El campeonato mundial de Baristas (mezcladores de café gourmet), se está realizando desde hoy hasta el próximo 5 de junio en Bogotá, Colombia. La competencia une a los mejores Baristas del mundo, profesionales del sabor que deleitaran a los asistentes con las mezclas que, durante el último año, han realizado en sus “Cofee Shops” alrededor del mundo. Sus “cafés gourmet” han explorado los paladares más exquisitos y exigentes en los bares más exclusivos del planeta tierra; sus brebajes han sido preparados con los granos más finos, y más costosos, de todo el mundo.
Hasta hoy no sabía de la existencia de la palabra “Barista”; sabía de personas dedicadas a preparar los cafés que invaden las cafetería, esas obras de arte en una tasa, el aroma concentrado que destila ese oscuro brebaje de indefinible sabor: el café.
En este mundo existen personas dedicadas a perfeccionar cada una de las actividades humanas; incluso algo como tomar café, en las manos adecuadas, se convierte en un arte.
Existen los que dedican su vida entera a hacer del chocolate una experiencia; los que buscan los congregar los sabores precisos en una copa, hasta que abandona su banal forma de vidrio y se convierte un cóctel. Existen los profesionales de la comida, los chefs, quienes sacrifican toda vida social para encerrarse en una cocina llena de vapor y especias, una cocina que, en el más metafórico de los casos, parece un vientre del que nacen los más bizarros y deliciosos platos, manjares que hoy son parte de nuestro menú favorito.
Hay seres que buscan la perfección: están los Messi, esos que hace del fútbol algo majestuoso; están los Phelps, que elevan a la natación a la categoría de proeza; están los Silva, luchadores que nos hacen creer que lo que vemos en las películas de artes marciales, en realidad es posible. Estas son personas excepcionales, genios que renuncian a los cánones sociales, a la vida mundana que usted y yo llevamos, son los que se elevan hasta lo sublime, a esa estratosfera social a la que todos morimos por pertenecer, pero que solo uno cuantos son parte.
Es que a la larga, toda actividad humana puede ser un arte, pero más que nada, merece ser un arte: está Cortázar, que llevó el relato hasta donde los juglares solo soñaron, o Kapuściński, que hizo del periodismo algo memorable; está los Beatles, y su atemporal música; está Rembrand, Miro, Rulfo, Cerati… están ellos…
Las actividades humanas que alcanzan lo sublime, son llamadas arte; llevar cada cosa hasta el punto en el que sea insoportablemente bella, en el que sea irrepetible, llevarlo a la frontera en la que posamos preguntarnos ¿Cómo es eso posible?
Perfeccionar: la cúspide de la humanidad y aún así, tan ajeno a la mayoría de nosotros, tan inalcanzable que, casi siempre, buscamos formas de emularlo de la forma más humilde y sincera que podemos…
Y en medio de tanta perfección, de tanta belleza inalcanzable, surgimos nosotros, los que al amancer probamos esa taza de café pasado, sencillo pero delicioso; nosotros que jugamos al futbol por diversión y no por los millones de Messi; nosotros que cuando peleamos no lo hacemos con la gracia de Silva, tampoco por el dinero que lo hace él, luchamos porque alguien nos chocó el carro y nos tocó defendernos; nosotros que vemos como obra de arte ese dibujito, tan feo pero hermoso al mismo tiempo, esos garabatos que te regala un niño de kínder como agradecimiento a haberle dado la vida; estamos nosotros que escribimos todos los días sin llegar a lo sublime de Cortázar, pero con la simplicidad absoluta de expresar lo que deseamos.
Nosotros, los imperfectos, los que nos hacemos la pregunta ¿Cómo es eso posible?; pero sin nosotros, los que tenemos el privilegio de maravillarnos, de admirarnos; toda esa perfección, sería absolutamente nada.
Hasta hoy no sabía de la existencia de la palabra “Barista”; sabía de personas dedicadas a preparar los cafés que invaden las cafetería, esas obras de arte en una tasa, el aroma concentrado que destila ese oscuro brebaje de indefinible sabor: el café.
En este mundo existen personas dedicadas a perfeccionar cada una de las actividades humanas; incluso algo como tomar café, en las manos adecuadas, se convierte en un arte.
Existen los que dedican su vida entera a hacer del chocolate una experiencia; los que buscan los congregar los sabores precisos en una copa, hasta que abandona su banal forma de vidrio y se convierte un cóctel. Existen los profesionales de la comida, los chefs, quienes sacrifican toda vida social para encerrarse en una cocina llena de vapor y especias, una cocina que, en el más metafórico de los casos, parece un vientre del que nacen los más bizarros y deliciosos platos, manjares que hoy son parte de nuestro menú favorito.
Hay seres que buscan la perfección: están los Messi, esos que hace del fútbol algo majestuoso; están los Phelps, que elevan a la natación a la categoría de proeza; están los Silva, luchadores que nos hacen creer que lo que vemos en las películas de artes marciales, en realidad es posible. Estas son personas excepcionales, genios que renuncian a los cánones sociales, a la vida mundana que usted y yo llevamos, son los que se elevan hasta lo sublime, a esa estratosfera social a la que todos morimos por pertenecer, pero que solo uno cuantos son parte.
Es que a la larga, toda actividad humana puede ser un arte, pero más que nada, merece ser un arte: está Cortázar, que llevó el relato hasta donde los juglares solo soñaron, o Kapuściński, que hizo del periodismo algo memorable; está los Beatles, y su atemporal música; está Rembrand, Miro, Rulfo, Cerati… están ellos…
Las actividades humanas que alcanzan lo sublime, son llamadas arte; llevar cada cosa hasta el punto en el que sea insoportablemente bella, en el que sea irrepetible, llevarlo a la frontera en la que posamos preguntarnos ¿Cómo es eso posible?
Perfeccionar: la cúspide de la humanidad y aún así, tan ajeno a la mayoría de nosotros, tan inalcanzable que, casi siempre, buscamos formas de emularlo de la forma más humilde y sincera que podemos…
Y en medio de tanta perfección, de tanta belleza inalcanzable, surgimos nosotros, los que al amancer probamos esa taza de café pasado, sencillo pero delicioso; nosotros que jugamos al futbol por diversión y no por los millones de Messi; nosotros que cuando peleamos no lo hacemos con la gracia de Silva, tampoco por el dinero que lo hace él, luchamos porque alguien nos chocó el carro y nos tocó defendernos; nosotros que vemos como obra de arte ese dibujito, tan feo pero hermoso al mismo tiempo, esos garabatos que te regala un niño de kínder como agradecimiento a haberle dado la vida; estamos nosotros que escribimos todos los días sin llegar a lo sublime de Cortázar, pero con la simplicidad absoluta de expresar lo que deseamos.
Nosotros, los imperfectos, los que nos hacemos la pregunta ¿Cómo es eso posible?; pero sin nosotros, los que tenemos el privilegio de maravillarnos, de admirarnos; toda esa perfección, sería absolutamente nada.
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