Desde que recuerdo me medico. Tomo pastillas para la alergia y he tomado mil más para otras tantas enfermedades. Incluso, hace algún tiempo, tomé píldoras para bajar de peso. La medicina es ese milagro pendejo que nos permite a los más débiles, a usted y a mi, darnos esa ilusión de continuidad en nuestras vidas. Claro, cese el tratamiento y vaya vea usted como reniega de la existencia.
Vivir sin pastillas no es absurdo, es imposible. Lo demás, esa vida sin fármacos, eso supervivencia. Y yo no hablo de los retrovirales ni nada de esas vainas, hablo de los analgésicos, o ¿aguantaría usted sin ellos un dolor de muelas sin querer arrojarse del primer edificio que encuentre?
Yo amo a las pastillas. Las amo pero las odio. Las adoro porque solucionan no solo mi moqueadera rinítica sino que también me dan más energía, me ayudan a concentrarme; las odio porque sé que vivo una mentira. Yo no tengo esa vitalidad ni soy capaz de enforcarme más de 20 minutos en una actividad sin encontrarla aburrida. Eso sin mencionar que sin medicamentos lo único que soy es una máquina de producir mocos.
Pero esos son problemas idiotas comparados con los que otros sufren. David Foster Wallace, por ejemplo, y según lo que he leído, terminó ahorcándose porque tras cambiarle su medicación contra la depresión, esta no le sentó, por lo que el mundo se quedó sin un genio. Y todo por unas malas pastillas.
Vaya uno a saber que es lo que se está metiendo al ingerir un fármaco. Uno confía mucho en los médicos y acepta cada uno de sus consejos sin titubear. Lo hacemos a sabiendas que se trata de una persona que, en secreto e inconsciente, festeja cada una de nuestras dolencias. No se trata de algo insensible. Ese es su trabajo.
Igual, los médicos no tienen toda la culpa. Ellos hacen lo que pueden con los fármacos que se producen. Aunque también ganan por recomendarlos. Malditas paradojas.
En fin, yo no me le quiero cargar a las personas que me han quitado lo dolores de panza, más bien quiero ensalzar a las píldoras, pastillas y remedios.
¿Qué fuera de esos viejos verdes hambrientos de jovencitas oportunistas sin el viagra? ¿Qué hubiese sido de la liberación sexual sin los anticonceptivos? ¿Cómo bombardearían los soldados gringos las poblaciones indefensas del medio oriente sin los beta-blokers? ¿Cuánto niño más nacería sin la pastilla del día después?
Ahora que escribo este post tengo ya tres semanas sin tomar mis anti-alérgicos. A duras penas percibo el sabor de la comida y ruego por captar flatulencias ajenas para poder reclamarles y burlarme.
En algún momento de este mes volveré al tratamiento. De las pastillas no se huye, es más, se las busca. Yo sigo buscando una, solo una píldoras que (con suerte y mucho trabajo la ciencia fabricará) y así quitarle lo pendejo, así sea por horas, a las mayoría de las personas.
Vivir sin pastillas no es absurdo, es imposible. Lo demás, esa vida sin fármacos, eso supervivencia. Y yo no hablo de los retrovirales ni nada de esas vainas, hablo de los analgésicos, o ¿aguantaría usted sin ellos un dolor de muelas sin querer arrojarse del primer edificio que encuentre?
Yo amo a las pastillas. Las amo pero las odio. Las adoro porque solucionan no solo mi moqueadera rinítica sino que también me dan más energía, me ayudan a concentrarme; las odio porque sé que vivo una mentira. Yo no tengo esa vitalidad ni soy capaz de enforcarme más de 20 minutos en una actividad sin encontrarla aburrida. Eso sin mencionar que sin medicamentos lo único que soy es una máquina de producir mocos.
Pero esos son problemas idiotas comparados con los que otros sufren. David Foster Wallace, por ejemplo, y según lo que he leído, terminó ahorcándose porque tras cambiarle su medicación contra la depresión, esta no le sentó, por lo que el mundo se quedó sin un genio. Y todo por unas malas pastillas.
Vaya uno a saber que es lo que se está metiendo al ingerir un fármaco. Uno confía mucho en los médicos y acepta cada uno de sus consejos sin titubear. Lo hacemos a sabiendas que se trata de una persona que, en secreto e inconsciente, festeja cada una de nuestras dolencias. No se trata de algo insensible. Ese es su trabajo.
Igual, los médicos no tienen toda la culpa. Ellos hacen lo que pueden con los fármacos que se producen. Aunque también ganan por recomendarlos. Malditas paradojas.
En fin, yo no me le quiero cargar a las personas que me han quitado lo dolores de panza, más bien quiero ensalzar a las píldoras, pastillas y remedios.
¿Qué fuera de esos viejos verdes hambrientos de jovencitas oportunistas sin el viagra? ¿Qué hubiese sido de la liberación sexual sin los anticonceptivos? ¿Cómo bombardearían los soldados gringos las poblaciones indefensas del medio oriente sin los beta-blokers? ¿Cuánto niño más nacería sin la pastilla del día después?
Ahora que escribo este post tengo ya tres semanas sin tomar mis anti-alérgicos. A duras penas percibo el sabor de la comida y ruego por captar flatulencias ajenas para poder reclamarles y burlarme.
En algún momento de este mes volveré al tratamiento. De las pastillas no se huye, es más, se las busca. Yo sigo buscando una, solo una píldoras que (con suerte y mucho trabajo la ciencia fabricará) y así quitarle lo pendejo, así sea por horas, a las mayoría de las personas.
Algunas personas tienen sexo, otras toman pastillas. Varíe un poco.
ResponderEliminarNo puedo creer q ayudes a engordar el bolsillo de las farmaceuticas despues de todo lo q te enseñe
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