Cuando vi a Marion Cotillard en "A Good Year" fue la primera vez en mucho tiempo que la idea del matrimonio cursó por mi cabeza. Ella, suspendida en el fotograma, con sus treinta-y-tantos años, con esa luz que le encandilaba su silueta, su cabello negro, sus ojos; bueno, ya me entendieron. No creo que exista heterosexual que se resista a esa imagen.
Pocas veces en la vida uno ve a alguien que causa esa clase de impacto, esas primeras impresiones que no se ustedes, pero hacen sentir una especie de desesperación, una frustración dolorosa comparada solo con las úlceras y la gastritis. La sensación se intensifica cuando descubres la imposibilidad de alguna vez tener a esa persona. Pero aún más jodido estás en el caso que "se te vaya de bola".
Aquí, cuando tienes la oportunidad proximidad, empieza el problema del impacto: uno idealiza a la figura, la ve sin defectos, la ve como a una Marion Cotillard en "A Goog Year", y de ahí todo va en declive. Si tienes el privilegio de acercarte a ese idilio de mujer, a esa imagen de diosa que te hiciste de ella, puede que te vuelvas ateo.
El hecho de causar una excelente impresión trae más problemas que cuando generas una mala. Uno puede que jamás repita los estándares que dejó en ese primer y perfecto encuentro y de ahí solo venga una serie de decepciones, una tras otra, hasta llegar al desencanto.
Por eso es que las segundas impresiones cuentan más. Una mala primera impresión te da una oportunidad de redimirte, usar el ingenio para ver como dar la vuelta al asunto y de ahí en adelante mejorar. A la larga son los gustos adquiridos, esos que se germinan con el pasar de los días o meses, los que perduran y terminan fascinando.
Uno puede frustrase fácilmente viendo a Zooey Deschanel, enamorarse de Rashida Jones, babear por Marion Cotillard o degenerarse pensando en todo lo que le harías a Natalie Portman, pero lo cierto es que después de un rato, las excentricidades de Deschanel ya lo exasperarían y habría que ponerle un tapón en la boca a Jones para dejar de escuchar ese agudo y nasal tono de voz. Natalie Portman jamás dejaría de criticarme (es judía, estudiosa y perfeccionista) y el tufo de aleta francesa de Cotillard mataría incluso a la pasión que Romeo sintió por Julieta.
Pocas veces en la vida uno ve a alguien que causa esa clase de impacto, esas primeras impresiones que no se ustedes, pero hacen sentir una especie de desesperación, una frustración dolorosa comparada solo con las úlceras y la gastritis. La sensación se intensifica cuando descubres la imposibilidad de alguna vez tener a esa persona. Pero aún más jodido estás en el caso que "se te vaya de bola".
Aquí, cuando tienes la oportunidad proximidad, empieza el problema del impacto: uno idealiza a la figura, la ve sin defectos, la ve como a una Marion Cotillard en "A Goog Year", y de ahí todo va en declive. Si tienes el privilegio de acercarte a ese idilio de mujer, a esa imagen de diosa que te hiciste de ella, puede que te vuelvas ateo.
El hecho de causar una excelente impresión trae más problemas que cuando generas una mala. Uno puede que jamás repita los estándares que dejó en ese primer y perfecto encuentro y de ahí solo venga una serie de decepciones, una tras otra, hasta llegar al desencanto.
Por eso es que las segundas impresiones cuentan más. Una mala primera impresión te da una oportunidad de redimirte, usar el ingenio para ver como dar la vuelta al asunto y de ahí en adelante mejorar. A la larga son los gustos adquiridos, esos que se germinan con el pasar de los días o meses, los que perduran y terminan fascinando.
Uno puede frustrase fácilmente viendo a Zooey Deschanel, enamorarse de Rashida Jones, babear por Marion Cotillard o degenerarse pensando en todo lo que le harías a Natalie Portman, pero lo cierto es que después de un rato, las excentricidades de Deschanel ya lo exasperarían y habría que ponerle un tapón en la boca a Jones para dejar de escuchar ese agudo y nasal tono de voz. Natalie Portman jamás dejaría de criticarme (es judía, estudiosa y perfeccionista) y el tufo de aleta francesa de Cotillard mataría incluso a la pasión que Romeo sintió por Julieta.
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