Si hay algo que sabemos hacer bien es esperar cosas que sabemos, no sucederán. Lo perturbador del hecho es que esperamos siempre las peores cosas: hoy se supone que se debía acabar el mundo (otra vez); no sucedió…
Lo más bizarro del hecho de estar ansiosos a ver como todo se va a la mierda, son las caras largas, los rostros de decepción de quienes aguardaban ese momento con ansias: no se que esperaban, si un meteorito que caiga sobre la tierra o que los cielos escupan lava, o peor, que se les aparezca Jesús y empiece con la selección clasista de personas que pueden o no salvarse de una supuesta condena eterna… no se que esperaban…
Esto del fin del mundo es el resultado de esa maldita costumbre que tenemos nosotros de “esperar el momento propicio”; el momento propicio para hacer no solo lo que debemos (que nunca lo hacemos), si no lo que siempre habíamos querido hacer.
Nosotros, los pequeños burgueses, los proletarios minoristas, estamos siempre a la casa de “momentos de película”, instantes que podamos congelar para siempre en un recuerdo, imagen mental que, después de algunos años, podamos convertir en anécdota. Somos especialistas en buscar esos momentos, pero no de realizarlos.
Queremos tener cada instante de la vida calculado, planear cada una momento y que las cosas salgan según lo que uno esperaba; quizás por eso deseamos con tanto ímpetu, saber la fecha del fin del mundo: para planear la despedida precisa de quienes tanto queremos (o deseamos); para atrevernos a cometer los errores que nunca sorteamos; calculamos cada riesgo antes de tomarlo hacemos para así no decepcionarnos del resultado… las cosas nunca salen ni saldrá como nosotros queremos.
Expectativa: ese el nombre de todos nuestros problemas. Una madre que espera de su hijo más de lo que debe, pero que se decepciona del mismo cuando llega por la puerta con olor a trago; un pobre que estudia hasta el cansancio, que deja de disfrutar los placeres pasajeros para construir un futuro mejor, pero que terminara con un diploma de un masterado colgado en la pared de su cuarto mientras, detrás de una caja de supermercado, cobra su sueldo de 250 dólares.. sin derecho a cobrar horas extras. Expectativa es ese beso que tu esperas que te den mientras, a la luz tenue de la luna, se derriten dos cuerpos en un baile de pasión…
Pero lo que no vemos nunca es que los instantes más deliciosos de la vida son esos que jamás esperabas: esas felicitaciones que te da tu jefe mientras, regularmente, te servías una casa de café; esa llamada telefónica que recibes en la fila del banco, ese tono telefónico que anuncia una propuesta de trabajo mejor que la que tienes ahora; ese beso pasajero que te dan en la cabina de un carro mientras esperas a que la luz roja, cambie a verde… como para continuar con lo rutinario de tu vida…
Siempre que planeamos algo, corremos con el riesgo de llevarnos una decepción, como el bajo que se llevaron los morbosas y bizarros seres que esperaban que hoy el mundo se fuera a la mierda; o como ese incauto que espera que lo llamen para darle el trabajo de su vida; o de la niña que espera a que su virginidad se esfume en el más románticos de las escenarios; el mundo se acabará, esa llamada llegará y tu ilusiones se cumplirán, no cuando ya no lo esperas, si no cuando ya no quieras que sucedan…
Lo más bizarro del hecho de estar ansiosos a ver como todo se va a la mierda, son las caras largas, los rostros de decepción de quienes aguardaban ese momento con ansias: no se que esperaban, si un meteorito que caiga sobre la tierra o que los cielos escupan lava, o peor, que se les aparezca Jesús y empiece con la selección clasista de personas que pueden o no salvarse de una supuesta condena eterna… no se que esperaban…
Esto del fin del mundo es el resultado de esa maldita costumbre que tenemos nosotros de “esperar el momento propicio”; el momento propicio para hacer no solo lo que debemos (que nunca lo hacemos), si no lo que siempre habíamos querido hacer.
Nosotros, los pequeños burgueses, los proletarios minoristas, estamos siempre a la casa de “momentos de película”, instantes que podamos congelar para siempre en un recuerdo, imagen mental que, después de algunos años, podamos convertir en anécdota. Somos especialistas en buscar esos momentos, pero no de realizarlos.
Queremos tener cada instante de la vida calculado, planear cada una momento y que las cosas salgan según lo que uno esperaba; quizás por eso deseamos con tanto ímpetu, saber la fecha del fin del mundo: para planear la despedida precisa de quienes tanto queremos (o deseamos); para atrevernos a cometer los errores que nunca sorteamos; calculamos cada riesgo antes de tomarlo hacemos para así no decepcionarnos del resultado… las cosas nunca salen ni saldrá como nosotros queremos.
Expectativa: ese el nombre de todos nuestros problemas. Una madre que espera de su hijo más de lo que debe, pero que se decepciona del mismo cuando llega por la puerta con olor a trago; un pobre que estudia hasta el cansancio, que deja de disfrutar los placeres pasajeros para construir un futuro mejor, pero que terminara con un diploma de un masterado colgado en la pared de su cuarto mientras, detrás de una caja de supermercado, cobra su sueldo de 250 dólares.. sin derecho a cobrar horas extras. Expectativa es ese beso que tu esperas que te den mientras, a la luz tenue de la luna, se derriten dos cuerpos en un baile de pasión…
Pero lo que no vemos nunca es que los instantes más deliciosos de la vida son esos que jamás esperabas: esas felicitaciones que te da tu jefe mientras, regularmente, te servías una casa de café; esa llamada telefónica que recibes en la fila del banco, ese tono telefónico que anuncia una propuesta de trabajo mejor que la que tienes ahora; ese beso pasajero que te dan en la cabina de un carro mientras esperas a que la luz roja, cambie a verde… como para continuar con lo rutinario de tu vida…
Siempre que planeamos algo, corremos con el riesgo de llevarnos una decepción, como el bajo que se llevaron los morbosas y bizarros seres que esperaban que hoy el mundo se fuera a la mierda; o como ese incauto que espera que lo llamen para darle el trabajo de su vida; o de la niña que espera a que su virginidad se esfume en el más románticos de las escenarios; el mundo se acabará, esa llamada llegará y tu ilusiones se cumplirán, no cuando ya no lo esperas, si no cuando ya no quieras que sucedan…
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