Del fútbol lo que me gusta son las pasiones que desborda. Ese ímpetu inentendible que puede llevar a una persona a apuñalar a otra tan solo por ser miembro de otra hinchada.
No me al entienda, me gusta el juego, practicarlo, mirarlo, pero jamás me verá regocijado de la alegría por ver ganar al equipo al que apoyo en ese momento. O quizás sí.
El único partido de fútbol que saca en mi lo bestia del hincha promedio, es cuando la selección de Alemania juega contra la tan berreada 'Tri'. Es el único. Podríamos jugar contra los gringos y el resultado me sería parcialmente indiferente, pero no contra los teutones; no contra la selección que simboliza a la entidad que durante 14 años me reprimió.
Acá repito, no me mal entienda, creo que amo a la cultura alemana porque nos han regalado a Beethoven, los Volkswagen, deliciosos chocolates, Munich (que debe ser de las ciudades más bonitas del mundo), los mejores contextos históricos para las películas bélicas y, lo más relevante de todo, la fórmula para la cerveza perfecta. Mi primer amor fue una alemana de 1,75 que me sacó de quicio y, posiblemente, me indujo a la pubertad; eso además de ser la nación que parcialmente, a través de sus programas educativos, costeó tan mencionada educación.
Y es precisamente por eso que quiero ver perder Alemania frente a Ecuador. Solo ese partido, el único; una goleada que le llegue a lo más profundo de los cimientos a todos esos profesores alemanes que me socavaron durante tantos años. Un disparo a la portería que se sienta tan doloroso como esas malas notas que me indujeron cuando yo era alumno. No quiero más. Quiero ver humillado al combinado alemán frente a la selección de un país al que mis profesores llamaron: 'el tercer mundo'.
Ayer, después del cuarto gol que Alemania le clavo al país, volví a sentir ese desdén tan amargo que solo los 05/20 que mi tutor de alemán me colocó, me hicieron sentir. Ya en el 2006, cuando aún estaba en el colegio, me tocó calarme la celebración de los teutones en mi cara cuando, en Badenwuttember (o como carajo se escriba), nos clavaron el 3 a 0, allá en el mundial de Alemania.
Solo ahí, en ese contexto, en esa celebración tan merecida pero que me amargó la vida, pude entender el porque un hincha es capaz de apuñalar a alguien por un equipo contrario.
Igual, matar por el fútbol es la cosa más imbécil del planeta.