viernes, 15 de julio de 2011

Cosas insignificantes

Yo quisiera tener solo un poquito más de suerte; no soy de la case de personas que corre riesgos incensarios y mucho menos soy de esos aventureros que hablan en las historias de las que de niños nos encantaban.

Soy un tipo promedio, más promedio que el promedio, inseguro como ningún otro (quizás solo A.Zableh me supera en inseguridad personal), incapaz de tomar la iniciativa en ninguno de los aspectos de la vida porque, y con el ego del tamallo de una semilla de soya.

Cuando hablo, vocifero versos sin sentido, miento como un locomotora descarrilada y engaño y quien más puedo, lo hago como si fuera mi deporte extremo.

Más de la mitad de mis anécdotas no las puedo contar porque perjudican a terceros, personas con las que he vivido los instantes más penosos y poco amigables de mi vida, pero histéricamente graciosos.

Las veces que me he enamorado las puedo contar con una sola mano, y bastaron para que deduzca que eso no vale la pena: me he dedicado a hallar consuelo en el fondo vacio de un jarro de cerveza.

Detesto como me veo, odio la forma que hablo y detesto la forma en la que escribo; peor aun, he corroborado que lo único que me gusta hacer en esta vida (escribir), lo hago mal: nunca recibí contestación de las editoriales a las que envié mis textos con la esperanza de que me publicaran.

No tengo la repuesta de nada, me hace falta saberlo todo; en mis bolsillos hay pelusa suficiente como para pagar el parqueo de mi carro, ese automóvil que aun estoy pagando.

Espero con ansias a que lleguen las quincenas para darme pequeños e insignificantes lujos como un plato de comida cara, o un libro (si es que acaso a llegado acá); eso sí, para las cosas que realmente importan, nunca me alcanza la plata.

Mi vida no es diferente a la de cualquier otro: Soy de los que reniega de absolutamente todo pero que no hace nada para cambiarlo; me levanto y me alimento, cumplo mi rutina y regreso a mi cama a pensar en lo que me espera al siguiente día, eso sí, ruego porque caiga un meteorito o nos inundemos para ver si algo cambia en mi vida; espero los viernes con ansias, así como cuando de niño esperábamos la navidad, llega el día y hacemos planes que al fin y al cabo terminan siendo un fiasco de películas en DVD en la sala de mi casa.

Siento celos de cada hombre que lleva de la mano a una mujer linda a la que no he amado; siento odio cuando las estaciones pasan a Enrique Iglesias y Ricardo Arjona en vez de Spinetta y Frank Zappa; siento ansiedad cuando recuerdo que mi familia espera tanto de mí y yo sigo perdiendo el tiempo renegando de un mundo que no va a cambiar.

Aplique a un trabajo en el que el teste de coeficiente intelectual midió en 147 puntos; lo dudo mucho porque como verán, soy incapaz de reconocer las faltas ortográficas que escribo y leo. Sufro de un déficit de atención severa que, en el mejor de los casos no justifica que sea tan idiota como para obviar detalles y mensajes que son evidentes.
He recorrido parte del mundo y siento que me falta tanto por conocer: he competido, he ganado y perdido; he estado en boca de todos cuando escribo un texto que publica un diario y molesta a un par de personas de poder; he gritado con emoción las victorias ajenas y me he sentado a lamentarme mis derrotas; he deseado tantas veces la muerte a las personas que, si cada deseo fuera un asesinato, yo sería el más grande asesino en serie de la historia de este contiene; he vivido una y mil veces una historia que no quiero vivir.

Y todo esto no importa porque mañana, cuando me levante y me dé la vuelta, mi cama seguirá vacía…

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