El stand-up es difícil, en especial en un lugar lleno de idiotas como es el Ecuador. Que el Moflólogo tenga lleno total dice todo lo que uno debe saber sobre gustos locales.
Eso me llena a entender un poco más el porque los comediantes, en su mayoría latinos, hacen la comedia que hacen. Mientras que Chris Rock usa los estereotipos de los negros estadounidenses para enfatizar en su idiotez, Emilio Lovera celebra la capacidad alcohólica de los venezolanos. Mientras que, en vida, Bill Hicks utilizaba la intolerancia de los católicos para remarcar los ímbéciles que son, Laureano Marquez hace ovación a esa capacidad infinita de ignorancia de los sudaca.
Es como si el latino estuviese orgulloso de la mierda que es, de lo desordenado que es, de lo ignorante, intolerante, mal educado, incumplido, retrasado, que es. Porque lo somos.
Porque, aceptémoslo, somos una nación de ignorantes; personas consumidas por la rutina de una perpetua crisis económica y resentidas contra un sistema que no entendemos ni queremos comprender. Buscamos ídolos, mesías en todos lados, líderes que nos guíen por un sendero, preferiblemente una carretera de hormigón, hacía un futuro en donde las masas se beneficien del trabajo de unos pocos. Porque lo gratis siempre es bueno (y este es el modus vivendi del latino).
Y por eso es que le sonreímos a la promesa del fin de la pobreza. Esa que ya la hicieron en la década del 70 durante el Boom Petrolero y que nos la vuelven a hacer hoy con otra especie de Boom Petrolero. Cuarenta y tantos años nos sodomizan con el mismo cuento, y esto es solo posible porque somos ignorantes e imbéciles, y esa es otra clase de pobreza.
Acá nos importa más el posible billete que nos ingrese, pero sin importar que se descubra el pozo petrolero más grande del mundo en las Galápagos, y lo explotemos, nada de ese dinero le quitara la vagancia y desdén a los funcionarios públicos ni los hará más coordiales. O menos prepotentes.
Ningún pozo petrolero hará que la gente deje de cruzar la calle sin usar los pasos peatonales, o lanzarse al tráfico en plena luz verde; ninguna refinería hará que las oficinas públicas contesten el teléfono durante un partido de la selección, o hará que la gente deje de perseguir ambulancias para sortear rápido el tráfico, o hará que los buseteros dejen de coger pasajeros fuera de las zonas de embarque; no hay .
No hay mina de oro negro que haga que los empleadores no exploten laboralmente a sus empleados, o dejen de abusar de ellos por el mero hecho de remunerarlos con un sueldo que, si la ley no estipulara un mínimo, le pagaría aún menos; no hay forma de evitar que los niños prefiaran jugar al fútbol o robar antes que estudiar y prepararse; esto también es pobreza, y de la peor; todo el petroleo del Yasuní o del mundo nos la va a a erradicar.
Somos una nación de idiotas y por eso creemos que el petroleo es la solución a todo. Nuestros políticos son como esos comediantes de stand up que repiten una mil veces ese chiste, se vanaglorian de la ignorancia de la gente, solo que en vez de risas, reciben más votos.
Esa esa la clase de gente de la que nos sentimos orgullosos, de la que hacemos chiste y le seguimos dando alas, y es por eso que el país seguirá en la mierda mientras las personas sigan encontrando graciosos los chistes de Marquez, Lovera y la Mofle. Y esa, es la peor clase de pobreza.
Porque, aceptémoslo, somos una nación de ignorantes; personas consumidas por la rutina de una perpetua crisis económica y resentidas contra un sistema que no entendemos ni queremos comprender. Buscamos ídolos, mesías en todos lados, líderes que nos guíen por un sendero, preferiblemente una carretera de hormigón, hacía un futuro en donde las masas se beneficien del trabajo de unos pocos. Porque lo gratis siempre es bueno (y este es el modus vivendi del latino).
Y por eso es que le sonreímos a la promesa del fin de la pobreza. Esa que ya la hicieron en la década del 70 durante el Boom Petrolero y que nos la vuelven a hacer hoy con otra especie de Boom Petrolero. Cuarenta y tantos años nos sodomizan con el mismo cuento, y esto es solo posible porque somos ignorantes e imbéciles, y esa es otra clase de pobreza.
Acá nos importa más el posible billete que nos ingrese, pero sin importar que se descubra el pozo petrolero más grande del mundo en las Galápagos, y lo explotemos, nada de ese dinero le quitara la vagancia y desdén a los funcionarios públicos ni los hará más coordiales. O menos prepotentes.
Ningún pozo petrolero hará que la gente deje de cruzar la calle sin usar los pasos peatonales, o lanzarse al tráfico en plena luz verde; ninguna refinería hará que las oficinas públicas contesten el teléfono durante un partido de la selección, o hará que la gente deje de perseguir ambulancias para sortear rápido el tráfico, o hará que los buseteros dejen de coger pasajeros fuera de las zonas de embarque; no hay .
No hay mina de oro negro que haga que los empleadores no exploten laboralmente a sus empleados, o dejen de abusar de ellos por el mero hecho de remunerarlos con un sueldo que, si la ley no estipulara un mínimo, le pagaría aún menos; no hay forma de evitar que los niños prefiaran jugar al fútbol o robar antes que estudiar y prepararse; esto también es pobreza, y de la peor; todo el petroleo del Yasuní o del mundo nos la va a a erradicar.
Somos una nación de idiotas y por eso creemos que el petroleo es la solución a todo. Nuestros políticos son como esos comediantes de stand up que repiten una mil veces ese chiste, se vanaglorian de la ignorancia de la gente, solo que en vez de risas, reciben más votos.
Esa esa la clase de gente de la que nos sentimos orgullosos, de la que hacemos chiste y le seguimos dando alas, y es por eso que el país seguirá en la mierda mientras las personas sigan encontrando graciosos los chistes de Marquez, Lovera y la Mofle. Y esa, es la peor clase de pobreza.
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