Al quinto día de encierro descubrí que no sé cuanta sal llevan las comidas. La carne es lo que más me cuesta. Si no me queda un constrictor de papilas gustativas, me queda sin sabor.
Estos días, y los próximos, cocinar algo de gusto es mi mayor preocupación. Aún tengo el refrigerador lleno, pero las filas para entrar a comprar comida me producen una ansiedad que juré jamás experimentaría.
El dinero se me está acabando. El crédito que le di a mis clientes nunca me había pasado tanta factura. Y lo que más me apena, es a la gente a la que yo le debo. Bien apocalíptico el asunto.
Siempre creí que un escenario así era lo que necesitábamos (la humanidad), para entender todo lo que no es necesario. No pensé que yo iba dejar de ser útil tan pronto. Pero sí lo esperaba.
No va ni una semana de encierro de este lado del hemisferio, y en la abulia, me siento más inútil aún. No entiendo cómo han logrado sobrevivir los asiáticos que hoy leí, llevan 59 días aislados del mundo. Quizás es porque son más organizados y menos sociales.
Hace un poco más de 10 años conviví durante un curso de 18 días, lejos de casa, con varias nacionalidades; y los asiáticos, cumplían todos los estereotipos que pensé solo era un recurso barato de guión gringo: organizados, silenciosos y casi a-sociales. Encerrados en sus cuartos sin salir, ni siquiera a beber una cerveza, sino hasta que les tocaba ir a las charlas que todos debíamos asistir.
Quizás por eso se les hace más fácil estar encerrados. Más fácil digo, no fácil per se.
Todo ese maravilloso orden que llevo admirándole a los japoneses y esa disciplina de los chinos, es algo que nos hace falta por acá. Y mucho.
Nos hemos regocijado de esa incapacidad que tenemos como población de hacer caso y siempre andarle viendo las huevas al sistema, a ese mismo sistema al que hoy le venimos a pedir que nos rescate.
Pero en el encierro nos hemos dado cuenta que en realidad no nos hacen falta muchas cosas. El fútbol, por ejemplo. Millones de billones invertidos en una profesión que hoy no se puede jugar. Y que hayan dejado de jugar no ha contribuido en nada para mejorar las cosas. Solo para atenuar los problemas.
No nos hace falta tampoco andar llorando porque existen más de dos géneros, porque cuando se va a los hospitales, los doctores, que si nos hacen falta, no se van a pedirte tu opinión sobre si te consideras un unicornio, una refrigeradora o una persona.
Ironicamente los que se están quemando las cejas ahí afuera, son esos que siempre han ganado mal. Quien iba a pensar que cuando el mundo esté al borde del colapso, un master en diseño de empaques iba a importar menos que un cajero de supermercado.
No nos hacen falta tampoco tanto video de bromas idiotas en Youtube, y mucho menos más bailes pendejos en Tik Tok. Lo que sí sabíamos es que, en este escenario apocalíptico, un buen periodista es necesario, y no un lerdo que entrevista a estrellas porno en un podcast. La diferencia entre el primero y el segundo, además de sus ingresos, es que el segundo no tiene nada que aportar a una situación como esta.
De apoco vemos lo que en realidad no nos hacía falta. Nos vamos dando cuenta de que escoger es un privilegio tan frágil que siempre dimos por sentado.
Después vendrán más problemas, los económicos, y ahí veremos a otro poco de bobos que tampoco nos harán falta.
Ojalá, para entonces, ponerle sal a los alimentos, aún sea una opción, y no un lujo.
Estos días, y los próximos, cocinar algo de gusto es mi mayor preocupación. Aún tengo el refrigerador lleno, pero las filas para entrar a comprar comida me producen una ansiedad que juré jamás experimentaría.
El dinero se me está acabando. El crédito que le di a mis clientes nunca me había pasado tanta factura. Y lo que más me apena, es a la gente a la que yo le debo. Bien apocalíptico el asunto.
Siempre creí que un escenario así era lo que necesitábamos (la humanidad), para entender todo lo que no es necesario. No pensé que yo iba dejar de ser útil tan pronto. Pero sí lo esperaba.
No va ni una semana de encierro de este lado del hemisferio, y en la abulia, me siento más inútil aún. No entiendo cómo han logrado sobrevivir los asiáticos que hoy leí, llevan 59 días aislados del mundo. Quizás es porque son más organizados y menos sociales.
Hace un poco más de 10 años conviví durante un curso de 18 días, lejos de casa, con varias nacionalidades; y los asiáticos, cumplían todos los estereotipos que pensé solo era un recurso barato de guión gringo: organizados, silenciosos y casi a-sociales. Encerrados en sus cuartos sin salir, ni siquiera a beber una cerveza, sino hasta que les tocaba ir a las charlas que todos debíamos asistir.
Quizás por eso se les hace más fácil estar encerrados. Más fácil digo, no fácil per se.
Todo ese maravilloso orden que llevo admirándole a los japoneses y esa disciplina de los chinos, es algo que nos hace falta por acá. Y mucho.
Nos hemos regocijado de esa incapacidad que tenemos como población de hacer caso y siempre andarle viendo las huevas al sistema, a ese mismo sistema al que hoy le venimos a pedir que nos rescate.
Pero en el encierro nos hemos dado cuenta que en realidad no nos hacen falta muchas cosas. El fútbol, por ejemplo. Millones de billones invertidos en una profesión que hoy no se puede jugar. Y que hayan dejado de jugar no ha contribuido en nada para mejorar las cosas. Solo para atenuar los problemas.
No nos hace falta tampoco andar llorando porque existen más de dos géneros, porque cuando se va a los hospitales, los doctores, que si nos hacen falta, no se van a pedirte tu opinión sobre si te consideras un unicornio, una refrigeradora o una persona.
Ironicamente los que se están quemando las cejas ahí afuera, son esos que siempre han ganado mal. Quien iba a pensar que cuando el mundo esté al borde del colapso, un master en diseño de empaques iba a importar menos que un cajero de supermercado.
No nos hacen falta tampoco tanto video de bromas idiotas en Youtube, y mucho menos más bailes pendejos en Tik Tok. Lo que sí sabíamos es que, en este escenario apocalíptico, un buen periodista es necesario, y no un lerdo que entrevista a estrellas porno en un podcast. La diferencia entre el primero y el segundo, además de sus ingresos, es que el segundo no tiene nada que aportar a una situación como esta.
De apoco vemos lo que en realidad no nos hacía falta. Nos vamos dando cuenta de que escoger es un privilegio tan frágil que siempre dimos por sentado.
Después vendrán más problemas, los económicos, y ahí veremos a otro poco de bobos que tampoco nos harán falta.
Ojalá, para entonces, ponerle sal a los alimentos, aún sea una opción, y no un lujo.
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