Resulta tan raro esto de ser amigo de personas en las redes sociales. De hecho, uno de los fenómenos más comunes que generan estos medios es esa proximidad que uno gana con personas que físicamente no conoce. Es raro, especialmente cuando, en la calle, te topas a alguien a quien sientes conocer pero en realidad sabes que son dos extraños.
Me pasó hace mucho, cuando conocí a uno de mis tuiteros favoritos, un tipo genial con el que he departido más de una conversación (en twitter), pero que cuando topamos no intercambiamos más que el saludo. Los 140 caracteres de Twitter sobraron en nuestra conversación. Que cosa para rara.
Las redes sociales son eso, redes de las que no puedes escapar; redes que te generan esa ilusión de estar inmerso en la vida de alguien, de estar a diario en contacto con ellos, gozando de sus alegrías y, porque no, experimentando sus derrotas; saboreando sus comidas y visitando los lugares que visitan.
Es tan curioso lo mucho que uno puede llegar a estimar a las personas a las que conocemos a través de una pantalla, pero es mucho más sublime cuanto llegamos a ciertos usuarios. Es un odio visceral, propinado por la impotencia, por los celos, por esa cualidad que tenemos las personas hoy en día de poner nuestra vida en una vitrina con el mero propósito de ser envidiados. Para eso al fin son las redes sociales.
El único motivo por el que una pareja sube una foto a sus redes es para gritarle a su ex lo muy feliz que es con su pareja actual; para restregarle en la cara a sus amigos solteros que 'están acompañados'. Acá olvídese de amor o muestras de cariño, esto es una carrera por enseñarle al mundo lo infelices que son en comparación a quien subió la foto.
Uno llega a sentir celos de alguien, digamos, una chica que sube una foto abrazada de un tipo. Uno no conoce a la chica en cuestión pero la agregó al instagram porque estaba más buena que un pancito recién horneado (seamos sinceros, este es el único motivo por el que uno agrega gente en la red social de los filtros), peor uno sabe que es una persona a la que jamás te le acercarás a presentarte ni aunque te siga de vuelta y esto es porque cada vez somos menos capaces de comunicarnos como es debido. Uno tiene ganas de inmiscuirse en su vida de la única forma que sabemos: dando likes y retuiteando. Que asco.
Incluso odiar se ha vuelto algo tan fácil hoy con todas las herramientas sociales que hay. Uno llega a sentir desprecio por personas a las que solo ha visto en una pantalla y luego reconoce en la calle. Me pasó a mi.
El otro día, hace un par de semanas, caminaba por un centro comercial y, entre las cientos de personas con las que uno se topa en el lugar, me encontré de frente con un tipo que, desafiante, me clavó la mirada. Algo de desprecio había en la forma en la que me veía. No tenía idea de quien era pero durante el trayecto que paso en frente mio, no dejó de mirarme.
Solo un par de días después, jodiendo a la hermana de una compañera de clases, vi una foto de una reunión en la que ella estaba y, en su misma mesa, estaba una ex mía, abrazada y tomada de la mano con el tipo que me había visto mal en el centro comercial.
Ahora sé quién es el tipo, por segundos entré en su vida, como imaginó que el entró en la mía, a través de las redes sociales, y, por un momento, lo conocí. Que mal.
Esto de meterse en la vida ajena con un solo click es algo que da pavor. Quizás, solo quizás, haya alguien que todos los días revisa mis cuentas para ver en que ando, sintiéndose un amigo más, o un enemigo, queriéndome u odiándome un poquito más. Y este es el más imbécil, paranoico y ególatra pensamiento que he tenido. Pero dígame usted: ¿Para que tenemos redes sociales si no es para andar exhibiéndonos?
Es tan curioso lo mucho que uno puede llegar a estimar a las personas a las que conocemos a través de una pantalla, pero es mucho más sublime cuanto llegamos a ciertos usuarios. Es un odio visceral, propinado por la impotencia, por los celos, por esa cualidad que tenemos las personas hoy en día de poner nuestra vida en una vitrina con el mero propósito de ser envidiados. Para eso al fin son las redes sociales.
El único motivo por el que una pareja sube una foto a sus redes es para gritarle a su ex lo muy feliz que es con su pareja actual; para restregarle en la cara a sus amigos solteros que 'están acompañados'. Acá olvídese de amor o muestras de cariño, esto es una carrera por enseñarle al mundo lo infelices que son en comparación a quien subió la foto.
Uno llega a sentir celos de alguien, digamos, una chica que sube una foto abrazada de un tipo. Uno no conoce a la chica en cuestión pero la agregó al instagram porque estaba más buena que un pancito recién horneado (seamos sinceros, este es el único motivo por el que uno agrega gente en la red social de los filtros), peor uno sabe que es una persona a la que jamás te le acercarás a presentarte ni aunque te siga de vuelta y esto es porque cada vez somos menos capaces de comunicarnos como es debido. Uno tiene ganas de inmiscuirse en su vida de la única forma que sabemos: dando likes y retuiteando. Que asco.
Incluso odiar se ha vuelto algo tan fácil hoy con todas las herramientas sociales que hay. Uno llega a sentir desprecio por personas a las que solo ha visto en una pantalla y luego reconoce en la calle. Me pasó a mi.
El otro día, hace un par de semanas, caminaba por un centro comercial y, entre las cientos de personas con las que uno se topa en el lugar, me encontré de frente con un tipo que, desafiante, me clavó la mirada. Algo de desprecio había en la forma en la que me veía. No tenía idea de quien era pero durante el trayecto que paso en frente mio, no dejó de mirarme.
Solo un par de días después, jodiendo a la hermana de una compañera de clases, vi una foto de una reunión en la que ella estaba y, en su misma mesa, estaba una ex mía, abrazada y tomada de la mano con el tipo que me había visto mal en el centro comercial.
Ahora sé quién es el tipo, por segundos entré en su vida, como imaginó que el entró en la mía, a través de las redes sociales, y, por un momento, lo conocí. Que mal.
Esto de meterse en la vida ajena con un solo click es algo que da pavor. Quizás, solo quizás, haya alguien que todos los días revisa mis cuentas para ver en que ando, sintiéndose un amigo más, o un enemigo, queriéndome u odiándome un poquito más. Y este es el más imbécil, paranoico y ególatra pensamiento que he tenido. Pero dígame usted: ¿Para que tenemos redes sociales si no es para andar exhibiéndonos?
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