sábado, 6 de agosto de 2011

Entreténgase

Wall Street bajó 4 puntos; en el cine, los Pitufos rompen taquilla, el Capitán América se vuelve a erguir como el símbolo de una nación de la libertad; más al sur, el Mashi de un país agarra un micrófono para lanzarse un monólogo de dos horas y media que solo su sequito de empleados escucha. Ojo, Wall Street bajo 4 puntos.

En medio de dos actos de significante relevancia, los Pitufos agarran y hacen olvidar todos los problemas reales que tenemos: si eres joven y recién graduado quizás no consigues empleo, si eres adulto quizás tu sueldo no alcanza para poder independizarte; y si eres padre de familia, quizás ni siquiera puedas pagar la entrada al cine y tengas que comprar un DVD pirata de los Pitufos para que tus hijos lo vean en casa. Es preferible que ellos se entretengan viendo a los duendecitos color azul, la versión original de lo Navi de Avatar, a que tengan que lidiar con la insoportable realidad que vivimos.

Cuando uno es niño uno ve a personajes como el Capitán América: un incansable luchador que recorre el mundo repartiendo justicia a golpes y balzos. Uno crece con esa imagen: el mundo está lleno de personas que hace lo correcto, que portan un escudo y se echan el ruedo para combatir los males del mundo, para hacer cumplir la justicia, personajes que destilan valor; cuando creces la única forma de ver a estos personajes, es pagando una entrada al cien.

Pero el Capitán América no existe, tampoco los pitufos, el que si es real es el Mashi del micrófono, un personaje que también es parte de esa industria del entretenimiento: el no lo sabe pero es un peón que se cree alfil en un tablero de ajedrez que se llama política internacional.

Nosotros, los generadores de capital, el proletario, el común denominador, ni siquiera aparecemos en el tablero. Nosotros somos el daño colateral que generará esa partida que están jugados los ajedrecistas, vaya usted a saber quiénes son las manos por encima del tablero, porque yo no lo sé.

Lo cierto es que todos nosotros vemos al tablero de ajedrez, lo vemos con pasividad, con ese estoicismo característico de quien resignado, ve como se mueven las fichas: el alfil de las telecomunicaciones devora a los peones del tercer mundo; las torres de las cadenas de comida rápida le hacen un paseo a los caballos que se creen sementales y primeros mandatarios de países con un poquito de dinero. Mientras todos sucede, la reina del entretenimiento manipula el espectáculo, hace ver como si todo fuera un show, una comedia o un drama digno de un premio en una bienal europea. El rey inmóvil espera a que todas las piezas se consuman las unas a las otras para luego, cuando el ajedrecista ordene, hacer su movimiento, protegerse detrás de sus plebeyos para luego lanzar un jaque mate. La partida, salveje como ninguna otra, es aplaudida por todos nosotros, ovacionada. Nosotros vitoreamos lo que creimos un espectáculo sin saber que los ajedrecistas se estaban jugando el producto interno bruto de un país. Y seguimos aplaudiendo.

Wall Street cayó 4 puntos. Las películas siguen llamando nuestra atención y nosotros ni siquiera intentamos comprender lo que cuatro puntos significan. Después, cuando estemos sin trabajo, cuando el pan cueste 20 dólares y no haya agua que tomar; cuando no haya dinero para pagar la entrada al cine, al concierto o para comprar el disco, nos preguntaremos que pasó.

Wall Street bajó cuatro puntos: entreténgase.

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