Para que Rafico Nadal venga al país primero tendrán que pasar 30 años. Imagino que alguna tarjeta de crédito deberá organizar un evento de lanzamiento para que necesite que una estrella de antaño venga dar caridad mediática al tercer mundo. Cual rockero de los 70 que visita el Ecuador en nuestro tiempo, los dientes del tenista deberán ser sostenidos por Corega, solo así se le ocurriría venir por estor lares. Él aceptará el partido amistoso porque en su país nadie lo toma en cuenta.
Nadal llegará al país en un vuelo de Iberia, y como viene por acá se sentará al lado de algún migrante que todavía no ha descubierto el desodorante. El tenista llegará al ya obsoleto aeropuerto de Chongón y en la terminal, el oficial de aduana, un policía recién egresado de la academia, no lo reconocerá. El uniformado lo enviará pasar por un escáner para ver si es que no trae alguna vaina escondida en el cuerpo. Sí, las drogas aún serán ilegales para esa época. En el cuarto, un oficial superior lo reconocerá y le pedirá disculpas al tenista para después dejarlo salir al pabellón donde recogen a los pasajeros. Nadal tendrá que sortear a los miles de familiares de los migrantes que llegaron junto con él en el vuelo. Por un momento se emocionará pensando que los carteles y globos que sostienen son para recibirlo a él, pero no es así.
Los mediocres periodistas deportivos, esos que se escondían en el tumulto de familiares, abordarán a la celebridad de décadas pasadas con las mismas preguntas que laguna vez le hicieron en su época de oro; pero será rescatado por el ejecutivo de ventas de la compañía de tarjetas de crédito que lo trajo al país. De ahí lo llevará directo al anexo del Tenis Club de Samborondón donde después de demorarse 50 minutos en el tráfico de las 18:00, arribarán. Allí nuestros hijos (porque para entonces la mayoría de nosotros habrá metido la pata) se acercarán para tomarse fotos con él. Ellos no saben quién es. Como buen aniñado e ignorante solo conocerán a las estrellas de turno. Ellos se tomarán fotos con él porque sus padres les dicen que algún día fue importante. Nadal sonreirá.
Luego del brunch, las fotos, el parloteo y más fotos, el tenista irá a la cancha a medirse con Julio Campuzano, el mismo que para entonces tendrá las rodillas más jodidas que el español. El fue lo mejorcito de nuestra época. Aunque el tenista local jamás tuvo esta oportunidad (jugar contra el español) en sus 'años de gloria', ese día se medirá con Nadal en una cancha de arcilla. Claro que parecerá tenis de campo porque ambos vejetes lucirán árboles clavados al piso ya que no se podrán mover mucho durante el juego (por sus rodillas).
Tras dos horas de sets y matchs, ambos tenistas se saludarán y Nadal habrá perdido no porque Campuzano sea mejor, sino que el español se volverá a joder lo meniscos durante el encuentro. Así de cagado deberá estar para que venga al Ecuador. Después del abrazo formal irán al camerino a cambiarse, a bañarse, y dejaran sus pertenencias en sus maletas. Es un club privado y nada debe pasar. Pero Nadal se olvidará que estaba en el país de la linea ecuatorial.
Después de la ducha, el ex tenista buscará su reloj de 350,000 euros en el bolso pero no lo encontrará. Tras del quinto intento de búsqueda, se rendirá: se lo han robado.
Nadal saldrá semidesnudo a avisarle a las autoridades del club que se le robaron la prenda. Como se olvido poner los dientes no le entenderán. Regresará al camerino por su placa y utilizará el celular que la compañía de tarjeta de crédito le prestó para su estancia en el país y así poder contactarlos.
Tras la indignación, los ejecutivos de la empresa de crédito movilizaran a toda la fuerza policial guayaquileña para que rodeen el club y encuentren ese puerco reloj. Nadal se quedará más tranquilo, así fue en Paris, en el 2012, cuando tras movilizar a todos los gendarmes de la Ciudad Luz, su Richarld Millie personalizado aprecio a las 24 horas de búsqueda. Ese mismo día, el del operativo en Guayaquil, pero en la noche, los policías citarán a una rueda de prensa para decir que pese al amplio despliegue de uniformados, no pudieron dar con el paradero del antisocial. El alcalde de turno saldrá a dar declaraciones de lo insegura que es la ciudad y que la culpa es de la revolución ciudadana (que tal y como parece hoy, aún estará vigente para aquel entonces). El tenista se retorcerá de la irás al saber que ese pedazo de historia de sus días de gloria se quedará en el Ecuador.
El ladrón del reloj ni sabrá lo que tiene (no ve noticias) y se irá a la Bahía a vender la prenda en alguno de los puestos. El comprador pensará que es una replica y le dará 25 dólares. Dos semanas después lo venderá en 100 a algún tipejo que llegó por regalo para su papá, esos que se compran regalos a última hora. Así será como algún viejo guayaquileño portará 350,000 dólares en su muñeca y ni siquiera estará enterado.
Lo cierto es que después del robo Nadal regresará a su natal España. Lo hará la misma noche del robo. Molesto, el tenista no quiso esperar al carro de la empresa que lo contrató y se montó en el primer taxi que encontró en las afueras del Tenis Club. Sabido el taxista, al escuchar el acento de su pasajero duplicará la tarifa y cobrará 50 dólares en una carrera de 20 minutos. El tenista indignado pagará, todo con tal de irse rápido.
En inmigración, Nadal se topará con otro agente de aduana que no lo reconoce y que lo atenderá con esa amabilidad característica del ecuatoriano. 'Mierda de país', pensará el español mientras que por segunda vez en el día lo hacen pasar por un escáner para ver si no lleva drogas pegadas al cuerpo. 'Mierda de país', volverá a pensar, descubriendo lo que usted y yo entendimos sin tener que pagar 350,000 dólares.
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