Hay una idea deliciosa, exquisita y hasta romántica en lo que ha robar concierne. Sí, estamos jodidos gracias a nuestro sistema de cambio de objetos por papel moneda, pero lo cierto es que el poder tomar lo que tú quieras, a la hora que tú quieras y si es que te da la gana, me resulta irresistible. De todas formas, las cosas están ahí, si no pudiese ser tomadas imagino que un evento cataclísmico debería suceder que lo impida. Y no sucede.
El otro día mi hermano, un amigo y yo cometimos el robo del siglo: nos sustrajimos un par de bandejas de patio de comidas de un centro comercial X. No lo hicimos por esa malinterpretada rebeldía, no, nosotros nos las robamos porque cuando le pedimos al chico de la caja que nos pusiera el pedido para llevar, el muy cabrón nos quería cobrar un dólar más (y de paso había que hacer una lagar fila para poder pagarlo). Su abuso resultó en la imperdonable sustracción de dos bandejas de plástico que hoy adornan mi cuarto como un trofeo.
¿Estuvo bien? No lo creo, pero tampoco estuvo mal. Es de esas acciones híbridas que ponen en conflicto dos "dilemas morales", una reacción consecuencia de una negación; una acción consecuencia de la ruptura de los protocolos de la amabilidad de un cajero y mi negación a la hora de volver a hacer fila.
Es que nosotros respondemos a protocolos sociales: podemos hacer muchísimas cosas pero al final de cuantas no las hacemos porque solo nosotros nos las impedimos (y porque sabemos que iríamos a la cárcel, o seriamos excluidos de círculos sociales).
De no haber una pena por el robo, todos estaríamos saqueando tiendas y cogiendo cosas que nos encantaría tener, y podemos, solo que no lo hacemos.
Lo mismo sucede cuando hablamos de asesinato, hacerlo es tan sencillo, tan posible e inevitable que hasta un niños con los ojos cerrados y una Magnun 48 en sus manos, lo ha hecho. Un protocolo de decencia que se cumple a regañadientes porque bien que hay un poco de personas que quieran matar a otro poco de personas.
Pero no hay porque ser tan radicales al respecto, podríamos volver a lo más básico: yo no quiero felicitar a una mujer porque salió embarazada, de hecho me encantaría decirle “te jodiste”, pero es difícil, especialmente cuando hay algún vínculo sentimental de por medio. Yo no quiero decirle a la gente “ay que lindo bebe”, tampoco quiero cederle mi asiento en la Metrovía a un anciano. No, no quiero. Tampoco quiero desearle un buen futuro a una ex, me encantaría que se engorde hasta el punto en que no se puede levantar por si sola, si no con una grúa. Yo no quiero decir buenos días cuando amanezca, tampoco quiero desearle buenas noches a un desconocido y mucho menos saludarlo porque da la casualidad que estamos en la misma habitación. No, no quiero, no me gusta.
Protocolo, todo es cuestión de protocolo, de una rutina que seguimos y que no hay como romperla, porque si no ya me hubiesen despedido de mi trabajo, y sin trabajo no hay comida y sigue la puerca línea de pensamiento.
Pero hay que estar consciente de las cosas y de cómo son en realidad, de su sencillez y de lo frágiles que podemos ser antes situaciones cotidianas.
Matar, robar e incluso besar son cosas tan sencillas que son precedidas por un protocolario instante: ese momento en el que uno duda de jalar el gatillo, cuando tiene ese descubrimiento de moral, o cuando uno se detiene solo un inste antes de empujar ese cuchillo más allá de la dermis; o ese segundo en el que dudas guardar cualquier objeto de la percha en tus bolsillos, llevártelo a la casa y disfrutarlo; o cuando dudas sorprender a una mujer, cuando dudas en usurparle esa caricia de los labios. Instantes tan sencillos e imposibles al mismo tiempo, tan próximos pero lejanos a la vez y todo al fin y al cabo porque somos capaces de preguntarnos ¿y qué pasaría si?
Una y mil gracias a mi sucia conciencia por cada frustración que tengo. Gracias.
El otro día mi hermano, un amigo y yo cometimos el robo del siglo: nos sustrajimos un par de bandejas de patio de comidas de un centro comercial X. No lo hicimos por esa malinterpretada rebeldía, no, nosotros nos las robamos porque cuando le pedimos al chico de la caja que nos pusiera el pedido para llevar, el muy cabrón nos quería cobrar un dólar más (y de paso había que hacer una lagar fila para poder pagarlo). Su abuso resultó en la imperdonable sustracción de dos bandejas de plástico que hoy adornan mi cuarto como un trofeo.
¿Estuvo bien? No lo creo, pero tampoco estuvo mal. Es de esas acciones híbridas que ponen en conflicto dos "dilemas morales", una reacción consecuencia de una negación; una acción consecuencia de la ruptura de los protocolos de la amabilidad de un cajero y mi negación a la hora de volver a hacer fila.
Es que nosotros respondemos a protocolos sociales: podemos hacer muchísimas cosas pero al final de cuantas no las hacemos porque solo nosotros nos las impedimos (y porque sabemos que iríamos a la cárcel, o seriamos excluidos de círculos sociales).
De no haber una pena por el robo, todos estaríamos saqueando tiendas y cogiendo cosas que nos encantaría tener, y podemos, solo que no lo hacemos.
Lo mismo sucede cuando hablamos de asesinato, hacerlo es tan sencillo, tan posible e inevitable que hasta un niños con los ojos cerrados y una Magnun 48 en sus manos, lo ha hecho. Un protocolo de decencia que se cumple a regañadientes porque bien que hay un poco de personas que quieran matar a otro poco de personas.
Pero no hay porque ser tan radicales al respecto, podríamos volver a lo más básico: yo no quiero felicitar a una mujer porque salió embarazada, de hecho me encantaría decirle “te jodiste”, pero es difícil, especialmente cuando hay algún vínculo sentimental de por medio. Yo no quiero decirle a la gente “ay que lindo bebe”, tampoco quiero cederle mi asiento en la Metrovía a un anciano. No, no quiero. Tampoco quiero desearle un buen futuro a una ex, me encantaría que se engorde hasta el punto en que no se puede levantar por si sola, si no con una grúa. Yo no quiero decir buenos días cuando amanezca, tampoco quiero desearle buenas noches a un desconocido y mucho menos saludarlo porque da la casualidad que estamos en la misma habitación. No, no quiero, no me gusta.
Protocolo, todo es cuestión de protocolo, de una rutina que seguimos y que no hay como romperla, porque si no ya me hubiesen despedido de mi trabajo, y sin trabajo no hay comida y sigue la puerca línea de pensamiento.
Pero hay que estar consciente de las cosas y de cómo son en realidad, de su sencillez y de lo frágiles que podemos ser antes situaciones cotidianas.
Matar, robar e incluso besar son cosas tan sencillas que son precedidas por un protocolario instante: ese momento en el que uno duda de jalar el gatillo, cuando tiene ese descubrimiento de moral, o cuando uno se detiene solo un inste antes de empujar ese cuchillo más allá de la dermis; o ese segundo en el que dudas guardar cualquier objeto de la percha en tus bolsillos, llevártelo a la casa y disfrutarlo; o cuando dudas sorprender a una mujer, cuando dudas en usurparle esa caricia de los labios. Instantes tan sencillos e imposibles al mismo tiempo, tan próximos pero lejanos a la vez y todo al fin y al cabo porque somos capaces de preguntarnos ¿y qué pasaría si?
Una y mil gracias a mi sucia conciencia por cada frustración que tengo. Gracias.
Ponte a pensar en esto: no existen penas por robos, la gente no lo hace unicamente para evitarse pagar una factura (muy alta por cierto) por concepto de "servicios legales" a su abogado. Si no fuera por ese papel moneda q tanto queremos...
ResponderEliminarah y por cierto, yo si me di cuenta que faltaban bandejas en el patio de comida de ese centro comercial X. Soy el gerente del conteo diario de bandejas. Es un gran puesto!
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