No quiero ser padre, no me place. Los niños me dan escalofríos. De solo pensar que debo enseñarles todo lo que sé, me desespero. A mí nunca me terminaron de enseñar las cosas, y eso me da pena.
Los viejos marineros le enseñan a los jóvenes como hacer los nudos que sostienen las velas de los barcos, y los antílopes le enseñan a sus crías como combatir, son rituales naturales, pactos que se transmiten de generación en generación. Porque hay cosas que se dan por sentadas, como que en tu cumpleaños recibirás un abrazo de los más cercanos de la familia, o que en diciembre habrá regalos debajo del árbol ese que se pone en la mitad de la casa. Pero cuando faltan buscas a los responsables o al responsable de que esto sea así, a quien no sabe que hay cosas que creemos sucederán como en todo hogar.
Así como da por sentado que uno debe saber todo lo que se supone de computadoras y programas para cumplir caprichos ajenos, con esa misma certeza uno espera que una mañana se despierte ese responsable del vació debajo del árbol. y lo llene, eso y que además se entere que no sabes hacerte el nudo de la corbata. Al menos vale la pena pensar que todo sucede por desconocimiento, no porque no le importa.
Quizás mi miedo a la paternidad no se trate de ese asco que me he convencido que le tengo a los niños, a los bebés y los infantes, quizás esto se trata de que yo no quiero que mi descendencia deba a aprender a deshacer ese nudo que se forma en la garganta cuando la decepción te lleva a tener ganas de llorar.
Cada cumpleaños lo olvido pero en cada gala lo recuerdo: no sé hacer un nudo de corbata. Ocurrió el miércoles pasado durante el agasajo del diario para el que trabajo; me sucedió por la tarde de ese día, horas después de que descubrí que en mi closet hay dos paradas formales completas: pantalón de pinza, cinturón de hebilla niquelada, saco y corbatas, todo multiplicado por dos, en tonos y decoloraciones que hacen par y combinan. Desgraciadamente, ahora los sé vestir, pero no me se hacer el nudo de la corbata.
Siempre que me visto de terno alguien tiene que dejarme el nudo hecho, si no es mi ñaño, cuyo uniforme de colegio le obligó a aprender a hacerlo, es mi mamá, que por cosas de la vida, sabe hacer el nudo de la parada forma que todo padre viste cuando las invitaciones lo requieren.
¿Qué clase de persona, a los 23 años, no sabe amarrarse la corbata al cuello? Y ni empecemos con el corbatín de smoking, esa vaina si es para valientes. Pero bueno, a mi nunca me enseñaron a hacer el nudo, se manejar Photoshop al revés y al derecho, Ilustrator e incluso cámaras de fotografía profesionales, todas esas cosas que en abusivas y en no remuneras ocasiones he utilizado para ayudar a mi papá en todas las cosas que siempre quiere que le asista. Incluso, a la fuerza, he aprendido informática, todo con tal de resolver los dilemas de mi progenitor.
Él, mi papá, se hace el nudo de la corbata hasta con los ojos cerrados. Puede que él no utilice terno todos los días, pero lo ha vestido tantas veces que lo sabe. Mi abuelo también lo sabe, él, el papá de mi papá, le enseñó a sus tres hijos varones a hacerlo. Mi tío lo hizo con su hijo. Yo no sé.
Los viejos marineros le enseñan a los jóvenes como hacer los nudos que sostienen las velas de los barcos, y los antílopes le enseñan a sus crías como combatir, son rituales naturales, pactos que se transmiten de generación en generación. Porque hay cosas que se dan por sentadas, como que en tu cumpleaños recibirás un abrazo de los más cercanos de la familia, o que en diciembre habrá regalos debajo del árbol ese que se pone en la mitad de la casa. Pero cuando faltan buscas a los responsables o al responsable de que esto sea así, a quien no sabe que hay cosas que creemos sucederán como en todo hogar.
Así como da por sentado que uno debe saber todo lo que se supone de computadoras y programas para cumplir caprichos ajenos, con esa misma certeza uno espera que una mañana se despierte ese responsable del vació debajo del árbol. y lo llene, eso y que además se entere que no sabes hacerte el nudo de la corbata. Al menos vale la pena pensar que todo sucede por desconocimiento, no porque no le importa.
Quizás mi miedo a la paternidad no se trate de ese asco que me he convencido que le tengo a los niños, a los bebés y los infantes, quizás esto se trata de que yo no quiero que mi descendencia deba a aprender a deshacer ese nudo que se forma en la garganta cuando la decepción te lleva a tener ganas de llorar.
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