martes, 4 de octubre de 2011

Apellidos

Nunca he digerido a Jodorowsky. Todo ese cuento de la sicomagia, de la filosofía de borracho amanecido, no la digiero, no la paso, no la trago.

Hay mucha gente que alaba a este hombre, que idolatra y venera las palabras que nacen de sus dedos: "se tu mismo", tal y como si fuera la idea más original del mundo; pues déjeme decirle señor de apellido europeo que la publicidad se le adelantó muchos años: el "se tu mismo" ha sido la estrategia más usada por publicistas para que la gente use sus productos y se sienta original. Quizás Jodorowsky es un publicista con un producto que se vende bien y como casi todo producto popular, es un mal producto.

Quizás la gente toma en cuenta a Jodorowsky por eso, por su apellido raro. Si uno de mis paisanos, un cholito de la calle al que llamaremos Juan Piguave, dijese lo mismo que este seudo chileno, nadie lo tomaría en cuenta. Que sabe un Piguave de la vida, un Jodorovsky sí, su apellido es casi tan impronunciable como la primera vez que leíste el apellido de Dostoievski (ambos suenan similar), de ley sabe de la vida, de ley tiene algo importante que decir.

A la larga uno con un apellido como Delgado no tiene nada que hacer en este mundo. Mi apellido no señala nada, no indica una presencia absoluta, no suena europeo y por ende la gente nunca me tomará en serio sin importar que diga las cosa más profundas del mundo (que no lo hago).

No hay que engañarse, somos un pueblito que se cree país y donde aún creemos en la omnipotencia de un apellido.

No menosprecio la obra de Peter Musfeld, el artista alemán radicado en mi ciudad (que tampoco considero un maestro), pero si se hubiese llamado Pedro Aguirre aún seguiría mendigando para vender sus cuadros.

A la larga mi apellido es una maldición (no es que me avergüence de ser quien soy), pero es una maldición en todo sentido. Mi papá es una leyenda viviente del deporte y yo llevo su mismo nombre. Mi nombre, aunque sin "potencia" aparente, siempre me antecedió. La gente siempre esperó más de mi de lo que yo en verdad era o podía ser (al menos en el mundo deportivo).

Mi apellido me trajo muchas concesiones y consideraciones, muchas más de las que hubiese querido, muchas menos de las que en realidad mi papá se merecía, pero cuando finalmente abandoné el universo deportivo me di cuenta que el nombre de papá solo era una palanca si me dedicaba a ser deportista: acá en el mundo de las letras, del periodismo y demás, son otros los apellidos concesionados; pero apellido en fin. No vale el talento, no vale el esfuerzo, solo que tengas apellido de líder editorial o un patronómico impronunciable.

Por eso es que mi plan en esta vida, si es que en algún momento entro en la demencia de tener un hijo, es irme a Rusia, al campo, allá adentro donde hay espigadas rubias con apellidos de doce letras (once consonantes y solo una vocal, esos que necesitas una clase de un día para aprender a pronunciarlo), hacerle un hijo (que de paso nazca allá para que no tenga problemas de Visa ni nada por el estilo) y luego traérmelo al Ecuador. Acá, con su apellido de doce consonantes y una vocal será todo un galán (hay muchas chicas que querrán su apellido), y sí, cuando desee escribir filosofía de cajón yo no me molestaré cuando me pregunte si puede omitir el apellido Delgado y solo firmar con el patronómico materno. No, no me molestaré, lo entenderé con tal que me convide las regalías de los miles de dólares que ganará vendiendo libritos con frases que nadie entiende ni cree, pero repiten como loros para sentirse inteligentes y profundos. 

1 comentario:

  1. Whoa! te entiendo. Imaginate llamarte Chaplin. La gente siempre espera que haga alguna payasada pero en silencio por eso del cine mudo

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