Mi escritor favorito dice que es un pendejo. En cierta forma lo es, en su particular estilo, pero a él le sienta. Igual, muy poca gente lo lee, o al menos no la suficiente como para convertirse en un líder de pensamiento que sus seguidores más fervientes aseguran que es.
Pero creo que la gente no lo lee porque su prosa sea mala o por el desprecio que él siente por el mundo en general, sino que no lo leen porque muy en el fondo, toda la gente a la que él odia y critica, saben que él está en lo cierto: todos somos unos imbéciles.
Lo curioso es que, mi escritor favorito, está consciente que, para 'triunfar', necesita que todos esos imbéciles lo lean. Seamos sinceros, en esta sociedad en la que usted y yo crecimos, el reconocimiento es el logro supremo. No por nada hay quienes dicen que Pitbull es un gran artista. Y esto lo dicen algunos de mis más entrañables amigos.
El rapero cubano-americano ha venidido millones de copias, ha tocado en innumerables ciudades y ha ganado galardones cual deportista. Él conquistó el mundo que mi escritor favorito desea y aborrece al mismo tiempo. Porque, para triunfar en este mundo, me parece, hay que ser un imbécil.
Da miedo ver como se entregan los premios, da pavor porque Hugo Chávez, el difunto presidente de Venezuela, ganó uno de periodismo cuando aún tenía vida. Y no voy a empezar con los galardones nacionales, porque, el día que a usted lo nominen a uno, oféndase, puesto ha llegado a otros niveles de bajeza.
Porque esa es la paradoja del artista, del comunicador, de la persona que busca que la calidad de su trabajo sea reconocida: él triunfaría en un mundo donde Fanny Lu rompe récords en ventas y el 50 sombras de Grey es el libro más vendido de la última década. Todos queremos triunfar en un mundo que ha mostrado que no tiene estándares, gusto o sentido común.
Acá la publicidad le da premios a comerciales que resultan ofensivos de lo malos que son, pero las agencias siguen vanagloriándose de eso, del galardón, una estatua en forma de pajarraco que nos sirve para nada.
Pero lo absurdo del asunto es que, pese a saber que si uno se ganara un premio de esa talla estaría aceptando que le gusta a esa masa, a esa basofia de seres humano, uno desea el galardón con ganas. A usted y a mi nos educaron para recibir recompensas por nuestro trabajo y no para disfrutarlo. Por eso quiere ganar más sueldo, por eso quiere que le den un premio. Corrijo, queremos.
A mi escritor favorito jamás le han dado un premio y estoy feliz de ello. Él admira a Borges y siempre repite que al legendario escritor jamás le dieron un premio, y que, de cierta forma, eso le da paz. Me uno a sus palabras, me arropo con ellas con tal de justificar, o al menos dejar de creer que no soy un bueno para nada.
Pero creo que la gente no lo lee porque su prosa sea mala o por el desprecio que él siente por el mundo en general, sino que no lo leen porque muy en el fondo, toda la gente a la que él odia y critica, saben que él está en lo cierto: todos somos unos imbéciles.
Lo curioso es que, mi escritor favorito, está consciente que, para 'triunfar', necesita que todos esos imbéciles lo lean. Seamos sinceros, en esta sociedad en la que usted y yo crecimos, el reconocimiento es el logro supremo. No por nada hay quienes dicen que Pitbull es un gran artista. Y esto lo dicen algunos de mis más entrañables amigos.
El rapero cubano-americano ha venidido millones de copias, ha tocado en innumerables ciudades y ha ganado galardones cual deportista. Él conquistó el mundo que mi escritor favorito desea y aborrece al mismo tiempo. Porque, para triunfar en este mundo, me parece, hay que ser un imbécil.
Da miedo ver como se entregan los premios, da pavor porque Hugo Chávez, el difunto presidente de Venezuela, ganó uno de periodismo cuando aún tenía vida. Y no voy a empezar con los galardones nacionales, porque, el día que a usted lo nominen a uno, oféndase, puesto ha llegado a otros niveles de bajeza.
Porque esa es la paradoja del artista, del comunicador, de la persona que busca que la calidad de su trabajo sea reconocida: él triunfaría en un mundo donde Fanny Lu rompe récords en ventas y el 50 sombras de Grey es el libro más vendido de la última década. Todos queremos triunfar en un mundo que ha mostrado que no tiene estándares, gusto o sentido común.
Acá la publicidad le da premios a comerciales que resultan ofensivos de lo malos que son, pero las agencias siguen vanagloriándose de eso, del galardón, una estatua en forma de pajarraco que nos sirve para nada.
Pero lo absurdo del asunto es que, pese a saber que si uno se ganara un premio de esa talla estaría aceptando que le gusta a esa masa, a esa basofia de seres humano, uno desea el galardón con ganas. A usted y a mi nos educaron para recibir recompensas por nuestro trabajo y no para disfrutarlo. Por eso quiere ganar más sueldo, por eso quiere que le den un premio. Corrijo, queremos.
A mi escritor favorito jamás le han dado un premio y estoy feliz de ello. Él admira a Borges y siempre repite que al legendario escritor jamás le dieron un premio, y que, de cierta forma, eso le da paz. Me uno a sus palabras, me arropo con ellas con tal de justificar, o al menos dejar de creer que no soy un bueno para nada.
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