martes, 3 de mayo de 2011

Eligiendo

SI algo deberíamos de haber entendido hasta ahora es que, las personas, no sabemos escoger lo que nos conviene. Aun somos muy viscerales a la hora de elegir, y eso porque jamás logramos entender lo que elegir significa.

Desde muy chiquitos tenernos la “libertad” de escoger lo queremos, que casi siempre es lo que no nos conviene. Todo comienza cuando en vez de vegetales, verduras y carne, elegimos chocolates, caramelos y golosinas; una decisión tan efímera pero que después de dos infartos o un hígado graso, habremos entendido que fue la opción equivocada.

A veces pienso que lo hacemos a propósito, el escoger mal; como si quisiéramos saciar nuestro apetito de culpas. A la larga son esas cosas que tan mal nos hacen, las más deliciosas: cada uno de los placeres de esta vida, nos hace daños… y nos encanta.

Es como si toda la vida nos auto–adiestráramos para elegir mal y, sin darnos cuenta, llega el momento en el que esas decisiones que en su momento parecieron tan insignificantes, ahora son indispensables.

Y llega la edad en la que podemos votar (que ahora son los 16 años). Acá en nuestro país hemos dado cátedra de cómo no se debe elegir: 10 presidentes en 10 años. Pero aquí seguimos a la espera de una siguiente votación; tenemos la pluma lista para votar por ese candidato que, desde joven, practicó en los colegios, repartiendo caramelos y prometiendo lo incumplible. Igual nosotros, desde pequeños, vinimos adiestrándonos para elegirlo.

Los hombres jamás escogemos a la mujer que necesitamos: siempre terminamos embarazando a la que menos nos conviene; y las mujeres (no quiero sonar machista), pero son peores que nosotros a la hora de escoger: siempre apuntan, siempre desean a ese que ni ojos tiene para ellas, o al que abusa de su confianza, o al que abusa de ella.

Escoger, elegir, seleccionar una alternativa, una opción, tomar una decisión, es ese ginatesco problema que nos aqueja a todos; es ese drama que nos sigue a diario, que nos atormenta el pensamiento. A veces (en lo que a política refiere), creo que quisiera vivir en una dictadura: al menos así no tuviese que levantarme cada 6 meses a votar en una consulta popular; en el peor de los casos, si el país se fuera por la borda, no sería mi culpa, seria responsabilidad única del dictador de turno. Así de sencillo sería.

Tenemos casi 400 años jactándonos, defendiendo, a capa y espada, un sistema como la democracia: el sinónimo de la libertad; pero lo que hemos olvidado en el camino es que tener la libertad de escoger, es tener la libertad de equivocarse…

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