martes, 26 de junio de 2012

El éxito

El simple hecho que exista competencia me enferma. Pero me enferma en serio. Toda mi vida hice deporte competitivo y sufro de síndrome de colon nervioso, por lo que en los instantes previos a la competencia mientras todos calentaban, yo me sentaba en una esquina, contraído, con la panza hecha un bulluco y sin poder estirarme debido a que tenía el colon inflamado. Para cuando llegaba el partidor tocaba fingir que no pasaba nada, me lanzaba a competir y bueno, el resultado era obvio: perdía.

Pero más allá del hecho de mi enfermedad, la competencia me enferma en el sentido figurativo. La competencia nace como una forma civilizada de demostración del macho que más testosterona tiene. En la igualdad de géneros, las mujeres, en todo su derecho, disfrutan de lo recreativo de la competencia departiendo entre ellas; pero lo cierto es que la competencia es un invento masculino por demostrar quien es el macho alfa.

Está en la naturaleza: el rinoceronte o antílope con el cuerno o cachos más grandes; el pavo real con el plumaje más bonito, el pajarito que mejor nido hace; todos compiten por ser elegidos por las hembras de su especie. La competencia nace de la necesidad reproductiva, del animal que está listo para "esparcir su semilla", por lo que podemos resumir que la competencia nace de nuestra necesidad de tener sexo. Que mierda.

Pero el problema resulta en que de toda competencia arroja uno o más perdedores. En el mundo animal, diferente al nuestro, el que pierde solo busca alguien más con quien procrear y si no lo logra, bueno, sus genes no eran lo suficientemente buenos. En nuestra realidad, la competencia trae consecuencias mucho más comprometedoras, en especial cuando e nombre del éxito se cometen las atrocidades más grandes, como tunear carros con halógenos para llamar la atención y poder 'triunfar en el apareamiento'.

El capitalismo es el hijo prodigo de la competencia: un sistema social en el que se pude llegar a lo más alto del escalafón social siempre cuando se este dispuesto, a través de un amplio conocimiento de la estrategia, a atropellar a todo el que se atraviese. En ese caso se escapa de mi entendimiento como es que Alvarito Noboa sigue en lo alto de la cadena capitalo-evolutiva si cada vez que abre la boca vemos su "genialidad".

Se supone que para ahora deberíamos haber sorteado la barrera evolutiva y superar nuestros instintos animales, pero no, hasta ahora seguimos compitiendo en lugar de llegar a consensos: aún tenemos fronteras, las personas siguen hablando de "mi gente" en vez de "la gente"; el capital se perfila como el defensor absoluto de ese interés propio, o de un significativo conglomerado de personas (entiéndase países) y en nombre de ser la nación más exitosa del mundo, socavamos a todos los países vecinos y sus personas. Acá es donde nos vemos afectados todos los que estamos debajo de la frontera gringa, entiéndase "los países en desarrollo".

Esto no se trata de defender a un sistema como el comunismo, socialismo o ninguna de esas vainas; es estúpido pensar que todos somos iguales cuando no es verdad. Desde nuestra fisionomía hasta inteligencia, la superioridad existe, el problema es cuando existe el interés por el éxito de por medio y la condescendencia queda de lado. Aunque existan entes superiores, la perfección de un sistema social se conseguiría al mantener un equilibrio de todo lo que nos rodea, sostener el sistema en donde las jerarquías se mantengan sin atropellar a los subordinados, es decir, sin atropellar a los que sufrimos del colon. Pero esto no va a pasar.

Nosotros nunca vamos a dejar de competir porque el éxito resulta mucho más satisfactorio que nada. La atención recibida por los vencedores diluye cualquier razonamiento, ellos son el ejemplo a seguir, lo que preocupa, porque seguir el ejemplo de Cristiano Ronaldo significa que dará una generación de niños cabeza-hueca de buen peinado. Eso es lo que muchos desean ser; eso es tener éxito en este mundo.

Atrás quedaron la competencia de pomposos nidos de los pajaritos por salvar la especie, nosotros dejamos de ser una especie para convertirnos en una plaga consume recursos: hace mucho dejamos de ser humanos y nos convertimos en una especie de zombies hambrientos de un ideal de éxito que no es más que una idea distorsionada de lo que se suponía fuera un acto de reproducción.

En ese caso, en 'la competencia de la vida', yo voy perdiendo. Mi colon no me deja ser persona, no me deja correr esos riesgos que a las mujeres les atraen, tampoco me deja disfrutar de todos lo manjares que  esta raza ha fabricado. Por suerte (gracias a la involución), las féminas perdieron ese olfato que les permitía detectar los genes malos, porque yo estoy lleno de esos. Ahora solo me queda apuntalarle a la suerte, ver si es que el Santo Capitalismo me bendice con ese poder absoluto que el dinero otorga. Que asco. Yo de verdad preferiría volver a esa búsqueda de éxito como los rinocerontes o antílopes, en donde se busca la macro cualidades como señal de éxito. De alguna forma, ver quien de nosotros tiene el miembro más grande me parece una forma de competencia más civilizada que esto de andar comparando cuentas bancarias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario