lunes, 14 de noviembre de 2011

Es cuestion del tamaño

Las medidas nos atormentan: 90, 60, 90; poseer una estatura de más de un metro ochenta, que mi cintura no pase de los 50 centímetros; que esto sea lo suficientemente grande para impresionarlas.

Hablaba el otro día con una amiga y discutíamos la valía de los tamaños: uno ve a un enano con una Ford F150 en la que tiene que montarse utilizando una escalera, ¿cual es el punto de tener un carro así si no vas a poder manejarlo fácilmente? Pero la respuesta es obvia: esos 55,000 dólares de maquinaria gringa son el substituto de los 20 centímetros de altura que le faltan para ser un ser humano promedio.

Uno habla del ser humano promedio, ese que usted y yo somos, y nos damos cuenta que la vida es una competencia: uno debe de una u otra forma resaltar, llamar la atención para ver si alguien se lo quiere comer. No se engañe, los hombre no fueron hasta la cima del Everest o a la Luna porque deseaban cagarse de frio o ver si había algo allá arriba: lo hicieron solo para probar que eran mejores que los demás y así se atosigados por fanáticas que buscarían entregarse a ellos por sus proezas.

Los hombre no creamos las olimpiadas por el hecho que queríamos ensalzar el espíritu humano a través de la competencia sana y deportiva, lo hicimos porque queríamos, en una disciplina u otra, demostrar que somos machos alfa y dignos sujetos de reproducción.

Si ustedes ven, ese cotejo machista de comentaristas deportivos no hacen sino ensalzar las "proezas" masculinas y ojo que las mujeres hace exactamente lo mismo que los hombre pero no reciben tanta atención ¿Por qué? Es muy obvio ¿no? 


Uno como sujeto en edad reproductiva tiene que resaltar del resto: esos que son atractivos no necesitan más que poner el rostro para encontrar pareja; por eso es que no hay magnates pinta o ¿acaso usted, lectora femenina, hubiese siquiera pensado acercase al desgarbado de Bill Gates sin antes saber los millones que tiene? (Conteste con sinceridad que nadie la va a escuchar).

Inconscientemente, cuando uno ve a Usain Bolt corriendo los 100 metros en 9,56 segundo se asombra, pero en realidad lo que uno está pensado (muy en el fondo de nuestros instintos): a este tipo lo va a recibir tanta atención femenina. Eso es lo que uno admira, nada más.

Uno ve a hombres subiendo montañas, lanzándose de edificios sin paracaídas, prendiéndose en fuego, inventando nuevas empresas, comprando los carros más caros, las cadenas más brillantes y acaparando las mayores fortunas y todo porque le hacían falta un par de centímetros de altura o al interior de los pantalones.  

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