domingo, 29 de julio de 2012

El éxito ajeno

Yo no celebré el triunfo de Rigoberto Urán. La medalla de plata del ciclista colombiano no es de nosotros, no nos la adjudiquemos. Que seamos vecinos y hablemos el mismo idioma no nos da el derecho de adquirir la gloria de los otros. Esa medalla es solo de Colombia. Nuestro ciclista quedó puesto 109 de 116, esa es nuestra realidad.

Me encantaría existiese algún recurso legal para obligar a los comentaristas deportivos a dejar de hablar de los logros de Latinoamérica. La medalla de oro de la judoca Sarah Menezes es solo de los brasileños. Ellos ni siquiera hablan nuestro mismo idioma, no tenemos porque ponernos contentos por ellos. ¿Acaso los verdeamarelo gritaron las medallas de Jefferson Pérez?

Pero es que uno como ecuatoriano está tan acostumbrado al fracaso que, en nuestra necesidad de sentir la alegría del triunfo nos agarramos de lo que podemos para celebrar. Ya lo hicimos en el fútbol durante años con Boca o River, y esto lo traspasamos a toda disciplina.

En el mundial de fútbol todos, me incluyo, gritamos los goles de Uruguay, país que se ubicó tercero, pero en realidad, cuando la caminata de la victoria les tocó a los sudamericanos, ellos la hicieron solos, no de la mano de los ecuatorianos porque, adivinen que, el triunfo es solo de ellos.

Incluso cuando ganó España en el mundial nos pusimos contentos, felices por el triunfo de una nación que ni queda en el mismo continente. Así de idiotas somos.

Es la naturaleza humana, siempre tomamos partidos de una lado, del que nos identificamos, pero la naturaleza humana por estos lares agarra un tinte de estupidez fanática que raya en lo absurdo, en la vergüenza. Como rara vez ganamos algo, el ecuatoriano es esa clase de persona que se siente más latinoamericano que ningún otro. Bueno, en realidad creo que los bolivianos nos ganan en espíritu latinoamericano, ellos en realidad están más jodidos que nosotros.

Como nuestros autores no ganan premios internacionales nos alegramos cada que un colombiano o un peruanos se lleva un premio; lo mismo en la música, y como ya lo he dicho arriba, en el deporte siempre lo hacemos.

Lo peor es cuando recordamos que nuestros deportistas compitieron contra los "hermanos latinoamericanos" y perdieron, ahí es cuando empiezan con la cantaleta de "lo importante es participar". Déjeme decirle algo, sacarlo de esa burbuja: ganar no es lo importante, es lo único. Por eso hay medallas que premian al mejor, puntos que los diferencian.

Uno tiene que empezar a despertar, aceptar esta condición de miserable que uno vive para avergonzarse de la misma y buscar superación. Nunca vamos a poder hacerlo si seguimos conformándonos con logros mediocres y palmaditas en la espalda.

Yo recuerdo de joven cuando competía y mi equipo de natación ganaba gracias a los logros de mis compañeros, no los míos, yo rara vez contribuía a la victoria. Pero sobre mi pecho no había medallas, yo no había ganado, no tenía porque estar feliz. Eso mismo pasa con nuestros atletas, sobre los que no hay preseas. Nosotros no hemos ganado, no hay porque estar felices.

Los olímpicos recién empiezan. El país tiene opciones de medalla en halterofilia y remo, por ahí una que otra en boxeo. Si no ganamos en estas disciplinas, yo no me voy a contentar por nadie, por ningún venezolano, brasileño, boliviano o chileno. Ojalá que venzan, que ganen al menos una medalla, porque sino quiero que me devuelvan toda la plata de mis impuestos, esos con los que se mantienen los programas deportivos y con los que se costean los pasajes para las olimpiadas. Si no ganan pagué por gusto.

Aunque pensándolo bien, mejor que no ganen, porque típico a Bonafont le da por narrar la premiación y arruinaría cuanlquier solembnidad del asunto. Y Bonafont es uno de los expertos en ponerse feliz por el éxito ajeno. 

miércoles, 25 de julio de 2012

Las fiestas

Hace algunos años el alcalde de la ciudad, de mi ciudad, ordenó que todos los taxistas de cooperativas debía usar guayabera. Era obligación vestir esa horrenda prenda porque, según él, es la vestimenta tradicional guayaquileña.

Las plazoletas, durante estas fechas, las de fundación de la ciudad, se llenan de personas que escuchan amorfinos, 'ilustres palabras' vociferadas por personas disfrazadas de montubios, esos que representan, guardando una abismal distancia, a los juglares, los encargados de pasar la tradición oral por esta parte del país. 

En el cielo, los fuegos pirotécnicos encandilan la penumbra. Lo hacen solo por un instante porque, a diferencia de la pomposidad de los espectáculos de los chinos, acá no existen técnicos en espectáculos pirotécnicos. 

Por todos lados uno escucha y lee "Guayaquil está de fiesta". Ahora mismo se cumplen 477 de la fundación de esta ciudad y la verdad es que no le veo el motivo de celebración. Tampoco es que sienta que hay una fiesta en las calles; es más, las fiestas de esta maldita urbe son como esas matinés a las que el compromiso te obliga a ir, tu no las disfrutas, es más las detestas porque sabes que hay un poco de niños idiotas que hace ruido y están felices sin saber porqué. Quizás se contentan porque hay torta y cola gratis, porque hay juegos en los que pueden treparse y porque por unas horas el griterío y exceso de malacrianza está permitido. 

Los guayaquileños son exactamente como esos niños, celebran sin saber porque. Sí, por todos lados nos dicen que estas fiestas son por la fundación de la ciudad, y a través de propagada te hace creer que es motivo de orgullo. Como a los infantes con la torta y la cola gratis, acá a los idiotas de los ciudadanos les ponen espectáculos gratuitos en las calles y ellos aplauden esa permisibilidad momentánea de excesos alcoholizados que no son diferentes de cualquier otros fin de semana en esta irrisoria ciudad. 

Acá no hay arte, no hay deporte, no hay espectáculos, no hay nada. Mientras que, aunque ellos también se quejan, en Colombia las compañías teatrales se pelan las salas por una presentación, acá los teatros cierran porque nadie va a ver las obras. Mientras que en Curitiba celebran el campeonato mundial de su peleador más ilustre, acá nos olvidamos que alguna vez fuimos la cuna del deporte nacional. Mientras que a Lima va Sir Paul McCartney, acá vienen los imbéciles de Romeo, Arjona y el sinusítico de Franco de Vita. Y de paso las entradas a esos shows de mierda son un asalto al bolsillo de la prole. 

Porque lo único cierto es que lo que distingue a esta ciudad es su delincuencia. Por lo demás, Guayaquil tiene la misma o menor actividad cultural que Riobamba; los mismos o peores problemas viales que Quito, eso sin contar a las personas que se describen como amables pero que si usted se le cruza en el camino mientras maneja será capaz de insultarle a toda su familia, descendencia y existencia. Yo nunca he visto a ese cálido y amable porteño del que los panfletos turísticos hablan desde hace décadas.

Esta ciudad no tiene tradiciones, no las hay, no se esmere en buscarlas, pasear por el malecón no cuenta como tradición, eso es solo una estupidez. 

Acá nos obligan a tomar a los amorfinos como una tradición, la puerca y horrible guayabera y los paseos por las avenidas como una actividad que debe pasarse de generación en generación. Lo cierto es que no creo que ningún ciudadano inteligente se sienta identificado con los macheteros y misóginos seres que cantán cortejos a otras montubias que sonríen con la degradación de la figura femenina; tampoco creo que usted vista guayabera a menos que le obliguen a hacerlo; mucho menos creo que disfrute de paseos por el malecón, en especial cuando en esta mierda de ciudad la temperatura promedio es el 35 grados en sombra y se suda como chancho antes de entrar al horno. 

Las tradiciones son, en otros países, cosas de las que uno está orgulloso, como la zorba en Grecia, o los balies célticos en Irlanda; incluso los gringos de Texas con sus rodeos o esa delicia de baile que es el tango, para los argentinos. Esas son tradiciones que no se las impone, sino que se las disfruta, se las dilata entre generaciones porque tienen una historia y no una conveniencia cronológica, no como acá. 

Usted vaya a ver como son las fiestas de Buenos Aires, de Atenas o Dublin, vea como la gente se enorgullece en realidad de pertenecer a esa rica cultura, a ese bagaje de historia patria, buena o mala, de ser parte de una comunidad que se llama a si misma ciudad. Y no nos vayamos muy lejos, en Quito, la capital de este miserable país, la gente vive sus fiestas, se trepa en chivas rumberas con esa música bulliciosa pero de la que disfrutan los capitalinos. Tampoco es que digo que Quito está a la altura de las otra ciudades ni mucho menos. Muchos amigos de la ciudad del altiplano podrían golpearme si digo lo buena que es esa ciudad que odian, pero yo a lo que me refiero es a como ellos gozan de sus fiestas. Eso no me lo pueden negar. 

Acá en cambio, el guayaquileño pensante, ese que no se contenta con la tarima llena de salseros de antaño que durante su apogeo se negaron venir al país, usa a la cerveza como sedante para adormecer los sentidos, hecharse al dolor, refrescarse un poco del calor que da la guayabera, silenciar en la embriaguez un poco los cánticos de los insoportables amorfinos. Porque solo así, con una borrachera sin sentido, se puede pasar por alto el hecho de que uno está anclado en esta maldita ciudad. 

viernes, 20 de julio de 2012

El nudo

No quiero ser padre, no me place. Los niños me dan escalofríos. De solo pensar que debo enseñarles todo lo que sé, me desespero. A mí nunca me terminaron de enseñar las cosas, y eso me da pena.

Cada cumpleaños lo olvido pero en cada gala lo recuerdo: no sé hacer un nudo de corbata. Ocurrió el miércoles pasado durante el agasajo del diario para el que trabajo; me sucedió por la tarde de ese día, horas después de que descubrí que en mi closet hay dos paradas formales completas: pantalón de pinza, cinturón de hebilla niquelada, saco y corbatas, todo multiplicado por dos, en tonos y decoloraciones que hacen par y combinan. Desgraciadamente, ahora los sé vestir, pero no me se hacer el nudo de la corbata. 

Siempre que me visto de terno alguien tiene que dejarme el nudo hecho, si no es mi ñaño, cuyo uniforme de colegio le obligó a aprender a hacerlo, es mi mamá, que por cosas de la vida, sabe hacer el nudo de la parada forma que todo padre viste cuando las invitaciones lo requieren. 

¿Qué clase de persona, a los 23 años, no sabe amarrarse la corbata al cuello? Y ni empecemos con el corbatín de smoking, esa vaina si es para valientes. Pero bueno, a mi nunca me enseñaron a hacer el nudo, se manejar Photoshop al revés y al derecho, Ilustrator e incluso cámaras de fotografía profesionales, todas esas cosas que en abusivas y en no remuneras ocasiones he utilizado para ayudar a mi papá en todas las cosas que siempre quiere que le asista. Incluso, a la fuerza, he aprendido informática, todo con tal de resolver los dilemas de mi progenitor. 

Él, mi papá, se hace el nudo de la corbata hasta con los ojos cerrados. Puede que él no utilice terno todos los días, pero lo ha vestido tantas veces que lo sabe. Mi abuelo también lo sabe, él, el papá de mi papá, le enseñó a sus tres hijos varones a hacerlo. Mi tío lo hizo con su hijo. Yo no sé. 

Los viejos marineros le enseñan a los jóvenes como hacer los nudos que sostienen las velas de los barcos, y los antílopes le enseñan a sus crías como combatir, son rituales naturales, pactos que se transmiten de generación en generación. Porque hay cosas que se dan por sentadas, como que en tu cumpleaños recibirás un abrazo de los más cercanos de la familia, o que en diciembre habrá regalos debajo del árbol ese que se pone en la mitad de la casa. Pero cuando faltan buscas a los responsables o al responsable de que esto sea así, a quien no sabe que hay cosas que creemos sucederán como en todo hogar. 

Así como da por sentado que uno debe saber todo lo que se supone de computadoras y programas para cumplir caprichos ajenos, con esa misma certeza uno espera que una mañana se despierte ese responsable del vació debajo del árbol. y lo llene, eso y que además se entere que no sabes hacerte el nudo de la corbata. Al menos vale la pena pensar que todo sucede por desconocimiento, no porque no le importa. 

Quizás mi miedo a la paternidad no se trate de ese asco que me he convencido que le tengo a los niños, a los bebés y los infantes, quizás esto se trata de que yo no quiero que mi descendencia deba a aprender a deshacer ese nudo que se forma en la garganta cuando la decepción te lleva a tener ganas de llorar. 

domingo, 15 de julio de 2012

Defensa personal

Jaime "la Bestia" Quiñónez podría ser el Rubin Carter de estos lares. No lo digo por que sea una persona inocente, aún menos debido al hecho de que a él jamás se lo llevaron a la carcel; simplemente Quiñónez podía noquear a cualquier hombre de un solo golpe. Ni los ganchos de 100 kilos del ex boxeador le sirvieron de algo la madrugada del sábado pasado cuando cuatro disparos lo dejaron tendido y sin vida sobre la acera de la intersección de las calles 6 de Diciembre y Veintimilla en Quito.

Si a un tipo como 'La Bestia' lo matan, ¿qué podemos esperar usted y yo? Quiñónez se ganó su apodo porque era un tipo que infringía miedo al verlo, tenía más de mandril que de persona, un sujeto al que jamás se me hubiese ocurrido entablarle un debate porque sé que después del primer golpe terminaría dándole la razón.

Pero a pesar de su bagaje, de su experiencia y refllejos, al excontendiente al título de los pesos pesados, lo mataron. Más de 15 años de entrenamiento no le sirvieron para nada a la hora de defender su vida.

La muerte de Quiñónez me hizo recordar el porque dejé de practicar artes marciales, porque deje de hacer ejercicio: no sirve para nada.

El 11 de noviembre del 2010, tras 365 días de entrenamiento, una de las personas a las que más respeto y admiro, el que fue mi profesor de jiujitsu, me entregó mi cinturón azul que me certificaba como un 'no novato' del 'arte suave'. Yo sentía que podía salir a la calle y vencer a Frank Martin (El Transportador) con una sola llave. De hecho, ante la persona promedio, lo podía hacer, pero no, no se trataba de eso, eso no es lo que a uno le enseñan. A uno lo instruyen para controlarse y evitar a toda costa el conflicto. Aun así, uno secretamente ruega por un gresca de película en que puedas deleitar a las persona con tus conocimientos. Pero eso no sucede.

Uno va por la vida con la confianza de sus conocimientos, inspirado por el hecho de que tiene un aura suprema que lo protege de todo peligro, pero no es así. Tu descubres que el jiujitsu no te sirve de nada cuando siete meses después del ascenso a cinturón azul, durante un viaje a Colombia, te ponen un puñal en frente y en vez de buscar la forma de desarmar al advesario y someterlo, luchas por no cagarte. El cinturón azul me sirvió para que no se me caiga el pantalón

Tras el atraco repasas la situación y empiezas a analizar como podías haber frustrado el asalto, uno lo ve en retrospectiva, como si de una película de Van Dame o Segal se tratase, pero bien sabes que tus heroicas acciones solo quedarán en tu cabeza. Jamás lucharás contra un ladrón armado porque si lo haces te podría pasar lo que a José Cedeño, campeón mundial de tae kwon do en 1982, la pierna izquierda más peligrosa de América y a quien le metieron un tiro durante una gresca y lo dejaron en una silla de ruedas.

Por eso es que ahora me da una ternura cuando yo veo esos cursos de defensa personal, esos que la mayoría de academias de karate ofrecen, para lidiar contra el mundo. Ellos espera que un tipo como usted o como yo, sin mayores conocimientos en artes marciales, desarmemos a un hijo de puta que no dudará en apuñalarnos o dispararnos al menor movimiento que realicemos. Le pasó a un conocido, a un compañero del deporte que el pasado viernes lo asesinaron afuera de la piscina Olímpica de Guayaquil. A él, Freddy Toledo, le metieron un tiro el pecho por pedirle al ladrón que se calme. Ni las 250 libras que el cargaba en 'bech press' le sirvieron de nada durante el atraco.

No hay arte marcial que sirva frente a un tipo con un cuchillo o una pistola y dispuesto a usarlos. No hay.

Incluso a los militares, esos que están integramente entrenados para situaciones como esas, los matan intentando desarmar a los asaltantes. Le pasó a al sargento José Caicedo Quintero, a quien lo asesinaran en un bus intentando cumplir su labor de defender a la comunidad de un asalto. Al militar le dispararon a quema-ropa y lo dejaron botado en una calle de la provincia de Esmeraldas.

Imagino que con Quiñónez debe haber sido igual. Él, un tipo de casi 1,90 y más de 100 kilos, con un golpe que dejaría sentado a un caballo, debe haber querido defenderse, tal cual lo hizo en el cuadrilátero, de quienes llegaron a matarlo. Tantos años de golpes contra el saco y ejercicios en el gimnasio, los cientos de libras que cargó durante tantos años no le sirvieron de coraza contra el plomo. Tanto ejercicio y dedicación no le sirvieron para un carajo.

Por eso es que si usted está queriendo aprender un sistema defensa personal o quiere enseñarle uno a su hijo, le recomiendo lo inscriba en una academia de atletismo, así al primer problema que haya, al primer disparo que oiga o al primer puñal que vea, puede pegar un solo sprint y huir del lugar a toda prisa, a salvo. Porque en estos tiempos el dicho "mejor decir aquí corrió que aquí murió", cobra mucho sentido.

domingo, 8 de julio de 2012

Aborte no más

A penas tres días habían pasado desde el incendio en la torre A del edificio las Cámaras, y ya había beneficiados. La principal "ganadora" del infortunio fue la hija de Jacqueline Alvarado, una mujer que (corroborando mis miedos sobre lo peligroso que es ponerle un micrófono a un ecuatoriano en señal en directo) fue entrevistada para que hable sobre la nueva plaza laboral que se había ganado como indemnización por la muerte de su madre. Sí, a esta mujer, por más cruel que suene, lo mejor que le pudo haber pasado es que le muera la progenitora.

No sé ustedes, pero si se me muere mi vieja yo me mato. Pero la hija de Jacqueline no piensa como yo, es más, con el microfono en frente, pudo hablar con Ecuavisa y decir que estaba preocupada porque su mamá era el sustento del hogar, la que pagaba el alquiler, la que traía la comida; en ningún momento habló del dolor de peder a su madre. Que mujer para más hija de puta.

Ese mismo día, ya en la tarde, en la asamblea, a alguno de los ilustres políticos de nuestro país, se le ocurrió hablar sobre el proyecto del nuevo Código Penal, ese que en uno de tantos incisos habla de la despenalización del aborto. En el internet todos saltaron indignados.

En cualquier país civilizado, sea cual sea tu posición política, religiosa o filosófica, el estado da las garantías y seguridades a una mujer que tomó la desición de no traer un niño al mundo; para que se lo practique con todas las medidas sanitarias existentes para que no corra ningún riego. Pero Ecuador no es un país civilizado, acá aún nos echamos sal en el hombro izquierdo para la buena suerte y la mayoría de personas no tiene internet. Acá todavía creen en Dios y piensan que la mujer es un ente que solo sirve para fecundar hijos de los machos alfa. Así de retrasados estamos.

Acá no estamos para avanzar sino para retroceder. Mientras que nosotros condenamos el asesinato de un revolucionario, ocurrido hace 40 años, los franceses y los suizos están a un paso de descubrir la creación de la materia, el origen de la vida. Acá lo vemos con malos ojos porque "están a punto de descubrir la partícula de Dios", interfiriendo con su voluntad divina; idiotas todos los que no saben que el bosón de Giggs lleva ese nombre divino por una falla editorial.

Pero aún así, lo europeos, aunque más civilizados, siguen teniendo esa morbosa fascinación por la vida y sus inicios. ¿Cuál es el punto? La vida es un asco y nosotros nos hemos encargado de esto.

De hecho, la investigaciones del CERN (donde se investiga lo de la partícula de Dios), tiene un costo anual que supera los 1000 millones de dólares, suficiente como para sostener un programa de alimentación a países del tercer mundo, países en donde también hay vida. Solo digo.

En realidad nuestra fascinación por 'la vida' no es más que impulso individualista por seguir existiendo: el instinto de supervivencia. Defendemos la vida como un derecho no porque nos importe, sino que no queremos que un tipo que sea superior a nosotros venga y nos mate. Es puro instinto. Nada más. No se trata de dignidad, no se trata de filosofía, es mero instinto de supervivencia.

La vida es un asco, y lo digo por los que en realidad le toca vivir penurias.

Hoy en Twitter colgaron un link con 25 videos que un grupos de soldados sirios que habían grabado decenas de asesinatos de civiles: acribillados, degollados, colgados, decapitados. La humanidad en su esencia más pura.

Yo no creo que si hoy a alguno de esas personas (que están muertas) le hubiesen preguntado: ¿hubiese preferido que lo aborten? Ellos dirían que sí. Ninguno de ellos hubiese querido vivir lo que le tocó vivir; la humanidad está jodida de la cabeza y eso solo cuestión de prender la noticias para ver que no estoy mintiendo.

Porque en estos tiempos, época en la que a los jóvenes los prenden en fuego estando vivos para robarles un celular (y esto pasó en Quito), era en la que millones de niños se mueren de hambre al día mientras los franco-suizos gastan plata en descubrir como es que esos infantes muertos de inanición se originaron; tiempos en los que cuelgan a personas en los puentes de México para atemorizar a la población y así no se meta con los narcos; en esta época, no hay nada más humano que no traer niños al planeta. No vale la pena.

Yo no pedí venir a este mundo, a mi no me preguntaron, pero lo más seguro es que si me hubiesen dado la opción, enseñándome la clase de personas con las que me hubiese tocado departir, hubiese dicho que no.

Pero es el instinto de supervivencia el que nos ata a todos a esta existencia. Fue ese mismo instinto de supervivencia que hizo que que Jaqueline Alvarazo se lanzara cuatro metros al vacío, con la esperanza de ver a su hija, esa que hoy es la beneficiaria principal de su muerte. ¿Dónde está entonces ese 'valor irremplazable que es la vida' que nuestros asambleístas tanto debaten? Dígamelo usted, que yo sigo pensando que no hay nada más humano que abortar. 

lunes, 2 de julio de 2012

Autores y actores

De los hechos que me llenan de rabia, que se le atribuya a Johnny Depp y su personaje Jack Sparrow la mayoría de las frases acuñadas en el guión de Piratas del Caribe, está en los primeros lugares. No me cae mal Depp, pero él no mentalizó las frases. Incluso Al Pacino y Brando, en el Padrino, que dijeron esas lineas que uno repite como mandamientos, me emputa; me emputo conmigo mismo por no indagar en el misterio de quien acuñó tales y sublimes pensamientos.

Sí, yo sé que Mario Puzo escribió el libro que no he leído, pero sé que hubo que hacer un guión y adaptar todo lo que había en esa obra en dos horas y un poco más que fue la joya del cine de Francis Ford Coppola. Eso me lleva a pensar que también había alguien más, no solo el autor ítalo-americano, detrás del "I´m gonna make him an offer he can´t refuse". Pacino hizo lo suyo con la personificación del mafioso por excelencia, pero él poco o nada tuvo que ver detrás del esa "keep your friends close but your enemies closer". ¿Quién será el cabrón genio que verborreó esa linea?

Uno, que como no tiene talento le tocó dedicarse al periodismo y la fotografía, no entiende nada de este drama sino hasta después, cuando uno, de chiripazo, logra un buen texto o foto y lo que quiere es reconocimiento. No hablo de adulaciones ni nada por el estilo, solo el conocimiento de la autoría de sus fotos.

Porque la gráfica es cruel, incluso con su autor: la foto solo muestra al actor más no el autor. Si bien hay un protagonista de una acción, esta acción (valga la redundacia) fue capturada por un autor, un humano detrás del obturador, del papel, del lienzo, de la grabación. Ni las fotos ni las palabras aparecen de la nada, hay alguien que se rompe el mate intentando plasmar momentos, situaciones y demás emociones para un público ingrato que no busca al autor sino más que para reclamarle cuando las cosas no son lo que le parece. Aplausos para esa gente tan hijueputa.

La gente inteligente sabe que hay que conocer a los autores, porque ellos son las mentes que deliberan las acciones; el problema es que el mundo está lleno de idiotas que celebran a Jack Sparrow y no a Ted Elliot, uno de los dos guionistas de Piratas del Caribe, y que también es responsable de algunos de los chistes de Sherk.

El otro día murió Nora Ephron y yo no tenía idea que esta mujer existía si no hasta que la gente empezó a lamentar la defunción de la responsable de ese guión tan bonito que es el de When Harry met Sally. Sí, a un escritor lo mejor que le puede pasar es morirse, pero ahí es cuando la gente se da cuenta que, sin aquellos autores presentes, ya no tendrán más de sus palabras, esas que nos hicieron felices. Vida tan maldita.

Y ahondando un poco más en el tema, yo en realidad creo que el Che Guevara no sería el ícono que fue sino fuera por ese retrato que Alberto Korda le hizo. La vida es tan cabrona que mientras escribía este post googleé el nombre de Korda, porque no recordaba si se escribía con K o C, y en las primeras imágenes que aparecen en el buscador sale la foto de Guevara y no la de él.

Más recientemente, aprendimos el nombre de Josh Weedon, el director de The Avengers porque fue responsable de Buffy y de la primera película que le hizo justicia a Hulk. Él, un gordo, calvo y cuarentón, fue la mente que armó ese rompecabezas de efectos y súper poderes que nosotros disfrutamos; pero no, nadie quiere verse como él sino como Chris Hemsworth, el australiano de metro noventa reventado a esteroides y que no sabe actuar. Así de mierda somos.

Y que decir de Michael Phelps, el mayor medallista olímpico de la historia que lo agarraron fumando marihuana hace dos años. A él lo entrena Bob Bownam, un tipo que es el responsable de que él sea quien es pero gana un quinto de dinero en comparación al atleta. No les voy a mentir, ni yo sabía como se llamaba el gringo este, le tuve que preguntar a mi hermano.

Pero todas las miradas del mundo, al menos durante los Olímpicos, caen sobre Phelps. Desde el graderío, Bowman celebra el éxito de su trabajo cada vez que el orejón gana una medalla. A él nadie felicita, ni lo fotografiará, nadie lo reconocerá.

En la alfombra roja Ted Elliot pasará y alguien por ahí lo capturará en video porque lo confundió con algún famoso; en cambio a Depp, a quien le atribuyen todas las frases que Elliot sufrió pensando, le gritarán por cada verso que él a través de Sparrow dice.

Vida más hijueputa.