Llega diciembre y con las fechas de la natividad, llega la “temporada de canastas y fotos”: un mes entero de figureteo de un ejército de señoras que aprovechan el nombre de la beneficencia para limpiar su conciencia.
Mientras que de enero a noviembre las damas del voluntariado pasan en sus residencias, ordenando a sus empleadas a acatar mandados (en muchas ocasiones en una manera tan déspota que harían sonrojar al mismo Hitler), en diciembre compran una canastita, o cientos de canastitas, para regalar a Raimundo y todo el mundo de la forma “más bondadosa posible”. Un lavado de conciencia, una forma de decir y gritar “me importa lo que sucede a la gente del mundo”; eso sí, no se entrega una sola canasta a menos que haya un fotógrafo o una cámara de video de un medio local que registre su bondadoso y desinteresado acto.
Yo creo que la “Labor Social” tiene que ver más con la socialización que con la labro en sí: uno ve las reuniones de las damas del voluntariado y ve un poco de señoras de edad, arregladas a más no poder, oliendo al perfume más caro de la tienda de fragancias: y discutiendo de “supiste que se murió el marido de…”, mientras que afuera, los niños a lo que deberían ayudar, se mueren de a hambre.
Sí, la labor social es cosa de “socializar”, que nadie se engañe. Que yo sepa ninguna ONG ha logrado erradicar el trabajo infantil, ni frenar el hambre, ni nada; eso si, en las paredes de las fundaciones están colgadas las fotos que cada año, en diciembre, se toma todo el grupo de desinteresadas benefactoras.
La labor social es algo que “no inculcan” desde que estamos en el colegio. A través de una mórbida exploración del universo marginal, los colegiales asisten a los lugares más miserables de las ciudades para “alfabetizar”; lo realmente penoso es que (y no se engañen) lo hacen por una nota, porque si pudieran, estuvieran en un centro comercial con aire acondicionado tragándose un helado o una hamburguesa.
Pero es que nosotros tenemos esa puerca necesidad de “lavar nuestra conciencia”: por eso es que donamos centavitos a la caridad: 5 centavitos de mí vuelto en la farmacia es el precio a pagar por irme a dormir con la conciencia tranquila toda las noches; yo estoy haciendo algo por mejorar la situación de los pobre en el mundo.
Es interesante como la culpa de toda la injusticia del mundo nos la echan a nosotros, a los que trabajamos y “no compartimos” nuestro ya precario sueldo con los más necesitados. Las damas de las ONG lanzan campañas para que usted y yo saquemos plata de nuestros bolsillos, centavos de nuestros bolsillos, para suplir todas las necesidades de la gente menos afortunada. Pero ¿Quién emplea con sueldos de 200 dólares a los “menos afortunados”?
Las viviendas de las señoras de la beneficencia está llenas de subordinas mal pagadas, las mimas a las que uno les destina los centavitos de ayuda: así se cumple con este círculo vicioso de “yo las pago mal, hago sentir al proletario como que es su culpa y pagan por el suldo que yo no les doy”.
Lo mismo pasa con las grande empresas, esas que durante diciembre donan cantidades de plata a las ONG para que continúen con su labor; ese es su “lavado de conciencia”: como mal pagamos a 10.000 empleados donamos 10.000 dólares a la beneficencia (un dólar por cada empleado) y quedamos como los benefactores.
Los grandes capitales son los que deberías solucionar los problemas que causan, pero como siempre, el proletario, entiéndase usted y yo, somos los que pagamos las consecuencias.
Así que no se engañe, la Labor Social no sirve de nada; usted, que asiste todos los sábados a alfabetizar niños, a dar de comer a los pobres, a dar clases a los más necesitados; usted es el mismo que causa el problema.
Mientras que de enero a noviembre las damas del voluntariado pasan en sus residencias, ordenando a sus empleadas a acatar mandados (en muchas ocasiones en una manera tan déspota que harían sonrojar al mismo Hitler), en diciembre compran una canastita, o cientos de canastitas, para regalar a Raimundo y todo el mundo de la forma “más bondadosa posible”. Un lavado de conciencia, una forma de decir y gritar “me importa lo que sucede a la gente del mundo”; eso sí, no se entrega una sola canasta a menos que haya un fotógrafo o una cámara de video de un medio local que registre su bondadoso y desinteresado acto.
Yo creo que la “Labor Social” tiene que ver más con la socialización que con la labro en sí: uno ve las reuniones de las damas del voluntariado y ve un poco de señoras de edad, arregladas a más no poder, oliendo al perfume más caro de la tienda de fragancias: y discutiendo de “supiste que se murió el marido de…”, mientras que afuera, los niños a lo que deberían ayudar, se mueren de a hambre.
Sí, la labor social es cosa de “socializar”, que nadie se engañe. Que yo sepa ninguna ONG ha logrado erradicar el trabajo infantil, ni frenar el hambre, ni nada; eso si, en las paredes de las fundaciones están colgadas las fotos que cada año, en diciembre, se toma todo el grupo de desinteresadas benefactoras.
La labor social es algo que “no inculcan” desde que estamos en el colegio. A través de una mórbida exploración del universo marginal, los colegiales asisten a los lugares más miserables de las ciudades para “alfabetizar”; lo realmente penoso es que (y no se engañen) lo hacen por una nota, porque si pudieran, estuvieran en un centro comercial con aire acondicionado tragándose un helado o una hamburguesa.
Pero es que nosotros tenemos esa puerca necesidad de “lavar nuestra conciencia”: por eso es que donamos centavitos a la caridad: 5 centavitos de mí vuelto en la farmacia es el precio a pagar por irme a dormir con la conciencia tranquila toda las noches; yo estoy haciendo algo por mejorar la situación de los pobre en el mundo.
Es interesante como la culpa de toda la injusticia del mundo nos la echan a nosotros, a los que trabajamos y “no compartimos” nuestro ya precario sueldo con los más necesitados. Las damas de las ONG lanzan campañas para que usted y yo saquemos plata de nuestros bolsillos, centavos de nuestros bolsillos, para suplir todas las necesidades de la gente menos afortunada. Pero ¿Quién emplea con sueldos de 200 dólares a los “menos afortunados”?
Las viviendas de las señoras de la beneficencia está llenas de subordinas mal pagadas, las mimas a las que uno les destina los centavitos de ayuda: así se cumple con este círculo vicioso de “yo las pago mal, hago sentir al proletario como que es su culpa y pagan por el suldo que yo no les doy”.
Lo mismo pasa con las grande empresas, esas que durante diciembre donan cantidades de plata a las ONG para que continúen con su labor; ese es su “lavado de conciencia”: como mal pagamos a 10.000 empleados donamos 10.000 dólares a la beneficencia (un dólar por cada empleado) y quedamos como los benefactores.
Los grandes capitales son los que deberías solucionar los problemas que causan, pero como siempre, el proletario, entiéndase usted y yo, somos los que pagamos las consecuencias.
Así que no se engañe, la Labor Social no sirve de nada; usted, que asiste todos los sábados a alfabetizar niños, a dar de comer a los pobres, a dar clases a los más necesitados; usted es el mismo que causa el problema.
y las colectas afuera del comisariato... Las viejas te caen como ladron de semaforo
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