Lo interesante de ir a un gimnasio es que la gente en realidad cree que está haciendo algo productivo. En sus miradas se nota esa concentración, ese instinto de superación patrocinado por Nike y Adidas y cultuvado bajo el ejemplo de Cristiano Ronaldo. Lo curioso es que estos centros para 'cultivar el cuerpo' están llenos de logros de la ingeniería, repletos de aparatos que fueron creados bajo los mismo conceptos que sus usuarios desconocen. Por ejemplo las poleas de las mancuerdas asistidas o los apoyos para ejercicios como el hércules. ¿Cómo lo sé? Porque yo soy esa clase de hipócrita que reniega de todos los lugares a los que ha ido.
Pero si hay algo de lo que es imposible quejarme en los gimnasios es de las mujeres que van. Seamos sinceros, están bien buenas. Ellas de paso tienen la insensatez de ir en licras ajustadas, tops diminutos, atuendos que no dejan que las ignoremos. Pero están ahí solo para verlas, no para hablarles, porque si abren la boca se joden; son incapaces de expulsar un solo pensamiento congruente, interesante o siquiera consistente. Tampoco es que ellas se mueran por hablar conmigo, no les voy a mentir.
Toda mi vida he ido a gimnasios, de joven porque me creía deportista y ahora en la 'adultez' (nótece las comillas) para no convertirme en Manuel Uribe. Detesto estos lugares pero entiendo que son males necesarios. Tampoco es que le dedique todo el tiempo del mundo, a duras penas una hora, lo suficiente como para no acumular grasas. Tampoco me sirve de mucho (adoro la Coca Cola). ¿Por qué la necesidad? Simple, porque ¿han escuchado ese dicho 'lo que no mata engorda'? Pues bien, engordar es un suicidio social y sexual, así que muerte en fin (y yo no quiero ser un cadáver, al menos no en lo segundo).
Si hay una constante en los gimnasios que he visitado son la mujeres buenas, féminas que desbordan tinte de cabello y carecen de tanta grasa como de sentido común. Uno entra en un dilema endocrinal al no saber si babear por ellas o sentirles lástima. No son mujeres 'de verdad'. Sí, tienen tetas, nalgas, y su aparato reproductor acorde con su sexo, pero son un producto de la publicidad, productos de las cremas para el pelo, las bebidas light, los libros de motivación de Paulo Coelho, Cuauhtemoc Sánchez y los videos de reguetón.
Porque las valientes están construyendo casas para los desamparados, viajando en misiones a países miserables para darle de comer a los niños con barrigas llenas de bichos; las mujeres de verdad están en los campos de batalla, con cámara en mano, dando testimonio de las atrocidades capaces de cometer por su sexo opuesto; las mujeres de verdad están en un laboratorio, encontrando la forma de curar el cáncer; las hembras son las que se quedan sin nalga por tantas horas que pasan sentadas trabajado, intentando ver como se hace del mundo un lugar mejor. Las mujeres de verdad están a punto de configurar el pensamiento, obra y verso que cambiara el planeta.
Pero así como aceptamos que las del gimnasio están bien buenas, hay que ponerse la mano en el pecho y admitir que las misioneras y demás valientes no cumplen con los cánones de la belleza, al menos no con el de las revistas. Ellas son tan inteligentes que sortearon la necesidad inicua de una facha de fiesta por la comodidad del uniforme, de la prenda holgada, los zapatos de caucho y el short caqui con bolsillos en todos lados. Para ellas no hay peinado, solo un moño que evita que el cabello les atraviese el rostro y entorpezca su trabajo. Yo me enamoro de solo saberlo.
Aún así cometemos el error de ignorarlas, a las mujeres de verdad. Nosotros nos ponemos a babear por las del gimnasio, por las que organizan esas carreras benéficas, esas en las que los seudo deportistas participan para limpiar su conciencia. Ellas correrán 5km en contra del hambre, porque están dispuestas a hacer todo por curar la enfermedad, menos estudiar para encontrar el remedio.
Uno es visceral al respeto, piensa con las gónadas y reacciona más rápido ante un par de nalgas redondas que ante el esfuerzo incansable de una trabajadora empedernida. Los hombres somos imbéciles, no hay nada que hacer. No nos culpen, estamos programados para esto, en especial cuando (inconscientemente) nos sentimos intimidados por su inteligencia, y también porque las bobas están más buenas.
Porque cuesta admitirlo, entre la genio desgarbada sin gracia (pero valiosísima) mujer que cure el cáncer y la barbie que confunde el amazonas con una montaña, uno siempre se querrá comer a la muñeca 90-60-90 de ojos azules y cabello tinturado que asegura que Guantánamo es bonito lugar para pasar las vacaciones.
Pero si hay algo de lo que es imposible quejarme en los gimnasios es de las mujeres que van. Seamos sinceros, están bien buenas. Ellas de paso tienen la insensatez de ir en licras ajustadas, tops diminutos, atuendos que no dejan que las ignoremos. Pero están ahí solo para verlas, no para hablarles, porque si abren la boca se joden; son incapaces de expulsar un solo pensamiento congruente, interesante o siquiera consistente. Tampoco es que ellas se mueran por hablar conmigo, no les voy a mentir.
Toda mi vida he ido a gimnasios, de joven porque me creía deportista y ahora en la 'adultez' (nótece las comillas) para no convertirme en Manuel Uribe. Detesto estos lugares pero entiendo que son males necesarios. Tampoco es que le dedique todo el tiempo del mundo, a duras penas una hora, lo suficiente como para no acumular grasas. Tampoco me sirve de mucho (adoro la Coca Cola). ¿Por qué la necesidad? Simple, porque ¿han escuchado ese dicho 'lo que no mata engorda'? Pues bien, engordar es un suicidio social y sexual, así que muerte en fin (y yo no quiero ser un cadáver, al menos no en lo segundo).
Si hay una constante en los gimnasios que he visitado son la mujeres buenas, féminas que desbordan tinte de cabello y carecen de tanta grasa como de sentido común. Uno entra en un dilema endocrinal al no saber si babear por ellas o sentirles lástima. No son mujeres 'de verdad'. Sí, tienen tetas, nalgas, y su aparato reproductor acorde con su sexo, pero son un producto de la publicidad, productos de las cremas para el pelo, las bebidas light, los libros de motivación de Paulo Coelho, Cuauhtemoc Sánchez y los videos de reguetón.
Porque las valientes están construyendo casas para los desamparados, viajando en misiones a países miserables para darle de comer a los niños con barrigas llenas de bichos; las mujeres de verdad están en los campos de batalla, con cámara en mano, dando testimonio de las atrocidades capaces de cometer por su sexo opuesto; las mujeres de verdad están en un laboratorio, encontrando la forma de curar el cáncer; las hembras son las que se quedan sin nalga por tantas horas que pasan sentadas trabajado, intentando ver como se hace del mundo un lugar mejor. Las mujeres de verdad están a punto de configurar el pensamiento, obra y verso que cambiara el planeta.
Pero así como aceptamos que las del gimnasio están bien buenas, hay que ponerse la mano en el pecho y admitir que las misioneras y demás valientes no cumplen con los cánones de la belleza, al menos no con el de las revistas. Ellas son tan inteligentes que sortearon la necesidad inicua de una facha de fiesta por la comodidad del uniforme, de la prenda holgada, los zapatos de caucho y el short caqui con bolsillos en todos lados. Para ellas no hay peinado, solo un moño que evita que el cabello les atraviese el rostro y entorpezca su trabajo. Yo me enamoro de solo saberlo.
Aún así cometemos el error de ignorarlas, a las mujeres de verdad. Nosotros nos ponemos a babear por las del gimnasio, por las que organizan esas carreras benéficas, esas en las que los seudo deportistas participan para limpiar su conciencia. Ellas correrán 5km en contra del hambre, porque están dispuestas a hacer todo por curar la enfermedad, menos estudiar para encontrar el remedio.
Uno es visceral al respeto, piensa con las gónadas y reacciona más rápido ante un par de nalgas redondas que ante el esfuerzo incansable de una trabajadora empedernida. Los hombres somos imbéciles, no hay nada que hacer. No nos culpen, estamos programados para esto, en especial cuando (inconscientemente) nos sentimos intimidados por su inteligencia, y también porque las bobas están más buenas.
Porque cuesta admitirlo, entre la genio desgarbada sin gracia (pero valiosísima) mujer que cure el cáncer y la barbie que confunde el amazonas con una montaña, uno siempre se querrá comer a la muñeca 90-60-90 de ojos azules y cabello tinturado que asegura que Guantánamo es bonito lugar para pasar las vacaciones.