jueves, 17 de noviembre de 2016

Tirar la toalla

Me cansé. Me cansé de todo, de escribir, de beber, de nadar, de trabajar; me cansé de esperar, de soñar y de no viajar. 

Me cansé de cagarla, me cansé de enmendarla, me cansé de andar por la vida ahuevado, reclamándome a mí mismo cosas que no he ganado. 

Me cansé de los gobiernos, me cansé de los negocios, me cansé del servilismo y de servir. Me cansé de que la gente se pase la luz roja y del correo electrónico que me grita que tome taller y cursos para mejorar lo inmejorable. 

Me cansé de existir, de las deudas, de la insípida programación en la televisión. Me cansé de pagar, me cansé de cobrar, me cansé de la gente, del que pide y del que da. 

Quiero tirar la toalla. Pero estoy tan cansado que ni eso puedo hacer. 

Mañana estaré más cansado, y así hasta que el crédito, la vida y la conciencia, me haga la justicia divina que no creo, y a la que le reza mamá 

miércoles, 8 de junio de 2016

El materialismo

Me han robado dos veces en la vida. La primera cuando tenía 12 años, en el Cerro Santa Ana, junto a toda mi familia y con un ladrón apuntándole una recortada de frente a mi madre; y la segunda vez en Colombia. La única vez que fui para allá, me robaron.

En ambas ocasiones mis conocidos se alegraron de que no me haya sucedido nada, de que haya regresado con a salvo de las traumáticas experiencias, y de que tuviese la fortuna de vivir para contarlo. Pero en realidad jamás regresé completo. Al menos no de la segunda de mis experiencias.

En mi viaje a Medellín se me robaron mi primera cámara: una Nikon D2H, vieja para el año que me la robaron pero último modelos en el 2002. Seis megapixeles y modo ráfaga de 8 disparos efectivos por segundo. Un juguete carísimo.

Para comprármela (se la adquirí a un amigo fotógrafo de un periódico) tuve que dejar de comer en la calle como por 2 meses. Tuve que ahorrar dinero, además de trabajar horas extras. Toda una parte de mi vida entregada en su totalidad al objetivo de tener cámara. Y eso me da mucho que pensar.

Porque el común denominador dice que 'lo material se recupera', pero lo que no podemos recuperar es el tiempo y esfuerzo que destinamos para conseguirlos. No podemos recuperar la vida que gastamos para adquirir lo que tanto queríamos. Es decir, ese objeto simboliza un pedazo de nuestra vida y ¿así de fácil nos los dejamos arrebatar?

Cuando alguien nos roba nos está arrebatando una parte de nuestras vidas. No es un objeto material recuperable, es una fracción de nuestra existencia que se desprende a la fuerza de nosotros.

Y en la actualidad no tenemos la opción de defender nuestra vida. Quien nos lo quita puede hacerlo con la venia de que hay leyes que los aparan, a su violencia y demás, pero de nuestro lado, debemos solo aguantar.

Recuerdo una vez, Carolina Jaume, la presentadora, quisieron arrebatarle el celular; ella iba en su carro, en la Av. de las Américas cuando un tipo metió su brazo y cabeza por la ventana del automóvil de ella para sustraerle su celular. Ella, en un arranque de desesperación, optó por golpear al tipo hasta que este este, sangrando, salió de su vehículo. La anécdota de la presentadora hubiese terminado bien si ese fuera el final, pero supe, de testimonio de ella, que el ladrón la denunció, y ella tuvo que pagarle el hospital por la nariz que le rompió. Ella lo contó, aún indignada, una vez que me tocó fotografiarla.

No puedo ser partidario de la idea de 'lo material se recupera', porque no es así de sencillo. Cuando nos roban nos arrebatan horas en las que no vimos a nuestras familias para ganar un poco más de dinero; cuando nos roban nos están quitando esos momentos que pudimos haber aprovechado paseando, pero que los usamos para horas extras en el trabajo.

Yo por lo pronto he vuelto a cargar mi cuchillo en mi bolsillo, una daga con la que podría, así como no, defenderme, y a mis cosas, si intentasen robarme.

Porque el materialismo no es solo una filosofía que excluye lo espiritual, per se, es una forma lógica de entender que no son 'cosas' las que tenemos, sino que son extractos de nuestra vida.

martes, 5 de abril de 2016

El show que nos dio todo

Odio los programas mañaneros, los de los canales nacionales, donde salen 'talentos de pantalla' intentando 'animar' las mañanas del ecuatoriano promedio. Lo hacen hablando tonteras, entrevistando a idiotas y dejando que grupos de danza bailen al ritmo de una canción de moda. Es repugnante.

Pero la culpa no es de ellos, de hecho, podemos culpar de todo al difunto Marco Vinicio Bedoya, que, tengo entendido, no era un mal tipo, y que creó un formato de programa popular que vive hasta el día de hoy. Él era el host de 'La Feria de la Alegría', show en el que patentó su carisma y que se transformaría luego de un par de años en el legendario 'A todo dar'. Sí, legendario.

Culpo a Bedoya sin ninguna mala intención. Su responsabilidad no tiene nada que ver con los niveles de decadencia a los que han llegado los shows nacionales, sino simplemente tiene que ver con la creación del formato de programa. Luego vendrían más animadores y este show de concursos en el que el público participaba, se transformó en una serie de retos decadentes en los que las personas concursaban por fundas de detergentes y/o multiproductos.

De hecho, los 'multiproductos', la palabra, se popularizó en estos programas. Cada canal intentó emular este tipo de shows, pero nadie competía con 'A todo dar'. Eran originales en todo lo que hacían. Desde esos aberrantes tiros de cámara en los que parece la grabadora está en mano de una persona con parkinson, hasta la inclusión de grupos de baile como lo fue Ta Dominado; el génesis de una parte de la cultura nacional. Los integrantes de este grupo, hasta el día de hoy, le deben a este show sus carreras en la TV nacional.

'A Todo Dar' es el show más influyente de la televisión ecuatoriana, y es influyente no un buen sentido. Dejó establecido los concursos para el deleite del público (que años después podríamos decir se convertiría en Combate), la obligatoria participación de grupos de baile en los shows, la necesidad de un animador bullicioso para entretener, y, por sobre todo, el hábito de gastar la tarde viendo un show mediocre sin contenido alguno.

Es no más encender la televisión para darse cuenta el legado de 'A todo dar'. Incluso celebridades locales comenzaron bailando en ese show, y hoy hasta premios ganan. Claro, premios como el ITV, galardón que tiene la misma importancia que un cenicero en la casa de un no-fumador.

Pero 'A todo dar' pudo tener 'éxito' tan sólo por la calidad de público que somos, o que es 'la masa crítica' nacional. Ellos, los que crean audiencia, tienen esos estímulos visuales tan arraigados en su psiquis que no pueden disfrutar algo que no sea medianamente decadente. Por eso medio existe un show decente, debe bajar sus estándares, como poner un grupo de baile en medio de la programación, como para ganar audiencia, o crear polémica entre sus presentadores, porque sin eso no hay audiencia, y sin audiencia no hay patrocinadores que paguen los sueldos.

'A todo dar' nos hizo daño, nos laceró como audiencia, nos mutiló como consumidores, y lo hizo porque cometió un error: le dio a su audiencia todo lo que quería ver; y bien en el fondo nosotros somos primates con lenguaje, reaccionamos a colores brillantes y un par de tetas, y así nos manipulan sin que nos demos cuenta.

Ahora el boom está en los show mañaneros, cada uno con host más bulliciosos que los demás, otros que se venden como altruistas de la causas más gastadas, o shows de farándula camuflados de programa de variedades. Igual, ninguno pasará a la historia, ninguno tendrá el impacto de 'A todo dar', que, literalmente, nos dio todo. 

lunes, 1 de febrero de 2016

Sasha Fitness

Bill Hicks decía: 'Si trabajas para el marketing y la publicidad, mátate. Es la única forma de salvar lo poco de dignidad que te queda. Eres un destructor de todo lo bueno en la vida, un peón de Satanás. Llenas el mundo de violenta contaminación'. Y tiene razón.

Trabajo haciendo fotos y a mi me toca falsear todo para que se vea bien. Porque, la verdad, el mundo real es insoportable. Por eso tenemos cuentas en Instagram, para llenar de filtros, saturar, contrastar y desatinar todo lo que nos rodea, acomodarlo a nuestro gusto y creer que experimentamos un mundo hermoso de colores satinados y contrastes de ensueño.

Existe una herramienta, un filtro, en Pshotoshop, que se llama 'Liquify' (Licuar, para los que tienen la versión en español), y que deforma la estructura de las cosas, haciéndolas más pequeñas o grandes. Es la herramienta favorita de la niña de colegio que quiere agrandarse las tetas y bajarse la panza pero no tiene para las prótesisi ni la liposucción.

Y sin importar cuanto movimiento feminista haya que trate de hacer que las niñas acepten su cuerpo tal y como lo tienen, ellas bien saben que nosotros babeamos por un busto bien parado y esas flacas gallaréticas con nalga; esos idilios de mujer que responden a nuestros más primitivos instintos de reproducción. No sabemos porque deseamos eso, pero lo hacemos.

Luego viene una mujer como Sasha Barbosa (A.K.A. Sasha Fitness), a verborrear sobre un estilo de vida más sano para todo el mundo, para exhibir un cuerpo como el de ella que, aceptémoslo, no es la gran vaina. Ella es a las mujeres lo que los hipertrofiados fisicoculturistas son a los hombres: un idilio corporal inalcanzable que es repulsivo para la gran mayoría del sexo opuesto.

¿Por qué admira la gente a una mujer que deja de comer? Ella ha ganado (asumo) millones por andar promoviendo una religión, el fitness, a miles de millones de personas en el mundo del consumo, sin entender, el mundo del consumo, que ella no hace más que marketing. No vende un estilo de vida, no vende secretos, vende su imagen, como una gran pancarta de publicidad para productos que se dicen naturales pero que vienen en latas, botellas y demás.

Lo que no sabe la gente es que el fitness es un estilo contra-cultural peor que los hippies. Al menos lo segundos, y esto es jodido para mi, -hablar bien de un hippie- intenta vivir una vida un poco más real. El fitness no es más que una mentira: gente que se priva de comer ciertas cosas para andar escuálidos mientras se meten esteroides (sin decirlo ni aceptarlo), para conseguir un cuerpo delineado que, pregúntenle a cualquier médico (no a un nutricionistas ni a un entrenador), es imposible de conseguir. Y de una vez voy diciendo, no estoy diciendo que ella los consuma, porque no me consta. No faltará el cabrón que diga que estoy haciendo acusaciones, y solo hago hincapié en las decenas de casos que conozco.

Y esta mujer lleva el 'Fitness' en su marca, haciéndo de ella un ejemplo para el mundo de los gordos, vendiendo una historia de superación que no existe. No tener sobre peso no es un maldito logro, es sentido común. Dejemos de estar glorificando esta vaina.

¿Historia de superación? Un ciego graduándose de leyes (que hace poco salió en el periódico), o un niño colombiano que camina todos los días más de 10 kilómetros para ir a un colegio en el que el espera lo estén educando (cosa que no es así).

Sasha Fitness no es más que una pancarta, un filtro de Instagram, un producto de marketing mucho mejor vendido que el Photoshop, y vendido con la técnica de 'la inspiración'. Jódase. Si usted admira a esa mujer, le falta un tornillo. Si cree que ella fue la que lo motivó a llevar un estilo de vida más saludable, le digo que no: fue su equipo de marketing que se las vendió.

Si quiere bajar de peso, hágalo, es sano, es lógico. No hay orgullo en tener panza, ni en no poder subir las escaleras de un solo tiro. Vivir cómodamente es solo lógico.

Deje de andar comprando huevadas, y si no mejor, junto a todos los que hacemos marketing, vamos a cometer suicidio colectivo, cortesía de Hicks. ¡Salud!