viernes, 5 de junio de 2015

Michael Jordan, mi papá y la ingratitud

Crecer con mi nombre no había sido fácil, hasta hace una década. De alguna manera llevar el patronímico del mejor nadador de la historia del país le hacía creer a muchas personas que, vencerme a mi compitiendo en una piscina, era como vencer a mi papá. Cosa que no es cierta. Nadie todavía se ha acercado remotamente a lo que mi veterano hizo.

Y no digo que crecer con ese nombre haya sido complicado solo por la presión que muchos padres fanáticos del deporte ponían sobre mi, cuando era un niño, sino para mi mismo, que crecí con la idea de que en mis genes había alguna clase de magia, un cromosoma de atlante que me iba a hacer deslizarme en el agua como motor fuera de borda, cosa que jamás se dio.

Fui un nadador regular. En un par de pruebas me colé entre los tres mejores del país pero nunca batí un récord mundial, como mi papá. Y es por esa clase de proezas que, cuando niño, la gente me reconocía como 'el hijo del campeón'. Es más, a veces los vigilantes paraban a mi papá, veían quien era y nos dejaban ir no más. Se trataba del tipo que había puesto a Ecuador, en los años 70, en el mapa mundial de la natación. Era una especie de Rockstar, junto a los Corvetts, y pare de contar. No había más nadie a quien idolatrar en el país.

Cuando me volví adolescente, ya empezaron a citar a mi papá. Ya los vigilantes no sabía quien era, y los papás más jóvenes del colegio ya no se acercaban a saludarlo cuando entraba a mi plantel educativo. Mis profesores aún lo reconocían, mis amigos también, pero los segundos porque yo pasé la infancia relatando las competencias de mi veterano que solo conocí por revistas. Porque les conté de las medallas que estaban en el museo de mi viejo, en el club que lleva su nombre.

Todo esto me acuerdo porque ayer leí que un profesor de una secundaria en EEUU había mandado a hacer un ensayo, a sus estudiantes, sobre Michael Jordan, sí, del tipo que protagonizó Space Jam, y los menores no tenían idea de quien era él.

Estamos hablando de Michael Jordan: el tipo más conmemorado de la historia del basket, uno de los atletas que más fortuna hizo durante su carrer deportiva, protagonista de una de las películas más vitoreadas de los 90, y los puercos infantes no tenían la más remota idea de quien era él.

No fue sino hasta que el profesor de primaria les explicara: 'es el tipo que hace los zapatos Air Jordan' que los niños tuvieron una pista de que era alguien que existía en la vida real.

Es horrendo. Así como con Jordan y sus zapatos, el nombre de mi viejo no queda más que para referencia espacial: 'ahí al lado de la Jorge Delgado (la piscina)'. Y ni siquiera alguien se pone a preguntar porque una piscina lleva ese nombre.

Y es que la gente es muy ingrata. Los niñitos gringos con el tipo que lideró el Dream Team de basket de los estados unidos durante dos juegos olímpicos; los ecuatorianos con mi veterano, que en los 70 fue el único atleta del país que hizo que el nombre 'Ecuador' no sea solo una linea imaginaria en medio del planeta, que marca la frontera entre el hemisferio norte y el sur.

Pero que la gente se olvide es normal. Incluso los niños de hoy no saben quien es Jefferson Pérez, y el tipo es el único campeón olímpico del país. Lo horrendo es cuando las autoridades se olvidan de la gente que alguna vez hizo algo bueno por el país.

Quizás en le ministerio del deporte ya no hay gente que conozca a mi papá y por eso le revocaron el decreto en que estipulaba que, por sus logros, su club estaba exento del pago de servicios básico. Ahora, con desdén, todos esos rubros que se ganó el derecho a no pagar, se los cobraron con retroactiva. Una deuda millonaria.

Para eso quedan los grandes deportistas. Para zapatos y edificios, porque lo único certero de la gente, es que encontrará el momento idóneo para mostrar su tradicional ingratitud. 

1 comentario:

  1. La gente olvida lo que quiere olvidar, lastimosamente, en ese momento tambien olvidan de donde vienen y porque estan.. :/

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