lunes, 8 de octubre de 2012

Mi cuchillo


En mi bolsillo derecho cargo una navaja Remington de fabricación china. Es un objeto bonito: un pedazo de acero inoxidable cubierto por dos capas de fibra de carbono que, desde que lo compré, no ha servido más que para perforar el orificio en los botellones de agua antes de ponerlos en la máquina distribuidora de este líquido, que hay en mi oficina. El cuchillo lo llevo por si algún día me quieren pegar o asaltar (con un cuchillo, con una pistola me haría el idiota no más) y así ahuyentar o hacer pensar dos veces a la amenaza. 

Hay quienes dudan de si lo usaría o no. Yo tampoco lo sé, solo lo cargo por precaución, lo porto como un adolescente virgen lleva un condón en la billetera, 'por si las moscas'. 

Tengo que confesar que si me da mucho miedo tener que utilizar mi navaja. No por remordimiento, eso no, es más, yo creo que el problema delincuencia disminuiría a punta de puñaladas. A mi lo que me da miedo es que si me toca usarlo, puedo ir preso. 

Acá, en este país, es como el país de las Maravillas que visitó Alicia: nada está bien. En este pedazo de tierra es mejor dejarse robar que defenderse. Pareciera que acá el pelear por las cosas que tanto le han costado conseguir es absurdo. Le pasó hace un año a Carolina Jaume, la presentadora de televisión nacional. A ella le quisieron arranchar cartera cuando manejaba por una avenida de la ciudad. Un tipo se metió por la ventana para quitarle sus cosas, pero ella alcanzó al golpear al ladrón, no se cómo lo habrá hecho con esos brazos de fideo (tiene que haber sido la adrenalina), que consiguió partirle el tabique al delincuente. Un patrulllero de la policía pasaba por ahí y se detuvo a ver que pasaba. En resumen, a ella casi la llevan presa por agredir al ladrón. Es más, a Jaume le tocó pagarle los gastos de hospital del individuo en mención. De repente el país de Alicia parece un lugar normal.  

Un busca responsables y ahí es cuando la cosa se torna difícil. Me es imposible acusar a la policía como culpable de esto. Alguna vez hable con ellos, hace tiempo, cuando hacía un tema sobre inseguridad y uno de ellos me dijo: "estamos jodido. Hay que acatar las leyes, y las leyes acá no siempre tiene la razón". Me lo dijo decepcionado, con ese rostro de un niño que descubre que su papá no es el mejor hombre del mundo. El uniformado me contó esto mientras relataba una anécdota de como había detenido a un tipo robando pero que lo tuvieron que dejar libre por 'falta de pruebas'. "¿Para que poner la vida en riesgo entonces?", remató el gendarme. 

Solo un par de minutos antes de escribir este texto me tocó presenciar un robo. Lo vi desde la acera que cruzaba la calle en donde sucedió el delito. Desde mi posición vi como una mujer le arranchaba un paquete a una señora mientras esta forcegeaba para que no se le lleven su posesión. Yo, helado, metí la mano en mi bolsillo buscando mi navaja, alerta por si esa mujer cruzaba la calle e intentaba lo mismo conmigo. Pero no. Antes de que el tráfico se detuviese, la ladrona corrió en sentido opuesto, metiéndose a un parque contiguo a las calles donde aconteció esto. Me sentí mal con la señora, y aún más conmigo mismo por no poder hacer nada. Igual, no creo que hubiese hecho mucho. 

Cuando usted termine de leer este post será la última vez que porte mi navaja. Ya no me puedo arriesgar, pónganse que un uniformado lea esto y quiera requisarme para encontrar un objeto corto-punzate en mi poder. Yo iría a la cárcel, a una prisión de un país donde uno no tiene derecho a defenderse. 

1 comentario:

  1. no me importa caretorta. Su cuchillo no corta, el mio si corta. Lo reto a un duelo de pelar papas. Soy su peor pesadilla.

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