Soy un bueno para nada, en especial para las despedidas:
José Francisco Quintero llego un mes de junio del 2009 al Ecuador; llegó para sentarse en una pequeña oficina que le habían adecuado en medio de dos cubículo mal trechos de una oficina de redacción. Su cargo era un alto puesto en un periódico en el que él y yo trabajamos juntos.
Pacho, como le decimos los que lo estimamos, es pequeño, de apretón fuerte de mano, curioso y colombiano. Tiene una anécdota para instante de la vida, una historia para cada uno de los ámbitos en los que un periodista se puede desenvolver; pero sobre todo Pacho sabe hacer lo que muchos de nosotros quisiéramos: escribir.
Melómano por instinto y escritor por naturaleza, Pacho escribió historia tras historia en su escritorio, corrigió el triple de las que redactó, entrevistó a decenas; todo lo hizo mientras nos enseñaba a un puñado de personas lo que era el periodismo.
Con Pacho se podía conversar de todo, incluso se podía pedir consejo. Se suponía que el colombiano fuera mi jefe pero terminó siendo un amigo, un amigo que debe partir este viernes a su natal Colombia.
Ahora que se va puedo ver su legado: al menos deja dos almas, la de una amiga reportera y la mía, enamoradas de una profesión que hoy le da la espalda. Pacho nos contagió con esa enfermada que no tiene cura, esa enfermedad de manos temblorosas, de palmas hambrientas de papela para contar una historia: Pacho nos deja hambre de ser mejores y un vacio que no lo ocupará ningún otro guía ni amigo.
Pacho parte con futuro incierto, con el corazón roto y con el espíritu lacerado. Atrás nos deja a nosotros los que, sin malicia alguna, le robamos todos sus secretos y mañas del oficio que escribir; a los que aprendimos de él no solo el oficio si no las ganas y aun más, la calidez del ser humano.
El legado de José Francisco Quintero lo dejamos impregnado en el papel, en cada letra que escribimos, en los verbos que conjugamos; de la forma que nos enseñó, para arrancarle esa sonrisa a los lectores y ganárnoslos, tal y como el siempre nos lo dijo.
Hoy las manos me tiemblan mientras escribo, tiemblan porque tengo miedo de no volver a toparme con el que siempre será mi tutor, quien me enseñó que para ser una gran persona, para ser alguien que haga la diferencia, no se necesita ser un déspota sino siempre estar ahí para cuando te necesitan, con la sonrisa cálida, con un “qiubo marica como le va” de saludo; con el consejo a punta de boca y con las ganas de siempre ayudar para ser mejores.
Pacho se marcha y quedamos los demás con el “hasta luego” atorado en la garganta; quedamos con una miserable gratitud que no cabe en un simple “gracias” porque no hay forma de demostrarle todo lo que hizo por, ni lo que significa para nosotros.
A Pacho le dedico una canción que dejo en ese link (de parte de la Chumbe y mía, ahí le va): http://www.youtube.com/watch?v=iltLoiX7eKc
¡Hasta luego Pacho! No te vas a librar de nosotros; que las anécdotas guayaquileñas te roben un par de sonrisas y que los recuerdos te hagan extrañarnos siempre, porque nosotros lo haremos!
¡Un abrazo enorme amigo!
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