martes, 18 de septiembre de 2012

La cicatriz

Hoy me vestí con una camiseta que está manchada. Tiene un pequeño rastro de una salpicadura de pintura amarilla en la parte derecha del cuello que está ahí por culpa de una mujer que ahora me odia. El hecho no me produce melancolía, pero hoy vi la mancha y lo recordé. Me he puesto una y mil veces la camiseta, porque me gusta, pero no fue sino hasta hoy que la vi y me vino el recuerdo de ese momento en el que la camiseta fue manchada.

De alguna forma ella, la chica que me odia, no consiguió lacerarme de ninguna forma sentimental, pero encontró, quizás inconscientemente, la forma de colarse de nuevo en mi pensamiento con esa mancha, esa cicatriz que impregnó a mi camiseta.

A ella yo le produje lo que un choque con contusión severa le produce a un peatón atropellado. Sí, así de mal quedó de la cabeza después de estar conmigo. Creo que así ha sido siempre. No es que me eche flores, pero ella si se enamoró de mi (la chica que manchó mi camiseta) y en su psiquis quedó un cicatriz. Lo sé. Los hombres podemos ser idiotas y todo pero bien sabemos cuando una mujer está enamorada. Por eso señoritas, no lo muestre, que saldrá mal parada.

Uno siempre saldrá mal de las experiencias más fuertes que hay. Es normal. Es obligación, creo.

Las cicatrices estarán presentes en las cosas que más nos apasionan. El ejemplo más palpable son las orejas de los luchadores grecoromanos, los judocas y los practicantes de jiujitsu. Ahí, en ese cartílago deformado está la prueba de todo lo que han tenido que vivir y pasar antes de poder vencer a alguien en la lona o en el tatame. En esa oreja que ya no parece oreja está el compendio de su pasión por lo que realizan.

Los callos en los dedos de un guitarristas, las corneas destruidas de los nadadores (o su calvicie prematura, en el peor de los casos); las rodilla irreconocibles de un patinador y las espalda encorvada de un periodista. Todas son cicatrices. Y esas cicatrices se disfrutan.

Tampoco es que digo que todo es bueno, no. No crea que le voy a hacer una oda a los Marines gringos que pierden sus extremidades pisando minas antipersonales, ni celebraré las deformidades que los animales le ocasionan a los inocentes; mucho menos aplaudiré a las personas que quedan inválidas por accidente. Esas son tragedias. Yo de lo que hablo son las cicatrices.

Yo hablo de las marcas diminutas que tu dejas en la piel de una mujer cuando tienes sexo, esas que al siguiente día la harán sonrojarse cuando las ve. Evoco a ese corte en el dedo de siete puntos quirúrgicos que te recuerda a la más sublime de las borracheras con los amigos de toda la vida. Las cicatrices son los souvenirs de la vida.

Lo más rico es cuando uno empieza a recordar. Uno ve las marcas, en el cuerpo o en la ropa, y enseguida se transporta a ese instante. Ya sea feliz o triste, a la cicatriz hay que disfrutarla, porqué si sanó es porque ya estás bien. Seguiste adelante con tu vida y no pasó nada, y estás vivo para probarlo.

Diferente es cuando dejas mal a alguien del mate, como la mujer de la que les hablaba al principio.

Eso que ustedes llaman amor no hace más que joderle la vida a las personas haciéndoles creer que la gente vale la pena, cuando no es así. Eso le pasó a ella conmigo y por eso me odia. No la culpo. Yo siempre creeré que es culpa de la comedias románticas hollywoodenses.

Porque las cicatrices de la cabeza, y no hablo de las que se pueden coser, no sanan del todo. A una mancha en la camiseta la lavas una y mil veces y poco a poco va perdiendo el color hasta casi hacerse imperceptible, invisible para quien no vivió el hecho. La paranoia de una mujer a la que la traicionaron, para eso no hay curitas suficientes en todo el mundo. 

1 comentario:

  1. yo perdi mis brazos y mis piernas en vietnam. no me pregunte como estoy tipeando este comment. por suerte tengo un guanzo de pincel q ahora hace posible mi expresion escrita

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