miércoles, 9 de abril de 2014

Tener miedo

Desde siempre quise hacer cine, pero nunca se me cumplió. Lo más cerca que estuve del celuloide han sido las producciones que realizo como fotógrafo, que decidí como profesión.

Toda la vida he sido una persona muy visual, y la primera vez que entendí que mi sentido favorito estaba en peligro fue cuando fui a sacar mi licencia de conducir, allá, hace un poco más de 6 años.

En aquella ocasión me hicieron poner los ojos sobre un aparato que mediría mi calidad de visión, todo para saber si por las noches sería capaz de reaccionar si un peatón se me cruzara en el camino. Con mi ojos derecho estuvo todo bien pero no así con el izquierdo, que en aquel entonces empezaba a mostrar cierta dificultad para enfocar objetos.

Tuvieron que pasar los años y el mal acentuarse para que me hiciera revisar la vista. Una vez más me colocaron en sobre una máquina que evaluaría la calidad de mis ojos, de mi sentido favorito.

Al salir del caurto en el que me examinaron me entregaron un sobre como el que llevan los anunciantes de los premios Oscar y me dieron la consigna de que se lo diera al oftalmólogo que me envío a hacer el estudio. Y como actor a la espera de su premio, no abrí la cartilla todo con tal de recibir una noticia que me alegrase cual Mathew MacConagey por mi galardón.

Pero para finales felices nos quedan las películas de Disney. Lo que a mi me dijeron fue lapidario: estaba perdieron, muy pero muy despacio, mi capacidad de ver las cosas.

En aquel entonces tenía 22 años y desde aquel día han pasado 3. La condición que me afecta los ojos lleva por nombre keratokono y no tiene cura. Solo se la puede retrasar hasta un transplante de corneas me haga el milagro. Pero bien sabemos que es es para más jodido.

Resignado al hecho de que a los 40 años no iba a poder ver me abandoné cual Meryl Streep en 'The Bridges over The Madison County' a que mi destino era permanecer en esa camioneta, junto a la ceguera.

No fue sino hasta hace un par de semanas que volví a buscar otra opinión. Quice darle una secuela a esa fatídica historia de mis ojos y esta vez no sé que desenlace tenga.

El doctor que me examinó me dio una posibilidad de operación para un tratamiento que pueda contrarrestar en algo mi mal. No corregirlo del todo pero aliviar en algo el peso de la miopía: me van a introducir un par de anillos de intracorneales que corregirán mi deforme cornea. Quizás para siempre, como cuento de princesa.

No lo sé. Yo simplemente tengo miedo. Tengo miedo de quedarme ciego, de que la operación me complique más o de que me quede sin poder ver las cosas a medias, como ya lo hago ahora. También tengo miedo que que la vista se me siga deteriorando, de que todo vaya aún peor, pero eso porque soy un pesimista.

Tener miedo es lo más lógico del mundo, en especial cuando uno depende de la vista no solo para trabajar sino para disfrutar de las cosas que más le gusta. Y yo tengo mucho, mucho miedo.

Este viernes termina la historia. entraré a un quirófano a las 9 de la mañana para salir 30 minutos después, al reposo. De si este relato es una película de Disney o una de Von Tierre, no lo sé. No importa cual sea el desenlace, a mi lo que me importa es no quedarme sin el cine. 

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