El mundo está jodido: cada vez hay más pobres, las enfermedades siguen expandiéndose, gente muere todos los días por el negocio de las drogas; y Emelec y Liga de Quito están en la punta del campeonato nacional…
Luis Armstrog compuso esa deliciosa y cálida melodía “wath a worderful world”, haciendo hincapié en la belleza de las cosas mas sencillas de la vida, cosas que hoy no nos podemos dar el lujo de contemplar.
Mi “maldición” es hablar de estos temas sin ser yo protagonista de los mismos; de alguna forma soy como esos hipócritas escritores de la generación del 30, esos que escribieron sobre la problemática del montubio ecuatoriano mientras se regocijaban en las comodidades de sus hogares. Viéndolo desde ese punto de vista, sí, yo soy de esos hipócritas que se queja de todo lo malo que hay en mundo; que reniega de las cosas que le suceden a los demás, de esos melodramas que afectan al 65% de la población latinoamericana, a esa población que no pertenezco.
Lo cierto es que, en medio de mi “comodidades”, soy parte de este jodido mundo: al menos cumplo con ese hipócrita protocolo social que es el “conmoverse” de los dolores ajenos. Yo soy parte de la población que tiene miedo de que se le roben su dinero del banco; le tengo pánico a las armas con las que, a diario, asaltan a personas en mi ciudad y en mi país; soy de los que se horroriza viendo imágenes de violencia en los noticieros (que por cierto son los titulares que más venden); soy parte de esa población que tiene la posibilidad de ver al mundo a través de un televisión, a través de un titular de periódico y sus fotos.
No sé si les pasa a todos o solo a mí, que siento esa impotencia de no poder hacer nada por el mundo; no porque yo sea un donnadie (que al final todos lo somos), sino porque no hay forma de cambiar el mundo, es imposible: para que las cosas mejoren, las personas debemos mejorar, y nadie está dispuesto a hacerlos; tampoco usted, tampoco yo.
Las ciudades no se harán lugar más seguro si es que la gente sale a las calles a protestar en contra de la inseguridad; a un ladrón no lo paran las plegarias, a los maleantes solo los detiene un balazo.
Todos sabemos que “hacer lo correcto”, es algo tan relativo, pero no solo relativo, sino violento; y eso precisamente es lo que ninguno de nosotros estamos dispuesto a hacer.
Si, en este puerco lugar hay cosas simples y bellas: el abrazo cálido de un amigo que no has visto hace mucho tiempo; el pulcro y perfecto beso de una hermosa mujer; el sabor de un chocolate derritiéndose en la boca; la alegría y euforia de poder regocijarse en medio de quienes estimamos y añoramos. Lo cierto es que estos momentos son lo que son debido a que tenemos personas a nuestro alrededor, personas en su mayoría inocentes, entes que buscan vivir una vida tranquila, igual que nosotros, pero que viven en un mundo en el que cualquier momento, una bala perdida se puede cruzar en su camino; en un lugar donde un maleante con una pistola nos puede arrebatar de nuestro lado a la persona que más queremos. Eso es lo que nos llena de angustia.
Luis Armstrog compuso esa deliciosa y cálida melodía “wath a worderful world”, haciendo hincapié en la belleza de las cosas mas sencillas de la vida, cosas que hoy no nos podemos dar el lujo de contemplar.
Mi “maldición” es hablar de estos temas sin ser yo protagonista de los mismos; de alguna forma soy como esos hipócritas escritores de la generación del 30, esos que escribieron sobre la problemática del montubio ecuatoriano mientras se regocijaban en las comodidades de sus hogares. Viéndolo desde ese punto de vista, sí, yo soy de esos hipócritas que se queja de todo lo malo que hay en mundo; que reniega de las cosas que le suceden a los demás, de esos melodramas que afectan al 65% de la población latinoamericana, a esa población que no pertenezco.
Lo cierto es que, en medio de mi “comodidades”, soy parte de este jodido mundo: al menos cumplo con ese hipócrita protocolo social que es el “conmoverse” de los dolores ajenos. Yo soy parte de la población que tiene miedo de que se le roben su dinero del banco; le tengo pánico a las armas con las que, a diario, asaltan a personas en mi ciudad y en mi país; soy de los que se horroriza viendo imágenes de violencia en los noticieros (que por cierto son los titulares que más venden); soy parte de esa población que tiene la posibilidad de ver al mundo a través de un televisión, a través de un titular de periódico y sus fotos.
No sé si les pasa a todos o solo a mí, que siento esa impotencia de no poder hacer nada por el mundo; no porque yo sea un donnadie (que al final todos lo somos), sino porque no hay forma de cambiar el mundo, es imposible: para que las cosas mejoren, las personas debemos mejorar, y nadie está dispuesto a hacerlos; tampoco usted, tampoco yo.
Las ciudades no se harán lugar más seguro si es que la gente sale a las calles a protestar en contra de la inseguridad; a un ladrón no lo paran las plegarias, a los maleantes solo los detiene un balazo.
Todos sabemos que “hacer lo correcto”, es algo tan relativo, pero no solo relativo, sino violento; y eso precisamente es lo que ninguno de nosotros estamos dispuesto a hacer.
Si, en este puerco lugar hay cosas simples y bellas: el abrazo cálido de un amigo que no has visto hace mucho tiempo; el pulcro y perfecto beso de una hermosa mujer; el sabor de un chocolate derritiéndose en la boca; la alegría y euforia de poder regocijarse en medio de quienes estimamos y añoramos. Lo cierto es que estos momentos son lo que son debido a que tenemos personas a nuestro alrededor, personas en su mayoría inocentes, entes que buscan vivir una vida tranquila, igual que nosotros, pero que viven en un mundo en el que cualquier momento, una bala perdida se puede cruzar en su camino; en un lugar donde un maleante con una pistola nos puede arrebatar de nuestro lado a la persona que más queremos. Eso es lo que nos llena de angustia.
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