Odio la navidad o al menos la navidad que pregonan e intentan vivir. La navidad es regalos y punto. Me resulta ingenuo pensar en alguien que no lo crea, pero claro, casi todos lo niegan y es normal, porque nos encanta hacernos los dignos.
La navidad y el año nuevo son las excusas perfectas que tenemos para coger el valor suficiente para cometer los errores que durante todo el año no pudimos. Puede ser el frenesí de la época, el tráfico insoportable o las ofertas que a uno lo aturden y termina endeudándose, comiendo y bebiendo de más.
Sí, los almacenes, comercio y restaurantes se aprovechan de nuestras ansias de error y nos ofrecen todo a módicas cuotas, facilidades de pago y gangas para que vayamos, compremos, comamos, disfrutemos. etc.
Pero más allá de todo es, de nuestra faceta de víctimas del sistema, estas fechas nos encantan porque son la excusa perfecta para llamar a esa persona a la que siempre deseaste hablarle pero no tenías porque hacerlo; es el momento ideal para comprar eso que siempre quisiste pero que el temor al "¿qué pasaría sí?", no te dejó; son las fechas en las que abrir una botella con tu amigos cobra sentido, es la justificación perfecta para amanecerte con esos que no has visto durante tanto tiempo.
Es esa época en la que un regalo insignificante u opulento, puede envolver todo eso que significa alguien para ti; es esa época donde un presente puede significa "perdón" y solucionarlo todo.
De alguna forma esa sensación de que las cosas llegan a su fin -así se el año- nos hacen sacar esos impulsos que tenemos reprimidos y, como debería ser, llevarnos por esa voluntad nuestra.
A nosotros lo que nos falta es excusas para hacer las cosas, porque somos incapaces de hacer las cosas por voluntad propia. Uno encuentra en el alcohol, la premura y el caos de diciembre ese justificativo que durante 360 buscamos para decir: "al carajo, equivoquemos de una vez por todas".
Y no hay acierto más grande que un error: felices fiestas ¡salud!
La navidad y el año nuevo son las excusas perfectas que tenemos para coger el valor suficiente para cometer los errores que durante todo el año no pudimos. Puede ser el frenesí de la época, el tráfico insoportable o las ofertas que a uno lo aturden y termina endeudándose, comiendo y bebiendo de más.
Sí, los almacenes, comercio y restaurantes se aprovechan de nuestras ansias de error y nos ofrecen todo a módicas cuotas, facilidades de pago y gangas para que vayamos, compremos, comamos, disfrutemos. etc.
Pero más allá de todo es, de nuestra faceta de víctimas del sistema, estas fechas nos encantan porque son la excusa perfecta para llamar a esa persona a la que siempre deseaste hablarle pero no tenías porque hacerlo; es el momento ideal para comprar eso que siempre quisiste pero que el temor al "¿qué pasaría sí?", no te dejó; son las fechas en las que abrir una botella con tu amigos cobra sentido, es la justificación perfecta para amanecerte con esos que no has visto durante tanto tiempo.
Es esa época en la que un regalo insignificante u opulento, puede envolver todo eso que significa alguien para ti; es esa época donde un presente puede significa "perdón" y solucionarlo todo.
De alguna forma esa sensación de que las cosas llegan a su fin -así se el año- nos hacen sacar esos impulsos que tenemos reprimidos y, como debería ser, llevarnos por esa voluntad nuestra.
A nosotros lo que nos falta es excusas para hacer las cosas, porque somos incapaces de hacer las cosas por voluntad propia. Uno encuentra en el alcohol, la premura y el caos de diciembre ese justificativo que durante 360 buscamos para decir: "al carajo, equivoquemos de una vez por todas".
Y no hay acierto más grande que un error: felices fiestas ¡salud!
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