los feligreses. “Ya si la mujer no quiso hacer nada para estar lejos de sus demonios yo no puedo hacer nada. Yo la dejé libre”, dice el pastor, el mismo que lamenta que la mujer haya regresado al mundo de las drogas.
Las hijas de Magdalena le fueron entregadas a una tía de la mulata. La señora dio con el paradero de Magdalena cuando aún vivía a dos cuadras del Templo Pentecostés de Salvación y fue ubicada por los fanáticos religiosos. Ella tuvo que responder por las pequeñas cuando la mulata desapareció.

Avilés dejó la iglesia de Calle (porque se cambió de domicilio) y se la volvió a ver, por última vez, revoloteando, poseída por sus demonios, cerca de una iglesia en las cercanías de Capitán Najera, o al menos los feligreses juraron que era ella. “No volví a saber de la hermana Avilés”, dice Calle el mismo que aun asegura que dejó libre de demonios a la mulata.

Nadie sabe nada de Magdalena, donde fue a parar o siquiera si sigue viva. “Dicen que alguna vez la vieron vagando en las calles, nuevamente víctima de esos demonios que la acosaron”, dice el pastor, el mismo que pide a Dios todas las noches por que la cuide donde quiera que esté. “Quizás necesitaba más ayuda que la que le pudimos brindar”, dice. Solo opina. 

martes, 5 de marzo de 2013

La muerte de Hugo Chávez

El 10 de noviembre del 2010 el Rey Juan Carlos de Espala mandó a callar a Hugo Rafael Chávez Frias. Tuvieron que pasar poco más de dos años para que sucediera, porque al ahora difunto presidente de Venezuela solo lo podía silenciar la muerte.

Hugo Chávez murió presidente y deja una nación de fanáticos sumidos en una tambaleante economía. Deja una nación militarizada, porque el sucesor del presidente, Nicolás Maduro, mandó a los contingentes armados a salvaguardar las calles con tanques. 

Porque tal y como Chávez, Maduro cree que el país debe permanecer en paz, como permanecerá la tumba del ahora expresidente y como los 19.000 sarcófagos que, tan solo en el 2009, se sepultaron en la nación de la vino tinto; cadáveres de civiles que creían en su proyecto de seguridad social.

El cadáver de Chávez permanecerá en paz, eso lo asegurará el gobierno. Lo que la maquinaria oficialista no pero garantizará es la seguridad de la juez María Afuni, paciente de cáncer y que permaneció encerrada en una celda venezolana sin motivo aparente. Ella recibió maltratos de parte de sus carceleros, maltratos que fueron denunciados pero que el ahora difunto presidente ignoró. Paz tampoco tendrá la familia de Franklin Brito, el agricultor que murió en huelga de hambre tras reclamar unas tierras que eran de su pertenencia y que le fueron expropiadas por la revolución social bolivariana. 

Y es que Chavéz era un socialista, uno más de esa nueva raza de líderes que se hacen amar por el pueblo, que exigía justicia y equidad para las masas que durante tanto tiempo había sido oprimidas por ese capital imperialista, ese que tanto mencionaba y odiaba. Igual, su mayor fuente de ingresos venía de la industria favorita del imperio: el petroleo. Es más, el mayor mercado de este material eran los Estados Unidos, esa nación a la que en más de una vez se refirió como 'el imperio del mal', pero que recibía la mayor tajada de sus exportaciones, esas que se traducían en millos que nutrían la maquinaria política que no hacía más que solventar una nación en ruinas. 

Venezuela hoy en día no produce nada más que petroleo, eso y Misses, mujeres a las que el difunto líder jamás felicitó por su título. Chávez era así, un hombre que tenía mucho que decir y aún más por callar. Y cuándo callaba era de temer. Es por eso que siempre evitaba ser cuestionado. Él sabía que había periodistas que saben sacarle palabras hasta el más mudo. Quizás fue por eso fue que mandó a cerrar más de 120 medios de comunicación. Él, un tipo inteligente y de verbo fácil, pero poco estudiado, un militar de cepa, sabía que había que estar un paso adelante del enemigo, en este caso, el perspicaz periodista capaz de hacer hablar a los muertos. Eso sí, no habrá cronista ni reportero que le saque palabras a este difunto. 

Lo único que se escuchará de Chávez serán sus palabras en boca del 68% de sus simpatizantes, esos que en el 2012 se transformaron tan solo en 52% en las urnas, muy a su pesar. 

Porque nadie puede negar que al expresidente su pueblo lo amaba. Él era un hombre de la calle, un venezolano del campo, del llano de trabajadores, un hombre que creció en medio de esa Venezuela olvidada por los grandes capitales. En la humildad encontró el refugio en la militancia, una carrera vistiendo el uniforme y portando el rifle, ese que en 1989 no utilizaría durante el Caracazo. Él, según dicen los archivos oficiales, no estaba en la capital de Venezuela ese día. Hasta hoy se dice que Chávez catalogó a esa masacre como una barbarie. 

Fue esa frustración que tres años después, en 1992, lo llevaría a conducir un fallido golpe de estado. No importaría, porque seis años después el pueblo no olvidaría al hombre que se sublevó ante la maldad del tirano de paso. Porque en Latinoamérica todo líder es tirano y bobo durante su mandato. Y Chávez no fue la excepción, o al menos así lo catalogó la oposición que tan poca sombra le pudo hacer a su mediático caracter. 

No hubo insulto que pueda mermar la imagen de un hombre que puso en regla la situación de millones de trabajadores sin derechos, esos que trabajaron en empresas expropiadas. No hubo peyorativo que hiera la figura del hombre que revitalizó la imagen de un país entregado al capital extranjero; fue por eso que él le devolvió todo a una nación que no supo administrar sus recursos. No hubo marcha multitudinaria que ensombrezca la labor de Chávez a la hora de enseñar a leer a millones de niños analfabetas que tuvieron que conformarse con ojear diarios que tenían miedo de escribir del comandante. 

A Chávez solo lo pudo vencer un cáncer, una enfermedad que él aseguró, con fe de causa, le fue inoculada por 'el imperio Yankee'. El presidente encargado también lo piensa, tanto así que solo un par de horas antes de que se confirmara la muerte del presidente, volvió a hacer énfasis en esa campaña norteamericana por enfermar a su líder. 

Fue esa paranoia contra 'el imperio', que hizo que Chávez se llevara tan bien con Fidel Castro, ese ser que parecía que iba a morir y que volvía a aparecer cada vez y cuando. Lo mismo quiso hacer el venezolano, pero no pudo. Fue por eso que en la imposibilidad de mantener el hermetismo de su situación se fue a refugiar en Cuba, el único lugar del mundo en donde el estado puede garantizar que la prensa no meterá las narices en los asuntos importantes. 

Desde su estancia en la isla ya se hablaba de su muerte. En su país, esa nación polarizada, ese lugar en donde la oposición es blanca y el oficialismo es negro, los ánimos se caldeaban. Ambos bandos exigían saber del líder de la nación, de un líder que emitiría su último mensaje oficial un 18 de febrero a través de una plataforma de microbloggin diseñada por un par de millonarios de la nación que tanto odió. Después de eso no se supo más. 

Del líder bolivariano se volvió a escuchar tan solo cuando, de sorpresa, una madrugada regresara a su país, en un hermetismo que más hacía dudar de su condición de vivo. 

Los miedo se cristalizaron hoy a las 9:00 cuando un comunicado oficial ordenase mantenerse atentos a las noticias del día. Ya para las 12:00, Nicolás Maduro anunciaría el jaque diciendo que Chávez estaba delicado. Cuatro horas y media después, a las 16:25, el mismo vicepresidente a cargo de la nación, con una voz gagosa, daría la noticia que todo paranoico sabía desde hace más de dos meses: Hugo Chávez había muerto. 

La noticias dio la vuelta la mundo en un instante y las reacciones no se hiceron esperar. Evo Morales, presidente de la nación más pobre de la región, lloró la partida del presidente de la única nación 100% petrolera el sur de américa. En Ecuador, Rafael Correa decretó tres días de luto, y los homenajes a la figura del comandante seguirán llegando de parte de todas las personas a las que en vida influyó. 

Y es que la muerte de Hugo Chávez no deja sin opinión a nadie. Ya sea a pesar de unos y felicidad de otros, porque habrá mucha persona feliz. Hoy somos testigos de un evento histórico, de la partida de una de las figuras más emblemáticas y polarizadas del acontecer mundial. 

Ya no habrá más 'Alo Presidente' ni cánticos sobre el escenario. Hoy no hay quien alce la bocina. Para que este silencio suceda no bastó que un rey mande a callar a un plebello sublevado, a un hombre que se hacía llamar a si mismo 'discípulo de Bolívar' y que, cual rebeldía poética, no se dejó silenciar por esa realeza que tanto odio. Hasta aquí la historia del último líder de izquierda de América Latina. 

domingo, 3 de marzo de 2013

Karina del Pozo

Lo que me sorprende del crimen de Karina del Pozo es que la gente no preguntaba como murió, si no que estaban atentos a saber si había sido violada o no. Descartado este asunto por el reporte policial, la noticia perdió importancia mediática. Ese es nuestro público.

El hecho vuelve a traer la mirada de cuanto morboso hay en el país luego que se especulara que fueran sus amigos cercanos los actores del crimen. De ser verdad, estaré atento la próxima vez que mi compadre agarre un cuchillo. Es lo que más me horrorizó del caso.

Pecaría de hipócrita si dijese que me sentí indignado por el crimen de la muchacha. Me molestó sí, me emputó el hecho de que nos sigan diciendo que la inseguridad es mera cuestión de percepción; pero mi pesar no llegó a más de un comentario en Twitter. Y no por esto vaya a creer que soy un insensible.

El hecho es que cuando a mi me hablan de asesinatos, ni me retuerzo. No sé si es porque trabajé un año como reportero de crónica roja o porque hay tanto muerto al día en el país que a uno ya no lo conmueven. Diferente es cuando nos hablan de un niño o una adolescente, como si la edad fuese un catalizador sentimientos por la humanidad. Lo mismo pasa cuando nos hablan del asesinato de un pariente.

Hace dos años, cuando mataron a mi tío, nadie hizo una marcha por la paz ni se sintió indignado, esto quizás porque la foto de mi pariente no rondó durante ocho días en las redes sociales o porque él doblaba a la ahora difunta en edad. Una vez que se pasa de los cuarenta la gente asume que se tuvo una vida plena y su muerte no resulta tan impactante. Es la única explicación que le encuentro.

Cuando se trata de alguien que 'ha vivido poco', las personas se ponen pendiente del asunto. Yo no, nunca estuve al tanto de si encontraban a la muchacha o no, pero tengo mis razones.

La primera vez que me llevaron a la Policía Judicial (PJ) del Guayas a buscar noticias me horroricé por la cantidad de denuncias de niñas desaparecidas que habían. Tenía a penas dos meses como reportero de judiciales y 90 días en el mundo del periodismo. Para mi todo era noticia.

Ese mismo día, el de mi visita la PJ, regresé con más de 20 fotocopias de las denuncias de niñas 'secuestradas'. Creía que había dado con la noticia del momento, una red de abductores de adolescentes   que operaba en la ciudad, pero de 'mi primicia' se rieron. Toda esa vorágine de información sensacionalista no era más que la percepción de un culicagado. 

Resulta que la mayoría de los casos de jóvenes desaparecidas no son si no adolescentes hambrientas de un rato a solas con su novio. El 90% de esas denuncias son como la historia de Melissa Beltrán, una quiteña de 16 a la que hoy la encontraron en Pelileo, un pueblo conocido a nivel nacional por vender jeans baratos, y del que ahora todos hablan por ser el escenario de una bizarra luna de miel entre la adolescente y un novio mayor de edad.

Imagino que la gente tampoco sintió mucha necesidad de estar pendiente del caso de Karina del Pozo, en especial cuando al día se reciben diez cadenas de mensajes, ocho mails de ayuda por pintas de sangre y un millar de S.O.S. para hallar a perros extraviados. Ella no era más que parte del spam diario, pero no fue así.

Fue por eso que la muerte de Karina del Pozo me cayó como balde de agua tibia, no fría, ya les dije que no me retuerce mucho la muerte ajena; así mismo me removió los cimientos la muerte Claudia Poppe, chica que se graduase en mi mismo colegio tan solo un año antes que yo. Ella también fue la Karina del Pozo de su día.

Del asesinado todos tuvieron su opinión, pero eso hasta el viernes. Hoy es sábado, Barcelona está último en la tabla de posiciones y el de España perdió ante su rival; ahora ya a nadie le importa lo que le sucedió a la muchacha. Porque esa es la forma en la que las redes sociales y la prensa nos adoctrinaron, para ser un escándalo de paso, la indignación del momento, y luego nada más que una estadística del crimen.

Tenga la seguridad que la muerte de Karina del Pozo quedará en la impunidad, como el asesinato de mi tío, y como tanto crimen que sucede en el país. Se lo aseguro.