martes, 31 de enero de 2012

Estár en lo correcto

Lo curioso de las revoluciones es este hecho de que son cambios perpetrados por un reducido grupo de personas que impone su voluntad ante las masas; las revoluciones son súbitos cambios en el orden social, son acciones que destruyen los paradigmas que damos por sentados, llenas de símbolos e imágenes que invocan significados, todo un movimiento guiado por un ideal supremo que no puede ser cuestionado. En este caso hasta Justin Bieber y todos sus gestos anti-masculinos revolucionaron la música creando un ideal del nuevo ídolo del pop...

El problema con los ideales es que uno se encapricha con los mismos y queda ciego ante todo razonamiento: eso es, así debe de ser, eso es lo correcto. Dudar de una revolución ideológica es estár en contra de la misma, al menos ese es el razonamiento detrás de estos movimientos, o sino pregúntenos a todos los que renegamos de la música del niño/a canadiense ante sus fans...

Es muy sencillo alabar a las personas que viven sus vidas de acuerdo a sus ideales; la literatura y los libros de historia se han encargado de resaltar las virtudes de quienes han sido indoblegables ante la adversidad, de esos que recibieron balazos por no querer entregarse o quienes con un hueco en el estomago y un sin fin de deudas por invertir todo su dinero en un proyecto que hoy solo es una idea que todos consideran noble pero nadie es capaz de defender.

Pero de vez en cuando hay quienes logran instaurar sus ideas, personas que hacen al pueblo compartir sus ideales y perpetrar esto que hemos aprendido a llamar revolución, ¿ejemplo? Hitler.

Nadie va a negar que este señor de asqueroso bigote fue un genocida, autoritario, déspota, baboso y cruel, pero él también fue in idealista, un hombre que luchó hasta el último de sus días por hacer, según el consideraba, lo correcto. La historia diría lo contrario, pero nadie puede negar que este señor lo único que quería era mejorar sus país; aunque su único logro y legado fuese matar a 6 millones de inocentes y dejar un continente en la mierda, eso sí, todo por defender su idea.

Y ese es el problema de los idealistas, personas cegadas por un pensamiento que aseguran es absoluto, indoblegables ante la adversidad y por ende, irracionales, personas que, aunque millones de personas piensen lo contrario, siempre pensarán que están en lo correcto.

Uno siempre se verá inmerso en esta clase de movimientos, casi siempre al margen de los mismos porque no quiere participar de esta clase de luchas ideológicas. Como buenos hijos de la Generación Atari estamos hechos para reaccionar ante comandos, más no a cuestionarlos. Lo que queremos es vivir en paz, pero no hacer nada al respecto para conseguirla.

A larga uno no defiende las ideas, solo se arrima a la que más le conviene; es por eso que uno escucha a todos hablar de vivir en paz, que la paz es lo correcto, que es necesaria, pero nadie quiere defender la armonía que significa vivir en paz, todos lo que quieren evitar es que le peguen un balazo. Quizás por eso es que nadie se ha levantado como se debe ante las famosas revoluciones guiadas por la tan berreada "espada de Bolívar". Tampoco lo haremos.

Ser un "hombre moderno", un hijo de finales del siglo XX y principios del XXI, es ser una persona que no moverá un dedo para que las cosas cambien. No somo capaces de frenar el daño que la "Revolución Bieber" está causando en la música, vamos a ser personas que se levanten de las computadoras para dejar de crear hashtags en Twitter y llenar las calles y contradecir las zurdas ideologías que siempre "están en lo correcto".

martes, 24 de enero de 2012

Matices

La infancia es un tormento, pero si hay algo que yo extraño de ella es la simplicidad de los argumentos. De pequeño uno veía las caricaturas sin cuestionarse absolutamente nada: siempre era el malo, ese que no tenía motivos para destruir al mundo más que “ser malo”, y estaba el bueno, el altruista y desinteresado ser que hacia todo por salvar el planeta y sus habitantes. Eso era todo, no había más.

Hoy al ver la enésima audiencia (yo no sé nada de leyes ni esas estupideces) del presi Correa contra los Pérez (los dueños del diario El Universo) vino de nuevo a mi cabeza esta imagen del bueno y el malo, imagen patrocinada por los medios de comunicación masiva que se olvidaron de la parcialidad.

Por un lado tenemos al tajante tirano y por el otro a las víctimas del atropello. Pero ni Correa es un monstruo del todo ni los Pérez unos santos de altar. Lo que los micrófonos y comentaristas no captan es que ambos “bandos” lo que están haciendo es los mismo: defender sus intereses.

En la vida nos libramos de todo razonamiento al timbrar de buenos y malos a los actores de nuestro diario convivir, es más sencillo, uno jamás se detiene a ver que lo único que uno hace en esta vida es proteger sus intereses.

Los trabajadores pelean por sus derechos a un sueldo digno no por las generaciones futuras sino para mejorar su calidad de vida y la de los suyos, del otro lado de la moneda, el empleador, ese empresario que ellos tildan de tirano se niega a pagarles lo que ellos piden por el mismo motivo que ellos luchan, tener un buen (claro que exagerado) estilo de vida para él y los suyos. Para el empleador los tiranos son los trabajadores que le quieren quitar ese dinero. Guardando las distancias, ambos lo único que hacen es defender lo que les interesa.

Es mejor así, esta lucha de intereses, porque las luchas idealistas nos han mostrado que no terminan para nada bien.

Ver el mundo en matices de blanco y negro es demasiado sencillo y estúpido, es innegable que en el mandato de Correa se ha logrado mucho en políticas sociales y mejorar las condiciones de vida de las personas menos pudientes (y ojo que estos malditos ahora se aprovechan todo), así como es innegable que la familia Pérez a hecho mucho por la difusión de la comunicación escrita y el periodismo en el país, pero eso no quita los aires autoritarios que ambos lados tienen desde sus distintos frentes, y quienes trabajan con ellos sabrán de lo que estoy hablando.

Confundir los matices es algo que yo se lo dejo a los daltónicos. Por mi parte no veo a ninguna de las dos partes como buenas o malas, me es imposible ver a un Lex Luthor luchando contra Superman. Uno solo es un espectador en un circo de poderes de individuos que deben hacer lo imposible por probar que tienen la razón y así cuidar su modo de vida, imagen, sus intereses y por ende sus bolsillos.

lunes, 23 de enero de 2012

No me toquen lo gratis

Hace poco se declaró tácitamente la "World War Web", una "guerra digital" que envuelve a los hackers, geeks y snobs más empedernidos del occidente en contra de una "nefasta ley" que es el SOPA.

- Antes que nada, sí, Mafalda odiaban la sopa; no, lo chistes de la puerca SOPA y la genial pequeña de la imaginación de Quino no son originales, cualquier pendejo los hace (evidencia de eso fue la avalancha de comentarios relacionados con esta acta y personaje en Twitter. Agrios todos).-

De repente a millones de jóvenes les interesó la política, la tan prostituida libertad de expresión y la inferencia de los gobiernos en el único territorio en el que aun los dinosaurios del poder, no logran meter mano del todo: el internet.

Cadenas y protestas se levantaron a través de la web para "detener" esta acta, como si alguna vez a los gobiernos y corporaciones les hubiese interesados lo que un par de usuarios piensan.

Pero muchos de los empedernidos protestantes ni siquiera habían leído la ley (y aún no la leen); ellos fueron lo que repetían tal perico el discurso de que se quería privar a la internet de la libertad de expresión, pero en realidad estaban sufriendo porque, tras el cierre de Megaupload, un poco de pajeros cibernéticos ya no iba a poder conseguir porno gratis.

La mayoría de los que sufrían por la ley SOPA ni siquiera les interesa el hecho de la censura que los gobiernos y corporaciones podrían imponer a sitios web (primero cerrándolo sin previo aviso y luego haciendo las preguntas, cuando el daño ya se habría hecho), a todos les dolía la idea de que sus ipods quedarían desactulizados de la última música porque, de aprobarse el acta, la descarga garuita de los temas de último momento sería imposible.

Personas enteras lloraban imaginando que Cuevana cerraría su señal, dejándonos a la mayoría de seres que somos adictos a series del primer mundo (pero que no tenemos plata para adquirir los DVDs de las mismas), sin saber como siguen o terminarían nuestros personajes favoritos.

La gente sufría porque ya no habría contenido gratis, y ojo que todos gozamos de las cosas gratuitas, o ¿por qué creen que el martes loco es el día más popular para las pizzas? ¡viene una gratis!, lo que me hace preguntarme ¿cuanto cuesta una de esas puercas masas que las pizzarías se pueden dar el lujo de regalar la segunda, un día a la semana?

A nadie jamás le ha gustado pagar por las cosas. Sí, las corporaciones abusan con lo precios pero hay que pensar que fuera de todo, ese contenido del que queremos disfrutar (música, películas o porno), es el resultado del esfuerzo de alguien, esfuerzo que como es normal, no nos importa un carajo.

Lo gratis mueve a las masas: invasiones de poblaciones que no quieren pagar impuestos ni comprar terrenos al valor debido, por eso se apropian gratis de las tieras y después andan reclamando que se los atienda. Guardando las distancias, con lo del SOPA es igual, nosotros no queremos pagar por lo que nos gusta.

No me mal interprete, la ley es una forma que ha encontrado el mundo corporativo (antes que el gobierno) para dominar los contenidos y controlar descaradamente sus ganancias, pero eso es lo que menos nos importa. El gobierno puede hacer lo que le da la gana siempre y cuando yo no tenga que pagar por bajar el último CD de los Red Hot Chilli Peppers, o una peliculita porno cada vez que me rechaza una mujer y toca consolarme.

No me toquen lo que es gratis, y así podremos seguir atontándonos viendo las series en internet, escuchando la música de mierda de esta generación mientras el gobierno y las empresas nos hacen gratis un examen de proctología.

martes, 17 de enero de 2012

El 1%

Genaro Gattuso, el futbolista del A.C. Milán, dijo al huna vez que el estaba avergonzado de su sueldo de (x) mil euros mensuales; él en un año hacía más de lo que su padre hizo en toda su vida. Solo lo dijo, jamás pidió que le bajaran el sueldo, tampoco se quejó cuando compró su Ferrari.

Nadie en su sano juicio pediría jamás que le bajen el sueldo, no importa cuantas personas sufran por esto, tener un par de billetes de más a en el bolsillo abre más puertas y llena más estómagos que la dignidad.

Como lector, como espectador del jetset, lo que le molesta no es el sueldo que percibe este italiano, tampoco le indigna el hecho de la beneficencia que se podría hacer con ese dinero y mucho menos le interesa el número de personas que podrían ser alimentadas en un mes con una sola quincena del defensa, a uno lo que le emputa es que no gana lo mismo.

Uno las protestas de Wall Street y la Puerta del Sol y por un momento se ilusiona de que en realidad existen personas comprometidas con un cambio sistemático en el que la Coca Cola dejará de indicarnos cuando es Navidad y en donde el crédito bancario se doblega ante las necesidades y precariedades de sus usuarios. Pero no.

Yo estoy seguro de que si a cualquiera de los manifestantes se les diera la oportunidad de ganar lo que Gattuso, dejaría las pancartas tiradas en la calle y se dedicaría a meter goles. Usted también lo haría, dice que no porque sabe que no hay probabilidad de que eso suceda y puede mantenerse en pie de sus "ideales" que al fin y al cabo no son más que observaciones que hace de una vida que no es la suya.

Uno lee y escucha esto del 1%, la vida que tiene las personas que pertenecen a esta elitista "secta diabólica" de multimillonario avariciosos, de los lujos que ellos pueden costear. Sobre "los millonarios" leemos textos escritos por hippies y escuchamos testimonios de las bocas de trabajadores resentidos con el sistema, eso que desaprovecharon las oportunidades laborales que otros del 1% si supieron aprovechar. Ninguno en realidad está comprometido con un cambio, todos lo que quieren es pertenecer al 1%. Usted y yo también, no se engañe.

Es normal que uno se ofenda al leer la cantidad de dinero que esta gente percibe, así como es normal que uno se conmueva al ver un cachorrito atropellado en la calle, ambas son respuesta mecanizadas que uno con los años aprendió a fingir. En ninguno de los dos casos unos hará algo para cambiarlo, tampoco es que se pueda, en especial cuando uno vive en un departamento en el que no reciben perros y se desenvuelve en una sociedad en la que la gente con dinero se percatará de que los demás no ganen más de lo debido.

Por lo pronto yo puedo decir que no soy parte del 99%, porque en realidad ese 99% se divide en muchos porcentajes mas: 70% de gente que percibe menos del sueldo mínimo, 20% de quienes son la prole, la clase trabajadora, la que ahorra para comprarse las cosas, 5% de personas pudientes pero que no llegan a millonarios "todo-poderosos", y finalmente el 4%, esa que la componen la escoria de la humanidad (ladrones, artistas, deportistas y demás títeres de la industria) que perciben astronómicos sueldos por actividades tan idiotas como cantar idioteces en un escenario o patear una pelota durante 90 minutos.

Uno esta ubicado en ese puerco 20%, una ilusión forjada a punta de ahorros y deudas en tarjeta de créditos que le hace creer que tiene una vida digna, una vida que aunque genere mayor contribución al mundo, jamás será retribuida como la de Gattuso.

Y a diferencia del futbolista, si yo me quejase de mi sueldo fuese solo para que me lo subieran. 

martes, 10 de enero de 2012

Use el traductor

Cualquier persona que haya escrito algo sabe que lo más difícil es poner un título, una frase de una, dos o tres lineas que resuma la esencia de su escrito; por lo que no me imagino lo frustrante que a de ser para los guionistas enterarse de los nombres que le colocan a sus obras en países extranjeros.

En este caso hablare íntegramente del fenómeno que sucede acá el los países hipanoparlantes, naciones en las que la traducción de nombre de películas se vuelve un crimen.

No se trata de exclusión ni mucho menos, entiendo que no es culpa de las personas no conocer el idioma inglés, es culpa de la mala educación que se brinda en el país. Aún así, discúlpenme, yo no pude aguantar la ira el día que vi en el PPV de la empresa de televisión por cable una película titulada (al español) El eterno brillo del sol, queno era otra si no The eternal sunshine of the spotless mind, esa joyita que Andy Kaufman escribió en el 2004. ¿Qué cabeza traduce este bonito verso de Alexander Pope a "el eterno brillo del sol"? Ojalá le haya dado diarrea después esto.

Pero ese solo es un ejemplo: Erin Brocovitck fue traducida como Una mujer audaz, aunque no es de mis favoritas, The hagover fue títulada ¿Qué pasó ayer?; una vez encontré The Shawshank Redemption bajo el nombre Cadena perpetua (QUE CARAJO); o Wall-E, que para algún genio del cine tenía que "traducirse" a Wall-E: batallón de limpieza.

El título de una película puede ser tan poderoso, tan soberbio y significativo que cuando veo cosas como estas, no puedo dejar de pensar cuanto de la obra se pierde solo esta traducción.

Los títulos deberían quedar intactos. Quienes no saben inglés pueden dar la vuelta al DVD y ver la sumilla, leer de lo que la película trata y decidir si ver la o no, eso es lo que yo hago con los filmes en otros idiomas: anoto el nombre y busco de que carajo se trata, pero intento no perturbar aquello que el autor de la obra quiso plasmar en el nombre. Sí, más de una vez he quedado como un idiota tratando de pronunciar fonéticamente el título de una película en francés, italiano y ni se diga el japonés, pero creo que con mi bobo lenguaje le hago más justicia de esa forma al autor.

Ojo que con esto no quiere decir que estoy en contra de los subtítulos, pese a que también le hacen un daño gigante a la esencia de los diálogos, son una plataforma más cercana a los verdaderos parloteos de los personajes; las traducciones en cambio dejan mucho que desear aunque ambas herramientas son necesarias para que se vean filmes en otros idiomas. Mi guerra personal es con los títulos traducidos.

¿Que sentiría Sebastián Cordero si se enterase que Ratas, ratones y rateros fue traducida al inglés como Scumbags? o ¿Cómo se reaccionaría Tania Hermedia al descubrir que Que tan lejos fue brillantemente titulada al "anglosajón" como A journey?

Así que la próxima vez que a usted se le antoje saber lo que literalmente significa el título de una película, le sugiero que use el traductor, así sacia su antojo de vocabulario, respeta al autor y no me daña el día preguntándome si he visto Los vigilantes (Watchmen). 

viernes, 6 de enero de 2012

Hambre

El otro día hablaba con la más bonita de las mujeres sobre su hombre preferido: Ryan Gosling. Ella me aseguró que pese a no creer en esto de que las personas tengan sexo en la primera cita, ella caería rendida a los pies de este individuo.

No es la primera vez que escucho decir esto a una mujer, lo dicen con las mismas palabras y premisas solo que varía el individuo con el que fantasean. Pero también las escucho repetir esta frase: “todos los hombres son iguales”, entonces ¿por qué carajo siguen fantaseando con este ser idílico?

Casualmente, solo unos días antes de esta reveladora conversación, tuve un dialogo con una amiga que aseguraba que ella prefería que su pareja fuera sexy en vez de bonita. Su afirmación rompió con todas las premisas que yo alguna vez había estereotipado de las mujeres, en especial cuando recordé lo que la chica del primer dialogo me dijo: “Ryan (Gosling) no es bonito, es brutamente sexy”, comentario que me acomplejo de sobremanera ya que el espejo no me hace justicia.

Fue entonces cuando comprendí el poder del hambre: hay relaciones enteras que se han venido abajo porque alguna de las partes cometió el error de “echarse una canita al aire” con alguien a quien le tiene hambre, no lo amor, no cariño, hambre.

Sin importar años de relación, sin importar el “amor” que haya de por medio, el hambre puede más: es más instintivo, más carnal, idílico, fantástico y por ende inalcanzable (y si se llega a consumar lo más probable es que traiga consecuencias negativas).

Es la idealización de un momento: uno no fantasea una vida justo a Scarlett Johansen, uno solo se imagina junto a ella en la cama, en el baño, en el sofá, en el ascensor (etc); pero estoy seguro que cualquier hombre arrojaría a la borda su vida en familia por 20 minutos con esa mujer, es algo instintivo e irracional, imposible buscarle el porqué.

Después de tanta conversación descubrí que yo preferiría que me tengan hambre antes que me encuentren bonito (y dejemos claro que ninguna de las dos cosas pasa), así al final hay más posibilidades de que se lo coman a uno en vez de tener que esperar a que alguien descubra algo que le interese en usted, se enamore y finalmente consuman el acto carnal.

La valía de la sensualidad residen entonces en no tener que esperar para eso que se quiere (sexo) y esquivar toda responsabilidad que conlleva una relación, puesto que uno solo es partícipe de ese momento y listo, se va, desaparece para convertirse en la anécdota que sonroja a las mujeres y hace sacar pecho a los hombres.

Uno vive añorando momentos perfectos: la vida es lo que sucede mientras espera esos instantes Kodak, recuerdos que podrían ser enmarcados, instantes que a veces no pueden ser contados. Quizás por eso, por aprovechar la oportunidad de realizar esa fantasía que se nos pone en frente, el hambre nos lleva a cometer errores grandes como cuernear a la mujer que uno ama o a dejar a una esposa y arruinar una familia. Estamos tan automatizados para buscar finales de película, escenas sacadas de The Notebook con besos bajo la lluvia y finales felices que olvidamos por completo que entre momento y momento Kodak, hay toda una vida por compartir.

(Pero aun así preferiría tener la pinta de Gosling)

jueves, 5 de enero de 2012

Feliz día

En la ingenuidad del festejo está impregnada la clase de personas que somos. Con bombos y platillos celebramos el atropello y con una sonrisa en la cara apretamos manos en el único día en el que decir "soy periodista", parece significar algo digno de una felicitación.

Hoy es "nuestro día", el día de los que durante todo el año somos tildados de morbosos, de los que tenemos una profesión que durante 364 días no es más que una perdedera de tiempo (y que algún periodista joven me venga a decir que sus amigos no lo han tildado de tal cosa). Es el día de los que nos hemos develado hasta por 18 horas, sentados frente a una computadora escribiendo textos de 10,000 caracteres que luego servirán como papel para madurar yucas, o de una noticia que servirá de música ambiental en la sala de un banco, o de un video que jamás será visto por completo.

Si ganar lo suficiente como para tener un vida sin lujos es cuestión de festejo, en este momento debería haber un carnaval de comunicadores en las calles haciendo alarde de su siempre agotable quincena, eso sin contar a todos los periodistas freelance a los que aun no le son cancelados los trabajo del año pasado.

Sí, somos participes de una profesión que no necesita de corbata, que deberá siempre ir a los lugares donde la gente no quiere ni se atreve a ir; somos los encargados de ponerle la censura a esas imágenes que son demasiado fuertes para el público, pero tenemos que verlas. Debemos abandonar siempre el escritorio, mojarnos cuando llueve y aguantar el calor y el humo de las estructuras cuando se queman; nunca sabremos lo que sucederá el día siguiente y son quizás esos pequeños detalles, esos que en secreto disfrazamos de aventuras, los que nos hicieron enamorarnos de la profesión.

Por lo pronto celebrar las desventuras no es lo malo, de hecho hay cosas que podemos celebrar en este día, pero la calidad de vida no es una de ellas.

Tener una profesión es la forma más antigua de prostitución, en especial si se es un comunicador. A los colegas solo les pido que hoy se nieguen a ser felicitados: nosotros valemos más que un apretón de manos y un pedazo de torta. Feliz día.