domingo, 5 de mayo de 2013

En la percha

Odio usar smoking. Que traje para idiota. No sé que clase de ser humano puedo haber configurado una prenda tan fea en su cabeza y de paso obligarnos a usarla en las que se suponen son las más sublimes de las ocasiones. Si usted quiere que algo valga la pena recordar, no pida que vista de smoking. No lo haga. Recuerde, ¿los momentos más bonitos de su vida cómo los vivió? En bolas.

Mientras menos ropa, mejor se pasa. A mi, por ejemplo, lo que me gusta es vestir jean, camiseta holgada y parcialmente sucia, esas que uno se pone cuando sale a tomar un par de tragos con sus amigos. Mientras más parcería con los conocidos, menos formal es el asunto y más soeces son las conversaciones. Eso es ley.

Recuerdo que hasta hace un par de años, mis amigos y yo nunca hubiésemos pensado siquiera en hablar de los problemas del matrimonio cuando salíamos a beber. No fue sino hasta que el primero de nosotros se casó que la temática entró, de forma seria, en la conversación. Antes de eso no hacíamos sino burlarnos de la gente que 'se ponía la soga al cuello'.

Lo extraño es que esta semana, el último de mis amigos de antaño, esos que conozco desde que nos burlábamos de las niñas en traje de baño, llegó a mi oficina con la soga en la mano, anunciándome que en menos de un mes iría a la horca de la que él y yo tantas veces nos burlamos. El último de mis amigos de toda la vida se casa.

Desde entonces ando deprimido. No sé como relacionarme con gente seria y ahora mi círculo social se llenó de adultos. Soy como el puberto del grupo, el tipo que se niega aceptar su edad y sus responsabilidades reproductivas con la sociedad, y aunque la mayor parte del tiempo soy feliz por eso, en momento como este, como lo fue cuando empece a escribir este post, reniego de no tener a nadie con quien poder salir a tomarme una cerveza y hablar pura mierda, tal y como lo hacía hasta hace un par de años.

De alguna forma, esa broma que yo siempe hago, eso de 'te quedaste en la percha', se me revirtió. Ahora yo soy el raro del grupo, el que no entiende ciertas cosas que solo los casados pueden tolerar, yo soy el que está en la percha, esperando que no me llegue la fecha de caducidad antes de ser elegido.

Pero lo cierto es que estoy es bien escondido, al fondo del andamio, porque no quiero que me encuentren: Yo sé que una vez que se me pase la depre, volveré a disfrutar de los beneficios de poder salir a pasear con camisetas parcialmente sucias. Eso no lo puede hacer un casado, después los retan.

Igual, para el matrimonio de mi amigo no podré ponerme mis camisetas que tanto me gustan, me vestiré de ese smoking que tanto me fastidia porque por nada del mundo me voy a perder uno de los momentos más importantes de la vida de mi casi hermano. No lo hice con los dos primeros, no lo haré con el tercero. Me gusta pensar que soy como un amuleto de buena suerte y que por eso, por mi presencia en sus matrimonios, los dos primeros están más que felices con las mujeres que escogieron por esposas.

La noche del matrimonio estaré ahí, en la fiesta, borracho y cantando, abrazando y deseándole lo mejor del mundo al nuevo esposo; ahí estaré, vestido de pingüino, exhibiéndome, como producto en percha a la espera de una valiente que acepte salir a bailar.

A bailar no más, porque en mis planes está pudrirme en el andamio. 

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