El 10 de noviembre del 2010 el Rey Juan Carlos de Espala mandó a callar a Hugo Rafael Chávez Frias. Tuvieron que pasar poco más de dos años para que sucediera, porque al ahora difunto presidente de Venezuela solo lo podía silenciar la muerte.
Hugo Chávez murió presidente y deja una nación de fanáticos sumidos en una tambaleante economía. Deja una nación militarizada, porque el sucesor del presidente, Nicolás Maduro, mandó a los contingentes armados a salvaguardar las calles con tanques.
Porque tal y como Chávez, Maduro cree que el país debe permanecer en paz, como permanecerá la tumba del ahora expresidente y como los 19.000 sarcófagos que, tan solo en el 2009, se sepultaron en la nación de la vino tinto; cadáveres de civiles que creían en su proyecto de seguridad social.
El cadáver de Chávez permanecerá en paz, eso lo asegurará el gobierno. Lo que la maquinaria oficialista no pero garantizará es la seguridad de la juez María Afuni, paciente de cáncer y que permaneció encerrada en una celda venezolana sin motivo aparente. Ella recibió maltratos de parte de sus carceleros, maltratos que fueron denunciados pero que el ahora difunto presidente ignoró. Paz tampoco tendrá la familia de Franklin Brito, el agricultor que murió en huelga de hambre tras reclamar unas tierras que eran de su pertenencia y que le fueron expropiadas por la revolución social bolivariana.
El cadáver de Chávez permanecerá en paz, eso lo asegurará el gobierno. Lo que la maquinaria oficialista no pero garantizará es la seguridad de la juez María Afuni, paciente de cáncer y que permaneció encerrada en una celda venezolana sin motivo aparente. Ella recibió maltratos de parte de sus carceleros, maltratos que fueron denunciados pero que el ahora difunto presidente ignoró. Paz tampoco tendrá la familia de Franklin Brito, el agricultor que murió en huelga de hambre tras reclamar unas tierras que eran de su pertenencia y que le fueron expropiadas por la revolución social bolivariana.
Y es que Chavéz era un socialista, uno más de esa nueva raza de líderes que se hacen amar por el pueblo, que exigía justicia y equidad para las masas que durante tanto tiempo había sido oprimidas por ese capital imperialista, ese que tanto mencionaba y odiaba. Igual, su mayor fuente de ingresos venía de la industria favorita del imperio: el petroleo. Es más, el mayor mercado de este material eran los Estados Unidos, esa nación a la que en más de una vez se refirió como 'el imperio del mal', pero que recibía la mayor tajada de sus exportaciones, esas que se traducían en millos que nutrían la maquinaria política que no hacía más que solventar una nación en ruinas.
Venezuela hoy en día no produce nada más que petroleo, eso y Misses, mujeres a las que el difunto líder jamás felicitó por su título. Chávez era así, un hombre que tenía mucho que decir y aún más por callar. Y cuándo callaba era de temer. Es por eso que siempre evitaba ser cuestionado. Él sabía que había periodistas que saben sacarle palabras hasta el más mudo. Quizás fue por eso fue que mandó a cerrar más de 120 medios de comunicación. Él, un tipo inteligente y de verbo fácil, pero poco estudiado, un militar de cepa, sabía que había que estar un paso adelante del enemigo, en este caso, el perspicaz periodista capaz de hacer hablar a los muertos. Eso sí, no habrá cronista ni reportero que le saque palabras a este difunto.
Lo único que se escuchará de Chávez serán sus palabras en boca del 68% de sus simpatizantes, esos que en el 2012 se transformaron tan solo en 52% en las urnas, muy a su pesar.
Porque nadie puede negar que al expresidente su pueblo lo amaba. Él era un hombre de la calle, un venezolano del campo, del llano de trabajadores, un hombre que creció en medio de esa Venezuela olvidada por los grandes capitales. En la humildad encontró el refugio en la militancia, una carrera vistiendo el uniforme y portando el rifle, ese que en 1989 no utilizaría durante el Caracazo. Él, según dicen los archivos oficiales, no estaba en la capital de Venezuela ese día. Hasta hoy se dice que Chávez catalogó a esa masacre como una barbarie.
Fue esa frustración que tres años después, en 1992, lo llevaría a conducir un fallido golpe de estado. No importaría, porque seis años después el pueblo no olvidaría al hombre que se sublevó ante la maldad del tirano de paso. Porque en Latinoamérica todo líder es tirano y bobo durante su mandato. Y Chávez no fue la excepción, o al menos así lo catalogó la oposición que tan poca sombra le pudo hacer a su mediático caracter.
No hubo insulto que pueda mermar la imagen de un hombre que puso en regla la situación de millones de trabajadores sin derechos, esos que trabajaron en empresas expropiadas. No hubo peyorativo que hiera la figura del hombre que revitalizó la imagen de un país entregado al capital extranjero; fue por eso que él le devolvió todo a una nación que no supo administrar sus recursos. No hubo marcha multitudinaria que ensombrezca la labor de Chávez a la hora de enseñar a leer a millones de niños analfabetas que tuvieron que conformarse con ojear diarios que tenían miedo de escribir del comandante.
A Chávez solo lo pudo vencer un cáncer, una enfermedad que él aseguró, con fe de causa, le fue inoculada por 'el imperio Yankee'. El presidente encargado también lo piensa, tanto así que solo un par de horas antes de que se confirmara la muerte del presidente, volvió a hacer énfasis en esa campaña norteamericana por enfermar a su líder.
Fue esa paranoia contra 'el imperio', que hizo que Chávez se llevara tan bien con Fidel Castro, ese ser que parecía que iba a morir y que volvía a aparecer cada vez y cuando. Lo mismo quiso hacer el venezolano, pero no pudo. Fue por eso que en la imposibilidad de mantener el hermetismo de su situación se fue a refugiar en Cuba, el único lugar del mundo en donde el estado puede garantizar que la prensa no meterá las narices en los asuntos importantes.
Desde su estancia en la isla ya se hablaba de su muerte. En su país, esa nación polarizada, ese lugar en donde la oposición es blanca y el oficialismo es negro, los ánimos se caldeaban. Ambos bandos exigían saber del líder de la nación, de un líder que emitiría su último mensaje oficial un 18 de febrero a través de una plataforma de microbloggin diseñada por un par de millonarios de la nación que tanto odió. Después de eso no se supo más.
Del líder bolivariano se volvió a escuchar tan solo cuando, de sorpresa, una madrugada regresara a su país, en un hermetismo que más hacía dudar de su condición de vivo.
Los miedo se cristalizaron hoy a las 9:00 cuando un comunicado oficial ordenase mantenerse atentos a las noticias del día. Ya para las 12:00, Nicolás Maduro anunciaría el jaque diciendo que Chávez estaba delicado. Cuatro horas y media después, a las 16:25, el mismo vicepresidente a cargo de la nación, con una voz gagosa, daría la noticia que todo paranoico sabía desde hace más de dos meses: Hugo Chávez había muerto.
La noticias dio la vuelta la mundo en un instante y las reacciones no se hiceron esperar. Evo Morales, presidente de la nación más pobre de la región, lloró la partida del presidente de la única nación 100% petrolera el sur de américa. En Ecuador, Rafael Correa decretó tres días de luto, y los homenajes a la figura del comandante seguirán llegando de parte de todas las personas a las que en vida influyó.
Y es que la muerte de Hugo Chávez no deja sin opinión a nadie. Ya sea a pesar de unos y felicidad de otros, porque habrá mucha persona feliz. Hoy somos testigos de un evento histórico, de la partida de una de las figuras más emblemáticas y polarizadas del acontecer mundial.
Ya no habrá más 'Alo Presidente' ni cánticos sobre el escenario. Hoy no hay quien alce la bocina. Para que este silencio suceda no bastó que un rey mande a callar a un plebello sublevado, a un hombre que se hacía llamar a si mismo 'discípulo de Bolívar' y que, cual rebeldía poética, no se dejó silenciar por esa realeza que tanto odio. Hasta aquí la historia del último líder de izquierda de América Latina.
No te metas con mi cucu
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