martes, 14 de enero de 2014

Saber en los tiempos de Google

Mi abuela desconoce muchas cosas: el inglés, por ejemplo, y de perversiones que solo le atañen a nuestra juventud. No sabe de internet ni mucho menos del daño que le hace el café a una mujer de su edad. Pero lo que sabe, lo sabe de verdad. Lo tiene enterrado en lo más profundo de la masa encefálica, arraigado a su pensamiento conservador y a sus incuestionables creencias de seres todopoderosos en el cielo. Y no hablo de Superman.

Digo que mi abuela sabe porque el otro día hice un comentario sobre el nombre de la capital de una provincia X de este país de mierda, y, mientras yo me apresuraba a tipearlo en Google, la octogenaria que parió a mi mamá me respondió el nombre de la ciudad sin soltar el periódico que estaba leyendo. Ella sí sabe. 

Que asqueroso mi conocimiento, porque, desde que existen los smartphones y la perpetua conexión al internet (mientra la operadora y el wi-fi gratis lo permita), saber se limita a saber googlear. Que miserables. 

Un buscador gringo, dueño de uno de los pocos algoritmos patentados (he aquí su éxito), es el dueño de nuestro saber: si te perdiste, google maps; si quieres buscar datos científicos: google academics; si quieres comprar en internet pero no quieres correr el riesgo de que te estafen: google wallets. Somos hijos de Google, de su hermoso monopolio, de su manera de facilitarnos la vida. 

Pero la verdadera dependencia de google está en el conocimiento: saber ya no tiene valor en los tiempos de Google. Cuatro años de estudio de cardiología se resumen en un búsqueda de 0.32 segundo que arroja más de un millón de resultados sobre la carrera. 

Uno aprende más de histología leyendo las tres primeras páginas de Gooogle, que en cuatro años de estudio. ¿Es tan bajo el valor del conocimiento hoy en día? Sí. 

Antes uno solía tener dudas, y las dudas lo levaban a uno a investigar, a nutrirse de información. Pera ya no. 

El otro día veía Thrue Grit, el remake de lo Cohen, y me entró la curiosidad por saber quién había sido el director de fotografía de la película. Mientras escribo esto me doy cuenta que no tengo la más puta idea de quién es el tipo, pero en ese momento, mientras veía la película, Google me lo dijo, y todo sin dejar de rascarme los huevos. 

Los ochenta y tantos años de conocimiento de mi abuela caben en mi puto smartphone. Pero yo no en realidad no sé nada de lo que busco. 

Google nos ha quitado esa capacidad de maravillarnos, de sorprendernos; nos ha quitado esas ansias de no saber cosas, porque todo está a una búsqueda de distancia. Somos ignorantes ilustrados en búsquedas de 0.32 segundos, que un poco más de lo que tenemos de retentiva.

El día que mi abuela me contestó lo de la capital de X provincia del Ecuador, ella no soltaba el diario porque estaba haciendo el crucigrama. La señora rellenaba cada recuadro con información y sinónimos que en años se me hubiesen ocurrido existían. Luego llegó a una palabra que no conocía. Yo la googleé y ella me lo agradeció. 

La única parte del crucigrama en la que pude ayudarla, además de la palabra rebuscada, fue en darle el nombre de Jennifer Lawrence, la actriz, que ella no conocía. Y sí, me di cuenta lo adoctrinado que estoy a llenarme la cabeza con información inútil. Pero que yegua que es Jennifer Lawrence. 

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