Yo no sé porque es que los judíos no lo aman a Jesús. Si no fuera por él, sus negocios en diciembre no tendrían ese abismal movimiento económico que tienen. Porque sea sincero, la Navidad nada tiene que ver con el zombie de 2000 años que veneran en grupo las personas; esta fecha se trata de los regalos.
Recuerdo que de pequeño esperaba con ansias a que sean las 12 de la noche para poder abrir los regalos que todos los parientes habían traído. Lo hacía con la esperanza de que me dieran juguetes, no medias o camisas como era lo que siempre sucedía. Uno de pequeño es terco y espera que de una vez por todas ese puerco regalo que te cansaste de señalárselo a tu papá, aparezca envuelto ahí, bajo el árbol. Pero eso aún no sucede.
Lo que si ocurre desde que tengo memoria es la comilona previa a la entrega de los obsequios, comilona en la que uno se tiene que calar todas las discusiones sobre religión que los parientes (cada uno con su inclinación católica en particupar) tienen. Uno en medio de todo permanece con la boca cerrada. No es tan difícil permanecer callado, puesto que te excusas de opinar tu ateísmo con el argumento de que la comida esta buena y no puedes dejar de servirte. Con la boca llena de pollo tu madre jamás te dejará hablar.
Por más que uno quiera a sus parientes, durante estas fiestas se ponen insoportables: "¿y cuándo presenta a la novia?", es la pregunta de cabecera de la abuela que intenta convencerte de que tener bisnietos nos es mala idea. Lo malo es que la pregunta la hace cuando se acabó la comida y no te queda más que poner cara de idiota y buscar que hacer. Yo la adoro a mi abuela, pero si en algo es especialista es hace la pregunta/comentario indebido en el momento menos indicado.
Porque diciembre es en todo su esplendor, la época de las incomodidades. La Navidad es esa fecha en la que te da miedo salir a la calle, no por los ladrones comunes, sino por los que están en las tiendas ofreciendo descuentos a incontables meses diferidos en una época en la que las tarjetas pierden su forma de tanto haber sido utilizadas. Uno tiene miedo de gastar de más.
También se le tiene miedo a lo brutas que se ponen las personas durante esta época al manejar. Porque si el guayaquileño es imbécil al volante de por si, ahora imagine como se pone cuando sabe que tiene que estar a una hora indicada en un lugar específico. Así de peligroso es el asunto.
Yo podría escribir un ensayo del porque no deberíamos celebrar la navidad; podría escudarme en el hecho de lo inverosímil del natalicio que conlleva a toda esta festividad, pero no lo hago, porque si no fuera por todo el comercio que gira en todo al nacimiento del judio favorito de lo cristianos, yo no tendría excusas para concentir con un regalo a la gente que yo quiero; quedaría como un hipócrita al mandar mensajes melosos a las personas que realmente estimo y que me hace un poquito feliz en este horrible mundo, y no quedar como un verdadero hipócrita.
La Navidad siempre será la excusa perfecta, el prefacio indicado y el contexto idóneo para comprarle cosas y tratar bonito a la gente que quiere, para inviatr unas cervezas a los amigos de siempre y abrazar a la gente sin necesidad de embriagarse para perder la vergüenza Por eso y más, la Navidad no me desagrada del todo. ¡Coman mucho, mi caterva de energumenos! Se los quiere.
Recuerdo que de pequeño esperaba con ansias a que sean las 12 de la noche para poder abrir los regalos que todos los parientes habían traído. Lo hacía con la esperanza de que me dieran juguetes, no medias o camisas como era lo que siempre sucedía. Uno de pequeño es terco y espera que de una vez por todas ese puerco regalo que te cansaste de señalárselo a tu papá, aparezca envuelto ahí, bajo el árbol. Pero eso aún no sucede.
Lo que si ocurre desde que tengo memoria es la comilona previa a la entrega de los obsequios, comilona en la que uno se tiene que calar todas las discusiones sobre religión que los parientes (cada uno con su inclinación católica en particupar) tienen. Uno en medio de todo permanece con la boca cerrada. No es tan difícil permanecer callado, puesto que te excusas de opinar tu ateísmo con el argumento de que la comida esta buena y no puedes dejar de servirte. Con la boca llena de pollo tu madre jamás te dejará hablar.
Por más que uno quiera a sus parientes, durante estas fiestas se ponen insoportables: "¿y cuándo presenta a la novia?", es la pregunta de cabecera de la abuela que intenta convencerte de que tener bisnietos nos es mala idea. Lo malo es que la pregunta la hace cuando se acabó la comida y no te queda más que poner cara de idiota y buscar que hacer. Yo la adoro a mi abuela, pero si en algo es especialista es hace la pregunta/comentario indebido en el momento menos indicado.
Porque diciembre es en todo su esplendor, la época de las incomodidades. La Navidad es esa fecha en la que te da miedo salir a la calle, no por los ladrones comunes, sino por los que están en las tiendas ofreciendo descuentos a incontables meses diferidos en una época en la que las tarjetas pierden su forma de tanto haber sido utilizadas. Uno tiene miedo de gastar de más.
También se le tiene miedo a lo brutas que se ponen las personas durante esta época al manejar. Porque si el guayaquileño es imbécil al volante de por si, ahora imagine como se pone cuando sabe que tiene que estar a una hora indicada en un lugar específico. Así de peligroso es el asunto.
Yo podría escribir un ensayo del porque no deberíamos celebrar la navidad; podría escudarme en el hecho de lo inverosímil del natalicio que conlleva a toda esta festividad, pero no lo hago, porque si no fuera por todo el comercio que gira en todo al nacimiento del judio favorito de lo cristianos, yo no tendría excusas para concentir con un regalo a la gente que yo quiero; quedaría como un hipócrita al mandar mensajes melosos a las personas que realmente estimo y que me hace un poquito feliz en este horrible mundo, y no quedar como un verdadero hipócrita.
La Navidad siempre será la excusa perfecta, el prefacio indicado y el contexto idóneo para comprarle cosas y tratar bonito a la gente que quiere, para inviatr unas cervezas a los amigos de siempre y abrazar a la gente sin necesidad de embriagarse para perder la vergüenza Por eso y más, la Navidad no me desagrada del todo. ¡Coman mucho, mi caterva de energumenos! Se los quiere.
Brindemos con CocaCola que ud tiene toda la razon en este post. Vaya. Llenese un vaso con harto hielo.
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