viernes, 16 de septiembre de 2011

La realidad nacional y el cine: una década de ejercicios

*texto publicado en el diario del cine Ocho y Medio, en la edición especial por su décimo aniversario*

Resulta que hace tan solo unos años, ir a ver una película "made in Ecuador" era algo que sucedía tan esporádicamente que el mero hecho de tener uno de estos filmes en cartelera era un acontecimiento. Desde esta premisa, resulta extraño que los espectadores ecuatorianos no se asombren de la transición que ocurrió durante esta última década con el cine local: hoy la gente hace fila en los salas de proyección para ver filmes nacionales, discute sobre los mismos e incluso los disfruta.

"La transformación se genera no solo en la actitud del espectador ante los filmes, si no desde la forma y las mismas temáticas a los que recurren los cineastas", dice Roberth Mendoza, director de la película Érase una vez en Piñas. Él enciende el debate del cómo los tópicos que abordan las historias escritas por los guionistas y directores han sufrido una transformación, la que aproxima realidades más cercanas y problemas globales al público. ¿Está el cine ecuatoriano listo para hacer películas con temáticas nacionales y que al mismo tiempo puedan ser leídas como algo universal?

Si bien la última década ha significado para nuestro cine un tiempo de cambio y una etapa de madurez, también es un “renacer”. Aún en pañales, la producción ecuatoriana, esa que por décadas permaneció tan identificada con su innegable carácter local, crece para dejar ser "cine ecuatoriano" y convertirse en "cine". Pareciera como si los directores y escritores nacionales superaran conflictos y realidades que, según entendidos en la materia, dieron el puntapié inicial a esta nueva ola de “contadores de historias”.

Pero para llegar hasta este punto en el que podemos darnos el lujo de preguntarnos si estamos listos para dar ese gran salto, el cine ha recorrido un gran tramo. Un tramo larguísimo. Si estuviésemos grabando un filme sobre la historia del cine nacional, este sería el momento de un flashback

Regresamos al año 2000: el Ecuador entraba en una crisis sin precedentes, la moneda nacional se devaluó por completo y, aunque vaticinada por los medio de comunicación y economistas, el descalabro económico del país tomó por sorpresa a todos. Una serie de cambios germinaron en la nación, mientras que una generación de jóvenes, hoy adultos, presenciaba con cierta impotencia cómo el país se desmoronaba a su alrededor. Ellos debían buscar una forma de denunciar ese caótico universo que estaban viviendo.

La pauta había sido planteada en 1999 cuando Sebastián Cordero, cineasta quiteño, escribió y dirigió la que es considerada por muchos como el “nuevo inicio” del cine nacional: Ratas, Ratones, Rateros. La película, una historia que se divide entre Quito y Guayaquil, muestra con cierta crudeza la realidad de los jóvenes ecuatorianos que se desenvuelven entre las marcadas diferencias de ese conflicto que existe entre la costa y la sierra, conflicto que acompaña al país desde la época de la revolución liberal. “Cordero sentó un precedente. Él mostró los problemas de un país dividido, mostró drama, nos mostró el cine social. Lo jóvenes aprendieron”, explica Mendoza.

El Ecuador llega al nuevo milenio con una mezcla de emociones: un filme nacional daba de qué hablar en el extranjero, y al mismo tiempo, la nación caía en una recesión, en una crisis no solo económica sino de identidad, lo que desembocó en que el Ecuador dejara de emitir su propia moneda. En el 2000 llegó al dolarización.

Para el 2001, ya con un país destrozado por las administraciones presidenciales y los feriados bancarios, nace toda una legión de creativos que de alguna manera sentían la necesidad de mostrar al mundo lo que sucedía. “El Ecuador no tenía norte, no tenía líderes, tenía una identidad de la que sentía vergüenza. Es en ese momento donde, a través de sus películas, cineastas, nuevos y de la ‘vieja guardia’, intentaron dotar de una identidad a una novel población que sentía la necesidad de reescribir su historia”, aclara Mendoza.

“De repente el generar películas por el mero hecho de hacer cine, pasó a segundo plano”, dice Jaime Tamariz, dramaturgo guayaquileño. “El Ecuador debía, a través de su arte, de esa manifestación ilustrada, empezar a identificarse como nación”, acota. Es así como en el 2002, Víctor Arregui lanza su filme Fuera de Juego, un largometraje que resulta una mezcla entre la ficción y el documental. Juan Castro, un joven de 18 años, observa cómo su familia se hunde en la miseria y, entonces, asume la utopía de emigrar a España para lo cual emplea cualquier medio, a fin de conseguir dinero.

“En esta muestra de cine evidenciamos ya esa urgencia de señalar lo que estaba pasando”, aclara Tamariz. La migración pasó a ser parte de esa constante cinematográfica. “Ya veíamos historias de familias segmentadas por la migración, todo como resultado del contexto histórico del país”, dice.

En ese mismo 2002 aparece Un Titán en el Ring, película dirigida por Viviana Cordero, y que envuelve, al igual que Fuera de Juego, esa temática social de los pueblos de la sierra que, en medio de la crisis, recurren al espectáculo para desprenderse, por unos instantes, de los problemas que les aquejan. “Una metáfora de lo que sucedía entonces”, expresa Tamariz.

“Ese fue solo el inicio de un cine que mostraba el decadente país en el que crecimos”, dice Mendoza. El Ecuador no era espacio solo para un ‘cine de canguil’. “Los pocos directores que se atrevían a agarrar un cámara y salir a buscar financiamiento para una película sabían que el dinero no podía ser gastado en una producción sin sentido. Ellos querían denunciar”, opina el cineasta orense.

El inicio de la transición

Por tradición, el cine ecuatoriano es un cine independiente; producciones de recursos limitados. El hacer películas en el país es estar consciente de que uno va a tener que vestir las mejores galas para ir a tocar un par de puerta e ir a solicitar “apoyo” (tradúzcase: financiamiento), para poder montar ese filme que el director tanto anhela.

En el país hubo una serie de largometrajes de “autogestión” que intentaron cumplir ese planteamiento de interrogantes que identifiquen al público con su país (producción que existía incluso desde antes que la crisis se instaurara). “En el Ecuador se hacía y se hace cine independiente”, dice Carlos Tutivén, sociólogo de la Universidad Casa Grande. “No solo hablábamos de querer manifestar los procesos de cambio y búsqueda de identidad, también se aprovechó ese carácter impactante en los filmes para tener una fuerte reacción del público”, dice el estudioso.

Así fue como nació un ejercicio fílmico que, diez años después, recién empieza a dar frutos. “Tal y como los mexicanos en su época dorada de cine, los ecuatorianos empezamos, si se puede decir, a presenciar el inicio de la que aun no me atrevo a señalar como la industria del cine ecuatoriano”, puntualiza Tamariz. Para el dramaturgo, el país está recién presenciando esa búsqueda por generar un discurso visual, el que aún no termina de estructurarse ni germinarse.

“Es precisamente esa falta de un discurso nacional propio lo que hace parecer que el cine nacional no sale de un par de temáticas”, acota Tania Hermida, directora de la película Que tan lejos. Para la cineasta, la incipiente producción nacional aborda tópicos siempre distintos, pero que relatados desde una misma perspectiva (el realismo social), pareciera estancarse en dos o tres problemas.

“Es parte del proceso natural de hacer cine”, dice Carlos Andrés Vera, director del documental Taromenani y del corto La verdad sobre el caso del Señor Valdemar. “El cine es una herramienta para retratarse y es inevitable que, si tenemos realidades duras, estas se vean reflejadas en el celuloide”, expresa.

“El cine nacional sí tiene ese tinte de crítica social, que es normal, es algo que debe suceder”, acota Tamariz, para quien antes de poder mostrarnos al extranjero y al mundo, tenemos que hacer una introspección de la realidad. “He ahí la necesidad de abordar temas sociales”, explica.

Pero fue precisamente esa búsqueda de identidad, ese reflejo de un país demacrado lo que “desprestigió” al cine ecuatoriano. “Las personas no querían ver en pantalla los problemas con lo que ellos ya tenían que lidiar a diario”, expresa Tutivén.

La producción nacional enfrentaría una crisis aun mayor: en un país sumido en deudas, los capitales no querían invertir en proyectos poco rentables, en este caso, películas que nadie iría a ver.

Esa crisis de producción se evidencia en 2003, un año complicado para el cine local. Mientras que alrededor del mundo se estrenaron 555 películas (según decine.com), en el Ecuador no se estrenó ni un solo filme nacional. “Ni las personas ni los empresarios estaban en condiciones de regalar dinero para que las personas cumplieran sus caprichos de hacer cine. Aun es difícil recaudar dinero para hacer películas”, expresa Mendoza. Pero contrario a lo que los números enseña, en el 2003 un cineasta nacional estaba impulsando un proyecto.

Un ejercicio que empieza a tomar forma

Sebastián Cordero, el mismo que cuatro años atrás protagonizó ese “boom” del cine ecuatoriano, estaba de vuelta al ruedo. Rrodaba Crónicas, su segundo largometraje, una historia que si bien aborda temas de realidad nacional (incluso basándose en uno de los asesinos en serie más famosos del país), buscaba expandir los dilemas: un periodista de crónica roja que se ve inmerso en la toma de difíciles decisiones. “Es parte del proceso natural de creación que esas temáticas se agoten y den paso a historias más universales o personales”, expreso Vera. “Particularmente, pienso que hoy la cantidad de temáticas del cine nacional se ha ampliado mucho, al punto donde, en este momento, no podríamos hablar de una temática en particular en el cine nacional. Y eso es bueno”, dice.

“Cada director tiene una especialidad y hay mucha variedad de producciones”, puntualiza Hermida, cuya película Que tan lejos (2006) llevó a 220 mil asistentes a las salas de cine. Ella cita el ejemplo de Víctor Arregui y sus adaptaciones literarias; a Sebastián Cordero con sus historias que utilizan siempre ese giro inesperado; Camilo Luzuriaga y su cine de historia, “solo unos cuantos para mostrar la variedad que existe hoy por hoy en la producción nacional”, dice la directora.

A este nuevo “boom” creativo se le suma un nuevo plus que, según todos los entrevistados, es la mejor idea que se ha tenido para la difusión del cine en el país: la creación del Consejo Nacional de Cine, en 2005. Desde entonces han aparecido películas como Bifurcando la mirada (2006); Esas no son penas, Cuando me toque a mí, A la caza del Rey, Invitación al Sepelio, (2007); Este maldito país, Retazos de vida, Black Mama, Despierta, (2008), solo por nombrar algunos de los 137 proyectos audiovisuales que ha impulsado el Consejo Nacional de Cine desde el 2007 al 2010 (según datos de su sitio web cncine.gov.ec).

“Esta entidad apoya proyectos de cine y ha sido pilar fundamental para esta nueva ola de producciones que se han dado en el país en los últimos años”, dice Hemida. La afirmación de la cineasta es compartida por el sociólogo Tutivén, quien asegura que en el último lustro se ha ido producido lo mejor del cine nacional, “ese apoyo fue básico para que los nuevos cineastas se atrevieran a explorar”, acota.

“Pero no solo eso, las temáticas se han ampliado mucho y las nuevas generaciones (de 35 años o menos) vienen con otras propuestas bajo el brazo”, dice Vera. Para él, el reto es que esta nueva generación se consolide desde el punto de vista de la producción y logre hallar un mercado no solo nacional para sus películas. Continúa: “Ahora, siempre que se filme en Ecuador, la ‘realidad nacional´ será el contexto donde transcurran nuestras historias (salvo que experimentemos géneros como la ciencia ficción, por ejemplo) y en muchos casos será un telón de fondo”. Para el realizador, esto no es algo malo en sí; lo malo es caer en viejos clichés y no renovar el lenguaje. “Pero insisto: le tengo mucha fe a la nueva generación, porque viene con nuevas propuestas”, puntualiza Vera.

Fin del flashback

La película retoma su curso y llegamos al presente: el Ecuador, aún con una economía débil, ha aceptado el legado social que la pasada década le dejó. Las historias cargadas de resentimiento, de esa urgencia de denunciar un país en ruina, van mezclándose con esa necesidad de contar algo más. En las pantallas de las salas de proyección se percibe este nuevo panorama, incluso las ganas que tienen los cineastas por innovar.

“Hoy estamos viendo una nueva forma de percibir el cine”, dice Tamariz. Él, como jurado seleccionador de el más reciente de los concursos del Consejo Nacional de Cine, asegura que los jóvenes cineastas están usando distintos recursos narrativos, como resultado de un proceso de búsqueda de identidad, tanto nacional como visual, que surgió en los últimos diez años.“Ya lo vimos en el 2008 con Black Mama, de Miguel Alvear, una película inclasificable y con un contenido fantástico nunca antes visto”, dice Tutiven. “Y vamos a ver aún más formas de romper con esas dicotomías que nos presenta el panorama del cine nacional”, expresa, a su vez, Hermida.

Han sido diez años de experimentos en el cine, una década que ha mostrado la realidad de un país y que poco a poco va buscando nuevas formas de abordar sus realidades, sus dramas y sus ironías cotidianas. Si bien, como dice Vera, es imposible dejar el contexto social de lado, los creativos van encontrando formas de relatar testimonios más íntimos, más personales. “Ya nuestras historias están dejando de tener ese carácter local para lograr obtener interpretaciones más allá de nuestra frontera”, dice Hermida.

Una década que desapareció en un abrir y cerrar de ojos y que dejó un universo de filmes que, como asegura Mendoza, son la firme base de lo que todos los cineastas esperan, se convierta en la industria del cine nacional. “Ojalá y esto no sea como los otros tantos ´puntapiés´ iniciales del séptimo arte nacional. No vaya a ser que con nosotros y nuestras películas pase lo mismo que con El tesoro de Atahualpa, la primera película nacional y de la que no existen más que recortes de periódicos que nos dicen que existió cine en el país... Todo un pedazo de historia nacional, perdida”, dice.

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