Imaginemos la hipotética situación: hay una guerra mundial, un holocausto zombie, una tragedia sin precedentes y el mundo debe descartar a los inútiles.
Los primeros que se irían serían los reporteros de farándula, esos que no cumplen función en la sociedad. Por el mismo camino marcharían los baristas, los fotógrafos de skaters, paisajes y modelos; y los escritores de cuentos para niños. Otros que pagarían el precio de la precariedad de la situación serían los diseñadores de juegos de videos, en especial los que hacen juegos para smartphones.
Descartados serían los deportistas profesionales, los actores y los cantantes, en especial los de baladas y música electrónica. Ya no hay mercado para ninguno de los tres. Los comediantes pude que sobrevivan un poquito más, lo suficiente hasta que el género se sature. Las modelos sobrevivirían a todo esto porque ellas ya están acostumbradas a no comer.
Los programadores de Facebook, los creadores de Google doodles y demás profesiones que hoy parecen un ticket directo para salir de la pobreza, dejarían de ser indispensables. Los curas perderían todo interés en confortar al desvalido porque ya no hay quién les de limosna.
Los chefs gourmets pagarían el precio de no saber cocinar comida para regimientos e, irónicamente, la madrina a la que le renegaba por no saberle ponerle sal a los 10 kilos de arroz sería la cocinera más popular del mundo. Los pasteleros serían vistos como dioses que endulzan a punta de crema pastelera la miserable vida.
Los diseñadores de interiores no servirían de nada, los nutricionistas serían el hazme-reír y los creativos de las agencias de publicidad serían reclutados para fabricar propaganda; irónicamente así descubrirían los líderes mundiales que los creativos sudamericanos pasan copiándole las ideas a los gringos.
En lo hipotético del caso descubriríamos lo mucho que hemos admirado a tantos inútiles. Este escenario es la única forma en la que la gente vería a las profesiones más básicas, maestros, comunicadores, oficiales del orden público y médicos, como lo que son: las que aún mantienen en pie a este puto mundo.
Quizás solo así los niños entenderían que es mejor saber calcular la fuerza que se debe ejercer para reanimar a un ser querido, que la fuerza necesaria para meter la pelota en el arco de fútbol.
Los primeros que se irían serían los reporteros de farándula, esos que no cumplen función en la sociedad. Por el mismo camino marcharían los baristas, los fotógrafos de skaters, paisajes y modelos; y los escritores de cuentos para niños. Otros que pagarían el precio de la precariedad de la situación serían los diseñadores de juegos de videos, en especial los que hacen juegos para smartphones.
Descartados serían los deportistas profesionales, los actores y los cantantes, en especial los de baladas y música electrónica. Ya no hay mercado para ninguno de los tres. Los comediantes pude que sobrevivan un poquito más, lo suficiente hasta que el género se sature. Las modelos sobrevivirían a todo esto porque ellas ya están acostumbradas a no comer.
Los programadores de Facebook, los creadores de Google doodles y demás profesiones que hoy parecen un ticket directo para salir de la pobreza, dejarían de ser indispensables. Los curas perderían todo interés en confortar al desvalido porque ya no hay quién les de limosna.
Los chefs gourmets pagarían el precio de no saber cocinar comida para regimientos e, irónicamente, la madrina a la que le renegaba por no saberle ponerle sal a los 10 kilos de arroz sería la cocinera más popular del mundo. Los pasteleros serían vistos como dioses que endulzan a punta de crema pastelera la miserable vida.
Los diseñadores de interiores no servirían de nada, los nutricionistas serían el hazme-reír y los creativos de las agencias de publicidad serían reclutados para fabricar propaganda; irónicamente así descubrirían los líderes mundiales que los creativos sudamericanos pasan copiándole las ideas a los gringos.
En lo hipotético del caso descubriríamos lo mucho que hemos admirado a tantos inútiles. Este escenario es la única forma en la que la gente vería a las profesiones más básicas, maestros, comunicadores, oficiales del orden público y médicos, como lo que son: las que aún mantienen en pie a este puto mundo.
Quizás solo así los niños entenderían que es mejor saber calcular la fuerza que se debe ejercer para reanimar a un ser querido, que la fuerza necesaria para meter la pelota en el arco de fútbol.
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