Los cajeros automáticos debitan 0,50 centavos de dólar (en promedio) por cada transacción, consulta de saldo y/o transferencia que se realice en ellos. Uno analiza y dice que ese es el valor que hay que pagar por no tener que hacer la fila en el banco, pero luego te das cuenta que no, ese es tu dinero y el banco te lo está robando.
De alguna forma, que me pongan una pistola en la cara y me pidan mis ahorros me parece más sincero. Los bancos son expertos en hacernos creer que cada decisión que toman y nos involucra, beneficia a los consumidores, es decir nosotros, y no es así. Las entidades bancarias nos roban la plata y nosotros nos creemos iluminados con cada uno de los centavitos que ellos mensual, semanal o diariamente nos debitan de las cuentas luego de habernos escogido para gozar de servicios como 'pañitos húmedos en caso de un accidente', o alguna de esas estupideces que ellos ofrecen. Como no estamos acostumbrados a leer más de 140 caracteres, ni entendemos que sucede; comprendemos lo que pasó cuando al siguiente mes tu cuenta de ahorros tiene un significativo desfaz de dólares.
El otro día no más mi banco me llamó para besarme la nalga: ellos me habían elegido de un selecto grupo de jóvenes entre los 21 y 35 años (el 30% de la población económicamente activa del país) y había sido 'premiado' con una nueva tarjeta de crédito; es decir, me había ganado una deuda. Ellos no me preguntaron si yo la quería, asumieron que siendo una persona de mi edad, compradores compulsivos que no miden su sueldo, necesitaba otra tarjeta más.
Ese mismo día, el de la llamada del banco, visité la Policía Judicial por una rueda de prensa en la que enseñaban a una banda de ladrones. Al menor de los delincuentes lo mostraron de espaldas porque aún no cumplía la mayoría de edad. El líder de la banda era tipo de solo un año menor a mi. En teoría, según la hipótesis del banco que guarda mi dinero, ellos también son parte de la generación elegida, de ese selecto y privilegiado grupo de consumidores; ellos son el futuro de la patria.
Es por eso que me parece una ternura cuando los publicistas abusan de ese discurso que apela al público joven, a mi generación, a la que suponen tiene capacidad de discernimiento pero que lee a Jodorowsky como si fuera el profeta más grande que hay, incapaces de ver la mierda que es. Me cago de risa cuando nosotros, los que comprendemos la audiencia entre los 20 y 30 años, usamos ese discurso oficialista de como somos el futuro de la humanidad, porque nos tragamos el cuento. El discurso lo utiliza Guillermo Lasso, ese que aspira a presidente y que dice que se ve a si mismo en los jóvenes de la patria. Si es así me preocupa. ¿Acaso este tipo ha visto la clase de gente en la que se ve reflejado?
Lasso, como buen banquero, no hace más que apelar a nuestro ego. Su estrategia de campaña no es más que una tergiversación de los verbos que utilizan cuando llaman a decirte que has sido premiado con una tarjeta de crédito. Tu has sido escogido para votar por él. Pobre tipo.
Pero Guillermito fue el de la idea del descuento de 50 centavos de dólar por cada transacción, y si no fue su idea, cuando era cabeza de un banco no hizo nada en contra de este robo. Eso me emputa, me emputa tanto como si ese par de criminales que colocaron en la palestra mediática hubiesen venido a ponerme una pistola en el rostro, a elegirme de entre 4 millones de guayaquileños para ser asaltado. Al menos ellos me lo dicen, que me están asaltado, y no me adulan con ese comlejo de Neo (el elegido) para hacerme creer que lo que me están haciendo es un favor.
El otro día ya usé la tarjeta que me dieron. Ellos ganan, siempre ganan.
De alguna forma, que me pongan una pistola en la cara y me pidan mis ahorros me parece más sincero. Los bancos son expertos en hacernos creer que cada decisión que toman y nos involucra, beneficia a los consumidores, es decir nosotros, y no es así. Las entidades bancarias nos roban la plata y nosotros nos creemos iluminados con cada uno de los centavitos que ellos mensual, semanal o diariamente nos debitan de las cuentas luego de habernos escogido para gozar de servicios como 'pañitos húmedos en caso de un accidente', o alguna de esas estupideces que ellos ofrecen. Como no estamos acostumbrados a leer más de 140 caracteres, ni entendemos que sucede; comprendemos lo que pasó cuando al siguiente mes tu cuenta de ahorros tiene un significativo desfaz de dólares.
El otro día no más mi banco me llamó para besarme la nalga: ellos me habían elegido de un selecto grupo de jóvenes entre los 21 y 35 años (el 30% de la población económicamente activa del país) y había sido 'premiado' con una nueva tarjeta de crédito; es decir, me había ganado una deuda. Ellos no me preguntaron si yo la quería, asumieron que siendo una persona de mi edad, compradores compulsivos que no miden su sueldo, necesitaba otra tarjeta más.
Ese mismo día, el de la llamada del banco, visité la Policía Judicial por una rueda de prensa en la que enseñaban a una banda de ladrones. Al menor de los delincuentes lo mostraron de espaldas porque aún no cumplía la mayoría de edad. El líder de la banda era tipo de solo un año menor a mi. En teoría, según la hipótesis del banco que guarda mi dinero, ellos también son parte de la generación elegida, de ese selecto y privilegiado grupo de consumidores; ellos son el futuro de la patria.
Es por eso que me parece una ternura cuando los publicistas abusan de ese discurso que apela al público joven, a mi generación, a la que suponen tiene capacidad de discernimiento pero que lee a Jodorowsky como si fuera el profeta más grande que hay, incapaces de ver la mierda que es. Me cago de risa cuando nosotros, los que comprendemos la audiencia entre los 20 y 30 años, usamos ese discurso oficialista de como somos el futuro de la humanidad, porque nos tragamos el cuento. El discurso lo utiliza Guillermo Lasso, ese que aspira a presidente y que dice que se ve a si mismo en los jóvenes de la patria. Si es así me preocupa. ¿Acaso este tipo ha visto la clase de gente en la que se ve reflejado?
Lasso, como buen banquero, no hace más que apelar a nuestro ego. Su estrategia de campaña no es más que una tergiversación de los verbos que utilizan cuando llaman a decirte que has sido premiado con una tarjeta de crédito. Tu has sido escogido para votar por él. Pobre tipo.
Pero Guillermito fue el de la idea del descuento de 50 centavos de dólar por cada transacción, y si no fue su idea, cuando era cabeza de un banco no hizo nada en contra de este robo. Eso me emputa, me emputa tanto como si ese par de criminales que colocaron en la palestra mediática hubiesen venido a ponerme una pistola en el rostro, a elegirme de entre 4 millones de guayaquileños para ser asaltado. Al menos ellos me lo dicen, que me están asaltado, y no me adulan con ese comlejo de Neo (el elegido) para hacerme creer que lo que me están haciendo es un favor.
El otro día ya usé la tarjeta que me dieron. Ellos ganan, siempre ganan.
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