jueves, 30 de mayo de 2013

El único partido que me importa

Del fútbol lo que me gusta son las pasiones que desborda. Ese ímpetu inentendible que puede llevar a una persona a apuñalar a otra tan solo por ser miembro de otra hinchada.

No me al entienda, me gusta el juego, practicarlo, mirarlo, pero jamás me verá regocijado de la alegría por ver ganar al equipo al que apoyo en ese momento. O quizás sí. 

El único partido de fútbol que saca en mi lo bestia del hincha promedio, es cuando la selección de Alemania juega contra la tan berreada 'Tri'. Es el único. Podríamos jugar contra los gringos y el resultado me sería parcialmente indiferente, pero no contra los teutones; no contra la selección que simboliza a la entidad que durante 14 años me reprimió. 

Acá repito, no me mal entienda, creo que amo a la cultura alemana porque nos han regalado a Beethoven, los Volkswagen, deliciosos chocolates, Munich (que debe ser de las ciudades más bonitas del mundo), los mejores contextos históricos para las películas bélicas y, lo más relevante de todo, la fórmula para la cerveza perfecta. Mi primer amor fue una alemana de 1,75 que me sacó de quicio y, posiblemente, me indujo a la pubertad; eso además de ser la nación que parcialmente, a través de sus programas educativos, costeó tan mencionada educación. 

Y es precisamente por eso que quiero ver perder Alemania frente a Ecuador. Solo ese partido, el único; una goleada que le llegue a lo más profundo de los cimientos a todos esos profesores alemanes que me socavaron durante tantos años. Un disparo a la portería que se sienta tan doloroso como esas malas notas que me indujeron cuando yo era alumno. No quiero más. Quiero ver humillado al combinado alemán frente a la selección de un país al que mis profesores llamaron: 'el tercer mundo'. 

Ayer, después del cuarto gol que Alemania le clavo al país, volví a sentir ese desdén tan amargo que solo los 05/20 que mi tutor de alemán me colocó, me hicieron sentir. Ya en el 2006, cuando aún estaba en el colegio, me tocó calarme la celebración de los teutones en mi cara cuando, en Badenwuttember (o como carajo se escriba), nos clavaron el 3 a 0, allá en el mundial de Alemania. 

Solo ahí, en ese contexto, en esa celebración tan merecida pero que me amargó la vida, pude entender el porque un hincha es capaz de apuñalar a alguien por un equipo contrario. 

Igual, matar por el fútbol es la cosa más imbécil del planeta. 

jueves, 23 de mayo de 2013

Coqueta

No quiero que te veas guapa, quiero que te veas bonita, con un cerquillo que te dibuje las mejillas y un vestido que se lo lleve el viento.

Yo quiero que me roces la parte baja de tus muslos en el vientre y que te muerdas el labio al sonrier, que me bailes bonito mientras te tocas el cuerpo y que me describas cosas obscenas en mi oído.

Te quiero indecisa, dudosa, parcialmente sumisa y posiblemente violenta; te quiero coqueta, jugando con mi hambre, toreandome las ganas de besarte, de galoparte y remecerte.

Quiero que me dejes con las ganas, que me digas que yo puedo pero que te marches sin decirme porqué.

Porque todo lo que viene de ti y me lo niegas tiene marcado un ritmo, un copáz indescriptible, una marca indeleble en la mitad de tus diminutos senos, un sello delicioso en esas pequeñas estrías que se dibujan sobre tus nalgas.

Me sé tu cuerpo de memoria; lo aprendí cual adolescente repasa una y otra vez eso que sabrá no podrá repetir muchas veces, victima de tus impulsos, y de tus ganas de dejarme quererte. 

lunes, 20 de mayo de 2013

La propiedad

Yo compro pura mierda. Lo último que adquirí fue un escudo del Capitán América tamaño real. Sí, ríase, tiene mi permiso para hacerlo y tildarme de imbécil. 

Mi debilidad a la hora de comprar es adquirir memorabilia de los súper héroes. Tengo una necesidad de hacer míos todos esos utensilios que se ven en los cómics y en las películas: la sotana de Neo, el escudo del capitán gringo, el casco de los Stromtroopers de Star Wars e incluso posters de películas como 'El Padrino'. 

No me mienta, todos los que vivimos en el mundo de consumo tenemos una debilidad por algún elemento en particular. En los hombres varía mucho el elemento en cuestión; con las mujeres es más sencillo: carteras o zapatos. 

Igual, en cualquiera de los dos casos, ese ilusión de propiedad me resulta tan idiota. Sino pregúntele al ladrón: la propiedad no existe. 

En la naturaleza las cosas están ahí para ser tomadas o arrebatadas: el árbol da frutos para el que los tome primero, por lo que uno entiende como es que eso de 'llegar primero' nos obsesiona tanto desde los inicios de la humanidad. Eso y porque 'el que la vio primero es el que la saca a bailar'. 

Uno va por la vida reclamando las cosas como suyas, le pone cerrojo a las casas y nombre a los marcadores, todo con tal de que los demás hagan el intento de respetar lo que uno declama como suyo. Pero lo cierto es que la idea de propiedad no existe en la naturaleza. 

No importa cuanta tapa le ponga usted al frasco de mermelada, las hormigas siempre se meterán al mismo para apropiarse de lo que necesitan. Porque, cual manifiesto comunista, las cosas no son para el que las quiere sino para el que las necesita. 

Las culebras se comen los huevos de las aves, esos que no oponen resistencia porque necesitan alimentarse,  así como los venticincuañeros 'se comen' a las quinceañeras porque estas tampoco oponen resistencia y ellos necesitan desfogar las hormonas por algún lado. 

Está en la naturaleza de la persona ser un ladrón y timador de mierda porque tenemos millones de años de evolución que nos adiestraron a que las cosas se tomaban por la fuerza cuando las necesitamos. 

Uno tienen que entender que nada es de nadie. Sí, hemos organizado un sistema entero para que sea así, que uno deba romperse la espalda para comprar y 'ganarse' las vainas que quiere, cuando en realidad todo está ahí, inerte e indiferente, para ser arrebatado. 

Toda la frustración de nuestra raza viene porque nuestros genes aún no entienden que deben ser domados para encajar en este sistema de propiedades y fronteras. Sistema que funciona, pero que es tonto. 

Mientras llega la revolución en la que las cosas dejarán de tener dueño, toca seguir trabajando para comprarse cosas bobas. Es más, los gringos jamás dejarán que esa idea tan 'romántica' se germine y nos llenarán las cabeza de necesidades de cosas idiotas.  

Uno deberá seguir perdiendo su tiempo, trabajando para mandar a pedir utensilios fuera del país, como un escudo, cosas que de paso llevan la impregnadas la bandera de la nación que nos ha adoctrinado a pensar que 'comprar es felicidad'. 

Y yo soy feliz. 

domingo, 12 de mayo de 2013

Carta a los padres

Ellos jamás lo admitirán porque están convencidos de lo contrario: usted y yo le arruinamos la vida a nuestros padres. 

Antes de nacer, mamá y papá tenían metas, tenía sueños, querían viajar y conocer personas; desvelarse tomando un trago o bailando (en el caso de quien le guste eso). Pero todo cambió con su llegada, digo con la suya y con la mía. 

Las desveladas se convirtieron en momentos en los que usted se negaba a dormir y los días se resumieron en  incansables horas de trabajo, todo porque en casa estaba usted, esa maquinita de llorar y defecar, que necesitaba ser alimentada y cuidada. Sí, ese sueldo que alguna vez fue destinado a los gastos más egoístas del mundo, ahora y a la fuerza tuvo que ser gastado en usted y yo. 

Fuimos causales de arruinar el cuerpo de nuestras madres y truncar todos las mochileadas del padre; usted al nacer puso el punto final a una vida de lujos para empezar una vida de responsabilidades infundadas. Usted le cagó la vida a sus padres. 

Sí, no crea lo contrario e incluso tiene mucha más de la culpa si usted es primerizo. Puede que haya la inmensa posibilidad incluso que usted sea la principal causa de matrimonio de sus padres. Y no por esto venga a llamarme cruel. 

El infame de todo el asunto es usted, el gasto más grande del hogar, la persona que gastó todos los ahorros que tenían sus padres, quien sabe si para comprarse un carro, en educarlo y criarlo a usted. 

El cariño y la devoción que uno siente hacia esos padres responsables (al carajo con los que no lo son), es entendible de parte de nosotros, los hijos, los seres que consumimos todos los recursos del trabajo ajeno y que ocupamos cual parásitos un lugar en el hogar de nuestros progenitores. Porque usted es lo más cercano que hay a una bacteria devora recursos; un tumor y una plasta que subsitió quitándole horas de sueño y oportunidades de vida a sus padres. Que nosotros los queramos está implícito, lo que yo no entiendo es como ellos nos quieren de vuelta. Y mucho. 

La devoción de un padre y madre por sus hijos escapa de mi entendimiento por completo. Y escapará por siempre. 

Es por eso que tengo que es pedirles perdón, a papá y mamá, en nombre de todos los hijos del mundo, por arruinarles la vida. Ellos jamás lo admitirán pero bien en el fondo saben que es cierto. Incluso dirán que somos lo mejor que les pasó en la vida, pero lo dicen porque son personas responsables que se hicieron cargo de este parásito que lleva el nombre que ellos escogieron y la sumatoria de apellidos que nos tocó. Se hicieron cargo y lo quisieron mucho, mucho más de lo que debían hacerlo. 

Porque jamás  fue su obligación mantenernos y en lo personal hubiese entendido perfectamente si nos hubiesen querido abortar. Ellos, esa gente maravillosa, merece tanto ser feliz y es una pena que usted y yo le hayamos truncado la vida entera. Porque nada más egoísta que nosotros con nuestros padres. 

domingo, 5 de mayo de 2013

En la percha

Odio usar smoking. Que traje para idiota. No sé que clase de ser humano puedo haber configurado una prenda tan fea en su cabeza y de paso obligarnos a usarla en las que se suponen son las más sublimes de las ocasiones. Si usted quiere que algo valga la pena recordar, no pida que vista de smoking. No lo haga. Recuerde, ¿los momentos más bonitos de su vida cómo los vivió? En bolas.

Mientras menos ropa, mejor se pasa. A mi, por ejemplo, lo que me gusta es vestir jean, camiseta holgada y parcialmente sucia, esas que uno se pone cuando sale a tomar un par de tragos con sus amigos. Mientras más parcería con los conocidos, menos formal es el asunto y más soeces son las conversaciones. Eso es ley.

Recuerdo que hasta hace un par de años, mis amigos y yo nunca hubiésemos pensado siquiera en hablar de los problemas del matrimonio cuando salíamos a beber. No fue sino hasta que el primero de nosotros se casó que la temática entró, de forma seria, en la conversación. Antes de eso no hacíamos sino burlarnos de la gente que 'se ponía la soga al cuello'.

Lo extraño es que esta semana, el último de mis amigos de antaño, esos que conozco desde que nos burlábamos de las niñas en traje de baño, llegó a mi oficina con la soga en la mano, anunciándome que en menos de un mes iría a la horca de la que él y yo tantas veces nos burlamos. El último de mis amigos de toda la vida se casa.

Desde entonces ando deprimido. No sé como relacionarme con gente seria y ahora mi círculo social se llenó de adultos. Soy como el puberto del grupo, el tipo que se niega aceptar su edad y sus responsabilidades reproductivas con la sociedad, y aunque la mayor parte del tiempo soy feliz por eso, en momento como este, como lo fue cuando empece a escribir este post, reniego de no tener a nadie con quien poder salir a tomarme una cerveza y hablar pura mierda, tal y como lo hacía hasta hace un par de años.

De alguna forma, esa broma que yo siempe hago, eso de 'te quedaste en la percha', se me revirtió. Ahora yo soy el raro del grupo, el que no entiende ciertas cosas que solo los casados pueden tolerar, yo soy el que está en la percha, esperando que no me llegue la fecha de caducidad antes de ser elegido.

Pero lo cierto es que estoy es bien escondido, al fondo del andamio, porque no quiero que me encuentren: Yo sé que una vez que se me pase la depre, volveré a disfrutar de los beneficios de poder salir a pasear con camisetas parcialmente sucias. Eso no lo puede hacer un casado, después los retan.

Igual, para el matrimonio de mi amigo no podré ponerme mis camisetas que tanto me gustan, me vestiré de ese smoking que tanto me fastidia porque por nada del mundo me voy a perder uno de los momentos más importantes de la vida de mi casi hermano. No lo hice con los dos primeros, no lo haré con el tercero. Me gusta pensar que soy como un amuleto de buena suerte y que por eso, por mi presencia en sus matrimonios, los dos primeros están más que felices con las mujeres que escogieron por esposas.

La noche del matrimonio estaré ahí, en la fiesta, borracho y cantando, abrazando y deseándole lo mejor del mundo al nuevo esposo; ahí estaré, vestido de pingüino, exhibiéndome, como producto en percha a la espera de una valiente que acepte salir a bailar.

A bailar no más, porque en mis planes está pudrirme en el andamio.