miércoles, 30 de mayo de 2012

Las bobas están más buenas

Lo interesante de ir a un gimnasio es que la gente en realidad cree que está haciendo algo productivo. En sus miradas se nota esa concentración, ese instinto de superación patrocinado por Nike y Adidas y cultuvado bajo el ejemplo de Cristiano Ronaldo. Lo curioso es que estos centros para 'cultivar el cuerpo' están llenos de logros de la ingeniería, repletos de aparatos que fueron creados bajo los mismo conceptos que sus usuarios desconocen. Por ejemplo las poleas de las mancuerdas asistidas o los apoyos para ejercicios como el hércules. ¿Cómo lo sé? Porque yo soy esa clase de hipócrita que reniega de todos los lugares a los que ha ido.

Pero si hay algo de lo que es imposible quejarme en los gimnasios es de las mujeres que van. Seamos sinceros, están bien buenas. Ellas de paso tienen la insensatez de ir en licras ajustadas, tops diminutos, atuendos que no dejan que las ignoremos. Pero están ahí solo para verlas, no para hablarles, porque si abren la boca se joden; son incapaces de expulsar un solo pensamiento congruente, interesante o siquiera consistente. Tampoco es que ellas se mueran por hablar conmigo, no les voy a mentir.

Toda mi vida he ido a gimnasios, de joven porque me creía deportista y ahora en la 'adultez' (nótece las comillas) para no convertirme en Manuel Uribe. Detesto estos lugares pero entiendo que son males necesarios. Tampoco es que le dedique todo el tiempo del mundo, a duras penas una hora, lo suficiente como para no acumular grasas. Tampoco me sirve de mucho (adoro la Coca Cola). ¿Por qué la necesidad? Simple, porque ¿han escuchado ese dicho 'lo que no mata engorda'? Pues bien, engordar es un suicidio social y sexual, así que muerte en fin (y yo no quiero ser un cadáver, al menos no en lo segundo).

Si hay una constante en los gimnasios que he visitado son la mujeres buenas, féminas que desbordan tinte de cabello y carecen de tanta grasa como de sentido común. Uno entra en un dilema endocrinal al no saber si babear por ellas o sentirles lástima. No son mujeres 'de verdad'. Sí, tienen tetas, nalgas, y su aparato reproductor acorde con su sexo, pero son un producto de la publicidad, productos de las cremas para el pelo, las bebidas light, los libros de motivación de Paulo Coelho, Cuauhtemoc Sánchez y los videos de reguetón.

Porque las valientes están construyendo casas para los desamparados, viajando en misiones a países miserables para darle de comer a los niños con barrigas llenas de bichos; las mujeres de verdad están en los campos de batalla, con cámara en mano, dando testimonio de las atrocidades capaces de cometer por su sexo opuesto; las mujeres de verdad están en un laboratorio, encontrando la forma de curar el cáncer; las hembras son las que se quedan sin nalga por tantas horas que pasan sentadas trabajado, intentando ver como se hace del mundo un lugar mejor. Las mujeres de verdad están a punto de configurar el pensamiento, obra y verso que cambiara el planeta.

Pero así como aceptamos que las del gimnasio están bien buenas, hay que ponerse la mano en el pecho y admitir que las misioneras y demás valientes no cumplen con los cánones de la belleza, al menos no con el de las revistas. Ellas son tan inteligentes que sortearon la necesidad inicua de una facha de fiesta por la comodidad del uniforme, de la prenda holgada, los zapatos de caucho y el short caqui con bolsillos en todos lados. Para ellas no hay peinado, solo un moño que evita que el cabello les atraviese el rostro y entorpezca su trabajo. Yo me enamoro de solo saberlo.

Aún así cometemos el error de ignorarlas, a las mujeres de verdad. Nosotros nos ponemos a babear por las del gimnasio, por las que organizan esas carreras benéficas, esas en las que los seudo deportistas participan para limpiar su conciencia. Ellas correrán 5km en contra del hambre, porque están dispuestas a hacer todo por curar la enfermedad, menos estudiar para encontrar el remedio.

Uno es visceral al respeto, piensa con las gónadas y reacciona más rápido ante un par de nalgas redondas que ante el esfuerzo incansable de una trabajadora empedernida. Los hombres somos imbéciles, no hay nada que hacer. No nos culpen, estamos programados para esto, en especial cuando (inconscientemente) nos sentimos intimidados por su inteligencia, y también porque las bobas están más buenas.

Porque cuesta admitirlo, entre la genio desgarbada sin gracia (pero valiosísima) mujer que cure el cáncer y la barbie que confunde el amazonas con una montaña, uno siempre se querrá comer a la muñeca 90-60-90 de ojos azules y cabello tinturado que asegura que Guantánamo es bonito lugar para pasar las vacaciones. 

sábado, 26 de mayo de 2012

El tricolor patrio

En Filandia, el trasporte para personas con sueldo bajo es gratis. En Suecia la salud de las personas está garantizada por el estado sin importar que no tengan para pagar los tratamientos, eso mientras que en Canadá la hospitalización es gratuita. En Ecuador hay que rogar que el Call Center del seguro social responda y que, de darte una cita antes de las tres semanas, al llegar al hospital te atiendan. Eso si es que el enfermo no se muere antes.

Es imposible no hablar mal de este país. Con solo contar las cosas que suceden a diario basta para darse cuenta que vivimos en una nación de mierda. Odio el hecho de las nacionalidades (pero de eso habrá otra entrada). No soporto el patriotismo y menos cuando viene de un fanatismo insensato, requerido por los gobiernos de turno para hacerle creer a la gente que lo que se está haciendo es en pro de un proyecto llamado Ecuador. No me jodan.

Lo que más odio es cuando utilizan las "fechas patrias" para inducir al amor por la tricolor, tal y como con el 24 de mayo, la Batalla del Pichincha, la gesta que nos liberó del yugo español. Yo en realidad creo que los soldados de la campaña libertadora, de haber sabido como iba a terminar este pedazo de tierra que en ese entonces se llamaba Colombia y hoy Ecuador, ni siquiera se hubiesen inscrito para pelear.

En realidad existe un ejército nacional porque la gente más pobre del país puede ir un año a la conscripción y tener, durante 365 días, un plato de comida. Nadie quiere defender al país, ni los deportistas. Antonio Valencia no representa al país en el Machester United, él puede decir que sí, pero no, todo lo que hizo lo hizo porque tenía que sacar a su familia de la pobreza. No por el país.

Y es que es difícil sentir cariño por una nación tan incongruente como esta, una nación que hace que el Macondo parezca un lugar común. ¿Cómo se puede defender un país en el que los ministros se comen los cheques para no encuentren pruebas del dinero que se estaban robando?

Los spots publicitarios del  país desbordan de planos que remarcan lo hermoso de los paisajes nacionales. Una nación que carece de material humano abusa de sus emblemas naturales para venderse. Al país no le queda de otra. Incluso desde la pinta: somos horribles. Solo saque la cabeza por la ventana o al espejo, acéptelo, los colombianos nos ganan por goleada cuando de facha se trata.

Nuestro héroe de las campañas libertadoras en una cabeza parlante que cargó la bandera con los dientes. La llevo rondando, porque como la leyenda cuenta, desmembrado se arrastró por las faldas del Pichincha, que tampoco me parece un gesto de valor. Eso mientras Venezuela tiene a Simón Bolivar.

No tenemos representantes en el boom latinoamericano (de la literatura), y lo que en la actualidad tenemos es intelectualiodes caprichosos que marginan a los que no los adulan.

Nuestro sistema educativo, secundario, promueve la estupidez, y el universitario promueve el alcoholismo. Y de paso ambos son caros (si es que medio medio se quiere 'aprender' algo). Un universitario promedio no entiende los textos que leer, pero sabe cuando vodka meter en el jugo de naranja de una mujer para embriagarla y llevársela al matadero.

Deportivamente estamos en la lona, y a pesar de eso, porteros que gozan de popularidad terminan en curules altos de los ministerios, haciendo cagada tras cagada. Eso sí, ganó la libertadores. Su logro más grande.

Ni siquiera en la región nos toman en serio, o ¿no se han dado cuenta como todos los horario de Sony son "23 hora Perú - Colombia"? ¿O sea que en medio de esos dos países no hay nada? Así de marginados somos.

Tenemos una tasa de lectura de 0.5 libros años, estudio que fue corroborado luego de que el Censo 2010 mostrara que solo 4000 personas al mes (en una nación de 14 millones de habitantes), compran un libro al mes. Y hay que ver que clase de libros compran... cabrona Stepheny Mayer.

Es un asco ser ecuatoriano. Somos lo peor de lo peor. No comprendo como alguien puede sentir nostalgia de este pedazo de tierra, y mucho menos comprendo como alguien puede sentirse orgulloso de ser de acá.

Si usted sabe porque le emociona ver el tricolor patrio flameando en las astas de algún lugar que no sea el propio, explíquemelo, hágamelo saber, digo, solo para reírme... de usted. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

Los planes

Mark Zuckerberg, imagino que en un impulso de euforia por el prominente futuro que se le avecinaba, se casó. Él contrajo nupcias con su enamorada de toda la vida, una gringa de ascendencia oriental que no tienen mucha gracia que digamos. Se casó solo un par de día después de que su compañía salió a la bolsa (y no me pregunten cómo carajo es que funcionan esas cosas de las acciones porque no lo sé), y el futuro de la red social, ese negocio que tanto ha dado de que hablar, que tantos millones ha generado, se veía prometedor. Pero no fue así.

Las acciones de Facebook se unden más rápido que el Titanic. Los eruditos de la materia no entienden porque, yo menos. Imagino que Zuckerberg hizo planes a futuro sobre ese negocio de 1,500 millones de dólares que tiene. No fue así como lo creó. Al menos no según lo que vimos en la película 'The Social Network' (TSN).

En un arranque de despecho patrocinado por nuestro amigo de las malas decisiones, el alcohol, Zuckerberg realizó un primer borrador del que hoy es el motor de rupturas amorosas, precursor de problemas laborales y tergiversador número uno de los hechos: Facebook. El no lo planeó, no lo buscó, si lo hubiese hecho, estoy seguro que no lo hubiese programado.

Buscar que las cosas sucedan es una pérdida de tiempo. No pasan. Los negocios e invenciones más grandes de la humanidad se han de dado de la forma más absurda y accidental posible. Ya lo vimos con la Coca Cola y la penicilina, el negrito (brownie para los hijos de puta que se olvidaron que hablan español) y el teléfono, que en realidad fue un aparato creado para contactarse con lo muertos. Hasta esta niña Justin Bieber se encontró la fama accidentalmente (y nadie con dos dedos de frente lo agradece).

Incluso cuando buscas a una mujer ella no te corresponderá. De alguna enfermiza forma a ellas les gusta ser ignoradas. Si tu las atiendes terminarás solito en el baño, con música de fondo, velas y callos en la palma de la mano que utilices. Uno no planea estar con ellas, eso solo sucede.

Pero a pesar de esto, hay algo de exquisito en las cosas que suceden fuera de los planes: el elemento sorpresa. Es como la primera vez que tienes sexo, tu no lo esperas, es algo que buscaste toda tu vida pero no llega. Has gastado en idas al cine, en helados (porque en ese entonces estabas en el colegio), en dulces y demás mimos por cortejar a la más linda de estas cabronas que no te prestaba atención. No es sino hasta una fiesta en la que un beso imbécil con esa chica que estuvo ahí, al lado tuvo toda la vida, termina convirtiéndose sin esperarlo, en ese momento que tanto había buscado. Claro que eres un fiasco. Nadie hace las cosas bien la primera vez.

La misma sorpresa tiene que haber invadido Eduardo Saverín, quien según TSN era el hombre detrás del capital que dio inicio a Fesibus. Practicamente dio dinero de caridad a un loco antisocial, un resentido que años después lo deslindaría de todo rédito por edificación de la adictiva y nociva red social. Hoy se ha de estar cagando de la risa al ver como el esquema de enriquecimiento planeado por Zukerberg se viene cuesta a bajo. Yo también me río, por envidia más que nada.   

Por eso no es bueno hacer planes, porque los planes lo arruinan todo. La expectativa crea una imagen, un idilio de una situación que de ocurrir (que no pasa), jamás es como lo esperabas. Los planes llevan siempre a la decepción.

La suerte es que para nosotros, la prole que no progresa, los planes que se arruinan son cosas como "carajo, yo le puse los tragos y terminó vacilando con otro"o "mierda, ya no tengo como pagar el carro"; no como los de Zuckerberg, que ahora tiene que lidiar con el hecho de que esa compañía que no buscó tener, pero que lo ha llevado hasta donde está, se viene a pique. Eso y el mal genio de una oriental que, por experiencia de miembros de familia, sé que son jodidas. Lo primero terminará mal, porque lo planeó; pero quizás en lo segundo le vaya mejor, porque fue un impulso, aunque no veo como un matrimonio pueda ser algo positivo.

viernes, 18 de mayo de 2012

El fantasma de mi perro salchicha

Para el día de las madres mi abuela me pidió que la acompañe al culto religioso al que ella asiste. ¿Cómo iba que decirle que no a mi viejita mayor? No se puede, en especial cuando en reiteradas ocasiones he esquivado acompañarla a tal sitio con excusas como "no abuelita, hoy me toca ir al estadio a tomar fotos", en días en lo que ni siquiera hay partido. Era su fecha, y aunque para mi todo templo de adoración a un ser invisible en el cielo debe ser dinamitado, me tocó ir.

No quiero entrar en detalles de lo incómodo, incongruente, absurdo, fanático, políticamente incorrecto y despectivo de la situación que me tocó vivir frente a un tipo que afirmaba que en un día X, el pueblo elegido de Dios iba a ser raptado (en una especie de "secuestro express divino"), para ser salvado. No voy a entrar en detalles porque a mi lo que me interesa escribir es sobre mi abuela.

La mamá de mi mamá, quien cada fin de semana tuvo la paciencia de recibirme en su casa cuando yo era un infante; esa que crecí teniendo como ejemplo de lo que una mujer mayor es, estaba sumida en una especie de hipnosis colectiva. En su templo, decenas de personas incapaces de entender lo apelativo e inducivo del discurso que se les propinaban a través de canciones y rezos con carácter de meditación, se dejaban hacer un examen proctológico espiritual del que me daba vergüenza ser parte. Y ahí estaba mi abuelita. Que miedo. Ella estaba convencida de que alguna forma el hombre invisible del cielo estaba ahí.

Tan solo cuatro días después una avioneta con cinco millones de dólares en efectivo se estrelló en la provincia de Manabí. Cuarenta y ocho horas después del accidente, un laboratorio de coca es encontrado a 50 kilómetros del lugar del siniestro. Los tripulantes de la avioneta eran mexicanos, eran del país donde se vive el proceso narco-delictivo más salvaje de las últimas décadas. Pero estos hechos no guardaban relación entre si, al menos eso es lo que nos dice el gobierno. "En el Ecuador no hay narcotráfico", o algo parecido fue lo que dijo el presi en una rueda de prensa sobre este "hecho aislado". De alguna forma había que creer que en el país no hay droga.

La noche del hallazgo del laboratorio en Manabí a mi me dio una gripe que podría haber tumbado a Godzilla: 40 grados de fiebre y una producción de mocos que se equiparaba con una fábrica de gel de cabello (por la contextura, digo). Postrado en la cama, en la noche, la sed me invadió y baje, tambaleante, a tomar un vaso con agua.

En la penumbra uno siempre anda viendo formas, en especial porque las películas de terror han abusado del factor sorpresa que regala la oscuridad, y uno, ateo y escéptico, se caga del miedo esperando a que le salte un puto fantasma desde la oscuridad (sí, la doble moral).

No se si habrá sido la fiebre y la sed, combinados con la penumbra que me hicieron ver una forma en la oscuridad, la forma de un can, un salchicha (dakel en alemán, de donde es originaria la raza). ¿Seria Dino, el pequeño perro salchicha que nos acompañó a mi y a mi familia durante tantos años? ¿El fantasma de Dino? Yo quería creer que sí, en especial porque durante los años que vivió, el pobre pasó la mayor parte del tiempo solo (porque la familia y yo pasábamos todo el día en el trabajo), y al llegar tarde a la noche a la casa cansados, nadie quería jugar con él. Yo sé que no existen los fantasmas, pero por el momento deseaba creer que sí y así poderle pedir perdón todo el tiempo que lo dejamos solo.

Tener convicción en lo que no se ve da cierto confort, un confort y paz ingenua, dañina, pero paz al fin. Mi abuela estaba feliz creyendo que hay una presencia que vendrá a raptarla un día para su salvación eterna, el presi está feliz convenciéndose que en el país todo es color de rosa y que la violencia de los buses bomba y las orcas multitudinarias jamás nos alcanzarán. Por mi parte, en mi delirio de 40 grados, en mi completa falta de sentido común y razonamiento lógico, yo fui feliz hablándole al vacío, a la idea de que de alguna forma el espíritu de mi perro salchicha había venido a perdonarme por todo el tiempo que lo ignoré. Ingenuos todos. 

martes, 15 de mayo de 2012

Estoy bien

Sigo sin entender la muecas en las fotos. Tampoco entiendo las sonrisas y mucho menos esa manía hereditaria de en una época en donde el flash y el obturador se mueven hasta en un 36,000avo de segundo, siguir posando. Pero concentremos en la mueca.

En Internet existe incluso un término (la duckface) para esta infame protuberancia labial que las mujeres hacen cuando posan para la cámara. Me repugna, me enferma, me emputa. Normalmente la mujer que hace esto tiene algo que ocultar: un rostro amorfo, su inseguridad, los cachetes y resagos de una gordura no deseada, y otro poco de condiciones femeninas. Porque las mujeres son expertas en ocultarnos las cosas. 

El otro día, el de las madres, caminaba por un mall y de lejos cruce mirada con una ex, no una ex de esas a las que uno llama borracho cuando está despechado, sino una de esas ex fugaces a las que no les vuelves a dirigir la palabra porque simplemente viven en un perpetuo estado premestrual. Ella andaba con una nueva víctima de su sistema endocrino, y para que, hasta antes del cruce de miradas se la veía feliz. 

No fue sino hasta que ella alcanzó a divisar que yo la estaba viendo que forzó para que la felicidad le brote por el rostro. Apercolló por el pescuezo a su pareja mientras posaba su cabeza en esa cuenca que se forma entre el hombro y el cuello de las personas. Luego volvió a alzar la mirada y le dio un pequeño beso en el cachete al tipo que la acompañaba. Ella quería decirme, de forma obvia pero no verbal, que estaba bien y que mi fugaz paso por su vida hace tantos años no la afectó. No le creo, en especial cuando casi me vi obligado a cambiar de número por la insistencia de sus llamadas. 

De alguna forma sus gestos eran una mueca que disfrazaba todo ese odio que ella siente por mi. Ella deseaba que la vea feliz, que la vea sonriendo porque es verdad, de todas las frases trilladas que rondan el universo de los seudo poetas de las redes sociales la única que tiene casi tiene la razón es: "no hay mejor venganza que tener una buena vida". 

"Estoy bien", nos repetimos una y más veces después de pasar por un exabrupto amoroso. Se lo decimos a nuestros amigos, conocidos; lo vitoreamos en las redes sociales y si pudiésemos pagásemos para poner un cartel en plena avenida 9 de Octubre con una cara sonriente y un mensaje "estoy bien", para que todo el mundo se crea lo que nosotros no. 

Las expertas en este asunto son esas adolescente reguetoneras que descubrieron el Twitter y envían indirectas a todos sus ex y conocidos de como cada tres meses superan al "amor de su vida" de turno. Las "más maduritas" en cambio se toman fotos en cada discoteca, antro o bar al que van con sus amigas y pegan el grito al aire por la superación de tal o cual fulano del que cada fin de semana descubren no debían haberse enamorado. Ya cuando pasan de los 25, solo las cortas de cerebro (normalmente amplias de maquillaje y silicona) siguen con estas practicas de "superación auto infringida" a través de indirectas. Lo malo es que son demasiadas. 

Quizás este post suene muy sexista por el hecho de que me le cargo al genero femenino pero ellas tienen también que darse cuenta que cuando de inmadurez sentimental se trata, las hormonas las hacen cometer una serie de cagadas que la mayoría de hombres no hacemos (acá es donde brindo por nuestro primitivo sistema endocrino). El problema es que uno sufre, directa o indirectamente, por todos estos cambios de ánimo y peyorativos a la raza. 

De alguna forma hay que aprender a dejar de poner esa "duckface" social, dejar de convencer al mundo de que el "estoy bien" es verdad. Que se cuelguen del cuello de un desconocido, que pongan fotos en los perfiles de lo feliz que están con el nuevo que encontraron, que escriban lo felices que son y nos lo obliguen a saberlo solo dice una cosa: aún se te mueve el piso por ese que tanto odias, y no engañas a nadie. Carajo. 

viernes, 11 de mayo de 2012

Todo es cuestión de dinero

El otro día veía un filme para la televisión en el que una joven, impulsada por su infelizmente casada y abnegada madre, dejaba a su aburrido y futuro esposo sentado en la cocina, esperando a que le hagan el desayuno mientras se fugaba con un rebelde en motocicleta, un artista apasionado que, aunque no tenía dos reales de dinero, prometía un apasionado  romance de amplio vigor sexual. La joven se montó en el regazo del caballo metálico del pintor y partió sin mirar atrás. Aquí terminó la película. No había de otra.

¿De qué iban a vivir ese par de adolescente enamorados? ¿Dónde dormirían esa noche? ¿Qué ropa vestirían dos días después cuando, tras sudar sus interiores durante largas horas de viaje, estos apesten a pescado podrido? y por último ¿con qué puto dinero pagarían la gasolina para seguir viajando en motocicleta? Incoherencias que dejan de ser contestadas cuando hábilmente el autor del mediocre guión pone punto final a la historia.

Por algo esto es una película. Los largometrajes terminan con los créditos bajando a toda velocidad, evitando que veamos cuantas personas trabajaron en ella para hacernos creer el cuento. Una película que resalta esos sueños de juventud, las aspiraciones por las que todos pasamos, esa época en la que uno cree con la convicción de un romántico que podremos vivir la vida que deseamos, y en la que el dinero no es más que "la razón de todos los males".

A mi me encanta reírme de esos que van por la vida intentando cumplir un sueño, porque, aterricemos, los sueños no se cumplen. La gente que realiza las aspiraciones de la prole son una sarta de personas que se topan con oportunidades que no quieren y terminan convirtiéndose en ídolos. Para quien no sabía, Wayne Rooney deseaba ser boxeador, ese era su sueño, pero no, terminó jugando para el Machester United, ganado en un mes más de lo que toda la planta de periodistas de mi diario ganamos en un año. Lo mismo con Steve Jobs, que pasó de hippie a tirano de la informática, cuando se sueño original era hacer gratis las telecomunicaciones; pero los millones pudieron más.

Todo es cuestión de dinero; yo tengo un par de amigos que están en Europa, luchando contra las peripecias de los latinos en el primer mundo, soñando con alcanzar cierto estatus en el mundo intelectual. Ya tenemos 22-23 años y debemos empezar a darnos cuenta que las cosas no sucedieron como queríamos. A esta edad el aún depender al 100% del dinero que tus padres estén dispuestos a enviarte me parece no solo denigrante, sino penoso.

Esa idea de libertad a la que todos aspiramos, esa que los hijos de puta de los publicistas nos han metido en la cabeza, solo se cumple con billetes. Viajar, conocer, comer, degustar, sentir, adquirir, todo eso solo los tendrás y podrás disfrutar si tiene el vil metal. La puerca vida no se trata de ser libre, eso no existe, se trata de tener papel moneda. ¿Alguna vez has tratado ir a comer sin puto dinero? No, porque no se puede.

Me da pena decirle a la gente que madure, pero es eso o morirse de hambre. Esta, nuestra generación, la tiene bien jodida, y si seguimos participando en reality shows, pensando en convertirnos en la próxima Selena, Kesha o Justin Bieber en vez de dedicarnos a producir, la cantidad de gente infeliz se multiplicará más rápido que un asiático en un concurso de matemáticas. .

La falta de dinero conlleva a la amargura, o ¿no han visto a un padre frustrado por no tener para comprarle el juguete que su hijo quiere? Y esto es el peor de los casos, cuando nuestra irresponsabilidad se transfiere a esas personitas.

Sí, así es el mundo. El mundo es lo que sucede después de los créditos de la película de la joven y su rebelde en motocicleta. Ella, 20 años después, reniega del día en que dejó a ese hombre sentado en la cocina. Él. despechado, consiguió una mujer que lo quería en su aburrimiento y hoy vive una vida acomodada en una casa y con un refrigerador lleno de comida. Ella, la ex joven, no encuentra la forma de decirle al ahora calvo y panzón de su esposo que deje de tratar de convertirse en pintor y que se ponga a trabajar, lo hace mientras busca como reunir dinero suficiente para comprar algo de alimentos y reparar la misma moto en la que hace 20 año atrás se montó, tomando la peor decisión de su vida.

Porque como lo dijo Andrés Calamaro: "no se puede vivir del amor":

domingo, 6 de mayo de 2012

No se acepte

El problema de querer imitar los rasgos, características y modo de vida de las personas que secretamente envidiamos es correr el peligro de caer en la ridiculez. Imitar es un acto desesperado de lucir, expresarse y generar el mismo encanto que nuestros ídolos causan en las personas, pero lo más seguro es que lo único que provoques en los demás sea risa.

Hay quienes han hecho de la imitación un modo de vida: Julio Savala ha realizado una misma rutina desde hace décadas, resaltando los rasgos más absurdos, más hilarantes de cada celebridad del momento, generando risas en un público ignorante. Pero él, Savala, imita con el fin de burlarse más no con la meta de absorber esos rasgos de las estrellas de Hollywood y así parecerse más a ellos.

Por ejemplo: no importa que producto de cuidado para el cabello me coloque, jamás podré lucir el peinado de Adam Levine. Las dos veces que he intentado lucir la cabellera del vocalista, después de peinarme, me miré al espejo y parecía un puercoespin asustado. Nunca más lo volví a intentar.

Yo de verdad creo que no es nuestra culpa (el querer lucir de tal o cual forma) en especial cuando desde adolescentes nuestras compañeras de estudios andan baborreando por cantantes, actores y deportistas a los que jamás nos pareceremos. Uno quiere generar en ellas ese tipo de atención, pero lo cierto es que sin importar cuantos días no me bañe jamás luciré como Johnny Depp (uno de las celebridades por las que mis compañeras suspiraban).

Es por eso que en plena edad del burro, con acné en el rostro y aún tratando de averiguar cual es el desodorante que mejor le sentaba a mi cambiante organismo, compré mi primera Men´s Health (el decálogo del hombre inseguro) intentando encontrar en sus páginas la fórmula secreta, la pócima mágica que me convierta de la noche a la mañana en una especie de adonis celestial ante los ojos mis contemporáneas adolescentes. Jamás encontré la fórmula, solo una serie de consejos alimenticios y ejercicios repetidos que nunca pude hacer.

Uno espera que con el pasar de los años las mujeres se vayan sensibilizando con respecto a los que estamos a su alrededor y disminuyan los halagos hacia las estrellas de cine, apagando así nuestras ansias de lucir como uno de ellos, pero no. Con los años los halagos de las féminas se convierten en expresiones morbosas y "cachondas" que hacen que uno con más desesperación quiere parecerse a esos tipos.

Un día vas al cine a ver Thor con un grupo de amigos y amigas con la esperanza de disfrutar una buena película acerca de comics y sales amargado por los suspiros y babeos que Chris Hemsworth sin camiseta generó en todas las mujeres. Sí, fue una buena película, pero después de un rato se te olvida y empiezas a darle vueltas en la cabeza para ver como carajo hacer para lucir así.

Por ahí alguien dicen "hay que aceptarse como uno es", apelando a la resignación, pero no, uno no debe aceptarse como es, en especial si se es gordo, enano, apestoso o feo, porque al poseer estas características nadie lo va a tomar en cuenta, y, acéptelo, usted lo único que quiere es que generar admiración.

Usted y yo que nacimos con un físico y pinta promedio, tuvimos que aprender a desenvolvernos en el mundo reproductivo de formas diferentes. Uno tiene que aprender a tener cierta gracia para que la gente lo tome en cuenta, hacerle olvidar a las señorita que uno es la clase de hombre que solo se ve bien con la camiseta puesta y hacerla reir para que se olvide de la nariz de gárgola que uno tiene. O ¿por que cree que Jerry Seinfled se dedicó a la comedia?

De vez en cuando hay casos como el de mi hermano, un tipo que nació con la pinta de actor de cine y que tiene un club de fans en cada país en donde ha ido a competir. Él no ha tenido que sortear las peripecias que el 99% de nosotros hemos atravesado a la hora de conquistar a una señorita. Uno sudó la gota gorda intentando llamar la atención de alguien que le gustó y que solo tenía ojos para Huge Jackman. Así fue como me tocó aprender a escribir (mi "talento), la única gracia que logré desrrollar para sentirme útil y tratar de llamar la atención (en una época en la que nadie lee).

Con esa inseguridad a flor de piel, uno recorre la vida y los pasillos de un supermercado nacional y busca un material de lectura para el aburrido momento de la selección de alimentos para la canasta básica. En las perchas del abasto uno encuentra una Men´s Health con la foto de Chris Hemsworth en la portada, evocando nuevamente el coraje generado en la sala de cine. "Tips para lucir como la estrella de Thor", dice la gazeta prometiendo que al comprarla encontrarás la forma de verte como el australiano, pero no, yo les tengo el verídico tip para lograrlo. El único y verdadero secreto para lucir como Thor es: vuelve a nacer, cabrón. 

jueves, 3 de mayo de 2012

El gasfitero

Lo semáforos son la pesadilla de cualquier conductor. No estoy hablando desde el punto de vista de los imbéciles "adictos a la velocidad" que omiten todas las señales luminosas, sino desde el ángulo de quien se detiene a observar lo que hay a su alrededor.

A la paranoia guayaquileña del asalto en cada luz roja hay que sumarle también el atosigamiento verbal de quienes intentan venderte sus productos a precios que son regulador por la luz del sol (a las 8:00 el manojo de limones puede costar 5 dólares, pero a las 19:00, 1 dólar); eso sin contar al inumerable séquito de mendigos, de todos los tamaños y colores que uno puedo encontrar. Esos no me dan pena, al menos no los adultos, esos me dan asco.

Lo que realmente me atormente es el vendedor de periódicos, el de caramelos y el de tarjetas de telefonía celular prepago; eso sin nombrar a los gasfiteros y plomeros que se sientan en la veredas de las calles más transitadas de la ciudad a la espera de que tengamos un problema en nuestras casas (secretamente ruegan que los tengamos), para así poder ser necesitados y cobrar por sus servicios.

La mayoría de estas personas son adultos, personas que solo buscan salir adelante vendiendo productos que no dejaran más que centavos de ganancia (un par de dólares si sumamos utilidad del día). Ellos perdieron la fe en sistema por completo y están resignados a una miserable y precaria vida. Ellos jamás podrán costear un iphone ni mucho menos una carro, enfermarse es un lujo que no pueden afrontar y la idea de viajar jamás será con fines recreativos; si ahorran dinero suficiente para mandar alguien afuera del territorio patrio será para probar si tiene mejor suerte que sus antecesores y predecesores acá.

Muchas veces, cuando la luz cambia a verde, no volvemos a saber del 90% de estas personas, no porque desaparezcan sino que cambian de lugar o no volvemos a pasar por donde se encontraban.

Pero a diferencia de estos fugaces dramas de semáforo, a la vuelta del negocio de mi familia se sienta siempre un pequeño gasfitero, un señor de unos cincuenta y tantos que, leyendo el periódico y escuchando una pequeña radio que juro es de manivela, espera impacientemente a que alguno de los vehículos se detenga para pedir sus servicios. Él pasa de 8:00 a 16:00 sentado en el mismo lugar, y si en dos ocasiones yo lo he visto subirse a un carro para irse a trabajar, es mucho.

Mi cabeza se vuelve un martirio al verlo, en especial cuando a penas unos segundo antes, dentro del negocio de la familia, renegaba porque el lugar que papá escogió para llevar a comer a la familia no es de mi agrado. Allí, en la salida del local me lo topo a este señor que no hizo un solo centavo durante el día, no tiene ni para una lata de atún en agua. En su casa, imagino, su familia espera el día que llegue con una significante carga de dinero y así pegarse un modesto y económico banquete, o al menos una comida que calme los bichos de la panza. Hoy no será ese día; pero a mi lo que me emputa es el hecho de que no comeré lo que yo deseo.

Así de miserables y miopes somos, imaginando que el mundo gira alrededor de los dramas de una quinceañera gorda que a la que su "crush" no le contesta los mensajes, o alrededor de los problemas de un imbécil que reniega porque sus padres no le compraron el celular que quería. Espigadas señoritas sufren por un hombre que no las ama y tarados le gritan a las que atienden en la heladería de moda porque se acabó el sabor que ellos quería.

Toda esta sarta de imbéciles van a bordo de un SUV 4x4 con acondicionador de aire para mitigar el calor de la urbe, llorando porque no juntaron el dinero suficiente para irse a París, ignorando que, vestido de manga larga para bajar la intensidad de los rayos de sol sobre su piel, un vendedor de tarjetas de prepago celular jamás reunirá los centavos suficientes para viajar a París. Nunca.

Cuando la luz cambie a verde, todo el folclore de trabajadores y sus historias quedarán atrás para los que fueron incapaces de detenerse a ver que más allá de esa atmósfera creada por el acondicionador de aire y la condensación artificial que se genera en el vidrio polarizado, hay un gasfitero que no tendrá ni para regresar a su hogar. Y aquí es donde se me parte el alma.

(Disculpen este post)