martes, 28 de enero de 2014

Primeras veces

Ha pasado mucho desde la última vez que aseguré ser comunista. Tenía 15, mi mamá pagaba por todo y era muy fácil decirse de una ideología tan imbécil como el comunismo cuando las comodidades no son arrebatadas. Yo quería que el mundo sea más justo, equitativo, carente de pobreza, todo sin que me quiten el acondicionador de aire y los M&M, los juego de Playstation o la plata que me daban para comprar McFlurry. 

La primera vez que me vi en una posición de detener que dar de mi dinero, que me lo saquen del bolsillo para favorecer a los demás, me emputé. Tenía 19 años y recibía mi primer sueldo, recortado de una significativa tajada por los impuestos. Fue horrible, me rompí el culo haciendo mi trabajo para que alguien más, que quizás no le dio la gana de hacer el suyo, se beneficie. Para este momento ya había tenido mis dudas sobre el sistema equitativo que tanto había defendido, pero esto fue 'la gota que derramó el vaso'. 

Y es que siempre las primera veces tienen un sabor agridulce: por una parte, cuando recibí mi primer sueldo sentía el orgullo de por primera vez tener dinero en mis bolsillos que no había sido suministrado por mis padres y, por otro lado, tenía esa desazón de descubrir que en realidad jamás me importó el prójimo y que el hecho de que me quitaran mi dinero para ayudarlo, me emputaba. 

Todas las primeras veces son agridulces: cuando gastas tus primeros ahorros en una consola de video-juegos, la tienes pero quedaste en 'banca-rota' adolescente; la primera vez que conoces un país que no es el tuyo, te maravillas con los avances sociales y urbanísticos del lugar que visitas pero descubres que toda tu vida has vivido en una pocilga llamada Guayaquil; la primera vez que tienes sexo, finalmente sabes los que se siente tener a una mujer, pero, como primera vez, dudas de tu desempeño y te das cuenta que lo habrías podido hacer mejor, y eso te deprime. 

Ayer tuve mi primer encuentro con el Stand-up Comedy, siempre quise hacerlo, pararme a criticar al mundo, con público, porque acá siempre lo hago. Desde que vi a Geroge Carlin criticar al mundo, supe que era algo genial. Luego descubrí a Chris Rock, a Dave Chapelle, la ilustración de Jerry Seinfeld el indiscutible genio de Ricky Gervais, la sagacidad de Bill Hicks y la amargura de Louis CK, y supe que quería hacerlo. 

Pero com me pasaba con el comunismo, la idea siempre me pareció hermosa mientas no salga de mi círculo de comfort, que en mi caso es este puerco blog. Llevar la experiencia a una escenario, así sea pequeño, aterroriza, porque sé que las personas, al menos en esta ciudad, encuentran a 'La Mofle' como lo mejor de la comedia, y eso para mi es un insulto. 

Ayer me paré frente unas 25 personas durante poco menos de 10 minutos a hablar/bromear sobre la sexualidad. En poco más de 560 segundo provoqué unas 5 risas sonoras y una que otra risa incómoda, que me encantan. Yo quería una carcajada, como las de Carlin, pero se pareció más al primer show que Seinfeld montó. 

Como la primera vez que tuve sexo, hoy puedo decir que ya estuve en un escenario, ya hablé por el micrófono y medio satisfice al público, pero me doy cuenta que lo podía haber hecho mejor, y eso deprime. 

miércoles, 22 de enero de 2014

El culo más famoso de Instagram

Una modelo profesional gana en promedio tres veces de lo que un fotógrafo, que es el encargado de dirigirla e iluminarla para salir bien en las fotos. Quizás, asumo, el precio es un compensatorio por la corta vida laboral que se tiene en la profesión: mientras que el experto de las gráficas puede seguir trabajando hasta la vejez, el culo de las modelos se les cae pasado los 30. 

Porque, seamos sinceros: no existe fórmula más rápida para el éxito que tener un culo bonito, y no solo aplica para las modelos. No sé si esto ejerce también para modelos masculinos también, pero no me importa. En lo que a mujeres respecta, un buen par de nalgas pueden hacer que tengas trabajo por casi una década. 

A la mierda el estudio, la profesionalización y el esfuerzo intelectual, ganar miles de dólares (millones en EEUU) se trata de saber mover las nalgas. Mire a Jennifer López, por ejemplo: mulata sin talento, desabrida sin maquillaje pero con una retaguardia que bien podría sostener una tasa de café en posición horizontal. Millones por tener un culo bonito. Como ella cientos de hembras en EEUU. 

El caso más reciente es el de Jen Selter, neoyorquina de 20 años que vive de ir al gimnasio, ¿por qué? Porque firmó con una compañía de suplementos alimenticios y con otras más de fitness millonarios contratos, y todo gracias a subir fotos de su prominente nalga a Instagram. Los medios gringos la llamaron (trucido): 'El trasero más famoso del Internet'. 

Esta chica debe pasar horas en las elípticas, en las máquinas de correr, todo cual artesano que moldea la cerámica para formar la curva perfecta. O al menos la que es más fácil de morbosear. El culo más famoso de Instagram hizo fortuna sin tener que hacer el esfuerzo sobre-humano que una mujer de su edad debe hacer para conseguir el dinero que la ayude a pagar su universidad. 

¿Qué clase de prioridades puede forjar alguien si el esfuerzo no es remunerado? Una jornada laboral no se compara infinitamente a una jornada de ejercicios. Los deportistas y modelos profesionales pueden decirme que no, que no entiendo su sacrificio, pero son ellos los que no entienden lo que es vivir afuera de la burbuja: su trabajo es mantener el estatus quo del complejo de inferioridad del mundo mientras que el de un oficinista y proletario, es sostener a una puta empresa, un país y una familia, todo mientras se renuncia al cuerpo adónico del que ellos viven. 

No se puede vivir en un mundo en el que se paga millones a una mujer por ser la cara (o culo) de una marca tan solo por tener bien distribuida la grasa/músculo en la parte baja de la espalda. No se puede. Es más, me enferma quienes de verdad consideran esto un caso asombroso y no enfermizo. 

Pero por más asquerosa que sea la analogía, a mi por lo menos se me seguirá alegrando el día cada que veo un buen par de nalgas, pero nada más. Sí, bonito ver a una mujer realizar el milagro de no caerse para atrás con todo el peso que se lleva encima, pero de eso no pasa, nunca pensaría siquiera pagarle a una mujer por lo que carga en el gluteo. Eso es un insulto para todas las mujeres trabajdoras. 

No por esto voy a decir que me dejan de gustar las nalgas; de hecho me encantan. A mi, en realidad, me gustan todo tipo de nalgas: desde las chatas, pasando por las musculosas y terminando en las que tiene estrías. Incluso me encantaría hacer un ensayo fotográfico sobre 'las clases de culo del Ecuador'  y luego repetir las fotos con las mismas mujeres unos 30 años después, solo para ver como la gravedad le cagó la carrera a todas esas modelos que hoy cobran miles de dólares por exhibir el gluteos. Un hermoso experimento. Sé que Melvin Hoyos haría de todo para evitarlo. 

martes, 14 de enero de 2014

Saber en los tiempos de Google

Mi abuela desconoce muchas cosas: el inglés, por ejemplo, y de perversiones que solo le atañen a nuestra juventud. No sabe de internet ni mucho menos del daño que le hace el café a una mujer de su edad. Pero lo que sabe, lo sabe de verdad. Lo tiene enterrado en lo más profundo de la masa encefálica, arraigado a su pensamiento conservador y a sus incuestionables creencias de seres todopoderosos en el cielo. Y no hablo de Superman.

Digo que mi abuela sabe porque el otro día hice un comentario sobre el nombre de la capital de una provincia X de este país de mierda, y, mientras yo me apresuraba a tipearlo en Google, la octogenaria que parió a mi mamá me respondió el nombre de la ciudad sin soltar el periódico que estaba leyendo. Ella sí sabe. 

Que asqueroso mi conocimiento, porque, desde que existen los smartphones y la perpetua conexión al internet (mientra la operadora y el wi-fi gratis lo permita), saber se limita a saber googlear. Que miserables. 

Un buscador gringo, dueño de uno de los pocos algoritmos patentados (he aquí su éxito), es el dueño de nuestro saber: si te perdiste, google maps; si quieres buscar datos científicos: google academics; si quieres comprar en internet pero no quieres correr el riesgo de que te estafen: google wallets. Somos hijos de Google, de su hermoso monopolio, de su manera de facilitarnos la vida. 

Pero la verdadera dependencia de google está en el conocimiento: saber ya no tiene valor en los tiempos de Google. Cuatro años de estudio de cardiología se resumen en un búsqueda de 0.32 segundo que arroja más de un millón de resultados sobre la carrera. 

Uno aprende más de histología leyendo las tres primeras páginas de Gooogle, que en cuatro años de estudio. ¿Es tan bajo el valor del conocimiento hoy en día? Sí. 

Antes uno solía tener dudas, y las dudas lo levaban a uno a investigar, a nutrirse de información. Pera ya no. 

El otro día veía Thrue Grit, el remake de lo Cohen, y me entró la curiosidad por saber quién había sido el director de fotografía de la película. Mientras escribo esto me doy cuenta que no tengo la más puta idea de quién es el tipo, pero en ese momento, mientras veía la película, Google me lo dijo, y todo sin dejar de rascarme los huevos. 

Los ochenta y tantos años de conocimiento de mi abuela caben en mi puto smartphone. Pero yo no en realidad no sé nada de lo que busco. 

Google nos ha quitado esa capacidad de maravillarnos, de sorprendernos; nos ha quitado esas ansias de no saber cosas, porque todo está a una búsqueda de distancia. Somos ignorantes ilustrados en búsquedas de 0.32 segundos, que un poco más de lo que tenemos de retentiva.

El día que mi abuela me contestó lo de la capital de X provincia del Ecuador, ella no soltaba el diario porque estaba haciendo el crucigrama. La señora rellenaba cada recuadro con información y sinónimos que en años se me hubiesen ocurrido existían. Luego llegó a una palabra que no conocía. Yo la googleé y ella me lo agradeció. 

La única parte del crucigrama en la que pude ayudarla, además de la palabra rebuscada, fue en darle el nombre de Jennifer Lawrence, la actriz, que ella no conocía. Y sí, me di cuenta lo adoctrinado que estoy a llenarme la cabeza con información inútil. Pero que yegua que es Jennifer Lawrence. 

sábado, 4 de enero de 2014

Hay que estar mal de la cabeza

Se le dice 'navergar' a eso de estar metido en el internet porque se supone uno tiene la posibilidad de explorar, cual pirata o aventurero, un mar de infromación; pero el internet es un lago, no un mar, una poza séptica llena de residuos de croacas.

El internet solo ha servido para evidenciar lo mal de la cabeza que está la gente, la insípido de sus gustos, lo imbéciles que son. Porque hay que estar lobotomizado para encontrarle el gusto a todo lo que proclaman adorar 

Hay que estar mal de la cabeza si se cree que Friends es mejor serie que Seinfeld, hay que ser imbécil para andar compartiendo frases de Paulo Coelho, Jodorovsky, Garcia Marquez y Eckhart Tolle en sus perfiles; hay que definitivamente estar mal de la cabeza para andar pregonando las ridicules de la Biblia, para compartir cada teoría de conspiración que uno encuentra en internet. Hay que ser imbécil apra decir que Lars von Tier es un buen cineasta. Hay que estar mal de la cabeza si lo único que hacen es andar tomándose fotos a los pies, a los atardeceres, a las nubes y a cada puerca borrachera que se pegan. Hay que estar muy mal de la cabeza si disfrutan 'farrear', actividad para idiota, palabra para infecta. 

Hay que estar mal de la cabeza para grabar a tu mejor amiga mientras un imbécil trata de obligarla a tener sexo oral, y peor, después subir el video a internet. Hay que estar demente para creer que debes notificarle al mundo que vas al gimnasio subiendo una puta foto al internet para que todos la vean; hay que ser un sicópata para andar poniéndole 'likes' a estados de personas que lamentan la muerte de un ser querido.  

Hay que ser un idiota para enseñarle al mundo cada mierda que te vas a comer, cómetela, deja de tomarle fotos, esto no es publicidad. Hay que ser un imbécil para ponerse a apoyar a candidatos en internet, a discutir en Twitter, a debatir en Facebook, a tratar de conquistar en Instagram. Hay que ser un imbécil para que te guste la música de los DJs del momento. 

Hay que estar mal de la cabeza para enumerar cada cosa que te molesta de la gente, para decirle al mundo lo mal que está, pero que carajo, ustedes no me aguantan a mi, yo no los aguanto a ustedes.