jueves, 6 de diciembre de 2012

Una coca cola fría

No sé si les pasa, pero por la noche, sé que la jornada termina cuando esa ligera fragancia que de talco mezclado con calcetín sudado que emana del zapato recién sacado, se cola por mis fozas nasales. Ese momento del día lo espero con ansias. Pocas cosas son tan ricas como poder sacarse el calzado con todo tranquilidad del mundo. Ese es un gesto de libertad proletario.

Pero lo de los zapatoS solo el primer paso. Cuando te desabotonas el jean sientes que el peso del mundo se alivia. De alguna forma cuando la panza ya no es aplastada uno recuerda lo que se siente la felicidad.

Llegas al momento de la 'descamisación' y por un instante el mundo te importa un carajo. Sin camisa y en tu hogar no hay nadie que te juzgue más que el espejo, pero ese es un verdugo. Tu panza se refleja en los cristales y vuelves al mundo real. Eso te deprime. Uno solía ser delgado y tener aspiraciones, ahora tienes barriga y cobras un sueldo. Está bien, creo.

En tu comodidad de medias y boxer intentas exorcizar a los demonios de las obligaciones que vienen a joderte la vida un poco. A punta de videos de YouTube y una que otra lectura los dejas de lado. Todo pesar queda en una esquina junto con todas tus prendas, los deberes y los quehaceres del trabajo. Por un instante, ese panzón que deambula por los corredores de la casa, hasta la cocina, es feliz.

Ya frente al refigerador, la brisa que te golpea los pies cuando abre la puerta de la nevera de golpe se convierte en un placer. Estiras la mano para buscar que hay de comer. Ves un poco de cosas por preparar y sabes que debes hacerlo, que sino la panza seguirá creciendo, pero son las 22:30 y has pasado fuera de casa desde las 7:50, lo menos que quieres es preparar un pollo a la plancha y esas mierdas de dieta que debes comer. Eso piensas mientras luchas por no agarrar la leche chocolatada que está al fondo de la esquina del refrigerador. Igual la voluntad te vence y ahí estás, sentado tomándote la bebida para niños malcriados.

Las últimas energías del día las agotas ignorándote a ti mismo, olvidando lo que tienes que hacer y buscando como recompensarte por todo lo que has hecho, por todo ese trabajo realizado y por todas esas materias aprendidas. Tu lo que quieres es recibir ese incentivo que de pequeño los maestros te adiestraron, cual cachorrito, a recibir por cada acción buena que hacías.

Uno lo que quiere es un premio, un placer mayor que acompañe a todo eso de quitarse los zapatos y de andar cuasi-en-pelotas por la casa. Es por eso que el proletario promedio, usted y yo, comemos groseríasy frituras por las noches, ese es el premio a nuestra labor realizada. Una hamburguesa con doble mayonesa o un taco con extra fréjoles; una torta mojada de chocolate con extra cirope.

Hoy al llegar a casa lo que había en mi refrigerador era una botella de coca cola que estaba un poco más y congelada. La serví en un vaso de vidrio y un poco de frozen se formó en la parte superior, tal y como me encanta. Al primer sorbo quede como esos cachorritos de los que les hablaba, moviendo la cola de la felicidad, a gusto con mi premio de este día.

De regreso a mi cuarto me alcancé a divisar en el espejo del corredor principal, con mi panza de mierda y el vaso de cola. Me sentí mal, pero al siguiente sorbo de cola se me pasó.

PD: El lunes empiezo dieta. 

1 comentario:

  1. No se me estese tomando la leche chocolatada y por favor tengame oreos para el 24

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