lunes, 25 de febrero de 2013

'La vieja'


Las últimas dos semanas llovió, llovió mucho. Ironicamente, 'la vieja' pasó esos último 14 días parada bajo las precipitaciones. Es irónico porque durante toda su vida útil 'la vieja' jamás se quedó estancada en ninguna de las calles que se inundaron con las lluvias. Y eso que era una furgoneta antigua.

'La vieja' era una Volkswagen modelo 'Transporter', tal y como le pusieron los teutones que la diseñaron, pero que mejor respondía al nombre de 'la combi', una furgoneta de 1996 de fabricación brasileña que le perteneció a mi mamá por 16 años. Créalo o no, ese pedazo de maquinaria también, en algún momento de la historia, fue una último modelo.

Yo jamás tuve el deleite de manejarla en sus años mosos, es más, yo aprendí a manejar en esa furgoneta cuando ya empezaba a dar sus primeros achaques por la edad. Como todo primerizo del volante, yo era torpe, un imbécil que se cree Ayrton Sena, y no por gran piloto sino que me encantaba estrellarme. Fue en esa misma combi que me choqué las dos únicas veces que me he visto envuelto en accidentes automotrices, eso sí, jamás causando daños a terceros.

Porque manejar la combi era muy dificil. Yo tengo la teoría que los carros, según su modelo, son femeninos y masculinos. En este caso era una furgoneta, la combi, y como toda linda fémina era temperamental y jodida: había días en los que los cambios no le entraban ni a patadas, otros en los que era una dócil maquinaria. El volante era del tamaño de un manubrio de autobus y sus pedales, cada vez que le daba la gana, se quedaban pegados en el piso. Manejarla era dificil y una lotería: tu no sabías que día prendía y que día no. Temperamental como ella sola.

Y su 'mal genio' podía jugarte malas pasadas, apagándose cuando menos lo esperas. La combi se apagaba cuando llevabas amigos a bordo. Porque en ese carro se han subido todos mis amigos, han cantando mientras uno sufría manejando y rezando que el carro no se dañe a mitad del camino. En ese carro, en la parte de atrás, almorzaba cuando era época de colegio y en ese mismo lugar me besé con las más tiernas mujeres, las mismas que hacían un esfuerzo incalculable por no decirme que estaban muertas de calor: la combi no tenía acondicionador de aire y estaba hecha de metal puro. Era un hornito con ruedas.

Pero si conducirla a diario ya era caluroso, durante los días de sol 'la vieja' era imposible de manejar. Cada que tenía que ir a un lugar y vestir de gala debía ir vestido con el pantalón de pinzas, los zapatos de suela y una camiseta; la camisa la llevaba en la parte de atrás, para cuando llegase al lugar, me cambiase la sudada prenda por la otra indumentaria. Llegar decente y presentable a cualquier lugar, con la combi, requería de planificación. Uno con la combi aprendió estrategia.

Pase mucho tiempo manejándola hasta que pude comprarme mi propio carro: un Escarabajo del 72 que se dañó al año, por lo que me vi obligado a convertirme en chofer de la combi, nuevamente. Meses pasaron hasta que pude volver a comprarme mi segundo carro, el de ahora, el que tiene acondicionador de aire y aún sido pagando. Y por un momento me puse muy feliz, contento de que no tendría que volver a conducir ese pedazo de metal que tanto me había acompañado.

Mi mamá tampoco volvió a manejar la furgoneta, hace un mes se compró un carro nuevo y 'la vieja' quedó parqueada a una cuadra de la casa, soportando el calor y la lluvia, así como siempre lo hizo.

No fue si no hasta los últimos meses de su funcionamiento que la combi empezó a fallar. Siempre trabajó en silencio aguantando cuanto kilometraje se le metía. Luego, como una ancianita, empezó a dar achaques. Fue por eso que tuvo que ser estacionada.

Las últimas dos semanas que la vieja pasó parqueada cerca de casa llovió mucho, por lo que, no sé si por coincidencia, los faros delanteros, esos que parecían sus ojos, se oxidaron un poco. Dígame loco, pero el oxido que arrojaron los faroles asemejaban un par de lágrimas. Quizás es porque ya nadie la manejaba.

El domingo pasado se llevaron a 'la vieja'. Se la llevó un mecánico que mi papá conoce, y yo la verdad no quise saber a donde.

Nunca pensé que sentiría tanta nostalgia por un pedazo de metal semi podrido y que, según yo, tantos malo ratos me hizo vivir. Tampoco pensé que iba a poder extrañarla, peor aún ahora que, en el lugar donde estaba parqueda, solo queda una macha que señala dónde fue que pasó sus últimos días.

Mi último y morboso gesto con 'la vieja' fue tomarle una foto, algo como para no olvidarme de ese cajón con ruedas, ese hornito que en los días de calor me hacía sudar como cerdo y que durante las horas de lluvia jamás se quedó estancada. Ahora solo me queda una fotografía de esa furgoneta a la que no quiero reconocerle que fue el mejor carro del mundo.

Hasta luego, vieja.

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