sábado, 2 de abril de 2011

Una galleta

Comunicar no solo me apasiona si no que no deja de impresionarme. El lenguaje nos permite relacionarnos los unos con los otros, emocionarnos; nos permite darnos a conocer, a entender.

De todos los "fenómenos" comunicativos, la gratitud es el que más me conmueve. Una simple palabra, "gracias", simboliza todo universo de acciones, engrana una serie de experiencias que permiten a las personas sentirse tomadas en cuenta, y por sobre todas las cosas, que sus acciones no solo significaron algo, si no que hicieron la diferencia, así sea mínima, en la vida de otro persona.

GRACIAS! No es una expresión común, tampoco podemos andarla buscando en la boca de todos. En realidad, puedo contar con las dos manos a las personas de mi círculo social que lo dicen.

Ahora, si los más allegados a nosotros son incapaces de agradecer, ¿qué podemos esperar del resto?
Cuando eres periodista, "gracias" es la segunda palabra que menos escucharas en tu vida (felicitaciones es la primera). No sé porque dije "cuando eres periodista", mejor debería de decir: cuando trabajas, nadie te agradecerá por nada. Yo me refiero al ámbito periodístico por es el que me desenvolví.

Desde mi pupitre de trabajo, personalmente redacte una centena de artículos. Trabaje dos años en un medio escrito y nunca recibí una llamada de agradecimiento por algo que publiqué. Mentiría si digo que no esperaba una llamada (una simple llamada), porque más de una vez me esforcé de sobremanera en relatar, apelativamente, una historia. Eso sí, perdí la cuenta de las veces que me llamaron a reclamar porque no les gustaba el hecho de que haya relatado detalles íntimos de sus vidas. Entienda usted a las personas.

El otro día, hablando con una amiga, discutíamos acerca de un curso en el que ella estaba participando. Ella es de las pocas a las que yo puedo señalar con el dedo, y decir: ella agradece.
Como ella hay pocos periodistas: dedica más del tiempo que debe a sus notas. Más de una vez trabajamos juntos y nunca nos dieron las gracias.

El curso en el que ella participa es dictado por un español (catalán con una característica en particular: sabe reconocer el trabajo bien hecho). El europeo se refirió al trabajo de mi ex compañera como "excelente de principio a fin". Desde el otro lado de mi blackberry, no pude ocultra la satisfacción por ella: tuvo que venir alguien de otro continente para que reconozca su trabajo. Aquí en nuestro medio, los eruditos de las letras son incapaces de percibir la calidad, incapaces de descubrir el talento.

Mi amiga no solo tiene talento, tiene las ganas de ser alguien. Nunca nadie reconoció su trabajo, y las palabras de español, imagino le han de haber resultado al más delicioso bocado de chocolate. (Entiéndase por palabras deliciosas).

Al finalizar el curso, el europeo reconoció a mi amiga al frente de todos los presentes. El galardón al esfuerzo fue una galleta dulce. Una galleta redonda que, en el mejor de los casos, no duraría dos mordiscos. Una galleta por 14 horas de trabajo.

Pero una galleta puede significar el mundo. En el globo terráqueo cientos de millones de personas comen cada domingo una hostia y sienten que tocaron el cielo con las manos. En el caso de ella, mi ex compañera, se trato de una galleta.

Cuando se trabaja en el total anonimato, cuando tu rostro no se ve: cuando las paginas que escribes todos los días terminan siendo material para madurar aguacates y papel para recoger la mierda de los perros, una galleta, tres simple palabras de agradecimiento, significan el mundo.

Gracias por leer.

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