Recuerdo la película “No man`s Land” (2001), un filme que expone criticas mordaces a la incapacidad que sufren los países a la hora entenderse los unos a los otros. Bueno, al fin y al cabo es solo una película, aparte de criticar solo expone lo ya aprendido, que somos una raza de mierda (los humanos), y hacemos hasta lo imposible para no entendernos ni comprendernos.
Hoy, el presidente de la República, Rafael Correa, dio un discurso en la universidad de Columbia, New York, en el que evidenció su nivel de inglés; juro haber pensado que era infinitamente mejor. Me pregunto ¿Cuánto de lo que habrá querido decir se perdió en el intento de traducir ideas del español al inglés? De hecho, no entendí muchas de las -no por su marcado acento- porque se detenía mucho a pensar como decir las cosas (ojo, como decir las cosas).
A veces en que ni en nuestro mismo idioma sabemos las cosas. Es una costumbre que tenemos para escuchar solo lo que queremos, pero jamás detenernos a analizar lo que nos están diciendo. Cuantos problemas y frustraciones nos hubiésemos ahorrado si desde el principio hubiésemos comprendido que “no, no tengo intensiones de irme a la cama contigo” o “no, jamás conseguirás ese trabajo”. Solo por nombrar algunos de los pequeños mal entendidos que se generan cuando dos personas no hablan en la misma frecuencia.
Es que siempre estamos intentando dar un doble discurso, balbucear cosas en español pero en realidad hablar pendejadas, o acaso nunca han dicho el tan berreado: “¿una mujer tan linda como tú por qué está sola?”, que se traduce: “estoy desesperado”. O cuando tu jefe dice: “necesitamos mejorar la producción, ha disminuido la calidad del trabajo”, que se traduce: “¡estamos valiendo, carajo trabajen!”. Pero uno, proletario, hombre y/o mujer, esperanzado en que las intensiones de las personas siempre son las mejores, (o al menos intenta creerlo) solo escucha lo primero y no se da cuenta que lo que en realidad vale, es lo segundo.
Sí, todos hablamos la misma lengua, pero no el mismo idioma. Nos acostumbramos tanto a decir las cosas en un mensaje encriptado que podemos en el camino se pierde el significado de nuestras palabras. Tenemos que hablar así porque si dijésemos las cosas que en realidad pensamos (los hombres), las mujeres se espantarían de las cosas que nuestro cerebro puede generar cuando de ellas se trata; tenemos que hablar así porque se develásemos nuestras verdaderas intensiones, el negocio con la competencia nunca saldría y nos quedaríamos sin el banquete millonario; debemos hablar así porque si mostráramos lo jodido que está el país en realidad, lo más seguro es que hubiese un pandemonio en las calles.
Como en “No man`s land”, las personas necesitamos del doble discurso para sobrevivir, para convivir hasta que llegue la oportunidad de aprovecharnos de la persona que ingenua, no comprendió nuestras intensiones; porque el idioma nos habla de todo menos de las intensiones. De mi boca pueden salir las palabras más nobles, de cómo donar una indemnización millonaria a un filantrópico proyecto ecológico, de cómo mis intensiones son la justicia y mi bandera el honor, un ciudadano cansado del atropello; lo puedo decir en las palabras más bonitas, porque el castellano se presta para adjetivar de las formas más melosas posibles, pero ustedes jamás sabrán lo que yo deseo, ni lo que voy a hacer.
Oh, y sí: “I can tok Wachinton too”.
Hoy, el presidente de la República, Rafael Correa, dio un discurso en la universidad de Columbia, New York, en el que evidenció su nivel de inglés; juro haber pensado que era infinitamente mejor. Me pregunto ¿Cuánto de lo que habrá querido decir se perdió en el intento de traducir ideas del español al inglés? De hecho, no entendí muchas de las -no por su marcado acento- porque se detenía mucho a pensar como decir las cosas (ojo, como decir las cosas).
A veces en que ni en nuestro mismo idioma sabemos las cosas. Es una costumbre que tenemos para escuchar solo lo que queremos, pero jamás detenernos a analizar lo que nos están diciendo. Cuantos problemas y frustraciones nos hubiésemos ahorrado si desde el principio hubiésemos comprendido que “no, no tengo intensiones de irme a la cama contigo” o “no, jamás conseguirás ese trabajo”. Solo por nombrar algunos de los pequeños mal entendidos que se generan cuando dos personas no hablan en la misma frecuencia.
Es que siempre estamos intentando dar un doble discurso, balbucear cosas en español pero en realidad hablar pendejadas, o acaso nunca han dicho el tan berreado: “¿una mujer tan linda como tú por qué está sola?”, que se traduce: “estoy desesperado”. O cuando tu jefe dice: “necesitamos mejorar la producción, ha disminuido la calidad del trabajo”, que se traduce: “¡estamos valiendo, carajo trabajen!”. Pero uno, proletario, hombre y/o mujer, esperanzado en que las intensiones de las personas siempre son las mejores, (o al menos intenta creerlo) solo escucha lo primero y no se da cuenta que lo que en realidad vale, es lo segundo.
Sí, todos hablamos la misma lengua, pero no el mismo idioma. Nos acostumbramos tanto a decir las cosas en un mensaje encriptado que podemos en el camino se pierde el significado de nuestras palabras. Tenemos que hablar así porque si dijésemos las cosas que en realidad pensamos (los hombres), las mujeres se espantarían de las cosas que nuestro cerebro puede generar cuando de ellas se trata; tenemos que hablar así porque se develásemos nuestras verdaderas intensiones, el negocio con la competencia nunca saldría y nos quedaríamos sin el banquete millonario; debemos hablar así porque si mostráramos lo jodido que está el país en realidad, lo más seguro es que hubiese un pandemonio en las calles.
Como en “No man`s land”, las personas necesitamos del doble discurso para sobrevivir, para convivir hasta que llegue la oportunidad de aprovecharnos de la persona que ingenua, no comprendió nuestras intensiones; porque el idioma nos habla de todo menos de las intensiones. De mi boca pueden salir las palabras más nobles, de cómo donar una indemnización millonaria a un filantrópico proyecto ecológico, de cómo mis intensiones son la justicia y mi bandera el honor, un ciudadano cansado del atropello; lo puedo decir en las palabras más bonitas, porque el castellano se presta para adjetivar de las formas más melosas posibles, pero ustedes jamás sabrán lo que yo deseo, ni lo que voy a hacer.
Oh, y sí: “I can tok Wachinton too”.
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