sábado, 16 de abril de 2011

El pecado de ser normal

Mírese al espejo. Lo más seguro es que no le guste lo que ve. Le ha pasado a todos; es algo normal: somos personas normales.

Usted y yo vivimos en el completo anonimato. No nos conoce nadie fuera de nuestro circulo social, y, lo más seguro, es que tengamos un trabajo mediocre, una casa mediocre, un auto mediocre, aspiraciones mediocres; en fin, una vida mediocre.

Podrá engañarse a si mismo diciendo que usted ha logrado lo que se propone: ser el gerente de una compañía, editor de un diario, campeón nacional de algún deporte que ni siquiera sale en los diarios; podrá engañarse diciendo que usted consiguió un masterado y que cumplió el sueño de su vida, pero en realidad no ha hecho nada en su existencia

Le pregunto ¿Usted sabe cómo se llama el gerente de la Bananera Noboa? ¿Sabe usted como se llama el editor del diario el País (de España)? ¿Quién es el campeón nacional de bicicrós? Y dígame usted ¿Cómo se llama el mejor egresado del masterado en ciencias de la comunicación de la Universidad Católica de Guayaquil? ¿No sabe las respuestas? No se alarme. Es normal que no lo sepa: ellos no son nadie. Usted y yo, no somos nadie.

El aporte más grande que haremos a la humanidad, ese único logro que nos llenará de orgullo, será haber formado parte de una generación que acabo con el arte, que consumió mas dióxido de carbono que cualquier otra hasta el momento; ser parte de un infinito conglomerado de estadísticas; usted es un numero, es la cantidad de impuestos que paga; es solo una variante en el producto interno bruto de un país.

No importa que usted sea uno de los cinco mejores escritores de su país; no importar que usted sea uno de los mejores deportistas del mundo; peor, ni siquiera importará si usted es uno de los mejores científicos en su rama. Si usted no fue el mejor, nadie se acordara de usted. Solo dígame, ¿cómo se llama el nadador que quedo en cuarto puesto en la prueba de 200 mariposa en la olimpiada de Múnich en 1972?

Si usted no es Leonel Messi, si su nombre no es Briggite Bardot, si usted no se llama Julio Cortazar, Pablo Nerudo o Fedor Dostoyevski ; lo más seguro es que, el día que muera, su presencia sobre la tierra cese por completo. Nadie se acordara de usted, ni de mi. Quizás su familia lo llore un par de meses, que es normal, pero la humanidad continuara su curso y jamás habrá una sola prueba de su existencia. Usted, ni yo, jamás hicimos un solo aporte a la raza; ningún aporte más que consumrir los agotables recursos de este planeta.

Ese es nuestro pecado: ser normales e insignificantes; no escribimos los versos más bellos del mundo, no curamos el cáncer; ni siquiera hicimos algo tan efímero y estúpido como ser goleadores de la Champions League; no descubrimos como hacer de la economía un sistema equitativo; no erradicamos la pobreza. Nosotros nos sentamos todos los días del año a esperar que llegue el 15 de cada mes, y así, cuando hayamos reunido el dinero suficiente, poder cumplir ese sueño mediocre que es comprar un carro de segunda mano...

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