viernes, 12 de junio de 2015

Fantasmas

A muchos la infancia les puede traer bonitos recuerdos, pero a mi me trae esa sensación de desolación absoluta.

Me volví a sentir así hace un par de años cuando estaba quebrado, lleno de deudas y sin un ingreso a mi favor. De alguna forma, complicada, logré salir de ese bache, pero no sin el sabor amargo de lo vivido.

Pero estar así me recordó lo que viví años atrás, cuando de niño competía natación y, sin importar cuanto entrenara, siempre había alguien que me superaba. Cuando aprendí que el esfuerzo nunca será suficiente.

La derrota debe ser de los sentimiento más feos que hay; esa certeza de que no hay manera de revertir el resultado negativo, la desolación de estar incapacitado para hacer lo que uno se propone o desea. Es horroroso.

Ayer me volví a sentir ese niño de 12 años en el partidos de la pileta a punto de enfrentarse a lo imbatible y ser apabullado por una fuerza superior. Nunca pensé a volverme a sentir tan mal, tan vencido y derrotado.

Por esa clase de cosas es que siempre le huyo a mi infancia, pero esos fantasmas encuentran la forma de colarse, ahora, en mi profesión.

Cambio y fuera. 

viernes, 5 de junio de 2015

Michael Jordan, mi papá y la ingratitud

Crecer con mi nombre no había sido fácil, hasta hace una década. De alguna manera llevar el patronímico del mejor nadador de la historia del país le hacía creer a muchas personas que, vencerme a mi compitiendo en una piscina, era como vencer a mi papá. Cosa que no es cierta. Nadie todavía se ha acercado remotamente a lo que mi veterano hizo.

Y no digo que crecer con ese nombre haya sido complicado solo por la presión que muchos padres fanáticos del deporte ponían sobre mi, cuando era un niño, sino para mi mismo, que crecí con la idea de que en mis genes había alguna clase de magia, un cromosoma de atlante que me iba a hacer deslizarme en el agua como motor fuera de borda, cosa que jamás se dio.

Fui un nadador regular. En un par de pruebas me colé entre los tres mejores del país pero nunca batí un récord mundial, como mi papá. Y es por esa clase de proezas que, cuando niño, la gente me reconocía como 'el hijo del campeón'. Es más, a veces los vigilantes paraban a mi papá, veían quien era y nos dejaban ir no más. Se trataba del tipo que había puesto a Ecuador, en los años 70, en el mapa mundial de la natación. Era una especie de Rockstar, junto a los Corvetts, y pare de contar. No había más nadie a quien idolatrar en el país.

Cuando me volví adolescente, ya empezaron a citar a mi papá. Ya los vigilantes no sabía quien era, y los papás más jóvenes del colegio ya no se acercaban a saludarlo cuando entraba a mi plantel educativo. Mis profesores aún lo reconocían, mis amigos también, pero los segundos porque yo pasé la infancia relatando las competencias de mi veterano que solo conocí por revistas. Porque les conté de las medallas que estaban en el museo de mi viejo, en el club que lleva su nombre.

Todo esto me acuerdo porque ayer leí que un profesor de una secundaria en EEUU había mandado a hacer un ensayo, a sus estudiantes, sobre Michael Jordan, sí, del tipo que protagonizó Space Jam, y los menores no tenían idea de quien era él.

Estamos hablando de Michael Jordan: el tipo más conmemorado de la historia del basket, uno de los atletas que más fortuna hizo durante su carrer deportiva, protagonista de una de las películas más vitoreadas de los 90, y los puercos infantes no tenían la más remota idea de quien era él.

No fue sino hasta que el profesor de primaria les explicara: 'es el tipo que hace los zapatos Air Jordan' que los niños tuvieron una pista de que era alguien que existía en la vida real.

Es horrendo. Así como con Jordan y sus zapatos, el nombre de mi viejo no queda más que para referencia espacial: 'ahí al lado de la Jorge Delgado (la piscina)'. Y ni siquiera alguien se pone a preguntar porque una piscina lleva ese nombre.

Y es que la gente es muy ingrata. Los niñitos gringos con el tipo que lideró el Dream Team de basket de los estados unidos durante dos juegos olímpicos; los ecuatorianos con mi veterano, que en los 70 fue el único atleta del país que hizo que el nombre 'Ecuador' no sea solo una linea imaginaria en medio del planeta, que marca la frontera entre el hemisferio norte y el sur.

Pero que la gente se olvide es normal. Incluso los niños de hoy no saben quien es Jefferson Pérez, y el tipo es el único campeón olímpico del país. Lo horrendo es cuando las autoridades se olvidan de la gente que alguna vez hizo algo bueno por el país.

Quizás en le ministerio del deporte ya no hay gente que conozca a mi papá y por eso le revocaron el decreto en que estipulaba que, por sus logros, su club estaba exento del pago de servicios básico. Ahora, con desdén, todos esos rubros que se ganó el derecho a no pagar, se los cobraron con retroactiva. Una deuda millonaria.

Para eso quedan los grandes deportistas. Para zapatos y edificios, porque lo único certero de la gente, es que encontrará el momento idóneo para mostrar su tradicional ingratitud. 

lunes, 1 de junio de 2015

Hacer fortuna

He visto a los negocios más prósperos de mi generación caer en banca rota, así como también he visto a carretas de comida rápida convertirse en emporios de colesterol.

He sido testigo y partícipe en el empuje de una cadena de cafeterías locales que ya no brindan ni calidad ni experiencia, y he sido cómplice del fracaso de tantas marcas.

Porque hacer fortuna en el Ecuador es una misión para Ethan Hunt. Vivimos en la única nación del mundo donde no aplica ninguna ley ni fórmula del éxito. No hay historia del primer mundo replicable en un país con menos habitantes que una ciudad del primer mundo. No la hay.

No se puede vencer al mal gusto de la población ni muchos menos sus destructores hábitos de consumo en donde la calidad no importa sino el precio. Por ende, pueden venir los zapatos que curen la polio y, si cuestan 2 dólares más que los KIT, le doy sentado que la marca sanadora se irá al carajo.

Pero no nos bastaba con tener que lidiar con malos consumidores y con los altos cargos que creen que poner a tetonas a repartir volantes en las calles, es lo más innovador que hay a la hora de hacer marketing (que de por si ya es difícil), ahora, a la hora de hacer fortuna, también hay que pelear con el estado.

Y es que no me explico como es que los patrimonios puedan crecer en una nación que cobrará hasta el 77% de impuesto a las herencia millonarias. Porque ese es el país en el que vamos a vivir. 

Para hacer fortuna acá hay que ser un bravo o un hijo de puta. Un bravo para quemarse las pestañas poniéndose una carreta que con suerte se convertirá en restaurante, o una tienda que evolucionará a minimarket; o ser un pobre hijo de puta que se afianza como garrapata en un cargo público.

De la primera fórmula, el estado ya encontró la forma de sangrar, así que la única forma que nos queda para hacer dinero es ser una larva del estado, con cargo político y dispuesto a estar de rodillas lastimándose el cuello de tanto satisfacer al presidente, porque ahora, sin importar como se haga esa fortuna, el estado se la llevará con sus impuestos.

Que se cuiden las carretas de salchipapas que tienen opciones de convertirse en cadena de comidas rápida, mucho más seguras están ahí en su esquinita, atendiendo a borrachos en las madrugadas. Que ni se atrevan a crecer que si no viene Virgilio Hernandez a decir que todas esas madrugadas que el parrillero pasó en vela, que todas esas quemaduras en las manos, que todo ese esfuerzo que usted pueda haber hecho, debe compartirlo con los vagos que reclaman el bono de desarrollo.

Ahora hay una una mágica fórmula del gobierno (matemática cuántica asumo que es) que explica que gracias a los vagos que piden el bono, su negocio creció. No fue usted ni su esfuerzo, fueron ellos. Y usted debe darle las gracias.

Así que venga, que va a ser interesante ver como ahora una forma más de quebrar en los negocios será pagar impuestos. Puto Virgilio.